PLUMÍFEROS I (por su lado serio)
“Águila
fija parpadeante
Cae
pluma flecha engalanada cae”
(Octavio Paz, Piedra
de toque)
Chris Maynard, escultura hecha con pluma de pavo
Nada hay más necesario para el ave ni más frívolo para el ser humano, pero la pluma en el cuerpo del pájaro y la pluma como ornamento del hombre tienen en común la sofisticación de su diseño. Los caminos de la evolución han producido todo tipo de fantasías para cubrir a las aves y las necesidades culturales del hombre no han sido menos refinadas y le han hecho tan plumífero como a ellas. Dejando de lado nuestras necesidades de cubrición -lo más práctico, los plumones que rellenan las camas y la ropa de invierno -, sus colores, sus formas y sus texturas han sido la fuente de la que ha bebido nuestro instinto de llamar la atención.
Plumas,
ilustración de Adolphe Millot para la enciclopedia Larousse, 1907-1910
En realidad, los colores de las
plumas son más básicos de lo que pensamos: sólo tienen unos pocos tipos de pigmentos, básicamente las melaninas (negros y marrones), las xantofilas (amarillos) y los carotenos (rojos). Los
colores azules y verdosos son sólo consecuencia de la difracción de la luz, y
los blancos, de la ausencia de pigmentación. Su combinación, unida a los
fenómenos ópticos, permite una gran variedad de tonos.
El papel simbólico de la
pluma ha sido enorme, empezando por su relación con el medio aéreo. Las
virtudes antropomórficas de algunas aves dieron a sus plumas un valor singular.
En el acto del peso del alma, en Egipto antiguo, la diosa Maat, atributo de la
justicia y el orden universal, aparece alegóricamente, con su jeroglífico (la
pluma de avestruz), en uno de los platos de la balanza del juicio de Osiris. En
el otro plato está el corazón del difunto, que debe ser “maati”, es
decir, pesar igual que la pluma de Maat, para aspirar al más allá; de lo
contrario, la diosa Ammyt (la de cabeza de cocodrilo), lo devora. Maat se
representa tocada con una pluma de avestruz.
A la izquierda, el peso del corazón: en un
plato, el corazón; en el otro, la pluma de Maat. A la derecha, la diosa Maat
tocada con su pluma
Motivos de loto,
abanicos, botes y remos egipcios, 1868, de la colección de imágenes de la
Biblioteca Pública de Nueva York
Los abanicos egipcios (los más
antiguos son del III milenio a.C.) eran de plumas, así como los primeros
abanicos chinos, que luego añadieron bambú, papel y seda. De hecho, el carácter
chino para “abanico” (扇 o 煽),
deriva del de “pluma” (羽).
Tian-tsui o diancui
(literalmente, “martín pescador”) es un tipo de arte chino que utiliza plumas
de ese pájaro. Durante dos mil años, los chinos utilizaron las plumas azules
iridiscentes de los martines pescadores para objetos de arte y adornos, ya fueran horquillas, tocados, abanicos o biombos. Era un arte tradicional menos conocido
para nosotros que la porcelana, la seda o la laca. Las plumas de martín
pescador se cortaban minuciosamente y se pegaban sobre plata dorada. El efecto es
similar al del esmalte cloisonné. Las piezas más caras utilizaban una especie
de martín pescador camboyano, cuya exportación, para satisfacer la demanda de
la aristocracia china, fue tan importante que el comercio de plumas pudo haber
contribuido significativamente a la riqueza del Imperio Jemer y a
financiar la construcción de los magníficos templos de Camboya, como el
grandioso Angkor Wat, además de resultar en la práctica extinción de la especie. Como forma de arte elevado, llegó a su fin durante la Guerra Civil
China, en la década de 1940.
Adorno para el
pelo, Museo Walters, Baltimore. Probablemente fue usado por la emperatriz
viuda, la gobernante efectiva de China durante los últimos años de la dinastía
Qing
Una horquilla
china en forma de saltamontes, con plumas de martín pescador, Museo de los
Niños de Indianápolis
Corona de la
emperatriz de la dinastía Ming, Museo Nacional de China, desenterrada del
mausoleo Dingling del emperador Shenzong de la dinastía Ming
Aunque sabemos que en los
santuarios de Hera, en la antigua Grecia, se ofrecían plumas o joyas emplumadas
(Hera fue la diosa que dio sus magníficos ocelos a la cola del pavo real), fue
en Mesoamérica donde las plumas tuvieron un papel relevante como imagen de
poder y riqueza, especialmente las de quetzal y la de colibrí, que dan nombre a
divinidades de su panteón, como Quetzalcoatl (“serpiente emplumada”) y de sus
gobernantes, como Huitzilihuitl (“pluma de colibrí”).
