GRULLAS VELERAS ( 1ª PARTE)

 

Cerezos en flor

felices durante siete días

de admirar una grulla

Matsuo Basho

Maruyna Okyo, Grullas, 1772, Los Ángeles County Museum

Pese a ser poco familiar para la mayoría de nosotros, la grulla ha sido una de las aves que más ha llenado la imaginación. En el folklore, su onomatopeya ha sido recurso de canciones y paremias populares; sus migraciones eran, para los agricultores - fenólogos por tradición - la pauta señaladora de las cosechas. Para la mitología y el simbolismo religioso, su danza y su agrupación en grandes bandadas sirvieron como iluminación literaria.

Su nombre parece - al menos en las lenguas más cercanas a nosotros - de origen onomatopéyico (su sonido se conjuga en castellano con el verbo gruir) y así lo afirma san Isidoro en sus Etimologías, hablando de su canto de “clarín”. En griego antiguo es géranos (Γέρανος, γέρην para la hembra), grus en latín, grue en francés, gru en italiano, crane en inglés, kran en alemán. De ello se ha concluido la existencia de una raíz indoeuropea, *gerh o *gera- (que sería graznar o roncar o alguna referencia a un sonido áspero). De hecho, muchos sonidos de animales tienen una raíz gr- o cr-: graznar, crocitar, crascitar, croajar (por el cuervo o el ganso), croar o groar (la rana), crotorar (la cigüeña) el cri-cri del grillo (y su propio nombre), gruñir o gritar...Como curiosidad, el nombre de la grulla dio lugar a la grúa (por su postura inmóvil sobre una pata y el cuello estirado y sinuoso) y a un queso: la grulla fue aprovechada por los antiguos condes de Gruyere, fundadores de la ciudad suiza de Gruyères, para ponerlo en su blasón: hay un relato sobre la fundación mítica de la localidad por un tal Gruerius (“el grullero”), que habría capturado una grulla, lo que justificaría el escudo, heredado luego por la ciudad (que sigue prefiriendo como símbolo el ave al queso, menos linajudo).

Escudo de la ciudad de Gruyéres, en el cantón de Friburgo (Suiza)


La grulla era un ave de paso tanto en Grecia como en Italia, y las bandadas migratorias pasaban con un ruido y un patrón de vuelo característicos, las “grullas veleras” del poema de Góngora. La migración de la grulla era uno de los indicadores más importantes de los cambios de estación: su paso en otoño hacia el sur marcaba el comienzo del invierno y el final de la temporada de navegación (De signis, Teofrasto), como la llegada de la golondrina marcaba el inicio de la primavera. La migración otoñal era el momento en que los agricultores araban (por ejemplo, en Hesíodo, Los trabajos y los días),

Toma nota cuando oigas el canto de la grulla,

que cada año grita desde las nubes.

Da la señal para arar

y marca la estación del invierno lluvioso

O el momento de sembrar cebada y trigo de invierno: así se afirma en la Geopónica, colección de libros bizantinos sobre agricultura, del siglo X, o como hace notar Aristófanes, en Las aves:

“La grulla, al emigrar a Libia, advierte al labrador que siembre”

Esa cualidad fenológica es omnipresente en la tradición popular y pasa a la literatura, como vemos en Fray Luis de León, en su Oda al licenciado Juan de Grial, anunciando el invierno:

“...Ya el ave vengadora

Del Íbico navega los nublados

Y con voz ronca llora,

Y, el yugo al cuello atados,

Los bueyes van rompiendo los sembrados

 

El carácter colectivo y organizado de la migración de las grullas, su formación de vuelo en V, sus gritos comunicativos y su comprensión del tiempo, bastante precisa, impresionaron a los antiguos. Aristóteles incluye a las grullas en su lista de animales sociales, declarando que actuaban con un propósito común bajo la dirección de un líder.

Las grullas parecen mostrar también muchos signos de inteligencia. Migran a grandes distancias y vuelan a gran altura para poder observar la lejanía; y si ven nubes o mal tiempo por delante, bajan y hacen una pausa en su viaje. Además, tienen un líder y otros que se encargan de hacer señales, volando al borde de sus rebaños para ser oídos por todos. Y cuando se posan, los demás duermen con la cabeza metida bajo el ala y de pie en cada pie, mientras el líder vigila con la cabeza descubierta y si ve algo lo señala con un grito.

