EX ORIENTE LUX
Hermoso fénix, planta sin raíces,
Amor, ángel, discreto volador,
Pájaro florido, flor que vuela,
Pequeño pavo real, rosa sin espinas.
(Pierre Perrin, Le Papillon, 1661)
Bestiario,
miniatura del capítulo “De pavone”, c. 1280, Biblioteca municipal, Chalon-sur-
Saône. El pavo en el Bestiario de la Biblioteca Bodleian, Oxford, 1225-1250
En el imaginario occidental, Oriente ha tenido un poder evocador sin igual. Topónimo apetecible, horizonte mítico, paraíso terrestre en los mapamundis, locus santus -porque allí se produjo la Encarnación de Cristo-, Oriente es como una permanencia celeste revestida de exotismo, espectáculo de todo lo suntuoso. El pavo real (Pavo cristatus*) destila, en el conjunto de su aspecto, todos los tesoros de ese lugar de maravillas. Su colorido brillante, su cola
teatral, sus andares lentos y abaciales…todo ha contribuido a hacer de él una de las aves más representadas y significadas
desde la Antigüedad. Siendo su origen geográfico tan preciso, en el
subcontinente indio, parece evidente que la extensión de su iconografía haya
irradiado de este a oeste, como si un animal tan luminoso (paradójicamente, la encarnación misma del artificio) cumpliera con la
locución Ex oriente lux. Ha sido un ave de imagen diversa y
contradictoria: a sus significados religiosos se han sumado sus analogías
morales, a lo que hay que añadir su valor meramente decorativo, que es el que
ha terminado por prevalecer.
*[Cuando hablemos aquí de “pavo” no debe pensarse en el
pavo salvaje americano, Meleagris gallopavo, del que proceden los pavos
domésticos actuales, que tiene su origen en América del Norte y que no se
conoció en Europa hasta el Descubrimiento (los españoles, los primeros en
traerlo a Europa, lo llamaban “gallina de Indias”)]
El origen,
como está dicho, lo tenemos en la India. Puede verse el pavo real en las
pinturas murales prehistóricas de Bhimbetka, en Madhya Pradesh, de unos
10.000 años AP, en el mesolítico indio.
Calco de las pinturas murales del abrigo de Bhimbetka, India,
donde puede reconocerse un pavo real
También
lo vemos en sellos de terracota de la cultura de Mohenjo-Daro, del 4500 AP, o en la cerámica funeraria (3900 AP) de la cultura del cementerio H del
valle del Indo, con pavos reales asociados a lo que parecen el sol o
estrellas.
Detalle de cerámica de Harappa (período H del
cementerio, c. 1900-1300 a. C.), Museo Nacional, Nueva Delhi. Pueden verse, a
la derecha, pavos reales con humanos dentro de su cuerpo
Algunos
arqueólogos creen que se trataba de cerámica funeraria y que estas figuras
humanas dentro del cuerpo del pavo real representan el “sukshmasharira”
(“el cuerpo sutil”), es decir, el cuerpo etéreo de los muertos, que se
supone que estas aves transportarían al más allá. El pavo real, por lo tanto, ya
sería un símbolo de renacimiento.
También aparece con frecuencia en las pinturas en miniatura indias como parte del paisaje, especialmente en la serie de pinturas Ragamala (siglos XVI y XVII), que representan formas musicales antroporformizadas, con frecuencia acompañadas de pavos reales.
Pinturas Ragamala, c. 1610, dinastía Mogol (1526-1756),
Cleveland Museum of Art
Los pavos eran inseparables de la
realeza y su pompa. El
emperador mogol Shah Jahan se hizo construir un trono, que luego fue conocido
como “del pavo real”, hecho de oro macizo con incrustaciones de piedras
preciosas y dos pavos reales con la cola desplegada, esmaltados y engastados con gemas y perlas,
coronando el dosel. Estaba en la sala de audiencias del Fuerte Rojo de
Delhi, pero, tras la batalla de Karnal (1739), el Trono del Pavo Real se
lo apropió Nadir Shah de Irán como botín de guerra y, tras su asesinato en
1747, debió de ser desmontado y, quizás en parte, su pedrería pasó a engarzarse
en las joyas de la corona persa. El aspecto real del trono es incierto porque
las diversas descripciones no coinciden del todo, aunque sí en los pavos que
remataban la estructura.
Retrato de Shah Jahan en el Trono del Pavo
Real, c 1635, el año de su inauguración
Nadir Shah en el Trono del Pavo Real después de
la batalla de Karnal, c 1850
En la
mitología hindú, las deidades suelen estar representadas junto a un animal o
cabalgando sobre él. El pavo real (Mayura) desciende de una pluma del
pájaro Garuda, un ave mítica, un semidiós. Entre las leyendas asociadas
a Garuda están las que refieren su lucha contra las serpientes (así, es llamada
Nagäntaka o aniquiladora de serpientes) y suele considerarse una
variante del Ave Fénix y, por tanto, inmortal, de renacer perpetuo. Mayura fue el medio que empleó el amor, Kāma, para seducir a Shiva: según el Shivapurāṇa
(textos poéticos de cosmología), “parejas de pavos reales exhibieron
diversos gestos de grata avidez con sus brincos a sus costados y frente a él”.
Para la tradición Shakta del hinduismo, la energía metafísica es considerada
una deidad femenina y metafórica conocida como Shakti, deidad suprema;
esa energía fluye como el néctar supremo, dador de vida, y su forma es
maravillosamente diversa, como la cola de un pavo real.
Kartikeia o Skanda, dios de la guerra, es el hijo del dios Shiva y la diosa Parvati. Dirige las huestes de Shiva contra los ejércitos de los demonios. Kartikeia cabalga un pavo real, cuyo canto es capaz de ponerlos en fuga y de transformar los venenos de las serpientes en el elixir de la inmortalidad y por eso se dice que los colores que despliega en su plumaje y su cola provienen de la reversión de los venenos que asimila cuando devora a las serpientes.
Skanda- Kartikeia sobre su montura, el pavo real Paravani, siglo
VII-VIII, museo Guimet, París (procede de Camboya)
Skanda- Kartikeia, adornado con plumas de pavo real, llevado en
procesión durante la celebración del festival Thaipusam, en Malasia, 2006
En la India, el ave es también un
patrón decorativo común que pasará progresivamente hacia occidente. Decoración y exaltación del poder se unen en este Estandarte de
la victoria, del siglo XV, de Gujarat.
Estandarte de la victoria, Gujarat, India, 1447, Victoria and
Albert Museum, Londres. Debajo, detalle de los pavos enfrentados y separados
por un jarrón
Un Pichhavai de pavos reales de Rajasthan, India siglo XIX. (Imagen
cortesía de Christie's). Los Pichhavai (que literalmente significa “lo que
cuelga de la espalda”) son grandes pinturas hindúes devocionales, normalmente
sobre tela, que se hacen principalmente para colgar en los templos
Mor Chowk (“el
patio del pavo real”) en el palacio de Udaipur, Rajastán, India, 1882. Son
célebres sus tres relieves de pavos reales en uno de sus lados
Dejando la India, y a través de Asia Menor, las representaciones artísticas del pavo real llegaron hasta el mundo grecorromano. Las vías intermedias fueron los escitas (siglos V a.C.-II d.C.), los sármatas (siglos V a.C.- III d.C.) y los sasánidas (siglos III-VIII d.C.). Todos lo utilizaron profusamente en sus artes decorativas (telas y joyas, especialmente), casi siempre con fórmulas repetitivas: animales enfrentados simétricamente y separados por un tallo, clipeados o seriados.
