DE LA SENCILLEZ Y LA PUREZA

 Vaya, palomas en la hierba

Gertrude Stein


Paloma de la cultura Cícládica, 2700-2300 a.C., George Ortiz Collection

En contraste con el título de esta entrada, para nosotros, los urbanitas del presente, la paloma es una molestia en nuestros aleros, más sucia que pura, más vecina enojosa que compañera, casi una plaga. La reputación de la paloma, pese a no ser un ave nocturna ni vivir en las cloacas, absorbe la imagen de la rata como animal de alcantarilla, el villano de la fauna. Con el tiempo, ha pasado a ser "un lobo con piel de cordero": amigable, encantadora, pero, en el fondo, una amenaza. Es curioso que a fines del XIX, el malo de la ciudad era el gorrión, al que se veía como usurpador del espacio que correspondía a la paloma, hasta el punto de que la ciudad de Nueva York, al menos desde 1886, pagaba por cazarlos, mientras las palomas estaban protegidas. Pero pronto la imagen de la paloma fue cambiando en aras del higienismo moderno, con sus exageraciones incluidas, y cualquier método parecía bueno para exterminarlas. Tom Lehrer, un cantante satírico, escribía esta canción en 1959:

Todo el mundo está en armonía,

en una tarde de primavera, 

cuando envenenamos palomas en el parque.

Todos los domingos nos verás

a mi novia y a mí

mientras envenenamos palomas en el parque.

Las matamos a todas entre risas y alegría,

excepto a las pocas que nos llevamos a casa para experimentar...


La extensión de un punto de vista epidemiológico las convirtió en una amenaza definitiva, al grito de "¡guerra a las palomas!". Nueva York fue una ciudad pionera en esta cuestión y, así, el director de su departamento de Parques y Jardines, en los años sesenta, fue el primero en usar la expresión "ratas con alas" que, por escrito, aparece por primera vez en el Times, en 1979. La metáfora triunfó. En la película de Woody Allen Stardust Memories (1980), se consolida. El personaje de Allen -Sandy-, en medio de una conversación con su novia Dorrie (Jacqueline Bisset) reacciona ante la entrada de una paloma por la ventana:

Dorrie: Qué bonita, ¡una paloma!

Sandy: No, no es nada bonita. Son ratas con alas

D: Son maravillosas. Probablemente sea un buen presagio. Nos traerá buena suerte.

S: No, no. Sácala de aquí. Probablemente sea una de esas palomas asesinas.

La etiqueta se ha extendido después  a una amplia variedad de aves urbanas: gansos, córvidos, gaviotas, estorninos...una fauna que nos habla de la movilidad de las fronteras entre naturaleza y cultura.

Miguel Gullén, Bestiario imaginario urbano

Pero como las otras aves que conviven desde antiguo con el hombre (gorriones, golondrinas…), ha sido uno de los más primitivos y poderosos símbolos aviarios.

La paloma, habitante de las viviendas humanas, en el Bestiario de Oxford, Biblioteca Bodleiana

Para Aristóteles, la paloma, περιστερá (peristerá), era una imagen de afecto conyugal y castidad, aunque era un atributo de Afrodita y, como tal, se la asoció con el amor erótico. Hay evidencias de antiguos cultos en las islas del Egeo (en Seriphos y en Siphnos). Entre los griegos, su nombre era usado como epíteto para esposas y amantes; entre los poetas latinos, columba era un término afectuoso, como lo ha sido hasta hoy mismo. En el Cantar de los Cantares es un epíteto recurrente para referirse a la belleza (“Tus ojos son palomas de serenidad y gracia”).