Las plumas fueron utilizadas por
la mayoría de las culturas prehispánicas que habitaron Mesoamérica. La
iconografía muestra imágenes muy antiguas pertenecientes a la cultura olmeca
(800-400 a.C.), con personajes con atributos de aves, como el caso del Mural de
Oxtotitlán, o figurillas hechas de barro que están ataviadas con trajes de
plumas, lo que indica una antigüedad de su empleo que se remonta hasta,
al menos, 1200 a.C.
Mural de
Oxtotitlán, 800-500 a.C., cultura Olmeca. Pueden verse hombres con tocados de
plumas
Figurilla de barro
ataviada con traje de plumas. Cuenca media del río Balsas, Museo Amparo, Puebla
Serpiente
emplumada, c 1519, Museo Nacional de Antropología, México
El arte plumario en
la Mesoamérica prehispánica alcanzó una perfección brillantísima entre los
aztecas. Consideradas como “la sombra de los dioses”, las plumas estaban
presentes en una gran variedad de ornamentos y su uso con fines estéticos y
asociadas a la vida espiritual y a los ritos estuvo presente en toda la región,
pero floreció especialmente en el altiplano Central de México, en el Imperio
mexica, durante el reinado de Ahuizotl (1482-1502), convirtiéndose, en el
gobierno de Moctezuma II (1502-1520), en el arte cortesano por excelencia. El amantecayotl, la técnica del
mosaico plumario, llegó a la cúspide de su perfección en el siglo XVI y
continuó floreciendo durante la dominación española, aunque para el siglo XIX
únicamente sobrevivía en pequeños núcleos del occidente mexicano. Fue un arte
altamente valorado por parte de los españoles, lo que propició el envío de
innumerables ejemplares a Europa, así como la producción de nuevos objetos
asociados a las funciones litúrgicas del cristianismo (mitras, tapa-cálices y
altares portátiles). Actualmente se conocen únicamente seis ejemplares
producidos antes de la conquista, los únicos supervivientes de los avatares del
tiempo y de las polillas, de los que destaca el llamado “Penacho de Moctezuma”:
1) Penacho de
Moctezuma, Museo del Mundo, Viena 2) Cuexyo chimalli o escudo de Chapultepec,
Museo Nacional de Historia, México. 3) Escudo del cánido, Museo del Mundo,
Viena 4) Xicalcoliuhqui chimalli de fondo naranja, Museo Regional de
Württemberg, Stuttgart. 5) Xicalcoliuhqui chimalli de greca verde, Museo
Regional de Württemberg, Stuttgart 6) Tapacáliz, Museo Nacional de
Antropología, México. Las plumas de estos trabajos se hicieron con quince
especies distintas de aves
El penacho de
Moctezuma, Museo del Mundo de Viena. Mide aproximadamente 1.30 metros de altura
y 1.75 m de diámetro. Fue manufacturado con plumas de cuatro tipos de aves,
distribuidas en cuatro hileras. Las que más sobresalen, por ser las más largas
y vistosas, son las de color verde esmeralda, provenientes del quetzal, que
habitaba en el sur de México y Guatemala
Quetzal
gualtemalteco (macho), Pharomachrus mocinno
Detalle de un Chimalli (escudo
ceremonial, número 3 de la serie superior), azteca, principios del siglo XVI, plumas, pan de oro, fibras de
algodón, cuero y caña, Weltmuseum Viena
Izquierda,
amantecas durante su trabajo. A la derecha, un amanteca anuda un conjunto de
plumas con fibras de agave. El producto de su trabajo es un “cuexyo chimalli”
(escudo ritual), dos estandartes y un tocado, todos adornados con plumas.
