CONCIERTO
El tema de las aves reunidas en parlamento o en concierto tiene orígenes muy antiguos. Lo encontramos en Las Aves, de Aristófanes, cuando la abubilla convoca a todas ellas y deciden fundar una ciudad en el cielo, la que llamaron Nefelococigia (Νεφελοκοκκυγία, “la ciudad de las nubes y los cucos”). Y antes en Esopo, en la fábula en la que Zeus reúne a las aves para que elijan a su rey (“la corneja y las aves”). En el siglo XVII existía una tradición iconográfica en el norte de Europa conocida como el “concierto de pájaros” (“concert van vogels” en neerlandés). Muchos pintores flamencos, a principios del siglo XVII, como Jan Brueghel el Viejo, más conocido como Brueghel de Velours (1568-1625), Frans Snyders (1579-1657), Jan Van Kessel el Viejo (1629-1679) y otros, destacaron en este género, con pájaros esparcidos sobre las ramas de un árbol, interpretando una partitura musical. Era una forma de disponer todo un derroche de formas y colores, a lo que estos artistas eran tan aficionados (no hay más que ver la prodigalidad de los bodegones barrocos en Flandes). Parece que estas representaciones, inicialmente, se usaban para decorar las sobrepuertas y sobreventanas de las casas acomodadas de la Europa del norte, desde donde se importó a la península Ibérica, tratando de crear la ilusión de la presencia de pájaros en lo alto de las habitaciones. También encontramos el tema de Eolo con las aves, habitual desde la popularización de los temas clásicos en el Renacimiento. Como símbolos del aire, las aves representaban este elemento: el cuadro de Martin de Vos (infra) es parte de un grupo de cuatro obras como alegorías de los cuatro elementos.
Alegoría del aire, Martin de Vos (1532-1603), Museo del Prado
Además, algo tuvo que ver la piedad
franciscana en estas representaciones: los frailes menores franciscanos
construyeron una capilla en Bruselas, en 1244, para albergar una estatua de la
Virgen, la llamada “Notre-Dame aux chants
d’oiseaux” (Nuestra Señora de los Cantos de los Pájaros), que
se había encontrado en el hueco de un haya en un bosquecillo a las afueras de
la ciudad. Tras ser destruida en los conflictos iconoclastas de la Reforma
protestante, la nueva iglesia reconstruida debió de contar con jaulas
suspendidas que alegraban la liturgia. Era habitual en la época enterrarse con
hábito franciscano, un gesto de piedad al que también recurrió el propio
Snyders. Esté el tema relacionado con el franciscanismo, con la alegoría del
oído (las alegorías de los sentidos estuvieron muy extendidas en el siglo
XVII) y del aire o tenga connotaciones de armonía musical como imagen de la
armonía política, lo cierto es que lo encontramos de forma reiterada,
especialmente entre los artistas de origen flamenco. En la obra de Snyders, que
vemos en primer lugar, no es fácil reconocer la partitura –aunque parece que la
letra está en francés-, pero sí a la mayoría de los pájaros, habituales en el
repertorio iconográfico: dos abubillas, golondrinas, jilgueros, gorriones,
pinzones, camachuelos, arrendajos y dos martines pescadores en el centro, entre
otras. Más exóticas resultan un ave del Paraíso y un loro Amazonas. Las aves
más grandes ocupan los extremos y las más pequeñas se agrupan en el centro, por
razones meramente compositivas. Y todo presidido por el mochuelo (Athene
noctua), supuesto director, quizás por ser imagen de la sabiduría.