Paneles de estuco
sasánidas con un pavo clipeado (o pava, porque se ha perdido la cola) y con dos
pavos enfrentados alrededor de un tallo, siglo VI d.C.
Un
caso interesante es el llamado “paño de las brujas”, una tela que
procede del monasterio de sant Joan de les Abadesses (Gerona) y que se usó como
frontal de altar (mide 108 x 238 cms). Su origen es controvertido: aunque viene
directamente de al-Ándalus, parece oriental y su cronología puede ir desde el
siglo VIII hasta el XIII. La iconografía sigue la pauta sasánida: pavos
enfrentados con la cola desplegada y compartida con el pavo que le da la
espalda, y separados por una viña abstracta.
Detalle del frontal de altar llamado “Paño de las brujas”,
procedente del monasterio de sant Joan de les Abadesses, Museo episcopal de Vic
Una hoja de un álbum otomano del siglo XVII es un homenaje a un sultán turco; un himno caligráfico en escritura decorativa traza las líneas internas de la cola del pavo real.
Composición
caligráfica en forma de pavo real, folio del álbum Bellini/California, c.
1600, MET, NY
Este álbum, conocido como el Álbum "Bellini" (porque incluyó un retrato de un príncipe turco realizado por el artista italiano Gentile Bellini) fue elaborado casi con seguridad en Turquía durante la primera mitad del siglo XVII, probablemente para el sultán Ahmed I (1603–1617). Escribir o tejer una inscripción con la forma de un animal, flor u objeto era todo un alarde entre los calígrafos islámicos. La inscripción dice:
“Bella como una hurí, de carácter angelical, de augurio auspicioso, envidia
de los perfectos, loro de dulce lengua y dulce habla, pavo real del jardín
de.... el alto decreto, sultán de los sultanes del mundo, dichoso y agosto,
khaqan de los shahs, Darío de la época, Faridun de la era, héroe del mundo,
campeón de la tierra y el tiempo, sultanes del sultán de la familia de 'Uthman
ibn Sultan Ghazi Khan’... que Dios extienda los días de su felicidad hasta el
día del juicio.”
Los
emblemas fundamentales de la cultura islámica oriental fueron el pavo real, el
león y el ciprés. El orgullo del ave es una de las razones por las que Eva es representada
sobre un pavo real cuando ella y Adán son expulsados del paraíso por comer el fruto
prohibido. El Libro de los Augurios, del periodo safávida (1501-1722), representaba
la historia de la expulsión de Adán y Eva. Pero, siguiendo la tradición
bizantina, es la inmortalidad el significado más corriente que se da al ave.
Adán y Eva expulsados del paraíso, ella montada sobre un pavo
real, Falnama (Libro de presagios), 1550-1560, Smithsonian, Museo nacional de
arte asiático, Washington D.C.
Dos detalles del Hammam
Khan (baños), Sanandaj, Irán, 1805. Los pavos aparecen custodiando un ciprés,
también símbolo de la vida eterna
En el camino del pavo
real hacia occidente, lo vemos asociado a la diosa Hera, que no fue sólo una
diosa griega del Egeo porque en su gran santuario de Samos se han encontrado
ofrendas votivas procedentes de Armenia, Mesopotamia, Irán, Asiria y Egipto,
testimonio de su reputación en todo Oriente Medio y de la gran afluencia de
peregrinos (Varrón menciona los pavos del bosque sagrado de Hera en la
isla de Samos, Sami in luco Iunonis). Se importaron en el mundo griego por
diversas rutas, pero la fecha de su primera aparición en la isla de Samos es
desconocida. Más tarde, Pausanias menciona haber visto en el templo de Hera en
Argos un pavo real de oro y piedras preciosas, dedicado allí por Adriano.
Arriba, los pavos
reales de bronce a ambos lados de la fuente della Pigna, en el patio del
Belvedere, en los Palacios Vaticanos, son copias de los que decoraban la tumba
del emperador Adriano. Debajo, uno de los pavos originales, en los Museos
Vaticanos
Eliano, en su Historia
animalium, dice que los pavos reales fueron traídos a Grecia de algún país
bárbaro, y fueron tenidos en tal estimación que un par de ellos se valoraba en
Atenas en mil dracmas. El orador griego Antifonte (siglo V) lo llama πoικίλoς
ορνιs (Poikilos Ornis), que significa “pájaro de color diverso" o "pájaro pintado”. Su nombre habitual era ταώς-ταών (Taós, Taón),
quizás onomatopéyico. Pirilampes, un amigo de Pericles que actuó como emisario
ateniense en Persia, los trajo a Atenas en la segunda mitad del siglo V a.C.,
donde se criaron y exhibieron y se dice que llegaban visitantes desde Tesalia y
Esparta para verlos. Los poetas cómicos atenienses acusaron a Pirilampes de
utilizar sus pavos reales para sobornar a las mujeres que Pericles cortejaba.
Tenemos este fragmento de un discurso de Antifonte, que parece referirse a un
zoo privado de pavos reales en Atenas:
“El primero del mes cualquiera que deseara ver los pavos
reales era admitido,
pero cualquiera que viniera a verlos cualquier otro día
era decepcionado. Y esta
no sólo desde hace unos días, sino desde hace más de
treinta años.”
A Hera le está consagrado,
pues, el pavo real, como luego a la Juno romana, que heredará sus atributos: (“De
Juno el ave, que de cola constelaciones lleva”, Ovidio, Metamorfosis).
Era sacrificado en sus altares desde el siglo IV, cuando las conquistas de
Alejandro Magno hicieron Oriente más familiar a los griegos (Aristóteles llama
al pavo real “pájaro persa”). Desde el periodo helenístico, estas aves
tiran del carro de la diosa (antes, el pájaro de Hera fue el cuco). La
mitología griega justifica esa relación en la narración de Hera y Argos “Panoptes”
(“el que todo lo ve”). A éste, gracias a sus cien ojos, cuya mitad
empleaba de día y el resto durante la noche, la diosa le encargó la vigilancia
de una ternera (en realidad, una ninfa con la que Zeus quería unirse). Pero
Hermes, para robarla por encargo de Zeus, le sorprendió durmiendo y lo mató. La
diosa Hera, entonces, en castigo por su negligencia, le cortó la cabeza y le arrancó
los ojos, que colocó en la cola del pavo real.
« Excipit hos volucrisque suae Saturnia
pennis / collocat et gemmis caudam stellantibus implet »
(“Los saca [los ojos], y del
ave suya la Saturnia en sus plumas/ los coloca,
y de gemas consteladas su cola llena.”)
(Ovidio, Metamorfosis I)
“Da nombre al diván el ave hermosísima por el colorido de
sus plumas, ahora de Juno; pero antes era Argos”
(Marcial, Epigramas)
Peter Paul Rubens, Juno coloca los ojos de Argos en la cola del pavo real, 1610-1612, Museo Wallraf Richartz y Fundación Corboud, Colonia
“La cola abierta a los
ojos es la imagen de la previsión. Pero, yo aunque hubiese tenido tantos ojos
como la cola del pavo real, yo no me habría dormido menos ante el poder de una
voz melodiosa. Así, pese a sus cien ojos, Argos se adormeció por el sonido de
la flauta y fue muerto por Mercurio.”
