LA CHARLATANA
“Yo, locuaz urraca, te saludo con habla inteligible, mi señor, y si no
me vieras, no querrías creer que soy un ave.”
(Marcial, Epigramas)
Manuscrito, Morgan Library, MS M.81 (The Worksop Bestiary), folio 53v
La habitación del hospital da a un patio recogido con unos
pocos árboles –abedules, arces y algunos ejemplares indeterminados de
esqueletos secos- que, ya terminada la estación de cría, sirven de dormidero a
un grupo de urracas. La insonorización de la ventana impide escuchar sus pendencias,
de modo que es como ver una película con el volumen apagado, pero se las ve
esforzarse en sus gritos mientras compiten por un sitio entre las ramas, nunca
cansadas de discutir. El folklore comparaba esas reuniones con asambleas
vecinales –la porfía por antonomasia- y concluía su buen o mal agüero del
número que se congregaba. Por si acaso, no las contaremos.
La charlatanería ha
sido siempre la marca de identidad de la urraca (Pica pica) que ha calado en el imaginario colectivo (en cuentos, canciones,
historias y anécdotas) y, como todos los córvidos y otras muchas especies que
llamaremos “ordinarias”, cercanas a los humanos, presenta un claro
interés etológico por sus importantes capacidades de aprendizaje y adaptación.
Se ha beneficiado de la progresión de parques y áreas suburbanas de nuestras
ciudades, cada vez más cubiertas de arbolado abierto. Si añadimos que ese
entorno ofrece una mayor tasa de fecundidad y supervivencia, se explica así su
prevalencia actual. Esta progresión urbana es reciente en muchos lugares: por
ejemplo, sólo se observa en París a partir de finales de la década de 1970.
Una muestra del carácter adaptativo de la urraca la tenemos en
Róterdam, donde han aprendido a arrancar y robar los pinchos antipalomas para
proteger sus propios nidos
La etimología de su nombre castellano
es incierta. Hay quien deriva Urraca
del latín Furacem, (“ladrona”), porque en el siglo VIII
aparece con H, “Hurraca” (ya veremos
la importancia de este atributo de ratera); para otros sería un nombre
onomatopéyico, imitativo de su canto de carraca (Urrac); a otros, su fonética les evoca un origen vasco: “urre”, derivado a su vez del latín “aurum” (“oro”), con un sufijo hipocorístico –ko/-ka. ¿Se cruzó el nombre de mujer Urraca con el nombre del ave, que hasta
entonces pudo ser parecido, y tomo el nombre femenino? Esa feminización de su
nombre parece recurrente. En castellano hay otros nombres populares, derivados
claramente del latín “Pica”: “Picaza” o “Picaraza” y, en la región occidental, en Portugal y entre Galicia y
Zamora, “Pega”, que es una derivación
etimológica muy directa a través del latín vulgar “Peca”. También es interesante que la palabra latina original para
urraca, Pica, vuelva a aparecer en
tratados médicos medievales para describir los antojos de las mujeres
embarazadas por alimentos extraños o caprichosos.
La “Pica loquax” (la urraca locuaz), en el Manuscrito de la Biblioteca
Nacional de Francia, lat. 6838B, folio 26r
La charlatanería de la
urraca se identificó de tal forma con el estereotipo de un vicio femenino que
los apodos del pájaro han tomado nombres comunes de mujer. En castellano se la
ha llamado “Marica”, un antiguo
hipocorístico de María (recordemos la letrilla “Hermana Marica”, de Góngora). En francés, “Margot”, derivado de Marguerite, o “Jacquette”. “Margot” se
refería tanto a una mujer charlatana como a la de costumbres ligeras. Zola, en La taberna (1877), refiere el término para
subrayar la vida descuidada de algunas muchachas:
“Eran consejos prácticos sobre el amor […] todo tipo de historias de
margots que estaban muy arrepentidas de haberlo pasado.”