Concierto de aves
(1661), Jan Fyt, Museo del Prado
Concierto de pájaros, Jan Brueghel el Joven (1601-1678)
Eolo y las aves, Peter Paul Rubens, pp. siglo XVII, Museo
de Bellas Artes de Asturias (Oviedo)
Pájaros, 1619, anónimo, Estrasburgo, Museo de Bellas Artes
Este último cuadro, conservado en Estrasburgo, representa setenta y un pájaros, todos perfectamente reconocibles. Sólo sabemos que está fechado en 1619. No existe otra pintura, que sepamos, que concentre tantas aves en una superficie tan pequeña (1,41 m x 0,96 m). La forma en que están pintadas no tiene nada que ver con la de los pintores flamencos vistos más arriba. Más bien tenemos la sensación de que el autor consultó tratados ilustrados de zoología o que copiaba pájaros disecados. Además, no hay ningún “concierto” y combina los pájaros de forma enredada, un verdadero horror vacui. Podemos ver un árbol muerto, en el medio, y varios arbustos secos, lo que permite disponerlos en todas partes y de una manera muy particular. En todo caso, la obra es un reflejo de la búsqueda de animales exóticos: reyes y papas los coleccionaban, especialmente desde el progreso de los viajes transoceánicos, y los artistas tenían acceso privilegiado a ellos.
Todas estas obras son fruto de la
observación detenida del mundo natural, que puede resumirse en la fórmula
kepleriana “ut pictura ita visio”, el pintar “con mano sincera y ojo
fiel”, en palabras del científico inglés Robert Hooke (1635-1703). Todo el
repertorio de aves que podemos reconocer nace de una nueva forma de ver la
naturaleza, ligada a la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII, alejada
del simbolismo religioso que persiste hasta el final del Medievo, aunque el
simbolismo moral no siempre desaparezca, especialmente a través de las fábulas.
Y en cuanto a fábulas hay que
mencionar a Marie de France (c. 1160-1210). Poetisa, fue la primera mujer que
escribió en una lengua vernácula moderna; en concreto, en langue d’oil. Sus
cuentos cortos en verso tuvieron un inmenso éxito en Francia e Inglaterra, al
menos mientras duró el apogeo del caballeresco amor cortés. Sus fábulas -sus ysopets-
de las que se le atribuyen noventa y nueve, inspiradas en Esopo, tuvieron una
vida más prolongada, muy leídas hasta el siglo XVIII, cuando La Fontaine las
imitó. Una de sus fábulas, la llamada Li parlemens des Oiseax por faire Roi,
alias, des Oisiaus è du Cucu, (El parlamento de las aves para elegir
rey, alias, de los pájaros y del cuco), es un ejemplo del uso
moralizante de las aves: en este caso, reunidas para elegir rey,
asombradas en principio por el canto del cuco, terminan rechazándolo como
candidato porque sus cualidades personales no son acordes con su potente voz,
que inicialmente les asombró. Terminan, por supuesto, eligiendo al águila.
Representación de
Marie de France, por Ricardo de Verdún (1288-1327), en un manuscrito de la
Biblioteca Nacional de Francia
Los
pájaros de las fábulas y los cuentos rara vez cambian el mundo humano. El reino
animal se representa casi siempre como un microcosmos paralelo al de los
hombres. Las aves, al igual que otras bestias, están dotadas de ciertas
características que las hacen comparables a los humanos para así justificar la
interpretación moral de su comportamiento, pero la analogía entre animales y
humanos nunca es completa. El pájaro no sale de su naturaleza: no es, por
tanto, objeto de una verdadera personificación, como lo son las abstracciones
morales de las alegorías (Amor, Vicios y Virtudes).
"Todo habla en mi obra",
advirtió La Fontaine, y es cierto que la conversación con los animales es la
manifestación más evidente de su humanización. Sin embargo, esta capacidad
lingüística no reduce necesariamente la distancia entre el hombre y el animal
porque, en muchos aspectos, el pájaro conserva sus características animales:
varios textos medievales mencionan el hecho de que los pájaros hablan entre sí
"en su lengua" o "en su latín": esta
expresión se refiere a una lengua diferente de la del hombre, de la que el
fabulista o el "diteor" proporcionarían una traducción (1).
Todo el latín de los pájaros está contenido en su canto...y los pájaros no
cantan en prosa.
El parlamento de
las aves, Carl Wilhelm de Hamilton (1668-1754)
Geoffrey Chaucer (1343-1400), más
conocido por Los cuentos de Canterbury, es también el autor de The
Parlement of Foules, El parlamento de las aves, obra compuesta hacia 1382.