(Richard
Fournival, 1201-1260, Bestiaire de l’Amour)
Izquierda,
Matteo Maria Boiardo (1441-1495), la reina en una baraja del tarot,
representando a Juno en su carro tirado por pavos reales. Derecha, personificación
femenina del Aire como la diosa Juno, en un dibujo de Cornelis Van Dalen
(1648-64)
En Roma está documentada su
presencia desde el siglo II a.C. Los emperadores romanos mantenían pajareras
con pavos reales y faisanes exóticos, como los extensos aviarios del emperador
Severo Alejandro (222-235):
"El emperador tenía un tipo particular de diversión en palacio, en la que se deleitaba especialmente y con la que obtenía cierto alivio de las preocupaciones de la vida pública". (Historia Augusta)
Fresco de la Casa de Rómulo y Remo, Pompeya, reproducido por
Geremia Discanno en 1877 (las pinturas originales se perdieron en un bombardeo, en 1943)
Otros potentados orientales
habían continuado la tradición mesopotámica de los jardines exóticos, con sus
parques de caza y lugares paradisíacos, pero la colección real más famosa de la
que tenemos noticia en el periodo clásico es la de Ptolomeo II, "Filadelfo", en Alejandría, Egipto, en el siglo III a.C. Su gran pasión era coleccionar
elefantes, pero también le gustaba exhibir otros animales. Ateneo describe con
detalle una extraordinaria procesión carnavalesca que organizó, con espectaculares
carrozas que celebraban al dios Dioniso, tiradas por elefantes, camellos,
órices, antílopes, avestruces y esclavos disfrazados. Incluía una enorme pieza
de exhibición montada en un carro:
"A continuación llegaron 150
hombres cargados con árboles, sobre los que estaban cubiertos animales salvajes
de todo tipo y aves. Luego llevaban en jaulas loros, pavos reales, gallinas de
Guinea, faisanes y otras aves etíopes, todas en gran número". (Ateneo de
Náucratis, El banquete de los eruditos)
Tanto Varrón como Suetonio catalogaron
una serie de verbos latinos especializados que representaban diferentes
llamadas de animales, algunas de las cuales son claramente onomatopéyicas, y
así podemos decir en latín “Pavones
paupulant” (verbo derivado de pavo).
Mosico del pavo
real encontrado en una casa romana en Leicester, RU, 2ª mitad del siglo II,
Leicestershire Museum
Como atributo de Juno, se consideraba un símbolo del matrimonio y de la armonía de la
pareja. Virgilio, en la Eneida, describiendo la inclinación de Dido
hacia Eneas, nos habla de la actividad ritual de la reina, que debe sacrificar
en los altares de los dioses:
"Iunoni ante omnis, cui vincla iugalia
curae" ("a Juno ante todos, que cuida de los vínculos conyugales")
En 1559, con motivo de la boda de
Felipe II con Isabel de Valois, se acuñaron monedas con las efigies de los
esposos y, en el reverso, el pavo real con la inscripción “Concordia”
(en este caso, no sólo conyugal, sino política, porque se había firmado con
Francia la paz de Cateau-Cambrésis, uno de cuyos apéndices era esta boda).
No es raro, pues, encontrarlo en representaciones matrimoniales.
Rafael
Sanzio y ayudantes, Venus, Ceres y Juno, fresco de la villa Farnesina,
1517-1518. A Juno le acompaña su atributo, el pavo real
En las monedas romanas era un emblema habitual de
la consagración de las emperatrices, lo que el águila era para los Césares: la
armonía matrimonial como sinécdoque de la armonía imperial.
Dos denarios de plata de la consagración de Faustina la Menor,
esposa de Marco Aurelio (125-175 d.C.)
Paulina, esposa de Maximinus Thrax. Denario 235-238 d.C. En el reverso, Paulina está sentada sobre
pavo real de Juno, volando
Mariniana, esposa de Valeriano I, fallecida en 253 d.C. En el
reverso está el pavo real con la cola desplegada
Será en Grecia donde ese pájaro
persa adquiera un tinte de vanidad y orgullo. Esopo, y más tarde Fedro,
recurren al pavo real para criticar la belleza como único valor frente a otros
méritos. En la fábula del pavo real y el grajo vemos a un pavo que quiere ser
coronado rey por su hermosura, pero carece de defensa ante el ataque de un
águila, demostrando que “los soberanos deben estar adornados con la fuerza y
no con la belleza”. En otra fábula, la grulla reprocha al pavo que se burle
de él por su pobre aspecto cuando puede volar “hasta cerca de los astros y
del Olimpo”, mientras que el pavo sólo revolotea pobremente. También sirve
de ejemplo para criticar a los que no aceptan su naturaleza: en el relato del
ruiseñor y el pavo real, éste se lamenta ante Juno de no poseer el canto
del ruiseñor, pero la diosa le reprocha que envidie lo ajeno cuando ha sido
agraciado con un plumaje tan brillante. En la versión de Caxton (1484), el
primer y el último verso resumen la actitud del pavo real:
“Todo el mundo
debe contentarse con la forma / y con el bien que Dios le ha concedido…
…Para los
miserables avariciosos / Cuantos más bienes tienen, más desean tener.”
La
diosa Juno y el pavo real y el ruiseñor, ilustración de la edición de las
fábulas de Esopo por William Caxton, 1484
Aristóteles no se contenta con
observaciones zoológicas, sino que también se refiere a él como envidioso y presumido.
Plinio el Viejo, en su Historia Natural, se refiere a las plumas de los
pavos reales, junto con las manchas de los tigres o panteras, como ejemplo de
la dificultad de describir una parte respecto de la totalidad. Señala que es un
ave hermosa, con colores “propios de las piedras preciosas”, y que se
esconde vergonzosa cuando pierde anualmente sus plumas “hasta que le renazcan
otras con la floración”, pero no comparte la opinión de que sea un ave de
actitud altanera.
Aunque Galeno advertía de que “La
carne de pavo real es más dura, más difícil de digerir y más fibrosa que la de los faisanes”, su observación pudo menos que los refinamientos
culinarios. La ostentación del animal contagia a quienes se atreven a comerlo. Eliano
reprocha que se coma el pavo real dada la hermosura de su plumaje. Señala a
Hortensio como el primero en usarlo para un banquete y recuerda que Alejandro
de Macedonia, cuando los vio en la India, se sorprendió de su belleza y amenazó
con severos castigos a quien los matase. El famoso gastrónomo del siglo I Marco
Gavio Apicio, en su célebre libro de recetas, De re coquinaria, da algún
consejo sobre albóndigas (las Isicia):
“Las albóndigas de pavo son
exquisitas si se consigue que al freírlas queden tiernas. Les siguen en calidad
las de faisán; en tercer lugar, las de conejo, luego las de pollo y finalmente
las de cochinillo tierno.”
En todo
caso, se convirtió en un manjar (puede que más por exótico que por sabroso) y
así se refiere Varrón (Res rustica) a la suntuosa cena que ofreció
Quinto Hortensio (114-50 a.C.) al ser elegido augur y que contribuyó a ponerlo
de moda.
“Se dice que Quinto Hortensio
fue el primero en servir pavos en su cena inaugural como augur, hecho que
entonces alabaron más los manirrotos que los austeros hombres de bien. Pronto
lo siguieron muchos, subieron los precios, de forma que los huevos se venden en
cinco denarios cada uno, los pavos fácilmente en cincuenta…”
Plinio también nos confirma la noticia cuando parece claro que los gourmets romanos (luxuriosi)
siguieron el ejemplo de Quinto Hortensio, con el resultado de su aumento de
precio, lo que hizo enormemente ricos a algunos criadores.
