ÍCARO
"Y Nereidas afligidas adornaron su tumba acuática;
sobre su pálido cadáver derramaron sus perladas flores marinas,
y cubrieron de musgo carmesí su lecho de mármol;
golpearon en sus torres de coral la campana fúnebre,
y a lo ancho del océano sonó su eco".
(Erasmus Darwin)
El mito del hombre-pájaro es
universal: se conocen más de sesenta criaturas míticas humanoides con aspecto, más o
menos completo, de pájaro. Desde la isla de Pascua (los Tangata manu)
podemos circundar la Tierra hasta Japón (los Karura), a lomos de todo
tipo de seres aviarios que nos harán pasar también por México (el Huitzilopochtli
azteca), Grecia (Eos, Eros, Iris, Harpías…), Asiria (Apkalu) o la
India (Garuda), por citar algunos ejemplos.
Un petroglifo del
hombre-pájaro (Tangata manu) de la Isla de Pascua
De izquierda
a derecha y de arriba abajo: el Karura japonés, el Huitzilopochtli azteca, el
Apkalu asirio y el Garuda indio
En todas las culturas hay muchas
alas (y picos y garras y plumas…), pero volar no es tan frecuente; la mayoría
se contentaba con el disfraz emplumado: por ejemplo, el culto a los
hombres-pájaro de la isla de Pascua implicaba nadar de una isla a otra (serían,
más bien, hombres-pingüino). En Grecia volaban los dioses y otras criaturas, pero, en todo caso, no encontramos nada parecido
al mito de Dédalo e Ícaro. En su caso, no sólo no estamos ante figuras divinas con formas o
capacidades aviarias, sino que en ellos vemos, por primera vez, la tensión
dramática, la aspiración elevada del humano, el desafío al orden y el inevitable
fracaso de la ambición.
Este mito ha sido la fuente de una gran cantidad de relatos sobre vuelos fantásticos. En 160 d.C., Luciano de Samósata escribe una sátira, Icaromenipo, en la que Menipo, imitando a Ícaro, decide conocer a los dioses y, con unas alas de plumas de buitre y de águila (aprendiendo del fracaso de su antecesor, que usó cera), vuela primero a la Luna y luego al Olimpo, donde termina expulsado por Zeus. Quizás el mayor visionario del vuelo humano fue Cyrano de Bergerac, autor de Histoire des Etats et Empires de la Lune (Historia de los Estados e Imperios de la Luna, 1657), seguida de Histoire des Etats et Empires du Soleil (Historia de los Estados e Imperios del Sol). En una serie de aventuras muy complicadas, los protagonistas son llevados a la luna y al otro lado del sol, volando en una canasta atada al cuello de un pájaro gigante.
Otros casos célebres son Gulliver o el barón de Münchhausen, que se desplazaba llevado por bandadas de patos o a lomos de balas de cañón. Casi siempre, está ausente el componente trágico y suele dar pie a un utopismo crítico (Gulliver en la isla flotante de Laputa).
Gottfried Franz (1846-1905), el Barón de Münchhausen llevado por una bandada de patos, antes de 1896
La inspiración en el vuelo de
Dédalo e Ícaro no sólo la encontramos en la literatura. Algunos hombres han
desafiado los medios ajenos, las profundidades de las aguas y la amplitud del
espacio. Trataban de ser émulos de Dédalo, pero no pasaron de terminar como
Ícaro; otros, como Leonardo da Vinci, sólo lo imaginaron. Sabemos que Abbás Ibn
Firnas había estudiado el vuelo de los pájaros y que, de resultas de sus
cavilaciones, en el año 852, saltó desde alguna elevación (quizás desde lo alto
del minarete de la Mezquita de Córdoba), pero su artilugio (unas alas de madera
y seda con algunas plumas) no logró elevarlo, sólo ralentizó su caída. Se
sucedieron varios intentos que lo dejaron maltrecho, pero su condición de
pionero (¿del vuelo o del paracaídas?) le ha valido el privilegio de dar nombre
al aeropuerto de Bagdad y a un cráter de la Luna.