A la izquierda, anverso y reverso de una moneda de Siphnos, siglo IV a. C. A la derecha, moneda siciliana de 410-400, con Afrodita sosteniendo una paloma y con Eros a sus pies

 

Su asociación con el amor y la fidelidad hizo fácil su desplazamiento, en la simbología cristiana y a despecho de sus connotaciones venusinas, hacia la inocencia y la castidad, la pureza y la paz, atributos que ya se remontan al Talmud. Así, la paloma del arca de Noé y, por supuesto, el Espíritu Santo, ya sea en el bautismo de Cristo, en la representación de la Trinidad y en la Anunciación, donde es el nexo entre Dios y la Virgen, el tercer personaje en esa conversación, vehículo de la Encarnación, portador del mensaje divino: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc. 1,35). Para Tertuliano, el templo cristiano es “la casa de la paloma”. En fin, la paloma es el sello de lo sagrado y expresión kratofánica de la luz, es decir, del poder de la luz divina. Wolfram von Eschenbach, poeta alemán del siglo XIII, al retomar la leyenda del Santo Grial, dice que éste no es un cáliz sino una piedra preciosa (lapis exillis) capaz de proporcionar la eterna juventud e impedir la muerte del que se encuentre en su presencia; para renovar su poder, Dios envía una paloma que, cada Viernes Santo, desciende del cielo y posa sobre la piedra una hostia.


Castle Frome,R.U., pila bautismal normanda con el Bautismo de Cristo, 2ª mitad XII


Ilustración de Bible beasts and birds, serie de dibujos de Mrs. Hugh Blackburn, 1855: la paloma llegando al Arca de Noé


Piero della Francesca, Anunciación del Políptico de san Antonio (c. 1460-70), Galleria Nazionale dell'Umbria 

La paloma aparece en las catacumbas con significados varios: a veces, representa el alma que abandona el cuerpo del cristiano, saliendo de la boca del mártir agonizante. Según el relato de Prudencio (348-405), en el momento de la muerte de santa Eulalia, martirizada en Mérida en tiempos de Diocleciano, una paloma blanca salió de su boca y voló hacia el cielo. Aunque en este cuadro de Waterhouse hay muchas palomas, vemos al fondo, entre los cristianos que se duelen, a un niño que apunta hacia una que se eleva, símbolo del alma de la santa. 

John William Waterhouse, Santa Eulalia, 1885, Tate Britain


Las palomas bebiendo se interpretan como símbolo eucarístico. Fueron también emblema de Cristo entre los primeros cristianos y símbolo del candor y la sencillez de corazón (“Sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”. Mt. 10,16). 


Dos palomas beben en un mosaico del mausoleo de Gala Placidia, en Rávena 


En la Edad Media, sobre todo hasta el siglo XIII, todo animal es un animal moralizado, una alegoría que exige leer spiritualiter, espiritualmente. Hugues de Foulloy (c.1100-1173), prior de Saint-Laurent-au-Bois, escribió un tratado sobre el simbolismo de las aves, De Avibus. Fue una obra muy extendida en su época, si juzgamos por las ciento veintiocho copias manuscritas que se conservan en todo el mundo. El gran interés por este tratado proviene de su valor didáctico para los monjes menos instruidos, usando el tema de las aves como soporte de enseñanza y cuyo texto va acompañado de ilustraciones destinadas a reforzar su contenido (ut scriptura, pictura). Su dedicatoria, al comienzo de la obra, así lo indica: 

Con muchas ganas de cumplir tu deseo, querido amigo, decidí pintar la paloma cuyas alas son plateadas y en la parte baja de la espalda el color del oro pálido (Sal. LXVII, 14), con una pintura, para edificar la mente de los simples, de modo que lo que su intelecto sólo con dificultad pudo asimilar con la mirada del espíritu, al menos lo pueda discernir con los ojos del cuerpo [ …] Por eso, para ti que te dan las plumas de la paloma, tú que huiste del mundo para quedarte y descansar en la soledad, tú que no procrastinas como el cuervo que grita cras, cras, pero tú, contrito, gimiendo como la paloma, por ti te digo, no sólo representaré a la paloma, sino que también pintaré alrededor de ella […] Por eso he puesto la paloma al comienzo de esta obra, porque la gracia del Espíritu Santo está siempre lista para el penitente; y se obtiene la remisión sólo por gracia.  


Imágenes de la paloma en el prólogo de De Avibus y su explicación 

La elección de la paloma para comenzar su tratado no es casual porque el simbolismo cristiano de la conversión da un lugar preponderante a esta ave y, en los textos monásticos, la vocación misma a menudo está representada por una paloma: en el prólogo de la obra, Hugues también dice que el monje Rainier, al que la dedica, recibe “las plumas de la paloma”, es decir, el hábito religioso, del que tendrá que demostrarse merecedor. 