“La primera persona en Roma en
matar un pavo real para la mesa fue el orador Hortensio, en el banquete
inaugural de su sacerdocio. El engorde de pavos reales fue instituido por
primera vez en la época de la última guerra pirata por Marcus Aufidius Lurco, y
obtuvo 60.000 sestercios de este comercio.”
Varrón, en una obra perdida, Sobre
los alimentos, censuraba el refinamiento del lujo y los manjares exquisitos
que en su tiempo se buscaban con desenfrenada glotonería: “Estos son el pavo
real de Samos…las grullas de Melos... el estornino de Rodas.”
Cicerón dice (Ad familiares)
haber comido pavos (pavones confeci) en las mesas de las personas ricas.
Ovidio evocaba (Fastos) los tiempos de la Roma anterior en los que no se
conocían aún las aves exóticas servidas en las mesas: “En aquella época el
Lacio no conocía aún el ave que la opulenta Jonia nos proporciona ni aquella
que se deleita con la sangre de los pigmeos; en el pavo no se apreciaba más que
su plumaje y la tierra no nos había enviado las fieras que previamente
capturara.”
Petronio (Satiricón) ve en
esto un síntoma de decadencia:
"Las murallas de Roma se derrumban en las fauces abiertas
de la codicia.
Para tu paladar se cría el pavo real enjaulado,
vestido con su plumaje de oro babilónico…
… ahora anida en tu olla de decadencia."
La Historia Augusta
(colección de biografías de emperadores, quizás del siglo IV), habla sobre
Heliogábalo (218-222) y sus extravagancias:
“Mandó hacer sofás de plata maciza para usarlos en sus comedores y alcobas. A imitación de Apicio, solía comer tacones de camello y crestas de gallo cortadas de aves vivas, así como lenguas de pavos reales y ruiseñores.”
Representación de
dos pavos reales, bajo el ave Fénix, en el fresco que servía de cartel de la
taberna de Euxinus, en Pompeya. El texto (“Phoenix felix et tu”) viene a decir:
“Aquí el ave Fénix es feliz y tú también”
Mención aparte merece, si es que
la noticia es histórica, el sacrificio de flamencos (phoenicopterus),
pavos reales (pavones) y faisanes (phasiani) que Calígula hizo el
día antes de su muerte en honor del emperador Augusto (Suetonio, Calígula).
La relación del pavo real con la
jactancia hizo más que su carácter de ave consagrada a Juno para que algunos
poetas satíricos desaprobaran su consumo, asociado al lujo ostentoso. Así,
Horacio, escribe:
“Apenas podré conseguir de ti
que servido a tu mesa un pavo, no lo prefieras a la gallina para estimular tu
paladar, seducido por las varias apariencias de las cosas, porque se vende a
precio de oro, es un ave rara, y expande en su pintada cola un verdadero
espectáculo, como si eso importara a nuestro propósito. ¿Acaso tú comes esas
plumas que elogias? Una vez cocido el animal, ¿presenta la misma hermosura?
Pero aunque su carne no tiene ninguna superioridad a la de la gallina, veo bien
que, tú, fascinado por la diversidad del aspecto, prefieres el pavo a la gallina”
(Sátiras, II,).
Marcial demuestra cierta
sensibilidad cuando se pregunta:
“Te asombras, siempre que extiende [el pavo real] sus alas cubiertas de gemas, ¿y puedes, insensible, entregarlo al cruel cocinero?” (Epigramas, XIII, 70).
Y también, claro, se usaban sus plumas:
"Esto, que evita que las asquerosas moscas mordisqueen tu almuerzo
fue una vez la orgullosa cola de un noble pájaro"
(Marcial, Epigramas)
"[Ahora incluso me pide]
un abanico, hecho de una orgullosa cola de pavo real"
(Propercio, Elegías)
Los romanos no parecen ser los
únicos que valoraban esta carne. El anticuario inglés Francis Douce (1757 – 1834), escribe:
“No cabe duda de que en los
tiempos de la caballería antigua existía la práctica de hacer votos solemnes o
compromisos para la realización de alguna empresa considerable. Esta ceremonia era
un gran festín o entretenimiento, en el que un pavo real o faisán asado era
servido por las damas en un plato de oro o de plata. Se presentaba a cada
caballero, que entonces hacía el voto particular que había elegido con gran
solemnidad. Cuando esta costumbre cayó en desuso, el pavo real seguía siendo el
plato preferido en la mesa, en forma de empanada, la cabeza, con el pico
dorado, se elevaba orgullosamente por encima de la corteza con su espléndida
cola. Otras aves de menor valor se introducían de la misma manera, y el
recuerdo de los antiguos votos del pavo real podía dar lugar a la imitación
menos seria, o incluso burlesca, de jurar por la gallina o la urraca o, más
corrientemente, ‘por el gallo y la urraca’.”
Lo cierto es que a finales de la
Edad Media, con el enrevesamiento de los protocolos caballerescos, hubo casos en los que los caballeros hicieron votos
sobre pájaros. Algunos son históricos y otros son sólo literarios. Uno de ellos
es Les voeux du paon (Los votos del pavo real, 1313), que contiene un
relato de un grupo de nobles del ejército de Alejandro Magno en un banquete de
tregua. Uno de los prisioneros mata accidentalmente el pavo real de una dama y
el grupo decide hacer votos sobre él antes de reanudar la batalla. Un caballero
presenta el pavo real vestido y cubierto de oro y pide a cada uno que pronuncie
un voto sobre él. Acompañado de un juglar y otros músicos, el espectáculo hace
que alguno caiga de rodillas y declare: "¡Es la carne de los valientes,
de los que tienen amores!". Esta extravagancia muestra el lado
extremadamente teatral de la sofisticada vida nobiliaria, donde los caballeros
pasan de guerreros a actores que intentan cumplir un papel. Su escenario se
sitúa tanto en la corte como en el campo de batalla, donde cada caballero y
cada dama deben competir para ver quién interpreta mejor. La nobleza se
convirtió en un juego de imitación de leyendas como las de Alejandro y Arturo,
donde los jugadores compiten entre sí. Y el pavo ya está unido de forma
inseparable a la representación.
Según el Northumberland
Household Book (impreso en 1770, pero que copia un manuscrito del conde de
Northumberland, 1478-1527), que refleja la ordenación de la vida doméstica de la
nobleza inglesa, el precio de un pavo real para la mesa en 1512 era de doce
peniques, lo equivalente al jornal de un obrero cualificado. Las crestas del
pavo real figuraban entre los adornos de los reyes de Inglaterra (Ernald de
Aclent pagó una multa al rey Juan de 150 caballos, espuelas doradas y, entre
otras cosas, crestas de pavo real).
Parece natural su presencia en bodegones más
modernos, aunque tratándose de los pintores flamencos, no es descartable que su
presencia tenga como fin esencial aportar color y exuberancia.
Frans
Snyders (1579-1657), Mesa de cocina con caza, Museo de Bellas Artes de Lyon. Hay
dos pavos reales en el centro, uno de ellos víctima del apetito del gato
La tradición oriental que hacía
de esta ave un símbolo de la resurrección y, por tanto, de la vida eterna, tuvo
un fuerte arraigo en el cristianismo que, al fin y al cabo, era una religión
orientalizante, una de tantas que los romanos consideraron al principio como
extravagancias venidas de más allá del Mediterráneo. La
creencia de que la carne de pavo real era incorruptible, así como la renovación
anual de su espléndida cola, le asociaban fácilmente con la resurrección y la
inmortalidad, seña de identidad de los cristianos.