En el templo de Venus, la naturaleza convoca a las aves para que elijan a sus
parejas. En un canto al libre albedrío, permite que todas se emparejen a su
gusto. Aquí se reúnen la compañía y el concierto musical:
...la naturaleza dio a cada
pájaro su pareja, por consentimiento mutuo, y se fueron volando. ¡Ay, señor! La
alegría y la felicidad eran obvias de ver. Cada uno de ellos tomó al otro en
sus alas y sus cuellos se entrelazaron mientras agradecían a la noble diosa
Naturaleza. Pero primero, los pájaros cantores fueron elegidos, por tradición,
para cantar una ronda antes de la partida, en honor a la Naturaleza y para
complacerla. La melodía, creo, era francesa, y las palabras eran como intentaré
describir: el primer verso decía algo así como: “Qui bien aime a tard oublie”
[quien bien ama olvida despacio]. “Ahora bienvenido el verano, con tu cálido
sol, has hecho que el clima de invierno desaparezca y has alejado las largas
noches oscuras.”
La melodía francesa que aquí se
menciona entronca con los cuadros de conciertos donde es habitual que la
partitura esté en esa lengua, como hemos visto en el concierto de Snyders. El
maestro de la canción polifónica francesa, en el Renacimiento, fue, desde
luego, Clément Janequin, especializado en pequeñas piezas descriptivas,
poéticas y complejas, ricas en onomatopeyas (hasta el punto de que algunos lo
consideran el pionero del “ruidismo” musical, la noise music). A nuestro
caso viene su canción Le chant des oyseaux, de 1529, donde el estornino,
el zorzal, el ruiseñor o el cuco hacen ostentación de todo su repertorio vocal. Bien podría ser la banda sonora de los cuadros flamencos que hemos visto.
Clément Janequin - Le chant des oyseaux,
(1) La
locución “perdre son latin” (“perder su latín”) parece que nace
en francés a mediados del siglo XIV: “Dans le mois de septembre que l' été
va à déclin, que ces oisillons gais ont perdu leur latin” (“En el mes de
septiembre en el que el verano declina, esos alegres pajaritos han perdido su
latín”), es decir, los pájaros han perdido su voz al llegar el otoño.
También existe la expresión “être au bout de son latin” (“estar al
límite de su latín”), que significa “no saber qué más decir” o “renunciar a
comprender”. Y también encontramos “Le diable y perdrait son latin” (“el
diablo perdería allí su latín”), para advertir a alguien que emprende una tarea que le será muy difícil culminar.
No soy entendida en arte y menos en pintura, pero me ha llamado la atención el cuadro anónimo de los pájaros que se conserva en el museo de Estrasburgo. Lo que más me sorprende de él es su modernidad, no parece corresponder a su época, yo diría que es casi surrealista, sin embargo es cierto que al reflejar aves sin vida no tiene la hermosura y viveza de los otros cuadros de conciertos de aves.
ResponderEliminarTampoco soy para nada formada en las artes, opino simplemente como amante de la belleza en todos los hábitos.
ResponderEliminarY así de esta entrada me gustado particularmente el concierto de pájaros de Jan Brueghel , por su luz y contraste de colores azules y rojos y conjunto tan armónico y bello.
También el de Eolo y las Aves de P.P. Rubens, que parece situar magistralmente la belleza del cuerpo humano flotando ligero con las aves, como queriendo destacar su luz y espiritualidad en armonía con ellas.
El concierto de Estrasburgo, me ha resultado interesante por lo diferente para la época, y su caótica armonía de conjunto y colores y reconocimiento de las aves.
Y tu broche de oro de esta entrada, como no, “ la música y el canto”!, este bellísimo canto renacentista “so cheerful” que nos introduce, como tan bien nos describes y ayudas a escuchar, esos inusuales y perfectamente integrados ruiditos. Un deleite escucharlo varias veces para descubrir su verdadera belleza.