La paloma está, pues, en el centro del universo cristológico, en el ojo de todas las significaciones, paganas y cristianas, entre una inextricable maraña de alegorías una y otra vez recicladas y, como integrándolas, la paloma se resigna, casi confundida, a su papel de encrucijada entre un laberinto de símbolos, como en esta obra de Pérez Villalta.


Guillermo Pérez Villalta, Vísperas de Pascua, 2000


A Emmanuel Kant, hombre de una época bien distinta a la del apogeo del simbolismo cristiano, le vino como anillo al dedo el carácter espiritual de la paloma para llevar su candidez al terreno de la ingenuidad filosófica cuando recurrió a ella, en su Crítica de la razón pura (1781), para ilustrar su oposición al platonismo:

La ligera paloma, que siente la resistencia del aire que surca al volar libremente, podría imaginarse que volaría mucho mejor aún en un espacio vacío. De esta misma forma abandonó Platón el mundo de los sentidos, por imponer límites tan estrechos al entendimiento. Platón se atrevió a ir más allá de ellos, volando en el espacio vacío de la razón pura por medio de las alas de las ideas. No se dio cuenta de que, con todos sus esfuerzos, no avanzaba nada, ya que no tenía punto de apoyo, por así decirlo, no tenía base donde sostenerse y donde aplicar sus fuerzas para hacer mover el entendimiento. 

Antonio Machado, con humor, recuerda a Kant en sus Proverbios y Cantares, donde contrasta la ligereza de la paloma y sus elevadas aspiraciones con la pesada y torpe gallina.

Dicen que el ave divina,
trocada en pobre gallina,
por obra de las tijeras
de aquel sabio profesor
(fue Kant un esquilador
de las aves altaneras;
toda su filosofía
un sport de cetrería),
dicen que quiere saltar
las tapias del corralón,
y volar
otra vez, hacia Platón.

¡Hurra! ¡Sea!

¡Feliz será quien lo vea!

 

Y, claro, Picasso. Recurriremos al tópico de citar al más tópico pintor de palomas, o más bien de la paloma por excelencia, la Paloma de la Paz. No nos detendremos mucho en algo tan explicado: el Congreso Mundial de Partidarios de la Paz, celebrado en París en abril de 1949, le encarga una litografía para su cartel (puede que su hija Paloma, nacida días antes de la inauguración, le deba el nombre al evento). En el Congreso de Intelectuales por la Paz de Varsovia, en 1950, Pablo Neruda certifica el ascenso del dibujo a los cielos de la iconografía política como punta de lanza de la batalla cultural de la Guerra Fría, y lo hace con estas palabras, tan cursis:

“La paloma de Picasso vuela sobre el mundo, nívea e inmaculada, llevando a las madres una palabra dulce, de esperanza, despertando a los soldados con el roce de sus alas para recordarles que son hombres, hijos del pueblo, que no queremos que vayan a la muerte…”

 En ese mismo año y en los siguientes Picasso hace otras versiones, quizá más populares, de ese tema, que había sido habitual en él y al que volverá muchas veces, una vez que pasó a asociársele con el ave en cuestión. La paloma se convirtió en la etiqueta de marca del pintor, un cliché de su presunto compromiso político y un tema al que volvió como un paréntesis en medio de la creación desaforada. Así, durante sus años en Cannes, pintó nueve telas con el tema de los pichones en la ventana, con el mar de fondo.

Dos versiones de la paloma, por Picasso. La de la derecha corresponde al cartel del congreso citado.

Una de las telas de la serie de pichones en la ventana, 1957, Museo Picasso, Barcelona

La tórtola ha tenido un papel similar al de la paloma, han sido aves intercambiables hasta el punto de que es difícil distinguirlas en la literatura. Su pureza parecía afirmarse en la creencia de que esta ave no se emparejaba tras enviudar. Aparece en la presentación de Jesús en el templo, ofrecida como purificación tras el nacimiento. En manos de José, ocupan un lugar discreto, hasta el punto de que desaparecen en algunas representaciones del tema. En esta obra de Rembrandt, José, agachado en la penumbra tras la Virgen, sostiene las dos aves, casi desapercibidas en una obra en la que, como es habitual en el holandés, el protagonismo es para la luz.