En las regiones del este, ya hemos visto que los sasánidas hicieron uso habitual de la representación de
animales emparejados y enfrentados. Cuando ese tipo de decoración pasa al ámbito
clásico, la separación suele ser mediante vides, racimos de uvas y kantharos,
en alusión al dios Dionisos. Esta simetría, al ser adoptada por el cristianismo, usa de
eje una crátera con frutos, a veces picoteados por las aves; o la vid, en
alusión a Cristo y su sangre, es decir, a la Eucaristía; o la fuente,
relacionada con el bautismo. Y así lo encontramos omnipresente en los primeros
siglos de la era cristiana, en todo tipo de soportes y contextos, especialmente
los funerarios y pavimentos o frescos de iglesias. Tampoco falta en sinagogas,
aunque entre los judíos la resurrección es más una metáfora de liberación.
Izquierda, mosaico, siglo IV, Iglesia de la Multiplicación, Tagba, Israel. Derecha, mosaico de la Basílica de Santa Maria Assunta, Aquileia, 388-408
Izquierda, mosaico con pavo real y flores, Siglo III-IV, MET, NY. Este mosaico, probablemente, es parte de un suelo de mosaico mucho más grande, quizás de una representación de un jardín asociado al Paraíso. Derecha, mosaico de pavo real, siglo V, iglesia bizantina de san Pedro, Cafarnaúm, Israel
Izquierda, capitel de la iglesia se san Polyeuktos, mandada construir por Anicia Juliana (462-528), bisnieta de la emperatriz Eudocia (esposa de Teodosio II), siglo VI. Derecha, Los restos de un nicho de la iglesia de St. Polyeuktos, con la cola del pavo real. Museo arqueológico de Estambul
Izquierda, mosaico bizantino, siglo III, Museo de Soussa, Túnez. Derecha, panel de mosaico de suelo con vendimia y pavo real, procedente de la iglesia en Maaut El Naaman, en el norte de Siria, siglo V, Museo de Cleveland. Las uvas representan el vino eucarístico y, por lo tanto, la sangre de Cristo
Izquierda, mosaico de la iglesia bizantina de Nahariya, siglo VI, Israel. Derecha, mosaico, sinagoga de Naro, Hammam Lif, siglo VI, Túnez. En ambos casos tenemos la representación de los pavos enfrentados en torno a una fuente
Escenas de la
bóveda del cubículo de la “Velatio”, en las catacumbas de Priscila, Roma, c.
260. El pavo real está en el techo, sobre la figura
central de la mujer orante
Sarcófago Ss.
V-VIII, Basílica de San Apolinar in Classe, Rávena
A partir del siglo III, cuando el cristianismo sale de la clandestinidad, encontramos más parejas de pavos que reemplazan la fuente, la crátera o el árbol de la por la cruz, el crismón (con las letras ji -Χ- y ro -Ρ-) o el estaurograma (combinando las letras griegas tau -Τ-y ro -Ρ-). Y sigue especialmente unido a la muerte, de ahí que sea más frecuente en los sarcófagos.
Sarcófago, con crismón central, Basílica de San Vital, Rávena
Mosaico de la
cripta de santa Cecilia, Roma, siglo V
Sarcófago, siglo
XII, monasterio de Sant Pere de Casserres, Museo de Vic. Adapta un frontal de
altar
Placa cerámica
visigótica, Córdoba, siglo VI, Museo Arqueológico de Córdoba
Relieves de la
iglesia visigótica de Quintanilla de las Viñas, Burgos, Siglo VII. Se puede ver
el origen del motivo por su parecido con el estuco sasánida que hemos visto más
arriba
Arqueta de marfil
del Silos (1026-1050), producida en el taller hispanomusulmán de Muhammad ibn
Ziyad (o Muhammad ibn Zayyan), uno de los talleres de eboraria de Cuenca, 1026,
Museo de Burgos. Puede verse la pareja de pavos en el centro, picoteando un
tallo
Dos pavos bebiendo (un tema de origen sasánida), capitel de la
iglesia de Wamba, Valladolid, siglo XII
Otra iconografía es la lucha del
pavo con la serpiente, que se remonta, como hemos visto, a la India y el arte
cristiano lo aprovecha para representar el enfrentamiento entre el bien y el
mal, entre Cristo como símbolo solar y la serpiente como animal terrestre: la psicomaquia.
No es descartable que los numerosos ojos de la cola del pavo real tengan un
significado apotropaico, de conjura el mal de ojo o cualquier influencia
diabólica.
Lucha del pavo
real contra la serpiente, Beato de Gerona, s. X, Abad Dominicus,
Biblioteca de Turín
Biblia de San
Millán de la Cogolla, PP siglo XIII, Biblioteca Digital de la Real Academia de
la Historia. Hernández Ferreirós, Ana (2014): "Ave de Oriente", Base
de datos digital de Iconografía Medieval. Universidad Complutense de Madrid
El tema del "ave de oriente"
aparece en manuscritos que contienen el texto de la Biblia y el Comentario al
Apocalipsis de Beato de Liébana. Representa un ave luchando contra una
serpiente y la acompaña un texto donde se relata cómo un ave procedente de
oriente engañó a una serpiente cubriéndose de barro ocultando sus colores, para
poder atacar al ofidio con su pico y vencerlo. La historia debe interpretarse a
la luz de la Encarnación de Cristo y su redención de la Humanidad: el ave se
identifica con Cristo y la serpiente, con Satán. En algunas versiones, parece
un ave muy llamativa, con una gran cola, un pavo real; en otras, parece un
águila.
Capitel de san Miguel de Almazán, con una alegoría del orgullo o
la vanidad, mediados del siglo XII. Un hombre sostiene por el cuello dos pavos
reales, quizá venciendo el pecado de orgullo
Pavo con la cola abierta, San Miguel, san Esteban de Gormaz,
1081-1111
Bestiario de san Petersburgo, Biblioteca Nacional de Rusia, s
XII
El pavo real, a menudo era asociado o confundido con el Ave Fénix, también era un símbolo solar y, por extensión, de las ciudades sagradas de Heliópolis, la original Heliópolis en Egipto, y la posterior Heliópolis, conocida luego como Baalbek, en Líbano. Así, se asoció con Santa Bárbara, que, según una tradición, nació en la Heliópolis de Líbano y fue martirizada en la Heliópolis de Egipto. Santa Bárbara aparece a veces con la pluma de pavo real (la palma, símbolo de inmortalidad y atributo común a los mártires, ha podido reemplazar a la originaria pluma de pavo real o de avestruz, que pudo haber sido el motivo original), lo que puede explicarse a partir de su leyenda: las varas con las que fue golpeada se convirtieron en plumas para ahorrarle el dolor. Este atributo es el que aparece en la primera Santa Bárbara conocida, en Santa María la Antigua, Roma, del año 705-706, incluso hay una Santa Bárbara asturiana (en Villamarín, en el concejo de Grado) con su pluma, aunque no de pavo (al menos, ahora). También se dice que, originariamente, la imagen de santa Columba -o Colomba- de Sens, martirizada hacia 274, tenía como atributo una pluma de pavo real (además de la osa que la rescató de ser violada por su carcelero). En todo caso, y como excepción -sólo entre los flamencos- Cecilia, Dorothea y Columba recibieron como atributo la pluma de pavo real.
