FUERA PASÉ POR EL TIEMPO, AQUÍ ES EL TIEMPO EL QUE PASA
"Estoy mirando por la ventana en un estado mental ansioso y resentido, ajeno a lo que me rodea, cavilando quizás sobre algún daño hecho a mi prestigio. Entonces, de repente, observo un cernícalo flotando. En un momento todo se altera. El yo melancólico con su vanidad herida ha desaparecido. Ahora no hay nada más que el cernícalo".
Iris Murdoch, La soberanía del bien
En la cita que encabeza esta entrada, Iris Murdoch reflexiona sobre el poder transformador de la atención, en este caso la atención al mundo natural. La suspensión del tiempo y de las contingencias parece deberse a la capacidad de asombro ante el esplendor de algo tan insignificante como un ave. Aquí, el cernícalo es el que diluye la frontera entre lo que pasa fuera y lo que pasa dentro de uno mismo. Ese asombro también puede producir lo contrario, que el ave marque la separación entre el discurrir del mundo y el discurrir de la experiencia interna. Como un puente, une y a la vez hace evidente la distancia. Esta divergencia ha sido descrita en numerosas ocasiones como una analogía de lo trascendente.
Se
atribuye al entorno del monasterio de Leyre una leyenda del siglo IX en la que vemos al abad
Virila saliendo a dar un paseo, meditando sobre la eternidad de Dios. Oyendo un
ruiseñor, se queda absorto hasta dormirse al pie de un árbol. Ya de noche,
despierta y regresa al monasterio. Pero, cuando le abren, nadie lo conoce.
Consultados los viejos documentos de la abadía, logra saberse que, trescientos
años atrás, hubo un abad llamado Virila que desapareció misteriosamente.
Entonces, se abre la bóveda de la iglesia y aparece el pájaro con el anillo
abacial y se lo impone a Virila mientras se oye la voz de Dios: “Virila,
piensa que han pasado trescientos años en un momento; imagina cómo será la
eternidad a mi lado”.
Esta historia parece un tópico recurrente en el ámbito monástico medieval, muy repetida con distintas variantes y como una forma, más o menos estereotipada, de ilustrar la difícil concepción de lo eterno, así como la necesidad mística de hallar el fondo espiritual de uno mismo a través del mundo creado: Meister Eckhart decía a sus monjes que tenían que salir para encontrar el camino de vuelta: si non te cognoveris te, egredere ( si no te conoces, sal).
Muy parecida es la historia de Yves, un
monje bretón que, cuando fue a buscar leña al monte, se quedó embelesado con el
canto de un pajarillo, al que siguió todo el día. Cuando regresó al monasterio, los monjes no
le reconocieron. Mucho tiempo después, se encontró en unos documentos que
trescientos años hubo en el lugar un monje que se había perdido para siempre y
cuyo detalles coincidían con los de Yves.
Pero la más conocida es la historia de Ero,
fundador del monasterio de Armenteira, que está narrada en una de las Cantigas
de Alfonso X: paseando el monje por los alrededores el cenobio y encandilado
por el canto de un pájaro, se queda dormido y, al despertar y regresar al
monasterio, le abren la puerta monjes que no conoce, ni ellos a él. Al
descubrirse todo lo sucedido, dice la cantiga que todos entonaron: “¡Nunca
tan gran maravilla como Deus fez polo rogo de sa madre Virgen santa de gran
prez!”.
Estos mitos repetidos, quizá de origen pagano y después
cristianizados, muestran una curiosa relación entre el sueño y la santidad, como se ve ya en la leyenda de los Siete Durmientes de Éfeso, dormidos
beatíficamente para resistir a la obligación impuesta por el emperador Decio de
sacrificar a los dioses paganos, y despertados oportunamente, casi doscientos años después, durante el reinado de Teodosio II, para que éste pudiera proclamar la evidencia de la resurrección de los muertos. Incluso, fuera del ámbito religioso,
Washington Irving hizo pasar por un trance parecido a Rip van Winkle quien,
aunque no era un santo, era un alma cándida, más cercano a la contemplación
embobada que a los trabajos y preocupaciones de lo mundano.,
Los Siete Durmientes de Éfeso, Códice del siglo XII, Fundación Bodmer
Pero lo que nos interesa es el papel de las aves en estas
leyendas monacales. En ellas parece verse una proximidad a lo divino, al
éxtasis de la visión de la eternidad de Dios. “Los pájaros -escribe
Alberto Magno – cantan más que otros animales debido a la ligereza de su
espíritu”. El término que emplea –levitas- tiene un significado
amplio: es veleidoso, pero también alude a un estado de pureza e inocencia. Esa
proximidad a lo espiritual se refuerza con la variedad de sus cantos, que no
hacen más que exponer su condición de portadores de un conocimiento secreto,
como secreto es su lenguaje. Alberto Magno parece relacionar el origen de la
música con el canto de las aves y con la armonía universal. La vía
contemplativa, libre de las obligaciones de la vía activa, puede
conducir a la conciencia de la Creación como muestra de la perfección de Dios.