Manuscrito, Biblioteca Británica, Harley MS 3244, folio 55v
En el Diccionario de uso del español, de María
Moliner, la palabra “adrián”, aparte
de las acepciones históricamente conocidas (“callo de los pies” hasta 1884 y “juanete”
desde entonces), tuvo otra acepción: “Nido
de urracas”. Nid d’agaches,
literalmente “nido de urracas”, es,
en picardo, la denominación para “callo, ojo de gallo, dureza”. En esa región, agache y su variante agace o agasse era el nombre dialectal de la urraca, en competencia con “pie”, de origen latino. En otros lugares
se decía “oeil d'agace” (“ojo de urraca”) para “callo” y, con el
tiempo, “oeil” fue reemplazado por “nid” (“nido”), porque se pronunciaban de forma muy similar. En el siglo
XVII, los franceses cambiaron “nid
d’agaches” por “nid de pies”, más
culto, y lo traducen, igualmente, por “adrián”,
de manera que éste término pasó al castellano como “nido de urracas”.
En inglés, su nombre
común es Magpie: este nombre no aparece
hasta el siglo XVIII, cuando se mezclan su nombre de origen francés, Pie, con Mag o Maggot, la forma
popular de Margaret que también designaba a las mujeres charlatanas y apodaba a
las urracas (eran costumbre ciertos nombres típicos para algunos animales, como
llamar a los loros Polly o a las
gatas, Kitty): se llamaban “Magge tales" lo que en castellano
conocemos como “cuentos chinos”,
habladurías. Pies ya se usaba en
inglés, desde fines de la Edad Media, para “parlotear”
y de ahí la aplicación de “pye” a un
chismoso o parlanchín y también a una persona astuta o un chivato (wily pie).
Este carácter le está
impreso desde los antiguos griegos. En la mitología, las Piérides (Πιερίδες) o Emathides
eran las hijas de Píero, rey de Macedonia. Estaban tan orgullosas de sus
cualidades canoras que decidieron ir al monte Helicón para retar a las Musas,
pero las ninfas del Parnaso, actuando como jueces, otorgaron la victoria a éstas.
Las hijas de Píero, de mal perder, protestaron y atacaron a sus rivales; al
momento, fueron castigadas y sus cuerpos se cubrieron de plumas negras y
blancas y quedaron convertidas en urracas. Bajo esta nueva forma, seguían
conservando el mismo temperamento de charlatanas e inoportunas.
“…mucho más dulce que el canto
de las Musas,
que cantaron por honor contra
las Piérides.”
(Christopher Marlowe, Tamerlán)
Richard van Orley, Las Piérides se convierten en urracas, entre 1683 y
1732, Museo de Bellas Artes de Gante
“Pero estas hermanas emátidas
se rieron para burlarse de nuestras palabras amenazantes; y mientras trataban
de hablar, y hacían un gran clamor, y con manos desvergonzadas hacían gestos
amenazadores, de repente brotaron púas tiesas de sus uñas, y plumas se
extendieron sobre sus brazos extendidos; y podían ver la boca de cada compañero
creciendo en un pico rígido.—Y así se añadieron nuevas aves al bosque.—Mientras
se quejaban, estos grajos que profanan nuestras arboledas, moviendo sus brazos
extendidos, comenzaron a flotar, suspendidos en el aire. Y desde entonces ha
permanecido su antigua elocuencia, sus notas chillonas, su fatigoso celo de la
palabra”. (Ovidio, Metamorfosis)
Wilhelm Janson, grabado según Antonio Tempesta, Metamorfosis de las
Piérides, 1606, Museo de arte del Condado de Los Ángeles
En la antigua Grecia, se
inmolaban en ofrenda a Dionisos y se decía que, con el vino, desataban la
lengua y dejaban escapar todos los secretos. A los tratadistas antiguos y
medievales les llamaba la atención la similitud del parloteo de la urraca con
el habla humana (por ejemplo, en la Historia
Natural de Plinio), y gozaba de fama de inteligente –estimación confirmada
por la investigación moderna-, incluso de raros saberes (Alberto Magno le
atribuye el conocimiento de las hierbas medicinales) y más aplicada en el
aprendizaje que el loro. Que un animal hablara ya tenía, de por sí, una connotación maligna y
se la acusó de ser el único animal que se negó a entrar en el Arca de Noé. Pero
el carácter de la urraca medieval era tan variopinto como su plumaje. William
Harrison, en su Descripción de Inglaterra
(1587), cuenta la historia de un capellán, él mismo "el más astuto de todos", que convence a su patrona de que las
ruidosas urracas que la molestan no son pájaros, sino almas del purgatorio que
claman por su liberación. Parece comprobado, como en los cuervos, una especie
de ritual de lamentación cuando
muere alguna de ellas.