A la izquierda, los frescos santa María Antigua, en Roma, de principios del siglo VIII; la mártir de la izquierda parece ser santa Bárbara, con la pluma, borrosa, en su mano derecha. La santa Bárbara
de Villamarín, con su pluma, en el centro. A la derecha, imagen de santa Colomba en el tríptico de Antoniazzo Romano, c. 1495, Museo del Prado
Maestro de Frankfurt, Santas Otilia y Cecilia, detalle del ala derecha (exterior) de un altar familiar en el monasterio dominico de Frankfurt del Meno, c. 1505, Utrecht, Arzobispado
El
carácter tan majestuoso de sus plumas tiene su raíz en la interpretación de un pasaje
de Ezequiel, cuando describe a los querubines que se le aparecen:
“Todo su
cuerpo, incluso sus espaldas, manos y alas, estaban llenos de ojos alrededor,
al igual que sus cuatro ruedas.” (Ezequiel, 10, 12)
De este
relato se deriva que, por asociación con los ocelos de la cola de los pavos
reales, se pinte a los ángeles, frecuentemente, con esas plumas. Para ellos se
reserva lo más espléndido.
Jaume Huguet, san Miguel, 1455-60, Museo nacional de arte de
Cataluña. Y detalle de un ala
A la izquierda, retablo de san Miguel de Cruïlles, 1416, Museo
de arte de Gerona. A la derecha, Juan de Flandes, retablo de san Miguel
Arcángel, c 1505, Museo Diocesano de Salamanca
Fra Angelico, Anunciación del retablo de santo Domingo
de Fiésole, c 1425-1428, Museo del Prado. Debajo, detalle de las alas del
ángel, con los ocelos del pavo real
Detalle de Fra
Angelico, Anunciación con santo Domingo, San Marcos, celda 3, 1440-42
Detalle de Fra
Angelico, Anunciación, convento de san Marcos, 1437-1446
Detalle de
Jan van Eyck, Anunciación, 1434-1436, National Gallery, Washington
Sano di
Pietro, Ángel de la Anunciación, 1450-1500, Museo Petit Palais , Avignon
Detalle de
la Anunciación de Filippo Lippi, 1449-1459, National Gallery, Londres
Detalle de Francesco del Cossa, Anunciación, 1470-1472, Gemäldegalerie
Alte Meister, Dresde
Esa brillantez hizo que, en la
alquimia, la cola del pavo real (cauda pavonis) describiera la
transformación de sustancias bajas en sustancias superiores, una de las etapas
de la obtención de la piedra filosofal, en la que aparece una gran variedad de
colores, aunque a veces es un símbolo de un proceso alquímico fallido, como
resultado de lo cual solo se forman escorias (caput mortuum, cabeza
muerta).
En el Libro de los Reyes se dice:
“Porque el rey [Salomón] tenía
las naves de Tarsis que navegaban con la flota de Hiram, y una vez cada tres
años llegaban las naves de Tarsis cargadas de oro, plata, marfil, simios y
pavos reales.”
A partir de este pasaje, Hugo de
Foulloy (De avibus) afirma:
“Mientras el pavo real vive en
Tharsis designa la sensualidad, pero cuando es llevado a Jerusalén por la
flota, es símbolo de los sermones de los maestros. Su carne es dura y
resistente a la putrefacción, que el cocinero encuentra difícil [de cocinar] en
el fuego, o que apenas puede ser digerida en el estómago por el calor del
hígado. Tales son las mentes de los maestros que ni la llama de la pasión quema,
ni el calor de la lujuria enciende.”
Jemima Blackburn,
simios y pavos reales, en Bible Beasts and Birds, 1886. The Victorian Web
Los Padres de la Iglesia también
se refieren a él: san Agustín (La
Ciudad de Dios) confirma la idea de su propiedad de tener la carne
incorruptible, lo cual, dice, pudo comprobar personalmente al ver que
permanecía sin pudrirse durante un año. También
hace referencia al pavo real como símbolo del hombre perfecto que no se deja
corromper por ningún vicio o debilidad de la carne, y de la misma manera que
las plumas del ave brillan con esplendor, así también brilla el alma del justo
por sus virtudes. Y al igual que el canto del pavo ahuyenta a las serpientes,
así también el justo ahuyenta al demonio con su meditación en la vida de Cristo
y sus oraciones.
En las Etimologías,
san Isidoro señala que su nombre deriva de su voz y comenta que su carne es tan
dura que no se pudre y se cuece con dificultad (y vuelve a referirse al texto
de Marcial en el que critica a los que comen su carne siendo un ave tan bella).
El bestiario de Aberdeen afirma
que la denominación “pavo” proviene del “pavor” que produce su
voz y, en el estudio exegético del texto bíblico, enseña que su venida desde
Tarsis representa la llegada de maestros de sabiduría. Recuerda que sus
atributos son como las facultades que debe tener un maestro o predicador. De
este modo, invierte el concepto de arrogancia y vanidad que se le atribuye al
pavo y revela que los numerosos ojos representan la capacidad del maestro de
prever el peligro, los colores muestran la diversidad de sus virtudes, el
plumaje brillante señala la erudición del maestro y la elevación de las plumas
no es más que lo que hace el eclesiástico al expresar sus ideas.
Pero también es un ave de percepciones
menos positivas:
“El pavo real, dicen las viejas,
tiene la voz del diablo, la cabeza de la serpiente, el paso del ladrón y la
pluma del ángel.”
(Bible Historiale,
1291-1295)
El pavo real aparece con
frecuencia en las representaciones del Paraíso Terrenal. Desde el Renacimiento,
el tema del Jardín del Edén suele ser una excusa para desplegar todo el
virtuosismo cromático y, de nuevo, son los pintores flamencos los más
entusiastas en la variedad ornitológica, aunque no faltan representaciones
más modernas.
"El Gallo
crestado cuyo clarín suena en
Las horas
silenciosas, y el otro cuya cola alegre
Lo adorna,
coloreado con el matiz florido
De los
arcos iris y los ojos estrellados."
(Milton, El Paraíso perdido, 1667)
Paul Gauguin, Matamoe
(“Muerte”) o Paisaje con pavos reales, 1892, Museo Pushkin, Moscú. ¿los pavos
están aquí como símbolo de renacimiento?
Detalle de Jan Brueghel el Viejo, 1615-25. Museo de Bellas Artes
de Sevilla, con el pavo sobre el árbol, sobre la figura de Adán
Detalle de El Paraíso Terrenal, Pieter Brueghel el Joven (obra copiada de Jan Brueghel el Viejo), c. 1626. El pavo está en el centro
Marc Chagall, Paraíso azul, 1961, Museo Chagall, Niza. El pavo
aparece en la esquina superior derecha (aunque su aspecto no es realista)
Jan Brueghel el Viejo, Paraíso Terrenal, 1617, Maurithuis, La
Haya
Tiziano, Venus
recreándose con el Amor y la Música, c 1555, Museo del Prado. El pavo, al
fondo, sobre la fuente del jardín, puede resaltar el significado del cuadro
como figuración del matrimonio (Juno era la diosa del matrimonio y la mujer
lleva un anillo) o como alegoría del amor como unión de los sentidos: el oído, el tacto y
la vista
Como anuncio de la vida eterna no
sólo está en el Paraíso sino también en representaciones de la Natividad, de la
Anunciación o de la Virgen con el Niño.