Monumento a Ibn
Firnas, junto al aeropuerto de Bagdad
En la Gesta Regum
Anglorum (“Hechos de los reyes ingleses”, c. 1125), de William de Malmesbury,
el monje Eilmer de Malmesbury se puso alas en las manos y los pies y se lanzó
desde una torre de la abadía, con lamentables resultados. En este caso, no ha
dado nombre a un aeropuerto, sino a un modelo de mecánica de fluidos (que
esperamos mejore la precisión del monje). Según la citada Gesta:
“Era un hombre instruido para
aquellos tiempos, de avanzada edad, y en su primera juventud se había
arriesgado a una hazaña de notable audacia. De alguna manera, no sé cómo, se
había atado alas a las manos y a los pies para que, confundiendo la fábula con
la verdad, pudiera volar como Dédalo, y, recogiendo la brisa en la cima de una
torre, voló durante más de un estadio. [201 metros]. Pero agitado por la
violencia del viento y el remolino del aire, así como por la conciencia de su
temerario intento, cayó, se rompió ambas piernas y quedó cojo para siempre.
Solía relatar como causa de su fracaso el olvido de proveerse de cola.”
Vidriera
conmemorativa del monje Eilmer, con sus alitas, en la abadía de Malmesbury,
1920
Otro famoso intento lo
protagonizó el turco Hezarfen-Ahmed Celebi (1609-1640). Se cuenta que diseñó un
artefacto hecho de plumas de águila y que, después de muchos intentos fallidos,
hacia 1630 reunió el coraje para saltar desde la Torre Gálata, en Estambul. Ante
los ojos asombrados del sultán Murad IV atravesó el Bósforo y aterrizó seguro
en la orilla asiática (más de tres kilómetros, según el cronista). Si todo esto
fuera cierto -improbablemente-, estaríamos ante el primer vuelo
intercontinental. Para terminar de fantasear, se dice que el sultán le dio una bolsa de monedas de oro y le dijo: “Este es un hombre aterrador. Es capaz de
hacer cualquier cosa que desee. No es correcto mantener a esa gente...” y
lo desterró a Argelia, donde murió. También, claro, ha dado nombre a un
aeropuerto turco.
Ruta del supuesto
planeo que Hezarfen-Ahmed Celebi habría realizado desde el distrito de Gálata
en Europa, al distrito de Üsküdar, en el lado asiático de Estambul
No haremos una historia de todos los soñadores, artistas e ingenieros que figuran en la prehistoria de la aviación; nos hemos conformado con citar a algunos de los que vieron en Dédalo -y en el mundo clásico- el núcleo de todo conocimiento, los hombros sobre los que elevarse para mejorar, desentendiéndose, eso sí, del destino de Ícaro. Sin embargo, el fin trágico del hijo es el verdadero protagonista del mito, y no el ingenio dedálico. Si la verdad es un cielo abierto, Ícaro, en su propio asalto a los cielos, es la elevación, el idealismo frente a la necedad de Narciso, su opuesto, que sólo mira hacia abajo, hacia su propio reflejo en el agua. Como contrapartida, es el deseo que comporta la tristeza suprema del que lucha por lo máximo y resulta derrotado.
"¡Oh, obra bendita de un espíritu glorioso,
que obtienes una ganancia tan grande de un daño tan pequeño!,
¡Oh, bendita desgracia, llena de tanta ventaja
que da a los vencidos un porvenir victorioso!
...
De todas las representaciones del mito, la que más atención ha suscitado ha sido la de Pieter Bruegel, en su único cuadro de tema mitológico, Paisaje con la caída de Ícaro. El poema que Auden le dedicó en 1938 -recordando una visita al Museo de Bellas Artes, en Bruselas-, por más que magnífico, es un ejemplo de malinterpretación creativa. Para Auden, el tema central es la indiferencia, que sería una señal del fracaso de la humanidad (una idea que quizá fue reforzada por su reciente experiencia en la Guerra Civil española). Auden mezcla impresiones de diversas obras de Bruegel que vio en el museo y los últimos versos han condicionado la interpretación de la pintura durante décadas. El poema se llama Musée des Beaux-Arts:
“Sobre el sufrimiento nunca se
equivocaron,
los viejos Maestros: qué bien
entendieron
su lugar en el mundo de los
hombres: cómo hace acto de presencia
mientras alguien come o abre
una ventana o simplemente camina lentamente;
5 cómo, mientras los ancianos
esperan con reverencia y pasión
el nacimiento milagroso,
siempre hay
niños que no deseaban
especialmente que sucediera, patinando
en un estanque al borde del
bosque:
nunca olvidaron
10 que incluso el terrible
martirio debe correr su curso
no importa en qué rincón, en
qué lugar desordenado
donde los perros continúan con
su vida de perros y el caballo del torturador
rasca su trasero inocente en
un árbol.