Aristóteles, Historia de los animales

 

Sin embargo, afirma erróneamente que las grullas que vuelan en formación se apoyan en sus compañeras durante el vuelo, y esto, junto con las ideas extravagantes sobre las grullas guardianas, fue repetido por autores posteriores, como Plutarco. Otra serie de relatos surgieron en torno a la idea de que las grullas tragaban piedras como lastre durante su migración, algo que Aristóteles negaba.

En la vida monástica medieval la grulla es un símbolo de vigilancia, buen orden y lealtad. Ello deriva de los algunos hábitos legendarios ya mencionados. Primeramente, de su vuelo en formación, indicador de una vida recta sometida a la Regla (Hugo de Foulloy, De avibus, XLIV):

Grues cum de loco ad locum transvolant ordinem procedendi volando servant. Illos autem significant qui ad hoc student ut ordinate vivant. Cum autem ordinate volando procedunt, ex se litteras in volatu fingunt: illos autem designant qui in se  Scripturae praecepta bene vivendo formant.

(Cuando las grullas vuelan de un lugar a otro mantienen una formación de vuelo. Simbolizan, además, a quienes se esfuerzan por vivir según la Regla. Además, cuando vuelan en formación, forman letras con sus cuerpos mientras vuelan: así, denotan a aquellos que por medio de una vida recta forman en sí mismos las enseñanzas de la Escritura)

Además, era creencia que, de noche, todas se reúnen en círculo alrededor de su rey; algunas, mientras, vigilan, sin que les esté permitido el sueño: se mantienen sobre una sola pata mientras la otra, levantada, sostiene una piedra; si se adormecen y dejan caer la piedra sobre la otra pata, se despiertan y reinician la vigilia. Es una versión de la "siesta de los jesuitas", que se dormían sentados con una cucharilla en la mano y, cuando ésta se dejaba caer, se despertaban y la siesta se daba por terminada (esos jesuitas, siempre tan vigilantes...). Esta idea viene de la Historia Natural de Plinio el Viejo, como de él proceden muchas otras ideas míticas sobre el comportamiento de los animales que alimentarán la zoología hasta la época contemporánea.


A la izquierda, Bestiario de Oxford, Bodleian Library, fol. 062r. Se ven las grullas dormidas vigiladas por la que sostiene una piedra. A la derecha, jerogífico de P. Valeriano en su Hieroglyphica (1556), con una grulla volando con la piedra, que representa la Prudencia

El Bestiario del Amor (Richard de Fournival, 1245) insistiendo en estos aspectos, las alaba como ejemplo a seguir:

Como las grullas, elevar el vuelo a las regiones superiores, obedecer la voz de los superiores que velan por la seguridad común y combaten la influencia de los espíritus infernales.

La asociación de la grulla con la vigilancia, en un sentido religioso, moral o militar, ha sido la causa de su uso habitual en la formación de patronímicos y en la heráldica: los linajes y apellidos alemanes  Wachter (vigilante), Krahn, Krammer, Krane, Krehn, Krohen, Wachau, Wacker, Karajan..., los ingleses Cramer, Cran..., los holandeses van Cranevelt, Crohn, Cronmann..., el italiano La Grua, el francés Veillon de Beauregard (los franceses lo dicen más bonito: buen mirar) y así cientos de apellidos y topónimos referidos a la grulla.


