LA CHARLATANA

 

Yo, locuaz urraca, te saludo con habla inteligible, mi señor, y si no me vieras, no querrías creer que soy un ave.”

(Marcial, Epigramas)

Manuscrito, Morgan Library, MS M.81 (The Worksop Bestiary), folio 53v

 

La habitación del hospital da a un patio recogido con unos pocos árboles –abedules, arces y algunos ejemplares indeterminados de esqueletos secos- que, ya terminada la estación de cría, sirven de dormidero a un grupo de urracas. La insonorización de la ventana impide escuchar sus pendencias, de modo que es como ver una película con el volumen apagado, pero se las ve esforzarse en sus gritos mientras compiten por un sitio entre las ramas, nunca cansadas de discutir. El folklore comparaba esas reuniones con asambleas vecinales –la porfía por antonomasia- y concluía su buen o mal agüero del número que se congregaba. Por si acaso, no las contaremos.

 La charlatanería ha sido siempre la marca de identidad de la urraca (Pica pica) que ha calado en el imaginario colectivo (en cuentos, canciones, historias y anécdotas) y, como todos los córvidos y otras muchas especies que llamaremos “ordinarias”, cercanas a los humanos, presenta un claro interés etológico por sus importantes capacidades de aprendizaje y adaptación. Se ha beneficiado de la progresión de parques y áreas suburbanas de nuestras ciudades, cada vez más cubiertas de arbolado abierto. Si añadimos que ese entorno ofrece una mayor tasa de fecundidad y supervivencia, se explica así su prevalencia actual. Esta progresión urbana es reciente en muchos lugares: por ejemplo, sólo se observa en París a partir de finales de la década de 1970. 

Una muestra del carácter adaptativo de la urraca la tenemos en Róterdam, donde han aprendido a arrancar y robar los pinchos antipalomas para proteger sus propios nidos

La etimología de su nombre castellano es incierta. Hay quien deriva Urraca del latín Furacem, (“ladrona”), porque en el siglo VIII aparece con H, “Hurraca” (ya veremos la importancia de este atributo de ratera); para otros sería un nombre onomatopéyico, imitativo de su canto de carraca (Urrac); a otros, su fonética les evoca un origen vasco: “urre”, derivado a su vez del latín “aurum” (“oro”), con un sufijo hipocorístico –ko/-ka. ¿Se cruzó el nombre de mujer Urraca con el nombre del ave, que hasta entonces pudo ser parecido, y tomo el nombre femenino? Esa feminización de su nombre parece recurrente. En castellano hay otros nombres populares, derivados claramente del latín “Pica”: “Picaza” o “Picaraza” y, en la región occidental, en Portugal y entre Galicia y Zamora, “Pega”, que es una derivación etimológica muy directa a través del latín vulgar “Peca”. También es interesante que la palabra latina original para urraca, Pica, vuelva a aparecer en tratados médicos medievales para describir los antojos de las mujeres embarazadas por alimentos extraños o caprichosos.

La “Pica loquax” (la urraca locuaz), en el Manuscrito de la Biblioteca Nacional de Francia, lat. 6838B, folio 26r

La charlatanería de la urraca se identificó de tal forma con el estereotipo de un vicio femenino que los apodos del pájaro han tomado nombres comunes de mujer. En castellano se la ha llamado “Marica”, un antiguo hipocorístico de María (recordemos la letrilla “Hermana Marica”, de Góngora). En francés, “Margot”, derivado de Marguerite, o “Jacquette”. “Margot” se refería tanto a una mujer charlatana como a la de costumbres ligeras. Zola, en La taberna (1877), refiere el término para subrayar la vida descuidada de algunas muchachas:

Eran consejos prácticos sobre el amor […] todo tipo de historias de margots que estaban muy arrepentidas de haberlo pasado.”

Manuscrito, Biblioteca Británica, Harley MS 3244, folio 55v

 

En el Diccionario de uso del español, de María Moliner, la palabra “adrián”, aparte de las acepciones históricamente conocidas (“callo de los pies” hasta 1884 y “juanete” desde entonces), tuvo otra acepción: “Nido de urracas”. Nid d’agaches, literalmente “nido de urracas”, es, en picardo, la denominación para “callo, ojo de gallo, dureza”. En esa región, agache y su variante agace o agasse era el nombre dialectal de la urraca, en competencia con “pie”, de origen latino. En otros lugares se decía “oeil d'agace” (“ojo de urraca”) para “callo” y, con el tiempo, “oeil” fue reemplazado por “nid” (“nido”), porque se pronunciaban de forma muy similar. En el siglo XVII, los franceses cambiaron “nid d’agaches” por “nid de pies”, más culto, y lo traducen, igualmente, por “adrián”, de manera que éste término pasó al castellano como “nido de urracas”.