Códice Florentino, 1577-1579
El gusto de los
indios por los efectos ópticos que se pueden lograr con el arte plumario,
cuando parecen cambiar de tono y color con el ángulo de la mirada, era
especialmente atrayente. Por otra parte, sabemos que en el arte ritual
amerindio las materias primas no son simples medios para expresar algo, es el
material mismo lo que le da el significado a los objetos e imágenes, y esto
vale, desde luego, también para el arte plumario. Tampoco existe el concepto de
“adorno”. Más que los símbolos, era la materia prima lo que importaba: ponerse
plumas implicaba transformarse en ave. Un dignatario mexica que se ponía un
penacho de plumas de quetzal se convertía en esta ave, es decir, buscaba
establecer comunicación con la especie en cuestión y viajar al mundo habitado
por ella. No es simplemente un accesorio o símbolo de poder. Como afirma el
antropólogo Viveiros de Castro, los atuendos rituales amerindios no son
disfraces, sino más bien algo similar a los trajes espaciales o a los equipos
de buzo: sirven para penetrar en mundos ajenos: los penachos rituales permitían
moverse como un pájaro.
Desde antiguo, plumas y aves fueron materia de comercio e intercambio y circularon por las rutas abiertas por los olmecas, desde el río Balsas hasta más allá de Honduras; además del comercio, la caza, los tributos a los pueblos sometidos y el Totocalli fueron la fuente básica de este arte.
Codex Mendoza, folio 46r (Bodleian Library, Oxford).
El texto dice que las plumas son ofrecidas como tributo
El 10 Julio de 1519, la Junta de Regimiento de la Villa Rica de la Vera Cruz envió una Carta de Relación dirigida a la Reina Doña Juana y a su hijo el emperador Carlos. En este mismo navío se despacharon también
“el oro y plata y piedras y plumajes que se ha habido en estas partes nuevamente descubiertas”.
Hernán Cortés se encargó de hacer llegar al emperador Carlos V guarniciones de plumas, sombreros y diversos adornos plumarios. El padre José Acosta, a finales del siglo XVI, ensalzaba
“las imágenes de plumas que de allí se traen, las cuales con mucha razón son estimadas y causan admiración, que de plumas de pájaros se pueda labrar obra tan delicada y tan igual que no parece sino de colores pintadas”.
Otros cronistas cuentan que las plumas fueron un bien
suntuario tan valioso que parte de las vestimentas y ornamentos de los dioses
estaban realizados con plumas y, aunque no hayan sobrevivido esas vestimentas, contamos con imágenes anteriores a la conquista donde
se aprecia el papel que jugaron las plumas en la fastuosidad de los grupos
dirigentes. Conquistadores y evangelizadores supieron ver en esa técnica un
medio para llevar a cabo sus objetos litúrgicos. Los especialistas encargados
de esta técnica eran llamados en lengua náhuatl amantecas, un gentilicio
de Amantla, el barrio donde vivía la mayoría de estos artistas. Fray Pedro de
Gante, desde 1527, fue el religioso impulsor de las artes prehispánicas y
responsable de adaptarlas al servicio de la Iglesia. Eran trabajos tan valiosos
que se explica la atención que se les presta en el enciclopédico Códice
Florentino, elaborado por el fraile franciscano Bernardino de Sahagún y sus
colaboradores indígenas entre 1577-79. El Códice dedica muchas páginas al arte
plumario y ofrece numerosas ilustraciones en las que se detalla cómo
trabajaban.
Misa de san Gregorio, 1539, Museo de las Américas o de los jacobinos, Auch. Es un panel realizado con plumas, algunas pintadas
En 1539, el noble nahua
y gobernador de la ciudad de México, Diego de Alvarado Huanitzin (sobrino y
yerno de Moctezuma II, el último gobernante azteca), encargó este trabajo de
plumería para el Papa Pablo III con el tema de “la misa de San Gregorio”.
Es el panel de plumas más antiguo que se conserva del México colonial y,
significativamente, dos años antes de su creación, el Papa Pablo III había
emitido la bula Sublimus Deus, que decretaba que los pueblos amerindios
eran seres humanos racionales con alma y pedía el fin de su esclavitud.
El tema de la “Misa
de San Gregorio” era popular porque justificaba la transubstanciación -la
creencia de que el pan y el vino se transforman en el cuerpo y la sangre de
Cristo durante la Misa-. La obra fue probablemente supervisada por el
franciscano Pedro de Gante, que llegó al Virreinato de Nueva España desde
Flandes para ayudar a convertir a los pueblos indígenas al cristianismo. Creó
una conocida escuela donde los grabados servían de modelo a estos neófitos
cristianos: técnica indígena y tema cristiano-europeo. El modelo debió de ser
el grabado de van Meckenem, cuya estampa llegó a América, como muchas otras,
para ilustrar en la doctrina cristiana.