Pese a las apariencias, la urraca gozó antiguamente de una imagen colorida, lo que hace justicia a sus plumas tornasoladas. Sin embargo, solemos verla como un ave bicolor: una muestra de ese prejuicio es el apodo del Newcastle United Football Club, a quienes se les llama "las urracas" porque su camiseta es blanca y negra. A la izquierda, el escudo del equipo entre 1983 y 1988. A la derecha, el despliegue real del pájaro
Erasmo, con la imagen de la
urraca que imita el habla humana quiere criticar a los que rezan sin
comprender. De aquí, un poema moral de Guéroult sobre esta ave:
“Ingenuamente nuestra lengua
hablas
y cuando no puedes comprender bien una palabra
la muerte te sorprende en tu felicidad.
Aprende de esta experiencia:
más que a uno mismo debemos apreciar el conocimiento.”
Representación de la urraca en le Blason des Oyseaux de Guillaume
Guéroult, 1550. A la derecha, el poema sobre la urraca “Segundo libro de la Descripción
de los animales, que contiene el blason des oyseaux, Compuesta por Guillaume
Guéroult”
Un hombre hablando con una urraca, Ilustración de “Elogio de la
locura”, de Erasmo de Rotterdam, en una edición francesa de esta obra publicada
por Francois L'Honore en Amsterdam en 1728, ilustrado por un grabador anónimo a
partir de Hans Holbein el joven
No era difícil que la astucia y
la curiosidad, admirables, terminaran por convertirse en hábitos ladrones, que
no lo eran tanto.
La urraca como representación de la Avaricia (con una joya en el pico),
a los pies de la virtud opuesta, la Largueza, en la Puerta de las Virtudes,
diseñada por Lluis Doménech i Montaner en 1891 y ejecutada por Eusebio Arnau
para el Seminario Mayor de Comillas
¿Qué más puede desear
una ladrona que las joyas, o al menos lo que brilla? Un exitoso melodrama,
estrenado en 1815, La pie voleuse ou la Servante de Palaiseau, de
Louis-Charles Caigniez y Théodore Baudouin d'Aubigny, seguramente ayudó a
propagar la idea de las malas tendencias de las urracas, especialmente en el
mundo francófono e italiano, cuando Rossini lo usó como fuente para componer su
ópera La gazza ladra (La urraca ladrona), en 1817.
En Las joyas de la
Castafiore (Les Bijoux de la Castafiore), álbum publicado en 1963 por Hergé, la
urraca es la responsable del robo de la esmeralda, que escondía en su nido
Antes que ladrona, la urraca se
relacionó con la muerte y así la vemos en Pieter Bruegel el Viejo (por ejemplo,
La urraca en la horca) y en
Hieronymus Bosch, donde la urraca del Buhonero
se ha interpretado como un emblema del alma del hombre, cuyo camino por la vida
es una constante amenaza de las tentaciones: la naturaleza dual de la urraca,
que se manifiesta en su coloración blanca y negra, eran la fragilidad y la
inconstancia, que hacen difícil una vida recta. Como en el búho, en la urraca
habitaban brujas y hechiceros, cuando no el mismo diablo.
Hyeronimus Bosch, el buhonero, parte del tríptico La peregrinación de
la vida, c. 1494, Museo Boijmans Van Beuningen, Róterdam
Pieter Bruegel, La urraca en la horca, 1568, Museo Estatal de
Hesse-Darmstadt
Detalles de las dos urracas presentes en la obra
Además del pájaro que protagoniza
la obra, otra urraca se sienta en una roca en la base de la horca, cerca del
cráneo de un animal. Bruegel la pintó un año después de que Fernando Álvarez de
Toledo, tercer duque de Alba, llegara a los Países Bajos, enviado por Felipe II
para reprimir la revuelta flamenca. La horca puede representar la amenaza de
ejecución de quienes predican la nueva doctrina protestante, y la pintura puede
aludir a varios significados: el proverbio flamenco “bailar en la horca” o “cagar
en la horca” se refiere a burlarse del poder del gobierno; también tenemos
la creencia de que las urracas son chismosas, y que los chismes son peligrosos
porque pueden conducir al cadalso; y que este camino fatal pasa antes por
agradables prados.
No se sabe por qué ni para quién
se pintó el cuadro. Su fecha hace de esta pintura una de las últimas obras de
Bruegel antes de su muerte en 1569, quizás su obra final. Se sabe que le pidió a su esposa quemar
algunas de sus obras cuando él muriera, pero le dijo que se quedara con La urraca en la horca.