En inglés, su nombre común es Magpie: este nombre no aparece hasta el siglo XVIII, cuando se mezclan su nombre de origen francés, Pie, con Mag o Maggot, la forma popular de Margaret que también designaba a las mujeres charlatanas y apodaba a las urracas (eran costumbre ciertos nombres típicos para algunos animales, como llamar a los loros Polly o a las gatas, Kitty): se llamaban “Magge tales" lo que en castellano conocemos como “cuentos chinos”, habladurías. Pies ya se usaba en inglés, desde fines de la Edad Media, para “parlotear” y de ahí la aplicación de “pye” a un chismoso o parlanchín y también a una persona astuta o un chivato (wily pie).

Este carácter le está impreso desde los antiguos griegos. En la mitología, las Piérides (Πιερίδες) o Emathides eran las hijas de Píero, rey de Macedonia. Estaban tan orgullosas de sus cualidades canoras que decidieron ir al monte Helicón para retar a las Musas, pero las ninfas del Parnaso, actuando como jueces, otorgaron la victoria a éstas. Las hijas de Píero, de mal perder, protestaron y atacaron a sus rivales; al momento, fueron castigadas y sus cuerpos se cubrieron de plumas negras y blancas y quedaron convertidas en urracas. Bajo esta nueva forma, seguían conservando el mismo temperamento de charlatanas e inoportunas.

“…mucho más dulce que el canto de las Musas,

que cantaron por honor contra las Piérides.”

(Christopher Marlowe, Tamerlán)

Richard van Orley, Las Piérides se convierten en urracas, entre 1683 y 1732, Museo de Bellas Artes de Gante

“Pero estas hermanas emátidas se rieron para burlarse de nuestras palabras amenazantes; y mientras trataban de hablar, y hacían un gran clamor, y con manos desvergonzadas hacían gestos amenazadores, de repente brotaron púas tiesas de sus uñas, y plumas se extendieron sobre sus brazos extendidos; y podían ver la boca de cada compañero creciendo en un pico rígido.—Y así se añadieron nuevas aves al bosque.—Mientras se quejaban, estos grajos que profanan nuestras arboledas, moviendo sus brazos extendidos, comenzaron a flotar, suspendidos en el aire. Y desde entonces ha permanecido su antigua elocuencia, sus notas chillonas, su fatigoso celo de la palabra”. (Ovidio, Metamorfosis)

Wilhelm Janson, grabado según Antonio Tempesta, Metamorfosis de las Piérides, 1606, Museo de arte del Condado de Los Ángeles

 

En la antigua Grecia, se inmolaban en ofrenda a Dionisos y se decía que, con el vino, desataban la lengua y dejaban escapar todos los secretos. A los tratadistas antiguos y medievales les llamaba la atención la similitud del parloteo de la urraca con el habla humana (por ejemplo, en la Historia Natural de Plinio), y gozaba de fama de inteligente –estimación confirmada por la investigación moderna-, incluso de raros saberes (Alberto Magno le atribuye el conocimiento de las hierbas medicinales) y más aplicada en el aprendizaje que el loro. Que un animal hablara ya tenía, de por sí, una connotación maligna y se la acusó de ser el único animal que se negó a entrar en el Arca de Noé. Pero el carácter de la urraca medieval era tan variopinto como su plumaje. William Harrison, en su Descripción de Inglaterra (1587), cuenta la historia de un capellán, él mismo "el más astuto de todos", que convence a su patrona de que las ruidosas urracas que la molestan no son pájaros, sino almas del purgatorio que claman por su liberación. Parece comprobado, como en los cuervos, una especie de ritual de lamentación cuando muere alguna de ellas.