Israhel
van Meckenem, La Misa de san Gregorio, c. 1490-1500, grabado, National
Gallery of Art, RU
Como objetos de
devoción, las obras de plumas iridiscentes parecían expresar la luz divina. Al
pasar el aire por su superficie, las plumas se movían, animando el objeto con
una fuerza vital. Dependiendo de cómo se mire, los colores de las plumas
también parecen transformarse. Las plumas verdes del colibrí se convertían en
púrpura o rosa, lo que correspondía a las nociones cristianas de la luz divina.
Las cualidades iridiscentes de las plumas y su simbolismo cristiano pueden
compararse con las vidrieras de las catedrales góticas, asociadas con Cristo
como lux mundi, la luz del mundo.
Otro ejemplo de
panel hecho con plumas: san Juan Evangelista, siglo XVI, Museo Nacional de
Arte, México
Juan Bautista Cuiris, retrato de Cristo, hecho con plumas
de colibrí y de loro, 1550-1580, Kunsthistorisches Museum, Viena
Anónimo mexicano,
Tríptico de la Crucifixión, Museo del Renacimiento, castillo de Ecouen. Toda la
pieza está hecha de plumas. El velo sobre la Virgen María es de un azul
brillante, posiblemente de cotinga; la ropa de San Juan es verde
brillante, de un papagayo o del quetzal; y la sangre que gotea de las
heridas de Cristo es de guacamayo rojo o colibrí
Mitra procedente de Nueva España, siglo XVI, mosaico de plumas
sobre ágave y tela, Museo degli Argenti, Palazzo Pitti, Florencia. Procede de
la gran colección de arte colonial que importó Fernando I de Medici
Las fantasías de
los jardines aristocráticos, con sus animales y sus laberintos arbolados
parecían eclipsadas por las informaciones que llegaban del Nuevo Mundo, cuyos
objetos enriquecían las cámaras de maravillas (Wunderkammern) y los
botines de las cortes reales. Durero, de visita en Bruselas, en el palacio de
Enrique III de Nassau, se admiraba de “las asombrosas cosas artificiales”
que habían producido los “sutiles ingenios de los hombres de países extraños”,
aunque, lamentablemente, no hizo ningún dibujo.
Así pues, las primeras obras admiradas del arte americano fueron las de arte plumario. Pedro Mártir de Anglería, Bartolomé de Las Casas o el diplomático veneciano Gasparo Contarini, quien vio muchas piezas mexicanas en Bruselas, expresaron su admiración por ese arte. Pedro Mártir comentó que se trataba de piezas “más bellas para el ojo que valiosas”. Para los europeos era impensable equiparar el valor de unas plumas al del oro, la plata o el marfil. Consciente de esa discrepancia, Hans Staden, en su diario sobre su cautiverio entre los “caníbales” de Brasil (la tribu Tupinambá), llegó a afirmar que “sus tesoros son las plumas de los pájaros”. Muy pronto los penachos se convirtieron en un rasgo icónico de los pobladores americanos. En las alegorías barrocas, las personificaciones de América invariablemente la visten con plumas. Los ilustrados del siglo XVIII se imaginaban a los “hombres de la naturaleza” ataviados con plumas, como la figura de Papageno en La Flauta Mágica.
Alegoría de América, 1796, Jacques Grasset de
Saint-Sauveur, Encyclopédie des voyages. A la derecha, portada de la edición
de 1595, en Ámsterdam, de la “Verdadera historia y descripción de un país de
salvajes desnudos que devoran hombres en la América del Nuevo Mundo”, de Hans
Staden. Biblioteca Nacional de los PPBB. Tampoco se ahorran plumas en la
representación de los indios
En el siglo XVII, el jefe de
jardineros del estado de Milán, Dionisio Minaggio, se inspiró en el arte
plumario americano para crear el Libro di piume (El libro
de las plumas). Utilizó aves de la región de Lombardía, y además incorporó
a sus imágenes picos, garras, piel e incluso una lengua. Contiene también
láminas con cazadores, músicos y comediantes.