Dos grullas vigilantes en la heráldica. A la izquierda, escudo de la comuna de Vaux-et-Chantegrue, en Borgoña. A la derecha, escudo de la familia Karajan

Sus grandes y ruidosas bandadas son un recurso común en Homero, Hesíodo, Aristófanes, Plutarco, Cicerón... La primera referencia literaria la encontramos en Homero: en la Ilíada se las compara con las innumerables tribus aqueas, que desde naves y tiendas acuden a la llanura escamandria, convocadas por Agamenón:

Como innúmeras bandas de aves de rápido vuelo, como gansos o grullas o cisnes de cuello muy largo, que, chillando, en los prados de Asio se posan, a orillas del Caístro y, de aquí para allá, de sus alas se muestran ufanosas y bajo sus gritos resuenan los campos

Virgilio, en su Eneida, que tanto -demasiado- sigue a Homero, para ilustrar el grito de júbilo y alborozo de los teucros, inserta el símil de las grullas:

 Quales sub nubibus atris Strymoniae dant signa grues atque aethera tranant cum sonitu fugiuntque notos clarnore secundo

("Como una bandada de grullas de Estrimón, cuando bajo las negras nubes, a una señal dada, surcan ruidosas el éter huyendo del Noto con alegres clamores")

Las grullas se cazaban con distintos fines. El más obvio era el del alimento y las plumas. Virgilio, en las Geórgicas, se refiere al invierno como la estación propicia para atraparlas, y Antípatro, en la Antología Griega, habla de cogerlas por el cuello como mejor método de captura. Varrón menciona a las grullas entre las aves mantenidas en los viveros por los terratenientes romanos, y Plinio, en un catálogo de prácticas crueles, cita la costumbre de cegarlas, cosiéndoles los ojos, para que puedan engordar en la oscuridad (como las pulardas...). Dice también que las grullas se habían puesto de moda para la mesa, aunque la receta que da el gastrónomo Apicio (De re coquinaria) sugiere que se valoraba más por su impacto visual que por su sabor. Horacio, en una sátira, describe una cena especialmente ostentosa:

Entonces los sirvientes entran, llevando en una enorme bandeja

los miembros desmembrados de una grulla, bañados en sal y harina




Relieves de la mastaba de Ti, Saqqara, V dinastía. En la primera imagen pueden verse grullas “pastoreadas”; en la segunda, son cebadas; la tercera es el calco del segundo relieve.

Como con los gansos y los patos, los egipcios criaban grullas para alimentarse. Se las representa en corrales, donde se las alimenta a mano. En la escena de la mastaba de Ti, dos hombres meten la comida en los picos de las grullas y parecen sujetarlas por el cuello, aunque es posible que las estén masajeando la garganta para obligarlas a tragar (¿una versión egipcia del foie gras?). Los beduinos del desierto occidental de Egipto siguen comiendo grullas y las consideran un gran manjar. Las grullas también eran adecuadas como ofrendas alimenticias a los dioses, y Ramsés III mostraba una especial predilección por donar estas aves al templo de Amón en Tebas.

Siendo la caza y la música formas de recreo ligadas al solaz de los grandes nobles - si hacemos caso a los tratados renacentistas sobre la vida de los cortesanos -, no era extraño que fueran juntas. Sabemos que los músicos estaban presentes en las monterías y puede que en uno de esos libros que llevaban a las cacerías para cantar las glorias cinegéticas de sus señores estuviera el manuscrito de esta pieza sobre las grullas que compuso Pedro de Pastrana (1495-1563), uno de los grandes polifonistas del Renacimiento español. Su título es onomatopéyico y su letra es como sigue:

“Gru, gru, gru, gru”.

- ¡Ah, Guillardo!, qu’es nuestr’amo.

- Escucha, mira las grullas 

que pacen en nuestro prado.

“Oxe, oxe, oxe, oxe”.

- Hija, no las espantes.

- Ya os espero.

- Pues tira por ese otero.

Ponte tras aquel tocón.

- ¡Oh!, ¡qué levantadas son!


 

"Gru, gru, gru, gru". Obra de Pedro de Pastrana, interpretada por el grupo SEMA, en su disco "Ramillete de cantigas, villancicos, ensaladas, romances, pavanas, glosas, tonos e otros entretenimientos", 1987

 Se decía que el vuelo de las grullas había inspirado la invención del alfabeto. Lucano afirmaba que dibujaban figuras al azar hasta que un golpe de viento las desordenaba, pero en De Avibus se dice que vuelan siguiéndose en el orden de las letras (ordine litterato). Según las Fábulas de Cayo Julio Higinio (64 a.C.-17), responsable de la biblioteca del Palatino en tiempo de Augusto, Mercurio inventó algunas letras del alfabeto observando a las grullas, que forman letras en su vuelo.