Pese a las apariencias, la urraca gozó antiguamente de una imagen colorida, lo que hace justicia a sus plumas tornasoladas. Sin embargo, solemos verla como un ave bicolor: una muestra de ese prejuicio es el apodo del Newcastle United Football Club, a quienes se les llama "las urracas" porque su camiseta es blanca y negra. A la izquierda, el escudo del equipo entre 1983 y 1988. A la derecha, el despliegue real del pájaro

Erasmo, con la imagen de la urraca que imita el habla humana quiere criticar a los que rezan sin comprender. De aquí, un poema moral de Guéroult sobre esta ave:

 “Ingenuamente nuestra lengua hablas

y cuando no puedes comprender bien una palabra

la muerte te sorprende en tu felicidad.

Aprende de esta experiencia:

más que a uno mismo debemos apreciar el conocimiento.”

Representación de la urraca en le Blason des Oyseaux de Guillaume Guéroult, 1550. A la derecha, el poema sobre la urraca “Segundo libro de la Descripción de los animales, que contiene el blason des oyseaux, Compuesta por Guillaume Guéroult”

Un hombre hablando con una urraca, Ilustración de “Elogio de la locura”, de Erasmo de Rotterdam, en una edición francesa de esta obra publicada por Francois L'Honore en Amsterdam en 1728, ilustrado por un grabador anónimo a partir de Hans Holbein el joven

 

No era difícil que la astucia y la curiosidad, admirables, terminaran por convertirse en hábitos ladrones, que no lo eran tanto.

La urraca como representación de la Avaricia (con una joya en el pico), a los pies de la virtud opuesta, la Largueza, en la Puerta de las Virtudes, diseñada por Lluis Doménech i Montaner en 1891 y ejecutada por Eusebio Arnau para el Seminario Mayor de Comillas

 

¿Qué más puede desear una ladrona que las joyas, o al menos lo que brilla? Un exitoso melodrama, estrenado en 1815, La pie voleuse ou la Servante de Palaiseau, de Louis-Charles Caigniez y Théodore Baudouin d'Aubigny, seguramente ayudó a propagar la idea de las malas tendencias de las urracas, especialmente en el mundo francófono e italiano, cuando Rossini lo usó como fuente para componer su ópera La gazza ladra (La urraca ladrona), en 1817.

En Las joyas de la Castafiore (Les Bijoux de la Castafiore), álbum publicado en 1963 por Hergé, la urraca es la responsable del robo de la esmeralda, que escondía en su nido

 

Antes que ladrona, la urraca se relacionó con la muerte y así la vemos en Pieter Bruegel el Viejo (por ejemplo, La urraca en la horca) y en Hieronymus Bosch, donde la urraca del Buhonero se ha interpretado como un emblema del alma del hombre, cuyo camino por la vida es una constante amenaza de las tentaciones: la naturaleza dual de la urraca, que se manifiesta en su coloración blanca y negra, eran la fragilidad y la inconstancia, que hacen difícil una vida recta. Como en el búho, en la urraca habitaban brujas y hechiceros, cuando no el mismo diablo.

Hyeronimus Bosch, el buhonero, parte del tríptico La peregrinación de la vida, c. 1494, Museo Boijmans Van Beuningen, Róterdam

Pieter Bruegel, La urraca en la horca, 1568, Museo Estatal de Hesse-Darmstadt


Detalles de las dos urracas presentes en la obra

Además del pájaro que protagoniza la obra, otra urraca se sienta en una roca en la base de la horca, cerca del cráneo de un animal. Bruegel la pintó un año después de que Fernando Álvarez de Toledo, tercer duque de Alba, llegara a los Países Bajos, enviado por Felipe II para reprimir la revuelta flamenca. La horca puede representar la amenaza de ejecución de quienes predican la nueva doctrina protestante, y la pintura puede aludir a varios significados: el proverbio flamenco “bailar en la horca” o “cagar en la horca” se refiere a burlarse del poder del gobierno; también tenemos la creencia de que las urracas son chismosas, y que los chismes son peligrosos porque pueden conducir al cadalso; y que este camino fatal pasa antes por agradables prados.

No se sabe por qué ni para quién se pintó el cuadro. Su fecha hace de esta pintura una de las últimas obras de Bruegel antes de su muerte en 1569, quizás su obra final.  Se sabe que le pidió a su esposa quemar algunas de sus obras cuando él muriera, pero le dijo que se quedara con La urraca en la horca.

