CANTORES ATONALES

 

“En la mañana, una voz poderosa, de un frescor, de una limpieza singular, de un timbre agudo de acero, la voz del mirlo resuena, sin el corazón enfermo, sin vejez afligida que pueda impedir la sonrisa.” (Jules Michelet, L’Oiseau)


Un mirlo en un fresco pompeyano, museo de Nápoles

El mirlo es uno de los primeros cantores de la mañana - y del año-, antes, incluso, de que podamos sentir la luz. Su melodía aflautada y calmosa, muy variada y nada repetitiva (“el gran improvisador”, como lo llamaba Messiaen), capaz de dar más de una nota a la vez, se parece poco al del resto de los pájaros con los que comparte la arboleda, que suelen ser más apresurados e inclinados al torrente de notas. Teócrito lo apodó “sagrado” por su canto. El mirlo "produce las más finas guirnaldas de tonos en los que brillan sonidos perlados individualmente, con giros a veces incomprensibles" (Messiaen). Plinio está muy atinado cuando dice que canta en primavera, enmudece en el solsticio de verano y en invierno tartamudea ( cuando sólo se le oye su agudo grito de alarma y su cacareo ocasional).


El canto del mirlo

“La mañana ha roto como la primera mañana

el mirlo ha hablado como el primer pájaro

alabado sea el canto, alabada sea la mañana

alabados sean los recién salidos al mundo”

(Morning has broken, himno de Eleanor Farjeon, con música popular escocesa, cuya versión más célebre se debe a Cat Stevens).


Sello de correos de Suecia con el mirlo, ave nacional de ese país (deben de tocar a un mirlo por cada tres suecos)

Es un ave muy presente entre nosotros y muy visible, especialmente el macho, de un intenso color negro con el pico amarillo (la hembra es parda y menos vistosa). Parece que en los últimos doscientos años el mirlo ha colonizado con éxito las áreas urbanas, procedente de los bosques; los ornitólogos creen que no estaba presente en los parques de Londres hasta la década de 1820 y en algunas ciudades, como Varsovia, el mirlo era desconocido antes de los años sesenta del siglo XX. Su dispersión geográfica ha sido extraordinaria y ya puede considerarse, con todo derecho, un ave de asfalto, un cantor de farola: roba, con gran riesgo por su parte, comida de las colonias gatunas; buscando insectos, voltea las hojas caídas en los parques y explora el césped para sacar lombrices como un ávido comedor de espaguetis.

Pocas denominaciones de aves son tan populares y extendidas en castellano como la palabra “tordo”. Además del color, el habla común lo refiere a casi todos los pájaros negros, desde el mirlo a la chova, pasando por el estornino. También, claro, para lo que ya en latín se llamaba “turdus”: las diversas especies de zorzales, de fisiología muy similar al mirlo, aunque de plumaje diferente. La taxonomía ha limitado el término Turdidae a la familia de mirlos y zorzales, que incluye decenas de especies. A mirlos y zorzales nos limitaremos.

Mirlo en una pintura japonesa sobre seda del periodo Edo (1603-1868)

En la antigua Grecia, al mirlo le dieron distintos nombres, nada familiares para nosotros: Kopsichos, Kottyphos, Kossyphos, Kossykos (κóψιχoς, κóττυφoς. κóσσυφoς, κóσσυκoς). En latín, es corriente que los pájaros tengan nombre femenino, como los árboles, y se le llama Merula, el diminutivo femenino de “merus-a-um”, que significa “solo, puro y sin mezcla” (¿una alusión a la simpleza de su color?): de ahí derivan casi todos sus nombres en lenguas romances. En inglés no han rebuscado el nombre y los llaman, sencillamente, “pájaro negro”, blackbird. Algunos autores medievales lo veían como símbolo de soledad porque su nombre derivaría de “merula volans”, “el que vuela solo”, porque nunca forma grupos.