Círculo del
Maestro de Palanquinos (activo en León entre 1470 y 1500), Virgen de la Leche
con un donante, Museo Nacional de Cataluña
Sandro Botticelli,
Adoración de los magos, c 1476, Uffizzi, Florencia
Carlo Crivelli, La Anunciación con San Emigdio, 1486, National Gallery, Londres
Paolo Veronés,
Anunciación, c 1580, Museo Thyssen-Bornemisza (en depósito en el Museo Nacional
de Cataluña). El pavo está sobre un palo, en la sombra, en lo más alto del
cuadro
Anunciación del Libro
de Horas de Engelberto de Nassau, Iluminación atribuida al Maestro de María de
Borgoña, c 1470-1490, Biblioteca Bodleian, Oxford
Fra Angelico (terminado por Filippo Lippi), tondo de la Adoración de los Reyes Magos, 1445-60, National gallery, Washington
Domenico
Veneziano, Adoración de los Magos, c 1439-1442, Gemäldegalerie, Berlín
Sandro Boticelli,
Adoración de los Magos, 1470-1475, National Gallery, Londres
El
Barroco, con su inclinación por la exuberancia y la ostentación, recurrió
largamente al pavo real. Hace su aparición al final de la primera parte de Baron
de Faeneste (1630), de Agrippa D’Aubigné, donde se opone el “hombre del
ser” al “hombre del parecer”:
“Quand le paon met au vent son pennache
pompeux...” (“Cuando el pavo real abre
al viento su penacho pomposo…”)
Lo
volvemos a encontrar en un ballet de la corte de Saboya, donde representa la Apariencia,
una fantasía volátil; una crónica del momento cuenta:
“Después
de ese canto de gallos y gallinas, se abrió el escenario y se vio aparecer
sobre una gran nube, acompañada de los vientos, la Apariencia con alas y una
gran cola de pavo real, revestida de una gran profusión de espejos, la cual
incubaba huevos de los que salieron las perniciosas Mentiras, los Engaños y los
Fraudes, las mentiras agradables, las Adulaciones y las Intrigas, las Mentiras
divertidas, las Bromas y los pequeños Cuentos...”. (Claude-François
Menestrier, Des ballets anciens et modernes, 1682)
Portada de El
discreto, Baltasar Gracián, 1646, publicado con su seudónimo “Lorenzo Gracián”
Gracián
escribe un manual de honestidad, El discreto (1646), donde hace un
elogio de la ostentación bajo la apología del pavo real. En la obra se debate
la cuestión de si se debería prohibir al pavo real hacer alarde de su belleza,
tal como quieren los envidiosos, la corneja y el cuervo. Lo que en el fondo se
dirime es si la apariencia es inferior a la realidad. El abogado del pavo real,
el zorro, argumenta:
“¿De
qué serviría la realidad sin la apariencia? ...La mayor sabiduría...consiste en
el arte de parecer...de suerte que la ostentación da el verdadero lucimiento a
las heroicas prensas y como un segundo ser a todo.”
“El mismo
Hacedor de todo lo criado, lo primero a que atendió fue al alarde de todas las
cosas, pues crio luego la luz, y con ella el lucimiento, y, si bien se nota,
ella fue la que mereció el primer aplauso, y ése divino; que, pues la luz
ostenta todo lo demás, el mismo Criador quiso ostentarla a ella. De esta
suerte, tan presto era el lucir en las cosas, como el ser.”
El pavo
real es absuelto, la demanda del cuervo y la corneja, desestimada, y así el
pavo real puede abrir su cola tantas veces como guste. El león, como árbitro,
en los considerandos de la sentencia, dice:
“Supondría
una coacción absurda concederle al pavón la hermosura y negarle el alarde”.
Gracián,
así, ve en la ostentación “el talento que da brillo a todos los otros”:
lo que no se ve es como si no fuese.
Pieter van der Heyden, grabado a partir de un dibujo de Pieter
Bruegel, La soberbia. De la serie Los siete pecados capitales, 1556-1558
Esta es la interpretación común
de este símbolo, y los bestiarios medievales hicieron del pavo real la
encarnación de la vanidad, el lujo y la arrogancia. Hugo von
Trimberg (c 1230-1313), didactista alemán, escribe: “Caminaba con orgullo,
contoneándose de un lado a otro como un pavo real…”.
Shakespeare, en Enrique VI, pone en boca de Juana de Arco:
“Dejad que el frenético Talbot
triunfe por un rato, y como un pavo real mueva su cola; arrancaremos sus plumas
y se la quitaremos”.
Y en su Comedia de los errores,
el autor inglés hace pronunciar a Dromio de Siracusa el siguiente proverbio:
“Levántate, orgullo, dice el
pavo real”
Jan Swart van Groningen, La soberbia, 1510-1553, British Museum
Louis-Antoine de
Gontaut, duque de Biron, como pavo real, siglo XVIII, óleo sobre lienzo,
Versalles, Museo Nacional de los Palacios de Versalles y Trianon
Este retrato es una caricatura de
Gontaut-Biron, conocido por su fuerte carácter. Cuenta una anécdota que echó de
su casa a un noble inglés, después de que este último lo hubiera ofendido
ridiculizando a las fuerzas navales francesas y asegurándole que muy bien
podría derrotarlas: “Váyase, señor. Vaya a intentar cumplir tus promesas;
los franceses no quieren aprovecharse de los obstáculos que os impiden
realizarlos.” La asociación con el pavo real podría ser entonces una
referencia a su seguridad en sí mismo, su altivez y su propensión a la
ostentación. O podría verse como una ilustración de una de las Fábulas
de La Fontaine, entonces muy popular, aquella que habla del arrendajo adornado
con las plumas del pavo real, donde el pájaro, después de desfilar en un papel
que no le era propio, es reconocido y ridiculizado por las demás aves.
El paso del tiempo y el laicismo
fueron erosionando el simbolismo cristológico del pavo (resurrección,
inmortalidad) y acentuando el negativo (vanidad, ostentación, orgullo). Pero llegará
un momento en que ya sólo sea un elemento decorativo, algo que nunca dejó de
ser, es más, es fácil imaginar que todos sus significados le fueran añadidos
para justificar la exhibición de su plumaje. Sus
imágenes también aparecieron en el diseño europeo desde el siglo XVIII.
Sopera de
porcelana de pasta blanda pintada con esmaltes y dorada, decorada con un patrón
de plumas de pavo real superpuestas, c. 1765-1770. Chelsea Porcelain factory, Victoria
& Albert Museum, Londres
Pavos reales, c. 1755-1758,
Chelsea Porcelain factory, Victoria & Albert Museum, Londres
Las figuras de pájaros en la fábrica de porcelana de Chelsea suponen la mitad de sus modelos figurativos. Muchos se basan en láminas de Una historia natural de aves poco comunes y de algunos otros animales raros y no descritos, cuadrúpedos, peces, reptiles, insectos, etc. (1743-1751), la influyente publicación del ornitólogo británico George Edwards (1694–1773).
Pero fue
el Art Nouveau el que elevó la imagen del pavo real a una forma dominante.
William Morris, impulsor de la recuperación de la artesanía textil, lo usó en
sus cortinas "Pavos reales y dragones" de 1878, inspirado
tanto en la simbología medieval como en el diseño islámico. Morris había
visitado una tienda en Londres que describió como "toda bermellón, oro
y ultramar, muy hermosa ... como entrar en Las mil y una noches".
William Morris, Cortina
“Pavos reales y dragones”, 1878, V&A Museum, Londres
Casi al
mismo tiempo, un grupo de artistas y diseñadores ingleses, The Aesthetic
Movement (1860 – 1900), se hizo conocido por su credo "el arte por
el arte" y por su objetivo de escapar de la vulgaridad de la
industrialización (“la industria es la fuente de toda fealdad”, dejó
dicho Oscar Wilde), produciendo obras sofisticadas que suponían un auténtico
culto a la belleza. Al igual que Morris, se inspiraron a menudo en diseños de
otras culturas, particularmente en Japón y el mundo islámico.