En el Ícaro de Brueghel, por
ejemplo: cómo todo le vuelve la espalda
15 tranquilamente a la tragedia;
el labrador pudo
haber oído el chapoteo, el
grito de abandono,
pero para él no fue un fracaso
importante; el sol brillaba
como tenía que hacerlo sobre
las blancas piernas que desaparecían en el
agua verde, y la nave costosa
y delicada que debía haber visto
20 algo asombroso, un niño
cayendo del cielo,
tenía un lugar al que llegar y
siguió su viaje tranquilamente.”
Leemos alusiones a otras obras
que vio allí: El
censo de Belén (versos 5 y 6), Paisaje
invernal (versos 7 y 8), La
matanza de los inocentes (versos 10 a 13), y dedica la última estrofa a
la obra que nos interesa.
Cuando William Carlos Williams
escribió sobre la misma obra en su poema Paisaje con la caída de Ícaro, en
1962, coincidió con la visión de Auden:
“Según Brueghel
cuando Ícaro cayó
era primavera
un labrador araba
su campo
todo el esplendor
del año estaba
despierto vibrando
cerca
de la orilla del mar
ocupado
consigo mismo
sudando bajo el sol
que derritió
la cera de las alas
insignificante
frente a la costa
hubo
un chapuzón casi inadvertido
era Ícaro
que se ahogaba”
El manierismo del pintor relega el tema de la caída a un rincón, en la parte inferior derecha, donde sólo vemos las piernas de Ícaro cuando se hunde en el mar. Esta composición parece corroborar el motivo de la indiferencia.
El detalle de las
piernas de Ícaro, sumergiéndose en el mar
El contraste entre la caída y la imperturbabilidad del
labrador, el pescador y el pastor parece la clave de la
pintura. Pero hay más elementos y más cuestiones: ¿a qué género pertenece el
cuadro? ¿Cuál es su tema? En una visión global, como en otras obras del autor, el paisaje es muy
importante como expresión de la totalidad del mundo.
Ovidio (Metamorfosis),
escribe:
“A estos [Dédalo e Ícaro],
alguien, cuando con su flexible caña intenta coger unos peces, o un pastor, en
su cayado o uno que araba, en la esteva apoyado, los vio y se quedó atónito, y
de ellos que los aires surcar podían pensó que eran dioses.”
Bruegel parece seguir el texto
ovidiano, con todos sus personajes (labrador, pastor, pescador), pero sus
testigos no perciben a los voladores. Ni siquiera sitúa en la obra a Dédalo,
que sí está presente, en lo alto, en la copia que pintó algún discípulo unos años más tarde.
Seguidor de Bruegel, La caída de Ícaro, entre 1590 y 1595, Museo David y Alice van Buuren, Uccle, Bélgica. Dédalo aparece en la parte superior
Hay que decir que el tema no era
aún muy frecuente en la literatura de la época. Sin embargo, tanto en los
escritos clásicos como en los paleocristianos, el labrador era un modelo de laboriosidad,
moderación e integridad moral. En las Geórgicas de Virgilio y en el
segundo Epodo de Horacio, el arado era virtuoso y ello encontró su expresión
más común en el arte neerlandés del siglo XVI, en las alegorías de la Paz, la
Diligencia y la Esperanza. El tema del labrador -pacífico, por supuesto- se
desarrolló a partir de la profecía de "convertir las espadas en rejas
de arado" (Isaías, 2). A esto se unió la tradición clásica de la
abundancia del campo y la armonía pastoral como imágenes de la paz y la
prosperidad. Es de suponer que Bruegel quiso evocar este tipo de imágenes
cuando pintó una espada envainada apartada del arado en la parte inferior
izquierda de su Ícaro y colocó un cadáver entre los arbustos.
El puñal envainado
que descansa sobre una roca junto a labrador
En el extremo
izquierdo del cuadro se ve la cabeza de un cadáver entre los matorrales
El campesino del primer plano adquiere
un contraste más rico y agudo con Ícaro de lo que se ha interpretado
tradicionalmente. Si el vuelo acaba en una caída, las
labores del labrador le conducen a la vida eterna. Esta antítesis nos permite
descartar la tentadora analogía de Auden: suponiendo que Ícaro represente una tragedia
ignorada por un mundo ciego y ensimismado, esa analogía pasa por alto la idea evangélica
de que el labrador virtuoso debe atenerse a su trabajo (“Nadie que pone la
mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios”, Lucas, 9,
62). Si mirara hacia atrás y viera a Ícaro ahogándose, no sería apto para la
salvación. Si el conocimiento de la iconografía tradicional del labrador nos
ayuda a ver el lado positivo de su carácter absorto, una mirada a la tradición clásica
refuerza esta lectura y amplía el contraste del labrador con Ícaro.