“Muchas de las extrañas composiciones y temas cómicos de Bruegel pueden
verse en sus grabados en cobre. Pero ha hecho muchos dibujos hábiles y bellos,
y los dotó de significados que, en su época, eran demasiado mordaces y
cortantes, y que su esposa quemó durante su última enfermedad, por
remordimiento o temor a que de ellas se derivasen consecuencias desagradables.
En su testamento dejó a su mujer un cuadro de "Una urraca en la
horca". Con la urraca se refería a los chismosos enviados a la horca.
Además, así había pintado un cuadro en el que triunfa la Verdad. Según su propia
declaración, esto era lo mejor pintado por él.”
(Karel van Mander, Schilder-boeck, “Libro de los pintores” o “Libro de la pintura”, 1604)
Los contemporáneos de Bruegel podrían haber recordado la frase "picae, quasi poeticae" (“Las Urracas, como la poesía”), que san Isidoro concluye de la fábula de las Piérides. En el marco de un debate humanista entre poesía y pintura, entre palabras e imágenes, la urraca podría contraponerse a un artista capaz de mostrar lo que no se puede decir, sobre todo en una época en la que la palabra impresa le exponía a uno a la desgracia.
Francisco de
Goya, retrato de Don Manuel Osorio Manrique de Zúñiga, c. 1787, MET
No está lejos de la tradición
renacentista esta obra de Goya. En este retrato del hijo de los Condes de Altamira,
entonces con tres o cuatro años de edad, el traje rojo atrae la mirada (de
hecho, el cuadro fue conocido como “el
niño rojo”), pero es importante la presencia de tres gatos, ocho jilgueros
en la jaula y una urraca en primer plano que sostiene en su pico la tarjeta de
presentación del pintor: parece que es un ave que siempre debe coger algo,
obligada por su curiosidad. La urraca siguió prestando voz al artista en la
tradición emblemática, en las que Goya debió de basarse para su imagen de la
picaza como "magister artista"
y, de hecho, para caracterizarla como "protopoeta" o, más bien, como alter
ego del autor. Ya en el siglo XVII la urraca había adquirido el sentido
emblemático positivo de "ingenio
agudo", una autorreferencia apropiada para un artista.
Siguiendo con Bruegel, en Paisaje con trampa para pájaros, los córvidos
ocupan un lugar central, como en otras obras.
Pieter Bruegel, Paisaje con trampa para pájaros, 1565 Museos Reales de
Bellas Artes de Bélgica. La urraca (que puede verse en el detalle) observa
desde arriba a las aves que se acercan a la trampa
La trampa de Bruegel pudo tener
su origen en “El diálogo de las criaturas”, un libro popular flamenco, donde, en uno
de sus relatos, la urraca, conchabada con el pajarero, atrae a los pájaros a su
trampa, como el diablo. La traidora hace creer a las aves que puede enseñarles
a hablar como ella y las dirige hacia la red, donde termina su vida.
Grabado de Dialogus creaturarum que representa el cuento de la urraca
que atrae a las aves a la trampa, Iohannes Belot, Ginebra, 1500, f. 43v,
Incunables de la Biblioteca de Cataluña
Detalles del tapiz de Cristo nacido como Redentor del hombre (Episodio
de los tapices de la Historia de la Redención), 1500–1520, elaborados en el sur
de los Países Bajos, MET, The Cloisters Collection
En este tapiz, la urraca en el
árbol sin hojas y la zarza que crece a los pies del Hombre encadenado pueden
interpretarse como expresiones simbólicas de la condición del Hombre tras la
caída en el pecado, que aún puede ser redimida. En cualquier caso, es difícil
que no esté presente como anuncio de la muerte.
Robert Campin, llamado “El maestro de Flémalle”, Tríptico de la
Anunciación (o Tríptico de Mérode), 1425-1430, MET. Debajo, detalle de la tabla
de la izquierda, con la urraca en el tejado
Jan van Eyck, La Virgen del canciller Rolin, 1435, Louvre. Dos urracas
merodean por el “hortus conclusus” del segundo plano
“Los perros aullaban, y horrenda tempestad sacudía los árboles;
El cuervo la graznaba en lo alto de la chimenea,
y las urracas parlanchinas cantaban en lúgubres discordias.”
