"TODA LA NOCHE CANTARÁS Y LA ESPINA ATRAVESARÁ TU CORAZÓN...”

  

Para la literatura en general, y no digamos para la poesía, el ruiseñor es el ave por excelencia. Y como difícilmente hay literatura sin tragedia, su figura se ha utilizado para expresar las pasiones más elevadas y las profundidades de la muerte. Oscar Wilde reunió ambas dimensiones en el “el ruiseñor y la rosa”, donde las aspiraciones del deseo y la belleza se reúnen en el sacrificio del pájaro, mártir de lo sublime, expresión de una vida que sólo vale la pena al servicio del arte.

Esa confluencia entre la delicadeza de un ave tan pequeña, su canto potente y extraordinario y su inclinación a cantar de noche la han convertido en la imagen misma de la fugacidad que aspira a elevarse más allá de lo material y lo mundano, hasta el punto de que su canto puede ser escuchado como un lamento y no como una exaltación de la vida. Así, en el Agamenón de Esquilo, ante una Casandra que anticipa su destino fatal, el coro le reprocha:

"Eres una loca, juguete de los dioses y lloras sobre ti misma un canto destemplado, como el rubio ruiseñor, insaciable de llanto que, ay, en su infeliz corazón grita: ¡Itis, ltis! durante toda su vida ubérrima de penas."


Ilustración de El Príncipe Feliz y otros cuentos, de Oscar Wilde, Londres, (por George Percy Jacomb-Hood)

 Esa estrecha relación con la muerte ha sido una constante en la literatura. En la escena V del acto III de Romeo y Julieta, de Shakespeare, el ruiseñor es la oposición de la alondra: es el cantor del amor en la noche mientras la alondra anuncia el alba y, por tanto, la separación; si los dos amantes hacen caso al ruiseñor seguirán unidos, pero se exponen a ser descubiertos y a morir; si confían en la alondra se separarán y estarán a salvo. 

Julieta: ¿Tan rápido te marchas? Todavía falta mucho para que amanezca. Es el canto del ruiseñor, no el de la alondra el que se escucha. Todas las noches se posa a cantar en aquel granado. Es el ruiseñor, amado mío.

Romeo: Es la alondra que advierte que ya va a amanecer; no es el ruiseñor. Observa, amada mía, cómo se van tiñendo las nubes de levante con los colores del alba. Ya se extinguen las teas de la noche. Ya se adelanta el día con veloz paso sobre las mojadas cumbres de los montes. Tengo que marcharme, de otra manera aquí me aguarda la muerte.

Julieta: No es ésa la luz del alba. Te lo puedo asegurar. Es un meteoro que de su lumbre ha despojado el Sol para guiarte por el camino a Mantua. No te vayas. ¿Por qué partes tan rápido?

Romeo: ¡Que me capturen, que me maten! Si lo ordenas tú, poco me importa. Diré que aquella luz gris que allí veo no es la de la mañana, sino el pálido destello de la Luna. Diré que no es el canto de la alondra el que retumba. Más quiero quedarme que abandonarte. Ven, muerte, pues Julieta lo quiere. Amor mío, sigamos conversando, que todavía no rompe el día.

Julieta: Es mejor que te vayas porque es la alondra la que canta con voz ronca y desentonada. ¡Y muchos aseguran que sus sones son melodiosos, cuando a nosotros vienen a apartarnos! También aseguran que cambia de ojos como el sapo. ¡Ojalá cambiara de voz! Maldita sea, porque me aleja de tus encantos. Vete, que cada vez se clarea más la luz.

San Buenaventura alaba al ruiseñor en unos términos en los que morir es indisociable de su propia vida:

"He leído de este pájaro que en la cercanía de la muerte, descansa en un árbol, y al amanecer, levantando la cabeza, todo su cuerpo se expande en hermosa canción. Sus notas más dulces son las que anuncian el amanecer, pero cuando el sol dispara sus primeros rayos, la voz del pájaro se eleva a la vez más fuerte y dulce, y canta sin pausa o descanso. A la tercera hora parece exceder toda medida: su alegría se exalta cada vez más, su pecho parece a punto de romperse con su esfuerzo; el sonido de su voz sube con una fuerza cada vez mayor; se consume con ardor. Pero cuando al mediodía el sol envía sus rayos más calientes, el frágil cuerpo del pájaro cede bajo el exceso de su canto. Su voz se desvanece en su pico aún abierto, su cuerpo palpita con un esfuerzo supremo, y a la novena hora renuncia a su último aliento."