Dos son las historias relacionadas con las grullas que más literatura han hecho correr desde el mundo antiguo. Una es la de Íbico (Ἴβυκος), poeta lírico griego de la Magna Grecia que vivió en el siglo VI a. C. La historia de su muerte es así relatada: mientras estaba en Corinto, el poeta fue mortalmente herido por unos ladrones. La enciclopedia bizantina Suda (siglo X), en su biografía del poeta, dice:

Ibycus: hijo de Phytius (…). Capturado por bandidos en un lugar desierto, declaró que las grullas que pasaban volando por encima serían sus vengadoras; fue asesinado, pero después, uno de los bandidos vio unas grullas en la ciudad y exclamó: "¡Mira, los vengadores de Ibycus!" Alguien escuchó y concluyó de sus palabras: el crimen fue confesado y los bandidos pagaron la pena; de ahí la expresión proverbial, "las grullas de Ibycus".

Las grullas de Íbico se han vuelto así proverbiales como vengadoras (así, el poema de Fray Luis expuesto más arriba) y se habla de “testigos de Íbico” para caracterizar un testimonio imprevisto que acude en auxilio de la justicia en el último momento.

La leyenda podría derivarse simplemente de un juego o una confusión entre el nombre del poeta y la palabra griega para el pájaro ἶβυξ (el ibis). El extraordinario relato de la Suda sobre la muerte del poeta se encuentra en otras fuentes, como Plutarco (De garrulitate, del parloteo), que lo expone como ejemplo de hablar lo que no se debe.

Al ser examinados y condenados, sufrieron un castigo condigno, aunque no delatado por las grullas, sino por la incontinencia de sus propias lenguas, y por una vengadora Erinnys que se cernía sobre sus cabezas y los obligaba a confesar el asesinato.

Más tarde inspiró a Friedrich Schiller una balada llamada "Las grullas de Íbico", donde se muestran como seres terribles. Cantan las grullas:

¡Ay, ay, ay de aquel que ocultamente
Ha cometido el acto del asesinato vil!
Sobre sus mismas suelas nos cerramos,
Lo oscuro de la carrera más espantosa de la noche.
….......

Así que nunca nos cansamos, a él lo seguimos, el
arrepentimiento nunca puede apaciguarlo,
a él una y otra vez hasta la Sombra acosamos
y ni siquiera allí le damos alivio".

Monumento a Íbico en Reggio de Calabria, su lugar de nacimiento, obra del escultor Michele Guerrisi, 1952

En el año 80 d.C. se celebraron los juegos inaugurales del Coliseo, que acababa de ser construido por iniciativa de Vespasiano y concluido por su hijo Tito. El año anterior, recién iniciado el reinado del último, Roma había conocido un incendio, una epidemia y el Vesubio había arrasado Pompeya, así que los juegos debían ser tan espléndidos que alejaran el mal auspicio que parecía cernerse sobre el emperador y la ciudad. Dion Casio, en su Historia Romana, menciona una venatio (espectáculo que consistía en la lucha con animales) en la que, entre muchos otros combates, “hubo una batalla entre grullas”. ¿Se refería, quizás, a que fue representada la mítica batalla entre las grullas y los pigmeos, la Geranomaquia? Esta es la segunda historia protagonizada por las grullas y tiene múltiples antecedentes en la literatura clásica, empezando por la afirmación de Homero (Ilíada, canto III) de que, en sus cuarteles de invierno, al otro lado de los mares, las grullas se dedicaban a guerrear contra los pigmeos.

Puestos en orden de batalla con sus respectivos jefes, los teucros avanzaban chillando y gritando como aves—así profieren sus voces las grullas en el cielo, cuando, para huir del frío y de las lluvias torrenciales, vuelan gruyendo sobre la corriente del Océano y llevan la ruina y la muerte a los pigmeos, moviéndoles desde el aire cruda guerra—y los aqueos marchaban silenciosos, respirando valor y dispuestos a ayudarse mutuamente.