Cuatro imágenes
del “Libro di piume”, Dionisio Minaggio, 1618: portada con roquero y pastor,
martín pescador con camachuelo, oropéndola con tarabilla y urraca. Biblioteca
de la Universidad de Mcgill, Montreal
Los pueblos precolombinos de
América del Sur también practicaron este arte. Carecían de una lengua escrita,
así que no sabemos mucho del propósito de estas obras. Aunque la iconografía de los
diseños varió a lo largo del tiempo y del espacio, la artesanía de la pluma
parece haber permanecido como una tradición homogénea hasta la llegada de los
españoles a Perú en 1532. Todos los tejidos plumíferos andinos
tienen una base de tela ligera y flexible a la que se atan las plumas, de las que los
ornitólogos han identificado algunas de las aves que se utilizaron. Por lo general, las plumas de colores brillantes provienen de aves
que viven en las selvas tropicales, en las laderas orientales de los Andes y en
la cuenca del río Amazonas, muy al este. El tamaño y la forma de las plumas de
color verde azulado y amarillo proceden del guacamayo azul y amarillo (Ara
ararauna). Las plumas de color rojo anaranjado suelen ser del guacamayo
rojo (Ara macao), aunque también otras especies son posibles. Las plumas
verdes pueden obtenerse de muchas especies de loros amazónicos y las plumas
blancas y negras son difíciles de identificar. Todo este trabajo requirió un
gran esfuerzo para asegurar un suministro tan enorme de plumas.
Panel emplumado,
600–900 d.C., (74.3 x 212.41 cm), MET, NY. Descubierto en un antiguo lugar
ceremonial o de entierro en la región del valle de Churunga, en el extremo sur
de Perú
Izquierda, manta
con criaturas parecidas a lagartos, cultura Nazca, Perú, 500-750 d.C., (77,5 ×
116,8 cm), Museo de Bellas Artes de Virginia. Derecha, manta con pelícanos,
cultura Chimú, Perú, 1200-1470 d.C. (98 × 68 cm), Washington, DC, The Textile
Museum, George Washington University Museum
A diferencia de México, donde,
como hemos visto, los artesanos volcaron su talento hacia la elaboración de
arte cristiano, el trabajo plumajero en los Andes entró en un fuerte declive
tras la caída de los incas. Puede que esta artesanía no pudiera separarse del
culto a los dioses antiguos y por eso casi desapareció, aunque aún hay algunas muestras
en las selvas al este de los Andes y en el altiplano boliviano, probablemente
una sombra de su antiguo esplendor.
Dos especies de
guacamayo: izquierda, Ara ararauna; derecha, Ara macao
Las plumas no han
dejado de inspirar al arte americano, teñido de una fuerte carga de
indigenismo. La obra de la artista chilena Ximena Armas presenta al pájaro como
la víctima principal de una naturaleza ultrajada, y lo hace diseminando plumas
en sus dibujos y pinturas.
Ximena Armas: a la
izquierda, Sin título, colección particular. A la derecha, Pasos, 2006,
colección particular
Izquierda, tocado Kayapó,
Brasil, ca. 1910, Museo Nacional de la colección de indios americanos, NY. Derecha,
Máscara y tocado
de Hombre-frailecillo (un héroe Alutiiq), Cultura Alutiiq (Esquimales del
Pacífico), Museo Nacional de la colección de indios americanos, NY
Robert Dampier, La
princesa hawaiana Nahiennaena (1825) viste el tradicional "'ahu'ula",
el chal ceremonial de la nobleza hawaiana, elaborado con plumas amarillas y
negras del moho hawaiano (una especie extinta) y plumas rojas del iiwi, Museo
de Arte de Honolulú
Moho hawaiano
(Moho nobilis), extinto en 1934, y ejemplar de iiwi (Drepanis coccinea)
El simbolismo natural es muy
importante en las culturas nativas norteamericanas, y la pluma es un símbolo muy
poderoso para muchas comunidades tribales. Su amplio uso muestra la conexión
entre la deidad creadora, el dueño de la pluma y el ave de la que proviene.
Profundamente venerada, la pluma simboliza el poder, la sabiduría, la
confianza, la fuerza y la libertad. Como tal, se ve como un regalo del cielo.