Desde, al menos, los antiguos griegos, el epitafio o el epigrama funerario son formas mayores de la literatura. En el museo Lázaro Galdiano de Madrid se guarda una urna funeraria romana, la conocida como “urna del ruiseñor”, dedicada, aparentemente, a un pájaro que debió de ser muy querido a su dueña. Su inscripción dice:


La urna del ruiseñor, museo Lázaro Galdiano

 

dis (hedera) avibvs lvsciniae philvmenae ex aviario domitior selectae versicolori pvlcerrimae cantrici svaviss omnib gratiis ad digitvm pipillanti in pocvlv mvrrhino capvt ablventi infeliciter svmmersae hev misella avicvla · hinc inde volitabas · tota garrvla tota festiva latitas modo inter · pvlla leptynis locvlamenta implvmis frigidvla clavsis ocellis licinia philvmena deliciae svae qvam in sinv pastillis alebat in proprio cvbicvlo alvmnae kariss lacrvmans pos have aviṣ iocvndissima qvae mihi volans obvia bḷando personans rostello salve toties cẹcinisti cave avis avia averna vạle et vola per elisivm in cavea p̣icta saltans qvae dvlce caneba ̣ mvta tenebrosa nvnc iacet in cavea.

Traducción:

A los dioses-aves. Para Luscinia Philumena (Filomena), de la pajarera de los Domicios, la más hermosa y la más multicolor, suavísima cantora dotada de todas las gracias, que piaba tiernamente al dedo; la que, al meter su cabeza en vaso múrrino, murió infelizmente ahogada ¡Ay, pobre avecilla! Tú que, trinando toda alegre antes revoloteabas sin cesar de un lado a otro, y ahora te escondes en los negros nidos de Leptynis, ya perdidas las plumas, exangüe y cerrados tus ojillos. Licinia Philumena (Filomena) (lo dedica) llorando a la que fue su delicia, a la que llevó en su regazo con migas de pan hasta su propia habitación, a su discípula queridísima. Adiós, ave alegrísima que volando a mi alrededor lanzabas repetidos y armoniosos gorjeos con tu delicado piquito, adiós a ti que tanto me cantabas. ¡Ten cuidado, avecilla, de los peligros del Averno, sé afortunada y vuela por el Elíseo! La que dulcemente cantó saltarina en un recinto con pinturas yace ahora en una tumba silenciosa y oscura.

Aunque ha habido algunas especulaciones sobre su origen (algunos la han atribuido al Renacimiento o al Barroco), parece concluirse que se trata de una urna, efectivamente, romana, aunque la tapa y la inscripción parecen renacentistas. Debemos suponer que la urna se hizo para las cenizas de una persona, pero pudo ser reutilizada en el Renacimiento para el cuerpo de un pájaro. El autor del texto, desconocido, sigue la tradición geórgica de los laudatoria avibus del siglo XVI y de la poesía bucólica latina y juega con la ambigüedad entre el ave y la mujer. Parece un poema que expresa la fragilidad de alguien muy querido.  ¿Realmente sirvió para acoger el cuerpo de un pájaro o es un juego literario? Luscinia Philomela sería tanto un nombre femenino como el nombre latino del ruiseñor.

Los poetas románticos fueron los que más palabras pusieron al contraste entre una vida fugaz y la eternidad de la belleza. La naturaleza y sus manifestaciones eran la expresión viva, como ya hemos dicho, de esa paradoja y su consecuencia era el dolor. John Keats busca una verdad que escape a la decadencia, pero la propia muerte ensalza, por contraste, lo que perdura. Dos de sus obras se relacionan con lo desarrollado en esta entrada y de alguna forma los reúnen: la “Oda a un ruiseñor”:

...Pero tú no naciste para la muerte, ¡oh, pájaro inmortal!
No habrá gentes hambrientas que te humillen;
la voz que oigo esta noche pasajera, fue oída
por el emperador, antaño, y por el rústico;
tal vez el mismo canto llegó al corazón triste
de Ruth, cuando, sintiendo nostalgia de su tierra,
por las extrañas mieses se detuvo, llorando;
el mismo que hechizara a menudo los mágicos
ventanales, abiertos sobre espumas de mares
azarosos, en tierras de hadas y de olvido...

 

y la “Oda a una urna griega”:



...Ática pieza, qué hermoso entramado
de elaborados hombres y mujeres,
con ramas y con hierbas matizado;
con tu callada forma nos sugieres
la misma eternidad. Cuando el proceso
de los años agote nuestra edad,
las penas de otros hombres has de ver,
siempre amiga, diciendo: “la verdad
es lo bello, y lo bello, verdad: eso
es todo lo que puedes aprender”.





Comentarios

  1. No tenía ni idea de que el ruiseñor gusta de cantar mejor por las noches. Sin embargo si sabía que la alondra es tempranera.
    Me ha gustado leer el texto de Romeo y Julieta. Cantidad de tiempo que no lo leía y que bonito es

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