Comprensiblemente, el pavo real fue uno de los recursos predominantes del
movimiento.
James
McNeill Whistler fue uno de sus principales representantes. Su Habitación del
Pavo real (Peacock Room) es un interior arquetípico que nació en
1876 del encargo de un potentado naviero, Frederick Leyland, para que le decorara
el comedor de su casa de Londres.
Aprovechando la ausencia del propietario, que salió de viaje
inmediatamente después del encargo, Whistler creó un espacio lujoso, pintando, sobre el carísimo cuero de las paredes, pavos reales con pintura azul y grandes
cantidades de pan de plata y oro (de paso, organizó varias juergas en la casa y
tuvo una aventura con la esposa del magnate). Cuando Leyland recibió la factura, se quedó
estupefacto (y eso que no sabía todo…) y se negó a pagar por ese extravagante
trabajo que excedía lo que había encargado. Finalmente, cedió en parte y pagó
la mitad de la suma exigida por el artista. Ofendido por ese agravio, Whistler
se coló en la casa y pintó el panel final de los dos pavos reales peleando (que
pretendían representar el conflicto entre artista y patrón). Lo tituló “Arte
y Dinero”. Parece que Whistler le dijo más tarde:
“Te he hecho
famoso, y mi trabajo vivirá cuándo tú hayas sido olvidado. Y, posiblemente con
suerte, en épocas venideras, sólo serás recordado como el propietario de la
Habitación del Pavo Real.”
James McNeill
Whistler, diversas vistas de la habitación del Pavo real, 1876-1877, Museo
Smithsonian, Washington
El pavo real continuó como un motivo favorito en la era del Art Nouveau, la época del artificio y la sofisticación ( del "elogio del maquillaje", que decía Baudelaire). Walter Crane creó en 1906 un plato de pavo real en un estilo relacionado con las tradiciones islámica e india, mientras que Louis Comfort Tiffany utilizó antiguas técnicas de fabricación de vidrio de origen sirio (que enterraban las piezas para que se volvieran iridiscentes al reaccionar con los minerales del suelo) para crear, desde 1890, los efectos de sus jarrones con motivos de pavo real.
Walter Crane,
Plato de cerámica esmaltada de Lancaster, 1906, V&A Museum
El pavo real era uno de los motivos favoritos de Tiffany. El ave lo tenía todo para gustar al esteta que era: exuberancia, profusión de colores, brillantez, carácter radiante… Se sintió particularmente atraído por los azules y verdes iridiscentes, que incorporó en casi todas las series de su producción, muy adaptable a todo tipo de formatos, fueran jarrones, joyas, juegos de escritorio, vidrieras o mosaicos, un tema ideal tanto para lujosas casas particulares como para iglesias. De esta idea nació la serie Favrile, para la que se empleó un material muy fino y brillante que ya usaban los venecianos, la aventurina, un tipo de cuarzo que contiene pequeñas incrustaciones de minerales brillantes que reflejan la luz (añadía cobre o latón a la fórmula), haciendo que el vidrio brille y centellee.
Vidrio soplado de la serie Favrile, 1896-1902, V&A Museum
Dos jarrones Favrile, 1900 y 1896, MET, Nueva York
Dos jarrones
Favrile: Izquierda, Jarrón, c. 1926, Colección de Lloyd y Barbara Macklowe. Derecha,
Florero, c. 1900, Museo de Brooklyn
Vidriera de la
capilla de Tiffany, c. 1893, Laurelton Hall, Long Island, Nueva York. La
capilla se hizo para la Exposición Colombina Mundial de Chicago, en 1893
El ilustrador Aubrey Beardsley utilizó el
patrón del pavo real en sus ilustraciones de 1894 para la obra de teatro de
Oscar Wilde, Salomé, enfatizando el aspecto decadente de la exquisita
belleza del ave. La falda del pavo real es una de las diez láminas
publicadas en la versión inglesa de la obra de Wilde quien, impresionado por la
primera muestra del artista, lo llamó su “alma gemela”. Muestra la
espalda de Salomé, vestida con una larga túnica con el motivo de plumas del
pavo real y con un tocado del mismo tipo. El dibujo se inspira en el trabajo de
Whistler en la Peacock Room de 1876-77, así como en las xilografías
japonesas.
Aubrey Beardsley,
la falda de pavo real, ilustración para “Salomé” de Oscar Wilde, 1893-1894
Aubrey Beardsley,
Portada de “Salomé” de Oscar Wilde, 1893-1894
Los grandes almacenes de Londres, Liberty's
(de los que Oscar Wilde era asiduo), que se habían especializado en
artículos orientales e impulsaron el estilo Art Nouveau (y en el Reino
Unido le dieron su propio nombre, Stile Liberty), produjeron en 1887 una
tela con el patrón de las plumas de pavo real, recuperada en 1975, que ha sido
una de las señas de identidad de la casa y sigue siendo popular en la
actualidad.
Arthur Silver,
tejido de decoración para Liberty's, algodón estampado, 1887
Sin duda,
donde el pavo real tuvo un papel especial fue en la revista Vogue, “la
biblia de la moda”, fundada en Nueva York en 1892, pero que inició sus
portadas a todo color en 1908, el momento culminante del Art Nouveau y cuando
era inevitable cruzarse con el ave más distinguida. Se evocaban así la elegancia y la sofisticación, una ensoñación de estatus social superior.
Ilustración de George Wolfe Plank; fue portada para la revista
Vogue en dos ocasiones, en noviembre de 1911 y en abril de 1918, un privilegio no igualado
Varias portadas de Vogue haciendo referencia al pavo real:
arriba a la izquierda, autor desconocido, 1909; arriba a la derecha, George W.
Plank, 1915; abajo a la izquierda, Wladyslaw T. Benda, 1922; abajo a la
derecha, autor desconocido, 1929
Desde que la Habitación del pavo real, de Whistler, llegó a Estados Unidos en 1904, adquirida por un rico coleccionista, y más aún desde que, a la muerte de éste, fue adquirida por el Smithsonian de Washington en 1919 y expuesta al público, su influencia en las artes decorativas ha sido fulgurante y ha convertido las plumas del pavo real en un tema inagotable en la industria norteamericana del lujo, de lo que tenemos ejemplos inagotables, por citar sólo los más recientes: Dwell Studio diseñó un edredón con un llamativo patrón de pavo real azul sobre rosa pálido; Matthew Williamson creó una alfombra para Rug Company; y la diseñadora Anna Sui decoró una abigarrada habitación para su propia casa de Nueva York, presidida por un pavo real, cuya idea procede de su visita al Smithsonian, donde vio la Peacock Room (y prefirió subir la apuesta de Whistler con un pavo tridimensional, ella no iba a ser menos).
Como cumpliendo un ciclo, la luz que vino del este culmina su viaje convirtiéndose en una máquina de distinción en el oeste.
Izquierda, Matthew
Williamson, alfombra Peacock para Rug Company. Derecha,
Dwell Studio, edredón
Peacock, 2013
Anna Sui,
decoración del salón de su apartamento de Greenwich Village, 2019
Para
terminar (y descansar la vista), y a la altura de la elegancia del ave, este tema de Jimmy Rowles, de
1975, The peacocks (los pavos reales), con el saxo de Stan Getz.
Enhorabuena como siempre. Cada vez más sorprendente. Una maravilla
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