El tipo de pluma más apreciado es
el del águila, considerada la más valiente y fuerte de todas las aves. El
águila vuela más alto y ve mejor que cualquier otra y eso le da una conexión
incomparable con los cielos. Se cree que las plumas de águila guían la mente,
el cuerpo y el espíritu hacia el coraje, la fuerza y la esperanza.
Tradicionalmente, a los guerreros nativos americanos se les concedía una pluma
de águila por su valentía notable (como luchar contra un oso) o por la victoria
en una batalla.
Dos fotos de D.F.
Barry: Retrato del jefe Pluma Larga, de la tribu “Pies Negros”, c 1876 y
Retrato de Toro Sentado, jefe de la tribu "Dakota", c 1880
El honor más alto que se le
otorgaba a un indio norteamericano era recibir la pluma de un águila dorada o
calva. Son tan apreciadas que la ley estadounidense reconoce la importancia de esas
plumas en la cultura, la tradición y la religión nativas. Aunque las águilas
calvas están altamente protegidas por la ley desde 1918,
los nativos americanos tienen exenciones específicas para adquirirlas,
poseerlas y transmitirlas (sólo pueden arrancarse plumas de la cola de aguiluchos
que aún estén en el nido, hasta un máximo de treinta y seis al año), pero sólo
los miembros de tribus reconocidas federalmente pueden poseerlas. A veces, con
fines comerciales y dadas las restricciones, las plumas de pavo se tiñen y
sustituyen a las plumas de águila.
Águila calva
(Haliaeetus leucocephalus) y águila dorada o real, en su subespecie
norteamericana (Aquila chrysaetos canadensis)
La pluma de águila merece un gran
nivel de respeto: debe manejarse con cuidado y nunca dejarla caer al suelo. Se
pueden sostener plumas sobre la cabeza de una persona como una bendición para
la felicidad, la prosperidad, la paz y el valor. También se utilizan para
adornar la pipa sagrada de la paz (el calumet) como símbolo del Creador
o Gran Espíritu.
Calumet con plumas
de águila, cultura Mandan (sioux), Alto Missouri, 1780-1830, Museo Peabody de
Arqueología y Etnología, Universidad de Harvard, Cambridge, Massachussets
También se valoran las plumas de
otras las aves. Las de cuervo son símbolo de equilibrio, habilidad y astucia;
las de halcón, de velocidad, movimiento y sanación del alma; las de paloma, de
bondad, amor y mansedumbre; las de azulejo, de felicidad; las de pavo, orgullo,
fertilidad y abundancia; las de martín pescador, suerte...
Manta Pendleton,
muy popular entre los indios norteamericanos, con decoración de plumas
Las plumas se usan, se cuelgan en
la casa o se exhiben de alguna forma (akgunos prefieren tatuárselas), ya que es una falta de respeto
esconderlas. Hasta el siglo XX, la
guerra daba ocasión para lucir los más ostentosos “War bonnets” (tocados
de guerra), que también se mostraban en los Pow wow (las ceremonias
de danza). Como se describe en una historia sobre el jefe cheyenne Roman
Nose: “Tenía el rostro feroz y orgulloso de un halcón, y sus hazañas
eran legendarias. Siempre cabalgaba en la batalla con un largo tocado de guerra
colgando detrás de él. Estaba lleno de plumas de águila, y cada uno
representaba un acto de valentía, un golpe dado al enemigo”.
A la izquierda,
por un artista sioux o cheyenne, tocado de guerra emplumado de 1,75 ms. de
longitud (Pawhuska, Oklahoma), finales del siglo XIX-principios del siglo XX,
Museo de Brooklyn. A la derecha, “Hombre-perro”, miembro de un grupo guerrero
cheyenne, c 1860
Muy al contrario, la pluma blanca era, en el Imperio Británico, un símbolo de cobardía, atribuido a quienes se negaban a luchar. Este símbolo tiene su origen en la creencia de que, en una pelea de gallos, los que tendían a rehuir la lucha tenían una pluma blanca en la cola. Este es el punto de partida de la novela Las cuatro plumas (1902), de Alfred E.W. Mason, en la que su protagonista es acusado de cobardía por renunciar a una sangrienta expedición militar a la India (siete películas la han llevado a la pantalla, la más destacada en 1939, por Zoltan Korda, una de las primeras películas británicas en Technicolor). Inspirados en ella, durante la Primera Guerra Mundial se organizaron repartos de plumas blancas para avergonzar a los hombres que no acudían a filas.