La música reúne la deductio aristotélica (la percepción de la armonía
universal, que es una operación intelectual) y la delectatio, accesible
a cualquiera. Nicolás Oresme (siglo XIV) concibió la música como expresión de
la armonía de los elementos, la música de las esferas como música celestial: “provoca
un transporte tan grande que los que están inmersos apenas pueden separarse...”. Según el ciclo artúrico, ¿no era Perceval, criado por su madre en la profundidad del bosque, conocedor del lenguaje de los pájaros, algo reservado a aquellos que alcanzarían el conocimieto superior? Así, el canto del pájaro, supuesta la condición de beatitud del oyente, parece
ser un puente entre el mundo corporal y el espiritual, como la música de
Francisco Salinas lo era para Fray Luis de León:
¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
(Fray Luis de León, Oda a Francisco Salinas)
En la Navigatio sancti Brandini (san Brandán o san
Borondón), un santo irlandés del siglo VI que llevó a cabo viajes fantásticos,
se describe una isla boscosa y florida (Paradisus Avium, el Paraíso de los
pájaros), una especie de Purgatorio en el que se posaban infinidad de aves
que eran, en realidad, ángeles que fueron neutrales en la lucha contra Lucifer.
Uno de ellos anuncia al santo y a los catorce monjes que lo acompañan que deben
peregrinar durante siete años, un viaje tan espiritual como espacial. Cada uno
de esos años repiten el mismo periplo, que incluye un regreso a la isla de los
pájaros en cada Pentecostés (” ...que por mayo, era por mayo…”, cantaba el Romance del prisionero).
Él viajó de
nuevo una gran distancia hasta el mar y pronto vio una extensa tierra alta y
brillante. Todos, sin miedo, se apresuran a descender. Un árbol tan
blanco como el mármol se erguía alto, las hojas moteadas de rojo y
blanco. Se elevó a las nubes y sus ramas eran tan tupidas que oscurecían
la luz del día. Todas las ramas estaban cubiertas de pájaros blancos:
nadie había visto nunca unos tan hermosos. Asombrado, Brendan oró a
Dios. Inmediatamente un pájaro bajó y le dijo al Padre: “Somos ángeles y vivimos en el
cielo. Pero estábamos al servicio del Orgulloso y seguimos sirviéndole
cuando se convirtió en el Traidor. Por eso hemos sido expulsados del Reino de Dios. No éramos culpables y Dios nos dio este
respiro. Nuestro único castigo es no vivir más en su Gloria”. Luego, el pájaro regresó a la copa del
árbol. Al caer la noche, todos los pájaros comenzaron a cantar una melodía
potente y melodiosa.
San
Borondón y sus monjes en su periplo
El
árbol, la fuente que lo nutre, el carácter retirado de la isla, los pájaros y
la música indican que nos encontramos en un locus amoenus, un lugar en el que Ero o Virila podrían haber pasado sus tres siglos y un tema común
a la literatura desde la Antigüedad hasta el mundo moderno. Aunque Gonzalo de Berceo, menos místico, no pierde el sentido del tiempo, también disfruta de ese "logar tan deleitoso" gracias a los pájaros:
| |||||||
...Pero tú no naciste para la muerte,
¡oh, pájaro inmortal!
No habrá gentes hambrientas
que te humillen;
la voz que oigo esta noche
pasajera, fue oída
por el emperador, antaño, y
por el rústico;
tal vez el mismo canto llegó
al corazón triste
de Ruth, cuando, sintiendo
nostalgia de su tierra,
por las extrañas mieses se
detuvo, llorando;
el mismo que hechizara a
menudo los mágicos
ventanales, abiertos sobre
espumas de mares
azarosos, en tierras de hadas
y de olvido.