Simeón recibe a Jesús en el templo, 1631, Rembrandt, museo Maritshuis

Sin embargo, hay en ella algo de sombrío. San Isidoro, en sus Etimologías, dice de ella que prefiere las tierras yermas. Hugues de Foulloy define su canto como un lamento:

Vox turturis est dolor laesae mentis. Vox turturis designat gemitum cuiuslibet animae poenitentis.

(La voz de la tórtola es el dolor de una mente atribulada. La voz de la tórtola denota el gemido de un alma penitente).

Sus connotaciones no han escapado al arte contemporáneo, aunque haya sido para darles un sentido más siniestro. Este contraste puede verse en esta fotografía de Robert Mapplethorpe, donde la perturbación queda acentuada por la presencia de las tórtolas, que hacen de Patti Smith, con su mirada eléctrica, un ser aún más fatal y oscuro.

Patti Smith, por Robert Mapplethorpe, 1979, Tate Modern

De la Anunciación a Kant, de las almas de los mártires a Mapplethorpe, pasando por Picasso, la paloma y la tórtola, aves de la pureza y la inocencia, han salido de las chisteras de artistas, simbólogos, políticos y apologetas varios para dibujar un arco temporal de encantamientos que ahora nos parecen tan lejanos. Parafraseando a Juan Ramón Jiménez, dan ganas de decir: “No la toquéis ya más, que así es la paloma".

Post scriptum:

La pobre paloma ha tenido que sufrir, y no poco, para poder cumplir con su significado. En enero de 2014, el papa, tras rezar el Ángelus dominical, elevó una petición por la paz en Ucrania, donde se habían iniciado los enfrentamientos que llevarían al cambio político y serían el germen de todos los conflictos presentes. En un acto de conveniente simetría, un niño y una niña soltaron sendas palomas. Los niños (no ucranianos, y aquí le faltó al Vaticano un toque de denominación de origen controlada), más adecuadamente que cualquier provecto cardenal, representarían la inocencia; las palomas eran respetablemente blancas. La multiplicación de ambos factores debía dar como resultado un producto de una pureza a prueba de cualquier crónica. Irónicamente, una vez liberadas, las palomas fueron atacadas por una gaviota y una corneja cenicienta. No sabemos si sobrevivieron, pero este fue el caso de una realidad al encuentro de su símbolo para darle, sangre mediante, la razón.  

Secuencia de los acontecimientos de enero de 2014 en la plaza de san Pedro. Fotografías de Gregorio Borgia, A.P.
















 




















Comentarios

  1. Supongo que esta identificación de la paloma como rata con alas, tiene más que ver con su ubicación en las ciudades, teniendo en cuenta que habitan tejados y huecos de las viviendas y edificios en los que causan destrozos con la acumulación de sus excrementos. Este problema no existía, según yo creo, cuando ocupaban el entorno rural, puesto que muchos pueblos, sobre todo en Castilla, contaban con palomares donde nidificaban al abrigo de la intemperie. Ubicadas en estos bellos recintos , no solo no molestaban, sino que además resultaban aprovechables económicamente como complemento alimenticio, aunque eso no sea lo deseable. Si se instalaran palomares en los parques y zonas ajardinadas de las ciudades, puede que los ocuparan y abandonaran los edificios. El no hacer nada por solucionar el problema, conduce a que se las quiera eliminar por cualquier procedimiento.
    Su imagen como símbolo de la paz está ya instalada en el imaginario del mundo entero y será difícil que cambie. Lo mismo que las tórtolas como imagen del amor. Es bastante común comparar a los novios enamorados con una pareja de tortolitos.

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  2. Qué bueno, Alfonso: "No la toques más, que así es la paloma". Es cierto que es un ave omnipresente en nuestro imaginario. Leía y en mente tenía desde Alberti a Georgie Dann, pasando por innumerables despropósitos escolares a cuenta de la dichosa paloma y el 30 de enero, día de la paz. Descubrirla en otros entornos en tu entrada me ha reconciliado un poco con ella. Esperamos con ganas tu próximo texto.

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  3. https://youtu.be/GuB3f70cYnM

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