Puede que la leyenda tenga orígenes egipcios. Los pigmeos (πυγμαῖοι: el término pigmeo significa literalmente "alto de un codo", y deriva su origen de la palabra griega πυγμή -pigmé-, que designa una medida de longitud, el codo helénico, estimada en 31,6 cm.) puede que fueran conocidos por los griegos a través de los mercenarios jonios que sirvieron a los faraones Psamético I y II (entre 663 y 588 a.C.) en sus campañas nubio-etíopes y que, de regreso, llevarían a casa historias exóticas. Este episodio pudo ser tratado por algunos escritores antiguos con un aire de parodia del mundo heroico, una especie de épica burlesca. La apariencia cómica y humorística de los pigmeos contrasta con la esbeltez y elegancia de las grullas. Estos relatos pueden haber pertenecido a la categoría de poemas cómicos, (páignia, παίγνια), atribuidos a Homero, que caricaturizaban las hazañas de los héroes mediante la descripción de combates de animales poco aptos para la guerra, como las ranas y los ratones en la Batracomiomaquia.

Esta historia no fue descartada como absurda por Aristóteles, quien señaló que existían razas de hombres pequeños en las regiones de invernada de las grullas (Περὶ Τὰ Ζῷα Ἱστορίαι, Historia animalium):

Estas aves migran de las estepas de Escitia a las marismas al sur de Egipto, donde el Nilo tiene su origen. Y es aquí, por cierto, donde se dice que luchan con los pigmeos; y la historia no es fabulosa, porque en realidad hay una raza de hombres enanos, y los caballos son pequeños en proporción, y los hombres viven en cuevas subterráneas.

Pigmeo luchando contra una grulla, oinochóe ático de figuras rojas, 430-420 a. C., Museo Arqueológico Nacional, Madrid

Los escritores antiguos, tanto griegos (Esopo, Hecateo, Ctesias o Estrabón, entre otros) como romanos (Plinio u Ovidio) adornan más o menos sus propias versiones, mientras que Ateneo de Naucratis y Antonino Liberalis inventan sus propias explicaciones de las hostilidades hablando de una mujer que se casó con un pigmeo y fue adorada como una diosa por los lugareños, pero fue transformada en una grulla por una celosa Hera.  Antoninus Liberalis (s. III), en sus Metamorfosis, cuenta que Hera había provocado el conflicto entre los pigmeos y las grullas como castigo por un comportamiento irrespetuoso de la reina de los pigmeos:

Entre el pueblo que llamamos pigmeos nació una muchacha llamada Oenoe que era de belleza impecable, pero era desprovista de gracia y prepotente por naturaleza. No le importaban Artemisa ni Hera. Se casó con uno de los ciudadanos, Nicodamas, un hombre bueno y sensato, y dio a luz a un niño llamado Mopsus. Y todos los pigmeos, a los que les gustaba mostrarse amables, le llevaron muchos regalos para celebrar el nacimiento del niño. Pero Hera se enfadó con Oenoe por no honrarla y la convirtió en una grulla, alargando su cuello, ordenando que fuera un pájaro que volara alto. También hizo que surgiera la guerra entre ella y los pigmeos. Añorando a su hijo Mopsus, Oenoe volaba sobre las casas y no se iba. Pero todos los Pigmeos se armaron y la ahuyentaron. Debido a esto se produjo un estado de guerra tanto entonces como ahora entre los pigmeos y las grullas.

Claudio Eliano (c 175-c 235), en su Natura Animalium, relata una historia similar, pero da a la reina de los pigmeos el nombre de Gerana y atribuye el conflicto a su excesivo endiosamiento por haber sido tan honrada por los pigmeos, lo que le valió la envidia de Hera y el castigo de ser convertida en ave. Gerana, enloquecida, haría la guerra a su antiguo pueblo por haberle causado un orgullo tan desmedido.

Una digresión: en una divertida permanencia del tema de los pigmeos tratando a una mujer como a una reina, una película de serie B de 1950, Pygmy Island, con Johnny Weissmuller y Anne Savage, muestra a una tribu pigmea que cuida con adoración a la chica perdida hasta que ésta puede ser rescatada. Es una de las dieciséis películas en que Weissmuller, incapaz de salir de la selva desde que hizo de Tarzán, interpreta al héroe de cómic Jungle Jim.