“Muchas de las extrañas composiciones y temas cómicos de Bruegel pueden verse en sus grabados en cobre. Pero ha hecho muchos dibujos hábiles y bellos, y los dotó de significados que, en su época, eran demasiado mordaces y cortantes, y que su esposa quemó durante su última enfermedad, por remordimiento o temor a que de ellas se derivasen consecuencias desagradables. En su testamento dejó a su mujer un cuadro de "Una urraca en la horca". Con la urraca se refería a los chismosos enviados a la horca. Además, así había pintado un cuadro en el que triunfa la Verdad. Según su propia declaración, esto era lo mejor pintado por él.”

(Karel van Mander, Schilder-boeck, “Libro de los pintores” o “Libro de la pintura”, 1604)

Los contemporáneos de Bruegel podrían haber recordado la frase "picae, quasi poeticae" (“Las Urracas, como la poesía”), que san Isidoro concluye de la fábula de las Piérides. En el marco de un debate humanista entre poesía y pintura, entre palabras e imágenes, la urraca podría contraponerse a un artista capaz de mostrar lo que no se puede decir, sobre todo en una época en la que la palabra impresa le exponía a uno a la desgracia.


Francisco de Goya, retrato de Don Manuel Osorio Manrique de Zúñiga, c. 1787, MET

 

No está lejos de la tradición renacentista esta obra de Goya. En este retrato del hijo de los Condes de Altamira, entonces con tres o cuatro años de edad, el traje rojo atrae la mirada (de hecho, el cuadro fue conocido como “el niño rojo”), pero es importante la presencia de tres gatos, ocho jilgueros en la jaula y una urraca en primer plano que sostiene en su pico la tarjeta de presentación del pintor: parece que es un ave que siempre debe coger algo, obligada por su curiosidad. La urraca siguió prestando voz al artista en la tradición emblemática, en las que Goya debió de basarse para su imagen de la picaza como "magister artista" y, de hecho, para caracterizarla como "protopoeta" o, más bien, como alter ego del autor. Ya en el siglo XVII la urraca había adquirido el sentido emblemático positivo de "ingenio agudo", una autorreferencia apropiada para un artista.

Siguiendo con Bruegel, en Paisaje con trampa para pájaros, los córvidos ocupan un lugar central, como en otras obras.

 


Pieter Bruegel, Paisaje con trampa para pájaros, 1565 Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica. La urraca (que puede verse en el detalle) observa desde arriba a las aves que se acercan a la trampa

La trampa de Bruegel pudo tener su origen en “El diálogo de las criaturas”, un libro popular flamenco, donde, en uno de sus relatos, la urraca, conchabada con el pajarero, atrae a los pájaros a su trampa, como el diablo. La traidora hace creer a las aves que puede enseñarles a hablar como ella y las dirige hacia la red, donde termina su vida.

Grabado de Dialogus creaturarum que representa el cuento de la urraca que atrae a las aves a la trampa, Iohannes Belot, Ginebra, 1500, f. 43v, Incunables de la Biblioteca de Cataluña

Detalles del tapiz de Cristo nacido como Redentor del hombre (Episodio de los tapices de la Historia de la Redención), 1500–1520, elaborados en el sur de los Países Bajos, MET, The Cloisters Collection

En este tapiz, la urraca en el árbol sin hojas y la zarza que crece a los pies del Hombre encadenado pueden interpretarse como expresiones simbólicas de la condición del Hombre tras la caída en el pecado, que aún puede ser redimida. En cualquier caso, es difícil que no esté presente como anuncio de la muerte.


Robert Campin, llamado “El maestro de Flémalle”, Tríptico de la Anunciación (o Tríptico de Mérode), 1425-1430, MET. Debajo, detalle de la tabla de la izquierda, con la urraca en el tejado


Jan van Eyck, La Virgen del canciller Rolin, 1435, Louvre. Dos urracas merodean por el “hortus conclusus” del segundo plano

 Shakespeare, en su Enrique VI, cuando el rey se refiere a los portentos que anuncian a su asesino, no deja de ver a la urraca como un preludio del crimen:

Los perros aullaban, y horrenda tempestad sacudía los árboles;

El cuervo la graznaba en lo alto de la chimenea,

y las urracas parlanchinas cantaban en lúgubres discordias.

Y, por supuesto, en la funesta Macbeth:

Quiere sangre, dicen: la sangre quiere sangre. Se sabe que las piedras se han movido y los árboles, hablado; agüeros, relaciones explicadas valiéndose de urracas, grajos y cornejas, hablaron al criminal más oculto.