Ya el mirlo blanco (los hay, sí, ya sea por albinismo o por leucismo) era una fascinación muy antigua. Plinio dice: "Los mirlos nacen blancos en torno a Cilene, en Arcadia, y en ninguna otra parte más ". Y Pausanias corroboraba esa afirmación:

“El monte Kyllene [en Arcadia] también alberga la siguiente maravilla. Los mirlos son enteramente blancos…Hay algunas águilas-cisne, que son tan blancas como los cisnes, que he visto en Sipylos alrededor del lago llamado Tantalus; y se sabe que algunos particulares poseen jabalíes blancos y osos tracios; también hay una raza blanca de liebres libias y he visto ciervos blancos en Roma para mi gran asombro, aunque no se me ocurrió preguntar de qué tierra o isla procedían. Menciono todo esto por los mirlos de Kyllene, no sea que alguien dude de lo que digo sobre su color.” (Pausanias, Descripción de Grecia, VIII)

Arnold Böcklin, Fauno silbando a un mirlo, 1863, Nueva Pinacoteca, Múnich (hay otra versión de la misma obra, de 1865, en el Museo de Hannover). La envidiable indolencia que comparten el fauno y el mirlo, disfrutando de sus propios cantos  

Los romanos, cuyos horizontes eran tan amplios que tenían contacto con casi todos los exotismos naturales del Viejo Mundo, apreciaban, sin embargo, a este vecino tan próximo, pese a que hay pocas alusiones a él (a la alondra le pasó lo mismo, estuvo casi oculta hasta la Edad Media). No ocurre lo mismo con el zorzal, turdus, del que Plinio decía que era un ave de habilidad vocal sorprendente y se cuenta que Agripina tenía uno que repetía lo que le decían.

El canto del zorzal común (Turdus philomelos)

El zorzal, en sus diversas especies que conocemos en Europa (la más común, Turdus philomelos), ha sido uno de los objetivos favoritos de los cazadores, especialmente sus especies visitantes de invierno (el zorzal alirrojo y el zorzal charlo), porque siempre se consideró exquisito y fue un plato habitual en toda la época clásica. Ateneo de Náucratis menciona un breve poema épico atribuido a Homero, titulado "Para los zorzales", llamado así "porque cuando Homero lo cantaba a los niños, éstos le regalaban zorzales", seguramente como pago en especie.

Lámina de Linneo: a la izquierda, zorzal alirrojo (Turdus iliacus), y, a la derecha, zorzal común (T. philomelos), con sus respectivos huevos, 1771-1806

Es sabido que los romanos podían dar lecciones de excentricidad gastronómica a cualquiera. En una sátira, Horacio describe una cena particularmente ostentosa que los invitados no acabaron de apreciar:

“Luego siguen los sirvientes, llevando en una enorme bandeja los miembros desmembrados de una grulla, bañados en sal y harina, y el hígado de un ganso blanco, cebado con ricos higos, y los miembros cortados de liebres, mucho más sabrosos, decían, que si se comen con sus lomos. Luego vimos mirlos servidos con el pecho quemado y palomas sin rabadilla. Verdaderos manjares, si nuestro anfitrión no hubiera insistido en sermonearnos sobretodos sus datos y características. Así que nos vengamos de él, huyendo sin probar nada, como si Canidia [una bruja romana] lo hubiera envenenado con un soplo de su aliento, más mortífero que las serpientes africanas.”

(Horacio, Sátiras II)

Zorzal, Morris’s british birds, 1868 

Los zorzales de diversos tipos eran una presa especialmente común y aparecían regularmente en los menús, pero en un poema se hace una fina distinción entre el tordo y el mirlo, alegando que este último canta mejor:

“De dos trampas, una atrapó a un gordo tordo...

en su lazo de crin de caballo, el otro un mirlo.

Ahora, uno no liberó al gordo tordo...

de las fibras retorcidas alrededor de su cuello

para volver a ver la luz del día,

pero el otro liberó a su sagrada presa.

Así que hay misericordia para los cantores,

amigo mío, incluso entre sordas trampas.”

(Antípatro de Sidón, Antología griega, siglo II a.C.)

 

Galeno vuelve a referirse a la carne de estas aves, lo que debe hacernos suponer que los romanos se comían todo lo que volaba:

“Toda la clase de aves aladas es mucho menos nutritiva que la de los animales terrestres, en particular el cerdo, en comparación con el cual nada es más nutritivo. Pero la carne de las aves es más fácil de digerir, especialmente la de las perdices, los francolines, las palomas y las gallinas. La carne de los tordos, los mirlos y los gorriones, incluidos los llamados "domésticos" que anidan en edificios, es más dura que éstas, y aún más dura es la de la tórtola, la paloma torcaz y el pato.”