Y, por supuesto, en la funesta Macbeth:
“Quiere sangre, dicen: la sangre quiere sangre. Se sabe que las piedras
se han movido y los árboles, hablado; agüeros, relaciones explicadas valiéndose
de urracas, grajos y cornejas, hablaron al criminal más oculto.”
En Geoffrey Chaucer (The House of Fame, 1374-1385) es un ave correveidile y chismosa: “Aunque la Fama tuviera todas las urracas de
un reino, y todos los espías, no podría oír todo esto, ni ellos verlo”. En Los cuentos de Canterbury se la cita
varias veces como comparación: en El
cuento del mercader, la mujer, seducida por un monje, “farfullaba como una urraca”; La
mujer de Bath se describe como “alegre
como una urraca”; La mujer del
molinero es “orgullosa y descarada
como una urraca”.
En el siglo XIII,
aparecen en Francia poemas titulados “De
la femme et la pie” (“De la mujer y
la urraca”), donde muestran la analogía entre ambas: vanas, orgullosas,
vengativas, locuaces y espías (en China tenía fama de conocer las infidelidades
conyugales). Como ejemplo, en el cuento
“El mercader y su urraca”:
“En este pueblo
había una vez un comerciante que tenía una urraca que contaba a cualquiera que
le preguntara lo que había visto, pues hablaba muy bien el idioma francés. La
mujer de este mercader no se portaba muy bien, pues tenía un amante en el
pueblo. Y cuando salía el buen hombre, la urraca le decía lo que había visto, y
muchas veces sucedía que la urraca le decía en verdad al buen hombre que el
amante de su mujer había estado allí. Y él la creyó completamente, porque ella
no sabía mentir y siempre le decía a su señor lo que había visto.”
Biblioteca Bodleian, MS. Ashmole 1511 (El Bestiario Ashmole) , folio
48v
Hay quien ha ido más
lejos y ha derivado el término “Gaceta” (del veneciano Gazeta), una publicación inicialmente plagada de chismes, de “Gazza” (en italiano, urraca): el nombre italiano derivaría del antiguo
alemán “agaza”, del que vendrían
también otros nombres para el pájaro: el dialectal francés agace, el occitano agaça
o el catalán garsa.
Esa locuacidad llega a
ser comparada con la poesía por san Isidoro, al que le basta con cortar y pegar
letras para encontrar cualquier etimología que se adapte al significado que
busca.
“Picae quasi poeticae, quod
verba in discrimine vocis exprimat, ut homo. Per ramos enim arborum pendulae
inportuna garrulitate sonantes, et si linguas in sermone nequeunt explicare,
sonum tamen humanae vocis imitantur. De qua congrue quidam ait: Pica loquax
certa dominum te voce saluto: si me non videas, esse negabis avem.“
“Las urracas, como la poesía,
expresan las palabras con voz distinta al hombre. Porque cuelgan de las ramas
de los árboles, resonando con una charla inoportuna y si no pueden hablar de
verdad imitan el sonido de la voz humana.“ (Isidoro, Etimologías)
A los romanos les gustaba enseñar
a hablar a urracas y cuervos (hasta que conocieron al “pájaro indio”, el loro).
Plinio, en su Historia Natural:
“Cierto tipo de urraca es menos célebre [que el citado loro] porque no
viene de lejos, pero habla más articuladamente. Estos bichos se aficionan a
pronunciar determinadas palabras, y no sólo las aprenden, sino que las aman, y
las meditan en secreto con fatídica reflexión, sin ocultar su ensimismamiento.
Es un hecho establecido que si la dificultad de una palabra les vence esto les
causa la muerte, y que su memoria les falla a menos que oigan la misma palabra
repetidamente, y cuando están perdidos para una palabra se animan
maravillosamente si mientras tanto la oyen pronunciar. La forma del pájaro es
inusual, aunque no hermosa; este pájaro tiene suficiente distinción en su poder
de imitar la voz humana.”
Macrobio (Saturnalia, fines del siglo IV), cuenta una anécdota sobra Augusto –repetida
de otras formas por otros autores, porque los latinos tenían un repertorio de
ellas para aplicar a conveniencia-, quien, tras su victoria en Actium, compró
un loro y una urraca que habían aprendido a decir: “¡Ave, César, general victorioso!”. Hubo una época en que era un ave
relativamente rara que, cuando se la conoció se identificó con el arrendajo,
más conocido desde antiguo (en griego de hecho, se les daba el mismo nombre: κιττα, kitta). Plinio, de nuevo: “Antes
eran raras, pero ahora empiezan a ser vistas entre los Apeninos y Roma”.