 

En Geoffrey Chaucer (The House of Fame, 1374-1385) es un ave correveidile y chismosa: “Aunque la Fama tuviera todas las urracas de un reino, y todos los espías, no podría oír todo esto, ni ellos verlo”. En Los cuentos de Canterbury se la cita varias veces como comparación: en El cuento del mercader, la mujer, seducida por un monje, “farfullaba como una urraca”; La mujer de Bath se describe como “alegre como una urraca”; La mujer del molinero es “orgullosa y descarada como una urraca”.

En el siglo XIII, aparecen en Francia poemas titulados “De la femme et la pie” (“De la mujer y la urraca”), donde muestran la analogía entre ambas: vanas, orgullosas, vengativas, locuaces y espías (en China tenía fama de conocer las infidelidades conyugales).  Como ejemplo, en el cuento “El mercader y su urraca”:

En este pueblo había una vez un comerciante que tenía una urraca que contaba a cualquiera que le preguntara lo que había visto, pues hablaba muy bien el idioma francés. La mujer de este mercader no se portaba muy bien, pues tenía un amante en el pueblo. Y cuando salía el buen hombre, la urraca le decía lo que había visto, y muchas veces sucedía que la urraca le decía en verdad al buen hombre que el amante de su mujer había estado allí. Y él la creyó completamente, porque ella no sabía mentir y siempre le decía a su señor lo que había visto.”

Biblioteca Bodleian, MS. Ashmole 1511 (El Bestiario Ashmole) , folio 48v

 

Hay quien ha ido más lejos y ha derivado el término “Gaceta” (del veneciano Gazeta), una publicación inicialmente plagada de chismes, de “Gazza (en italiano, urraca): el nombre italiano derivaría del antiguo alemán “agaza”, del que vendrían también otros nombres para el pájaro: el dialectal francés agace, el occitano agaça o el catalán garsa.

Esa locuacidad llega a ser comparada con la poesía por san Isidoro, al que le basta con cortar y pegar letras para encontrar cualquier etimología que se adapte al significado que busca.

“Picae quasi poeticae, quod verba in discrimine vocis exprimat, ut homo. Per ramos enim arborum pendulae inportuna garrulitate sonantes, et si linguas in sermone nequeunt explicare, sonum tamen humanae vocis imitantur. De qua congrue quidam ait: Pica loquax certa dominum te voce saluto: si me non videas, esse negabis avem.“

“Las urracas, como la poesía, expresan las palabras con voz distinta al hombre. Porque cuelgan de las ramas de los árboles, resonando con una charla inoportuna y si no pueden hablar de verdad imitan el sonido de la voz humana.“ (Isidoro, Etimologías)

A los romanos les gustaba enseñar a hablar a urracas y cuervos (hasta que conocieron al “pájaro indio”, el loro). Plinio, en su Historia Natural:

Cierto tipo de urraca es menos célebre [que el citado loro] porque no viene de lejos, pero habla más articuladamente. Estos bichos se aficionan a pronunciar determinadas palabras, y no sólo las aprenden, sino que las aman, y las meditan en secreto con fatídica reflexión, sin ocultar su ensimismamiento. Es un hecho establecido que si la dificultad de una palabra les vence esto les causa la muerte, y que su memoria les falla a menos que oigan la misma palabra repetidamente, y cuando están perdidos para una palabra se animan maravillosamente si mientras tanto la oyen pronunciar. La forma del pájaro es inusual, aunque no hermosa; este pájaro tiene suficiente distinción en su poder de imitar la voz humana.”

Macrobio (Saturnalia, fines del siglo IV), cuenta una anécdota sobra Augusto –repetida de otras formas por otros autores, porque los latinos tenían un repertorio de ellas para aplicar a conveniencia-, quien, tras su victoria en Actium, compró un loro y una urraca que habían aprendido a decir: “¡Ave, César, general victorioso!”. Hubo una época en que era un ave relativamente rara que, cuando se la conoció se identificó con el arrendajo, más conocido desde antiguo (en griego de hecho, se les daba el mismo nombre: κιττα, kitta). Plinio, de nuevo: “Antes eran raras, pero ahora empiezan a ser vistas entre los Apeninos y Roma”. Esa rareza le hacía exótica, tanto, que se la llega a incluir en el banquete de Trimalción, aunque no como alimento (en el Satiricón, de Petronio, c. 60 d.C.). La observación es interesante porque no suele tenerse en cuenta que no es simplemente blanca y negra, sino tornasolada en varias partes de su plumaje:

En la misma puerta, con uniforme verde puerro y cinturón rojo cereza, estaba el portero limpiando guisantes en una fuente de plata. Sobre el dintel colgaba una jaula de oro donde una urraca de varios colores saludaba a los que entraban”.