La primera
edición, de 1902, de la novela de Mason. Cartel de la película de Zoltan Korda,
de 1939
En agosto de 1914, iniciada la
guerra, el almirante británico Charles Cooper Penrose-Fitzgerald organizó un
grupo de treinta mujeres para repartir plumas blancas a los hombres que no
vestían uniforme. El objetivo era reunir
suficientes soldados para satisfacer las necesidades de una guerra que terminaría por engullir casi a una generación de británicos (cerca de un millón). El movimiento
se extendió por Gran Bretaña y las naciones de la Commonwealth y fue
especialmente alentado por sufragistas como Emmeline Pankhurst y su hija Christabel, algunas feministas como Mary Augusta Ward (fundadora de la Liga
Anti-Sufragio), y algunas entusiastas más. Esas pandillas de “chicas de las
plumas”, las White Feather Girls, con frecuencia elegían mal sus objetivos porque
acosaban a hombres con licencia, heridos o empleados en tareas estratégicas o
del gobierno, a cualquiera en edad militar que no llevara uniforme.
Imagen de “The White Feather : A Sketch of English
Recruiting'”, de Arnold Bennett, Collier's Weekly, 1914
El almirante Kitchener apoyó de
forma entusiasta la medida: "Todas las novias deberían decirles a los
hombres que ellas no volverán a salir con ellos hasta que hayan contribuido a
derrotar a los alemanes”. El periódico The Guardian alentó las
actividades de lo que denominó la "Orden de la Pluma Blanca",
con la esperanza de que ese gesto "avergonzara a todos los jóvenes
holgazanes" para que así se alistaran. Pero, ante el acoso y sus
excesos, el gobierno británico terminó prohibiendo la fanática campaña.
Revista Union
Jack, diciembre 1914
Probablemente, el origen de "las plumas de la cobardía" estuvo en la tradición de otro uso infamante: las plumas, en la cultura popular
occidental, se relacionaban con el castigo de emplumar a alguien con alquitrán
y luego cubrirlo con plumas. Se dice que es una tortura que se remonta al menos
a la justicia feudal (se atribuye a Ricardo Corazón de León una ley que
castigaba de este modo a los soldados que robaban a sus compañeros) y debió de
practicarse con cierta asiduidad en la Europa preindustrial (de la Celestina se
dice que fue “tres veces emplumada”): Covarrubias, en su Tesoro de la
lengua castellana (1611), define esa práctica como el “castigo que se
hace a las alcahuetas y hechiceras, untándolas con miel y sembrándolas con plumas”.
Pero esta práctica se asocia especialmente a los Estados Unidos, en particular
en el Salvaje Oeste, generalmente ejecutada por una turba vengativa, como
linchamiento de jugadores tramposos y demás estafadores. Pero no sólo contaba
con una larga tradición, sino que se practicó hasta bien entrado el siglo XX,
especialmente contra católicos y negros, en los que la ejemplaridad de la
vergüenza pública era tan importante, o más, que el castigo físico.
“...aquí vino una furiosa
avalancha de gente con antorchas, y un espantoso aullido y gritos, y golpeando
cacerolas y soplando cuernos; y saltamos a un lado para dejarlos pasar; y al
pasar veo que tenían al rey y al duque a horcajadas sobre un raíl, es decir, yo
sabía que era el rey y el duque, aunque estaban cubiertos de alquitrán y
plumas, y no se parecían a nada en el mundo que fuera humano, solo se veían
como un par de plumeros monstruosos. Bueno, me enfermó verlo; y me daba pena
por esos pobres sinvergüenzas lamentables, como si ya no pudiera sentir nada contra
ellos. Fue una cosa terrible de ver. Los seres humanos pueden ser terriblemente
crueles entre sí.
(Mark Twain, Huckleberry Finn,
1884-85)
"Un nuevo
método para hacer macarrones, tal como se practica en Boston, América del
Norte", caricatura de 1774. Por aquel entonces, un Macaroni era un joven
inglés muy elegante y amanerado, hasta el punto de resultar ridículo. Esta
sátira muestra el trato reservado a los ingleses en vísperas del inicio de la
Guerra de la Independencia: rapados, emplumados y casi ahorcados
Dos viñetas de
Lucky Luke con personajes emplumados
(Continuará)
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