Esa rareza le hacía exótica, tanto, que se la llega a incluir en el banquete de
Trimalción, aunque no como alimento (en el Satiricón,
de Petronio, c. 60 d.C.). La observación es interesante porque no suele tenerse
en cuenta que no es simplemente blanca y negra, sino tornasolada en varias
partes de su plumaje:
“En la misma puerta, con uniforme verde puerro y cinturón rojo cereza,
estaba el portero limpiando guisantes en una fuente de plata. Sobre el dintel
colgaba una jaula de oro donde una urraca de varios colores saludaba a los que
entraban”.
Por tanto, su condición novedosa
la llevó a las casas como mascota. Marcial satirizó el excesivo afecto de
algunos por ellas:
“Si tú, Lausus, amas a tu urraca
parlanchina…”
Una pintura mural de la Casa del Brazalete de Oro en Pompeya, c. 30-50 d.C. Hay una urraca en el centro superior
Como en latín, la urraca, Pica, es el femenino de Picus (el pájaro carpintero) y éste fue,
para los romanos, el pájaro por excelencia de los auspicios, el que tenía la
supremacía en la estima de los augures, la afinidad entre ellos parecía natural
y ambos fueron apreciados por sus predicciones. En Bretaña, los sastres, que
solían hacer de casamenteros, cuando salían para hacer sus convenios, se
volvían a meter en casa si se cruzaban con una urraca, no fuera todo a
fracasar. Considerarlas de mal agüero parece muy evidente, dada su fama,
pero la tradición de la ornitomancia ha sido más compleja. Así, encontramos una
cancioncilla publicada en 1780 por Samuel Johnson, que debe de poner en papel
una rima que ya circulaba entre la gente. La rima ofrece distintas variantes
que sólo coinciden del todo en los dos primeros versos y es un curioso testigo
de las supersticiones populares ligadas a las aves y del uso del cuenteo como
juego infantil, que ha dado incluso para trasladar la canción a otros juegos,
como la rayuela (dejamos el apunte de todas las asociaciones esotéricas de los
juegos que tienen un camino que recorrer…). Una de las muchas versiones es
esta:
One for sorrow, Two for joy, Three for a girl, Four for a boy, Five for silver, Six for gold, Seven for a secret never to be told. Eight for a wish, Nine for a kiss, Ten a surprise you should be careful not to miss, Eleven for health, Twelve for wealth, Thirteen beware it's the devil himself. |
Una para el dolor, dos para la alegría, tres para una niña, cuatro para un niño, cinco para la plata, seis para el oro, siete para un secreto que nunca será contado, ocho para un deseo, nueve para un beso, diez para una sorpresa que debes tener cuidado de no perderte, once para la salud, doce para la riqueza, trece, cuidado, es el mismísimo diablo. |
Una rayuela de la urraca con otra versión de la rima, en el
muelle de Morecambe, Inglaterra, que nos lleva de la Tierra al Cielo
El Saturday Magazine del
23 de enero de 1841, escribe:
“Los consejos que las urracas parecen celebrar juntas, en
temporadas particulares, comúnmente llamados ‘folkmotes’ [un término folklórico
para referirse a las asambleas populares], están asociados en la mente de
muchos con nociones supersticiosas y ominosas. Se supone que esos inocentes
objetos del terror, mientras se reúnen, muy probablemente con el propósito de
elegir pareja, están conspirando y azuzando su ingenio, para bien o para mal de
los habitantes del pueblo vecino. Si son pares y continúan con su charla alegre
y ruidosa, se supone que es bueno para viejos y jóvenes, pero si hay una urraca
extraña posada aparte del resto, silenciosa y desconsolada, se considera lo contrario,
y se esperan inevitablemente consecuencias dañinas.”
¿Es la urraca solitaria un
augurio del sacrificio de Jesús? Hay una gradación de lo sagrado, de atrás adelante, hasta llegar al Niño: los ángeles parecen presentar un muro de
sonido que ahoga lo que hay detrás, el ruido del burro que rebuzna (que representa la
incredulidad) y el parloteo de la urraca, señalado por un personaje, con un mensaje de esperanza y
renacimiento.
Cuántas sorpresas trae la urraca... Gracias, Alfonso. No dejes de escribir y enseñar. Ana.
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