(Galeno, Sobre las facultades de los alimentos

Mirlos hembra y macho, de Nederlandsche vogelen (pájaros holandeses) por Nozeman y Sepp (1770-1829)

Debían de ser un lujo accesible -si se nos permite la contradicción- en tiempo de Diocleciano porque un edicto del año 301 (Edictum de pretis rerum venalium), intentando controlar la galopante inflación de la época, estableció rígidos controles de precios sobre una "cesta" de más de mil artículos básicos, entre ellos varios alimentos. El precio máximo de los zorzales se fijó en sesenta denarios por diez pájaros, frente a veinte denarios por diez estorninos y dieciséis por diez gorriones. Así pues, los zorzales se consideraban claramente un alimento selecto, aunque no de acceso prohibitivo, tanto para la gente corriente como para los gourmets, aunque éstos podían encontrar formas más ingeniosas de incorporarlos a los menús. En el Satiricón de Petronio tenemos una vívida imagen en el banquete de Trimalción, una glotonería en la que se presenta a la mesa un enorme jabalí asado relleno de estas aves:

“Tras la incisión, los tordos salieron volando del interior del jabalí. Los cazadores de pájaros estaban a mano con sus ramitas engomadas y mientras los pájaros revoloteaban alrededor del comedor los atraparon en un santiamén. Trimalción ordenó que cada invitado recibiera su parte de la comida.”

Un aro con zorzales listos para la cocina. Mosaico de la ciudad de Thysdrus (Túnez)

El texto de Petronio debió de quedar grabado en el disco duro de la literatura porque siglos después vuelve a encontrase una imagen similar. Un libro de cocina italiano (Epulario) da una receta para un pastel del que debían salir vivos los pájaros cuando se abriera. El libro se tradujo al inglés en 1598, con el título de Italian banquet. Más tarde, John Nott, cocinero del duque de Bolton, describió en 1723 un pastel similar, con ranas de añadidura, que saltaban al ser liberadas de la masa.

Puede que todo ello sea la fuente de una canción infantil del siglo XVIII, Canta una canción de seis peniques, muy célebre en el folklore inglés, cuyos primeros versos dicen:

Canta una canción de seis peniques,

un bolsillo lleno de centeno.

Cuatro y veinte mirlos

al horno en un pastel.

 

Cuando se abrió el pastel,

los pájaros comenzaron a cantar.

¿No era un plato delicado

para poner delante del rey?”

 

Mucha tinta ha corrido para interpretar el significado alegórico de la canción (la teoría más firme es que es una alegoría de los monasterios disueltos por Enrique VIII).

Ilustración de Randolph Caldecott de una edición de “Canta una canción de seis peniques”, 1880

En cualquier caso, la carne del zorzal o de mirlo se ha considerado siempre exquisita, muy delicada, aunque no tanto la del zorzal charlo (Turdus viscivorus), cuya dieta de escaramujos, muérdago y bayas le daba, decían, mal sabor.

Como la alimentación y la medicina suelen ir juntas, los remedios medicinales también se encuentran entre los tordos.

“Una vez, cuando Pompeyo estaba enfermo y no comía, su médico le recetó un tordo para comer. Pero cuando su personal no pudo encontrar ninguno a la venta a pesar de su búsqueda, ya que estaba fuera de temporada para ellos, alguien sugirió que podían conseguir algunos en casa de Lúculo, donde los tenían todo el año. ‘¿Qué?’, dijo Pompeyo, ‘¿Con que si Lúculo no fuera un glotón no podría vivir Pompeyo?’; y no haciendo cuenta del precepto del médico, tomó por alimento otra cosa más fácil de tenerse a la mano.”

(Plutarco, Vida de Pompeyo) 

Alberto Magno afirmaba que un corazón de mirlo, bajo la almohada, revelaba al durmiente todos los secretos. Los médicos medievales aseguraban que su carne producía melancolía (por lo del color negro, suponemos). Otros decían que curaba el dolor de cuello aplicándose aceite en el que se hubiera cocido un mirlo.