Por tanto, su condición novedosa la llevó a las casas como mascota. Marcial satirizó el excesivo afecto de algunos por ellas:

Si tú, Lausus, amas a tu urraca parlanchina…”

Una pintura mural de la Casa del Brazalete de Oro en Pompeya, c. 30-50 d.C. Hay una urraca en el centro superior

Como en latín, la urraca, Pica, es el femenino de Picus (el pájaro carpintero) y éste fue, para los romanos, el pájaro por excelencia de los auspicios, el que tenía la supremacía en la estima de los augures, la afinidad entre ellos parecía natural y ambos fueron apreciados por sus predicciones. En Bretaña, los sastres, que solían hacer de casamenteros, cuando salían para hacer sus convenios, se volvían a meter en casa si se cruzaban con una urraca, no fuera todo a fracasar. Considerarlas de mal agüero parece muy evidente, dada su fama, pero la tradición de la ornitomancia ha sido más compleja. Así, encontramos una cancioncilla publicada en 1780 por Samuel Johnson, que debe de poner en papel una rima que ya circulaba entre la gente. La rima ofrece distintas variantes que sólo coinciden del todo en los dos primeros versos y es un curioso testigo de las supersticiones populares ligadas a las aves y del uso del cuenteo como juego infantil, que ha dado incluso para trasladar la canción a otros juegos, como la rayuela (dejamos el apunte de todas las asociaciones esotéricas de los juegos que tienen un camino que recorrer…). Una de las muchas versiones es esta:

One for sorrow,

Two for joy,

Three for a girl,

Four for a boy,

Five for silver,

Six for gold,

Seven for a secret never to be told.

Eight for a wish,

Nine for a kiss,

Ten a surprise you should be careful not to miss,

Eleven for health,

Twelve for wealth,

Thirteen beware it's the devil himself.

Una para el dolor,

dos para la alegría,

tres para una niña,

cuatro para un niño,

cinco para la plata,

seis para el oro,

siete para un secreto que nunca será contado,

ocho para un deseo,

nueve para un beso,

diez para una sorpresa que debes tener cuidado de no perderte,

once para la salud,

doce para la riqueza,

trece, cuidado, es el mismísimo diablo.

 

 


Una rayuela de la urraca con otra versión de la rima, en el muelle de Morecambe, Inglaterra, que nos lleva de la Tierra al Cielo

El Saturday Magazine del 23 de enero de 1841, escribe:

“Los consejos que las urracas parecen celebrar juntas, en temporadas particulares, comúnmente llamados ‘folkmotes’ [un término folklórico para referirse a las asambleas populares], están asociados en la mente de muchos con nociones supersticiosas y ominosas. Se supone que esos inocentes objetos del terror, mientras se reúnen, muy probablemente con el propósito de elegir pareja, están conspirando y azuzando su ingenio, para bien o para mal de los habitantes del pueblo vecino. Si son pares y continúan con su charla alegre y ruidosa, se supone que es bueno para viejos y jóvenes, pero si hay una urraca extraña posada aparte del resto, silenciosa y desconsolada, se considera lo contrario, y se esperan inevitablemente consecuencias dañinas.


Piero della Francesca, Natividad, c. 1470-1475, National Gallery, Londres, y detalle de la urraca en el tejado

¿Es la urraca solitaria un augurio del sacrificio de Jesús? Hay una gradación de lo sagrado, de atrás adelante, hasta llegar al Niño: los ángeles parecen presentar un muro de sonido que ahoga lo que hay detrás, el ruido del burro que rebuzna (que representa la incredulidad) y el parloteo de la urraca, señalado por un personaje, con un mensaje de esperanza y renacimiento. 



















 















 









 













Comentarios

  1. Cuántas sorpresas trae la urraca... Gracias, Alfonso. No dejes de escribir y enseñar. Ana.

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