Los pigmeos aclamando a su “reina” (Anne Savage), en Pygmy Island, 1950, dirigida por William Berke

La Geranomaquia fue muy representada en la pintura griega. La más conocida aparece en el pie del vaso François (ca. 570 a.C.), obra del alfarero Ergótimos y el pintor Klitias, con un grupo de pigmeos montados en cabras luchando contra grullas.



Imágenes sucesivamente detalladas de la Geranomaquia al pie del Vaso François, Museo Arqueológico de Florencia

Fragmento de un altar portátil de arcilla de arcilla corintia (ca. 530-520 a.C.). Un pigmeo ataca a una grulla con un garrote, sujetándola por el cuello

La batalla también aparece claramente en la boca de un aryballos esférico firmado por Nearchos, fechado hacia el 570 a.C., en el que los pigmeos atacan a las grullas con palos.

Aryballos (frasco de aceite), 570 a.C., Metropolitan Museum de Nueva York

Crátera de campana, estilo Kerch, Ática, c. 350 a.C., colección privada. Representa pigmeos combatiendo con grullas

Detalle de una cerámica de figuras rojas procedente de Volterra, s. IV a.C.


Tres representaciones de la Geranomaquia: ánfora de cuello del pintor Epimedes, ático, activo ca. 450-420 a. C. Oinochoe de figuras rojas. Peliké de figuras rojas del siglo IV, Museo de Yalta

Como el tema tuvo tantas fuentes entre los clásicos, lo encontramos en muchos manuscritos y grabados posteriores. En el Libro de las maravillas del mundo (c. 1360), un relato de viajes del explorador medieval Jean de Mandeville, entre los hechos fabulosos que nos cuenta de su hipotético viaje por Egipto y Asia, describe que en Etiopía vive una gente de baja estatura que se enzarza en frecuentes batallas con las grullas:

“De aquesta tierra se va hombre a la tierra de los pigmeos donde son las personas chicas que no tienen sino tres palmos de alto y son gentiles y graciosos; y como son de medio año engendran hombres y mugeres, y no biven sino seys años, y si biven ocho tiénenlo por muy viejo. Aquestas gentes d´esta estatura son buenos maestros de hazer seda y algodón y de otras cosas de que ellos biven; y tienen muchas vezes guerra con las grullas y con otras aves de rapiña que los toman y se los comen”.

 Muchas representaciones son fieles a detalles precisos, como el de los pigmeos montados sobre cabras. En otros, se actualiza para ajustarlo a las formas de guerrear de cada momento. Algunos ejemplos:

Pigmeos luchando con grullas, Jacob van Maerlant, Der Naturen Bloeme. Flandes, c 1350

La lucha de los pigmeos contra las grullas, Robinet Testard, c. 1480, Biblioteca Nacional de Francia

Pigmeos luchando contra grullas. Grabado en madera de 1555 de Olaus Magnus

Un pigmeo luchando contra las grullas. Crónica de Nuremberg (1493)

Grabado de Adriaen Collaert según un dibujo de Jan van der Straet, c. 1596, Museo Británico

Mosaico en el ábside de la iglesia de san Miguel, en Pavía (s. XI), donde se representa un laberinto en uno de cuyos ángulos (a la derecha de la imagen) se ve a un hombre luchando con lo que parece una grulla. Se ajusta a la iconografía habitual de la Geranomaquia. 


(Continuará)





















 












Comentarios

  1. Q bella historia de Aristotélica. Su sorprendente inteligencia y vuelo en formación de estas grullas, su símbologia bíblica y heráldica...
    Pero aquí y ahora yo me pregunto si con todo esto del cambio climático q ya parece realidad..siguen las grullas volando sobre nosotros anunciando el invierno...huyendo del frío y lluvias torrenciales? ...debería ser fácil reconocerlas por su tamaño, q imagino similar a las cigüeñas.

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  2. En España no se reproducen pero son invernantes. Hay información completa aquí: https://atlasaves.seo.org/ave/grulla-comun/

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