 Desde el Medievo, la pesada carga alegórica del cristianismo también ha caído sobre estos pájaros. El Bestiario Mondovi dice que el mirlo canta dos veces al año, como el cristiano, que debe confesarse al menos dos veces.

Un mirlo enjaulado, Ricardo de Fournival, Bestiario del amor,1276-1277, Biblioteca Ste. Génèvieve

El mirlo viajó por los vasos comunicantes que unían el cristianismo y el amor cortés. Para el Bestiario del amor, es símbolo de amante cautivo y del poeta.  Observando la imagen siguiente, no podemos evitar recordar una de las secciones del poema de Wallace Stevens, Trece maneras de mirar un mirlo, (1917):

“Un hombre y una mujer

son uno.

Un hombre y una mujer y un mirlo

son uno.”

Dos amantes ante un mirlo enjaulado, Ricardo de Fournival, Bestiario del amor,1276-1277, Biblioteca Ste. Génèvieve

También es símbolo de la pasión en el debate con el ruiseñor, en el poema del escocés William Dunbar (1460-1520): el mirlo es el placer al servicio del amor; para el ruiseñor, todo amor remite a Dios. El mirlo argumenta a favor de "a lusty lyfe in luves service" (“una vida de placer al servicio del amor”), pero el ruiseñor, que siempre habla después, tiene la última palabra: "All luve is lost bot upone God allone" (“todo amor se pierde excepto puesto sólo en Dios”). El mirlo termina admitiendo los argumentos del ruiseñor y "Than sang thay both with vocis lowd and cleir" (“cantaron ambos con voz grave y clara”).

Este debate entre los pájaros se basa en el proverbio “Young Saint, Old Devil” (“un joven santo hace un viejo demonio”), traducción de otro latino que expresa la misma idea: “Angelicus iuvenis senibus satanizat in annis” (“Un joven angelical con los años se convierte en un demonio”). Este ataque a la santidad en la juventud adopta la forma de una apelación a la ley de la indulgencia: la naturaleza ha hecho que la juventud sea diferente de la edad madura y perturbar este orden natural es moralmente peligroso, de modo que cultivar en la juventud la santidad, que debe reservarse a la vejez, es hipócrita y perverso. El mirlo sugiere que el ruiseñor, en la ternura de sus años, no tiene por qué predicar la santidad. El piadoso ruiseñor responde que el hombre debe buscar el amor de Dios sea cual sea su edad, y el debate termina con la ignominiosa capitulación del mirlo:

“Así dijo el mirlo, ‘mi error confieso;

El amor placentero sólo es vanidad;

La ignorancia ciega me dio atrevimiento’…”

 

San Benito ante el mirlo y, a la derecha, entre las zarzas. Manuscrito val. Lat 1202, Biblioteca Apostólica Vaticana

El color negro le dio conexiones con la oscuridad y el pecado y, por tanto, con la tentación de la carne. Se cuenta que el diablo, en forma de mirlo, se acercó a san Benito mientras oraba, tratando de distraerlo. El santo lo rechazó con el signo de la cruz.

“Un día, cuando estaba solo, el tentador se encontró allí. Un pequeño pájaro negro, comúnmente conocido como mirlo, empezó a revolotear alrededor de su cabeza y a insistir en estar tan cerca de su cara que podría haber sido cogido con la mano, si el santo varón hubiera querido al menos agarrarlo. Pero a la señal de la cruz, el pájaro se fue volando.

Sin embargo, cuando el pájaro desapareció, sobrevino una tentación de la carne tan grande que el hombre de Dios nunca había conocido. La belleza de aquella mujer encendió tal fuego en la mente del siervo de Dios, que la llama del amor apenas podía contenerse en su pecho, y ya, casi vencido por la voluptuosidad, pensaba en abandonar el desierto.