En sus Tristia, Ovidio
repite su desprecio tanto por el padre, Dédalo, como por el hijo, "pues
ambos tenían alas falsas... uno debe permanecer en el lugar que le ha asignado
la Fortuna". Al igual que Ovidio, Dion Crisóstomo (c. 40- c. 120)
atacó la presunción de Dédalo al esforzarse por algo tan poco natural para el
hombre como el vuelo. Luciano de Samósata, en sus Diálogos morales,
menciona a Ícaro como ejemplo de ambición y orgullo insensatos:
“Acuérdate de la fábula de
Dédalo, los Icaros hacendados, los inconsiderados ricos, que haciendo alas de
su ambición y soberbia, fiados en la cera de sus riquezas, intentan escalar los
grados más levantados, los puestos más pretendidos; caen más fácilmente en cien
mil males…”
También el mito le sirve a Séneca, en su Hércules
Oeteus (de atribución dudosa) y en Edipo, para
advertir al lector contra la ambición y los excesos.
“Pero mientras el joven Ícaro
se atrevía a rivalizar en vuelo con las aves verdaderas, miró hacia abajo sobre
las alas de su padre y se elevó cerca del mismo sol, a un mar desconocido le
dio su nombre. Para nuestra perdición, las grandes fortunas se equilibran con
la ruina.” (Hércules Oeteus)
“Hasta que el hijo caído al
mar empezó a agitar sus brazos embarazados por los estorbos con que se había
cargado para emprender su audaz ascensión. ¡Todo lo que sobrepasa la justa
medida queda suspendido sobre un precipicio!” (Edipo)
Ovide moralisé, c 1390, Lyon, Biblioteca Municipal, 0742 (0648), Folio 138
Con estos contrastes elementales,
el cuadro también habría sugerido a sus educados espectadores una de las
cuestiones centrales del humanismo renacentista: qué era la naturaleza humana y
cómo se relacionaba con el orden del mundo. La respuesta más conservadora, predominante
en Europa central, se alineaba con Job 5:7: "El hombre ha nacido para
trabajar y el pájaro para volar".
No se escamotea la fragilidad de
la vida, que es corta pero todo debe continuar: Ícaro y el cadáver al fondo a
la izquierda son la brevedad de la vida. Un proverbio flamenco dice: “Ningún
arado se detiene porque un hombre muera”. Por otra parte, la presencia del
barco, que no está en Ovidio, se acomoda
al texto del Eclesiastés.
“Envía tu grano por los mares,
y a su tiempo recibirás ganancias. Coloca tus inversiones en varios lugares, porque
no sabes qué riesgos podría haber más adelante. Cuando las nubes están
cargadas, vienen las lluvias. Un árbol puede caer hacia el norte o hacia el
sur, pero donde cae, allí queda. El agricultor que espera el clima perfecto
nunca siembra; si contempla cada nube, nunca cosecha. Así como no puedes
entender el rumbo que toma el viento ni el misterio de cómo crece un niño en el
vientre de su madre, tampoco puedes entender cómo actúa Dios, quien hace todas
las cosas. Siembra tu semilla por la mañana, y por la tarde no dejes de
trabajar porque no sabes si la ganancia vendrá de una actividad o de la otra, o
quizás de ambas.” (Eclesiastés, 11)
Ícaro se muestra habitualmente como
paradigma de quien no sabe su lugar en el mundo, de presunción y de hybris,
ese pecado de orgullo que los dioses castigaban con especial dureza. Esta
advertencia la reutiliza, irónicamente, Anne Sexton, en un poema afilado y poco
cortés, “A un amigo cuyo trabajo ha llegado a triunfar": no te envanezcas, es su conclusión:
“Considera a Ícaro, pegando
esas alas viscosas,
probando ese extraño tirón en
su omóplato,
y piensa en ese primer momento
impecable sobre el césped
del laberinto. Piensa en la transformación
que supuso.
Allí abajo están los árboles,
tan torpes como camellos;
y aquí están los sorprendidos
estorninos que pasan animando
y piensan que el inocente
Ícaro lo está haciendo bastante bien.
Más ancho que una vela, sobre
la niebla y la ráfaga
del aterciopelado océano, va.
Admira sus alas.
Siente el fuego en su cuello y
mira indolente
hacia arriba y, cautivado, se
precipita haciendo un túnel
en ese ojo abrasador. ¿A quién
le importa que haya caído al mar?
Míralo aclamar al sol y
descender en picado
mientras su sensato papá va
directo a la ciudad.”
que tuvo el coraje suficiente para volar al Cielo"
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