¡De olvido! Esa palabra, como campana,
dobla
y me aleja de ti, hacia mis
soledades.
¡Adiós! La fantasía no
alucina tan bien
como la fama reza, elfo de
engaño.
¡Adiós, adiós! Doliente, ya
tu himno se apaga
más allá de esos prados,
sobre el callado arroyo,
por encima del monte, y luego
se sepulta
entre avenidas del vecino
valle.
¿Era visión o sueño?
Se fue ya aquella música.
¿Despierto? ¿Estoy dormido?
¡Que poco tiempo destinamos a la contemplación de la naturaleza! y, sin embargo, es en esos momentos reflexivos donde más se potencia el desarrollo de nuestra capacidad de asombro. No es extraño que el tiempo se detenga en esos momentos. Es la rapidez con la que vivimos la que hace que el tiempo vuele.
ResponderEliminarMientras leía el artículo, me venía a la cabeza la afición de mucha gente a tener pájaros cantores enjaulados cerca de ellos, para escuchar sus cantos. Nunca me gustó, porque me da mucha pena que no estén libres, pero ahora pienso que, a quienes lo hacen, quizás le lleve a ello , aún si ser conscientes, el deseo de establecer ese puente entre lo espiritual y el mundo corporal.
Qué preciosidad, Alfonso. Me ha llegado indirectamente una reflexión de Juan Mayorga que cito de oidas:"El pasado no está detrás; está dentro". La he hecho mía y la confirmo de nuevo con tu entrada y el viaje al que nos llevas por estos "lugares deleitosos". Lugares que tan al alcance tenemos y en los que siempre "se quedarán los pájaros cantando"...
ResponderEliminarVeo, Alfonso, que caes en la tentación de adentrarte en mis dominios. Alberto Magno, Aristóteles... Tu saber no tiene límites.
ResponderEliminarComo contrapunto, casi en contradicción directa con la cita de Maister Eckhart, te dejo otra cita famosa del de Hipona: “Noli foras ire, in te ipsum redi, in interiore homine habitat veritas; et si tuam naturam mutabilem inveneris trascende et te ipsum.” (De vera religione C. 39, 72.)
No quieras salir de ti, permanece en tí mismo, en el interior del hombre habita la verdad; y si encuentras tu naturaleza perecedera, trascendete a ti mismo.
Ya que entramos en filosofías... Si nos ponemos hegelianos, ambas posturas son la tesis y la antítesis, el extrañamiento y el reencuentro destinados a la síntesis de la superación de uno mismo.
Tienes razón, me acordé de esa cita de san Agustín ( que mi profesor de filosofía de COU nos copió en la pizarra) cuando puse la de Eckhart. Está muy bien traído lo de Hegel, pero si uno es la tesis y lo otro la antítesis, ¿dónde está la síntesis? Sin duda, en el cernícalo. Gracias, Jesús.
EliminarComo veo hay competencia de Pilares, me identifico como PT.
ResponderEliminarCon todos mis respetos, no voy a competir con vuestros eruditos vuelos.
Solo os diré que reconocí, después de leer esta entrada y escuchar la belleza de las cantigas, que no me cabe ya ninguna duda de que una pareja de cernícalos llegó a anidar, en la primavera 2019, al lado de nuestro balcón, para llamar poderosamente nuestra atención y sacudir nuestras dañadas vidas.
Cada día y casi sin querer, ya ellos se convirtieron en algo importante.
Aquellos bebés polluelos, pronto tan grandes como su madre, se colocaban en cuidadosa fila, mirándonos cercanos, con apreciada curiosidad, sin miedo….( tal vez conocedores del respeto y cuidado que siempre tuvimos para observar sin molestar, pero sin parar de contemplar ese milagro de verlos crecer cada día hasta su vuelo)
Quiero creer que esta dilatada atención trajo un mensaje de cambio y renovación a nuestras vidas.
Tengo que añadir la belleza de su discretos silbidos ( de los adultos) y su característico vuelo planeando ( a diferencia del aleteo acostumbrado de palomas) la vigilancia y sustento de sus crías.
Y algo muy bueno que logramos desde entonces ….que desaparecieron las palomas que tanto guarreaban nuestros balcones!!