Pero muy pronto, bajo la mirada de la gracia de lo alto, volvió en sí y, viendo cerca un matorral de ortigas y zarzas, se despojó de su manto y se arrojó desnudo en medio de las afiladas espinas y al fuego de ortigas: después de revolcarse en él durante largo rato, salió de él con el cuerpo todo magullado, y gracias a estas heridas de la piel, sacó de su carne la herida del alma, pues la voluptuosidad se traducía en dolor; sufriendo una quemadura externa, apagaba la que ilícitamente le consumía por dentro”

(Gregorio Magno, Diálogos, II)

Bergognone Ambrogio di Stefano (c. 1453-1523), La tentación y la penitencia de San Benito, Nantes, Museo de Bellas Artes. Podemos ver el mirlo en la ventana, luego a la mujer apareciéndose al santo (con los pies de diablo asomando por debajo del vestido); finalmente, a la derecha, el santo se arroja a las zarzas

¿Por qué el agente de la tentación es un mirlo? Quizás ocupa este lugar a título de pájaro negro importunando junto a la cara porque la inspiración diabólica es negra. San Agustín decía que las imágenes vanas revolotean. Este pájaro negro aparece en una miniatura de Herrade de Landsberg (1125-1195), abadesa del monasterio de Mont Sainte-Odile y autora de una enciclopedia ilustrada, Hortus deliciarum (“El jardín de las delicias”), donde el ave vuela junto a la oreja de los magos y poetas mitológicos, considerados representantes de una filosofía engañosa; el texto precisa: “Hi immundis spiritibus inspirati scribunt artem magicam et poetriam, id est fabulosa commenta” (“Estos, inspirados por espíritus inmundos, escriben arte mágico y poesía, es decir, argumentos fabulosos”).

Ilustración del Hortus deliciarum (1167-1185), Philosophia et septem artes liberales (la Filosofía y las siete artes liberales). En contraste, en la parte inferior, fuera del círculo de las artes, están los “poetas y magos”: cada uno tiene un mirlo junto a su oreja, susurrando ideas poco piadosas 

Hugo de Foulloy, en De avibus, dice que san Isidoro da al nombre del mirlo una etimología derivada de medula (“medida”), porque canta y cantar, claro, es medir (así de libremente razonaba san Isidoro sus etimologías).

“El mirlo es un pájaro pequeño pero negro. Significa, además, aquellos a quienes la negrura del pecado mancha. Por su propia voz el mirlo agita la mente a un estado de deleite. Además, indica alegóricamente a aquellos a quienes el deseo carnal tienta por sugestión. [ Aquí repite la historia de san Benito tal y como la relata san Gregorio]…Así que el mirlo en vuelo es una seducción, tentando con placer. Por lo tanto, todo lo que la gente hace para expulsar el placer sensual del mirlo deben volcarse en la mejora de la disciplina siguiendo el ejemplo del bienaventurado Benito, y así a través del dolor corporal sacar la distracción de la mente.”

Siguiendo a Pausanias, menciona los mirlos blancos de Arcadia para decir que los mirlos blancos y negros son como Raquel y Lea en la Biblia, la vida activa y la vida contemplativa. La vida activa corresponde a los mirlos blancos, a Lea, la hermana trabajadora. Se entiende que la vida contemplativa corresponde al mirlo negro: en el tratado de Malaquías de Irlanda (también conocido como Malaquías Hibernicus o de Limerick) sobre los siete pecados capitales (De veneno, publicado en París en 1518) el mirlo es asociado a la pereza (por derivarlo erróneamente con tardus, “lento”), quizá por abuso de tanta vida contemplativa. Vincent de Beauvais hace la misma observación: turdi autem a tarditate vocati sunt (“los tordos son llamados así por su lentitud”) Otros lo asocian a la taciturnitas (el silencio) o a su contrario, la verborrea, según convenga. Existía el proverbio surdior turdo (más sordo – o más tonto- que un tordo).

El mirlo, Arnoullet, 1550-1552, Lyon, ilustración de la obra de Guillaume Guéroult (Blason et description des Oyseaux, 1550). El mirlo inspira al poeta Guéroult la amistad y dice que su muda en invierno representa al cristiano que cambia su modo de vida para para respetar la ley de Dios.

Un mirlo en el bestiario Sra. Ludwig XV, c. 1270, procedente de Flandes, hoy en el Getty Museum, Los Ángeles

Desde el triunfo arrollador del Romanticismo, estas aves adquieren un significado alegre y luminoso. Para Thomas Hardy, en su poema The Darkling Thrush (“El zorzal oscuro”, 1900) es un símbolo de esperanza: al comienzo del año, en un mundo gris y mortuorio (Los rasgos afilados de la tierra parecían ser/ el cadáver saliente del siglo, /su cripta el dosel nublado,/el viento su lamento de muerte), llega la alegría y la inspiración de su canto:

“De repente una voz se elevó entre

Las ramitas sombrías en lo alto

En un canto de vísperas de todo corazón

de gozo ilimitado;

Un zorzal anciano, frágil, demacrado y pequeño,

en penacho erizado de explosiones,

Había elegido así arrojar su alma

Sobre la creciente oscuridad.”

 

Para Hardy, representa un contraste, un cambio de atmósfera:

 

“Alguna bendita esperanza, que él conocía

y yo ignoraba.”

 

Antes hemos mencionado Las “trece formas de ver un mirlo” de Wallace Stevens, trece formas de experimentar la sensación o el deseo de misterio, breves como trece haikus que vinculan al observador con aquello que está más allá de lo observable.

Placa en la Biblioteca Pública de Nueva York, con la sección V de "Trece maneras de mirar a un mirlo", que dice:

“No sé qué preferir,

Si la belleza de las inflexiones

o la belleza de las insinuaciones.

El mirlo mientras silba

o justo después.”

 

Como siempre, Ted Hughes escapa de la visión blanqueante de la naturaleza y profundiza en su violencia, ciega porque no hay sentido trágico. Su poema “Tordos”, describiendo su búsqueda de comida, es uno de tantos dedicados a los animales, lejos de cualquier idealización:

“Aterradores y ágiles, los tordos, en el prado,

acerinos resortes más que vivos: atento

ojo letal, las patas

delicadas, gatillos avizor, con un salto,

sobresalto, estocada, en un instante

dominan y se llevan a rastras algo vivo.

Ni demoras inútiles ni miradas estúpidas

ni suspiros perplejos. Sólo salto, estocada,

en un segundo hambriento.”

 

Parece que, en inglés, la primera vez que aparece la palabra “Blackbird” para referirse al mirlo (antes se usaba el francés “merle”, o ”merule”, derivado directamente del latín; o también “ouzel” o “ousel”, de origen germánico) fue en un manuscrito de alrededor de 1340. Desde entonces, esa denominación tan simple -negada, curiosamente, a los córvidos-, con su carga oscura, estaba destinada a ser trasladada a otros ambientes. Se usó para los esclavos africanos y luego, en el siglo XIX, se aplicó a los trabajadores polinesios (que no eran esclavos, pero casi). Esa simbolización está detrás de la canción Blackbird, compuesta por Paul McCartney e incluida en The White Album (1968) de The Beatles, que fue inspirada por los conflictos raciales en Estados Unidos. El tema, con un acompañamiento muy sencillo (sólo una guitarra acústica y el pie de McCartney golpeando el suelo) incluye de fondo, en el último minuto y dándole más sofisticación, el canto de un mirlo.

Blackbird, The Beatles (1968)

El guitarrista Jeff Beck también compuso su Blackbird (2003), tratando, con sus seis cuerdas, de competir con los más de trescientos motivos, algunos simultáneos, del pájaro que, además, renueva y ajusta durante toda su vida. Una competición destinada a la derrota del hombre.

Blackbird, Jeff Beck (de su álbum You had it coming, 2003)

 Hay otro tema donde el mirlo llega a la condición de interlocutor, de forma que Kate Bush hace todo un dúo con el pájaro, un diálogo, y así el mirlo no es aquí un telón de fondo sino un compañero: se trata de Aerial Tal (algo así como “parloteo aéreo”), una canción escrita por la propia Kate Bush y parte de su álbum Aerial, de 2005. Ella había experimentado con imitar la voz de algunas aves (como la paloma torcaz, relativamente fácil), pero el mirlo fue todo un desafío porque tiene un canto muy complejo.

Aerial Tal, Kate Bush (2005)

"Como si la muerte no existiera, ¿qué puede importarle al mirlo la muerte?, como si ella con su flecha pesada y dura no pudiera pasarle, silba el pájaro alegre, libre de toda razón humana. Y su alegría contagiosa prende en el espíritu de quien oscuramente le escucha, formando con este espíritu y aquel cantar, tal la luz con el agua, un solo volumen etéreo."

(Luis Cernuda, Ocnos, 1942)







 




























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