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CHARLATÁN Y BELLOTERO

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  Alberto Durero, arrendajo, 1509 Arrendajo es un nombre que suena despectivo y no parece muy agraciado para un ave de plumaje brillante y de presencia imponente, pero, como cualquier miembro de la familia de los córvidos, no podía salir bien parada de la nomenclatura, que le ha dado el binomial Garrulus glandarius.  Su ronco grito, desagradable y áspero, a veces insistente, merece que se le llame gárrulo; su gusto por las bellotas y su curiosa costumbre de esconderlas (se dice que es capaz de hacer una despensa de hasta cuatro o cinco mil al año), le dan un justo apellido de bellotero (de glandem , bellota). Salterio de Lutterell, Biblioteca Británica. El arrendajo con su bellota   Es un pájaro bullicioso y algo colérico, pero sin la vestimenta sombría de sus parientes, cuervos y urracas, aves de luto, sino con colores más vistosos, y, de hecho, el ornitólogo Étienne Mulsant lo comparaba con una viuda “ cuyas lágrimas ya han dejado de fluir ”, un luto ya post...

TACTO Y DELICADEZA

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  “ Primeros días de primavera vadeando el arroyo, una garza solitaria ” (Hekigoto Kawahigashi, 1873-1937) Ohara Koson, Garza blanca bajo la lluvia, 1928, Museo de Bellas Artes de Boston La garza, hierática y contemplativa, parece pasar mucho tiempo en la orilla sin esperar por nada. De inclinaciones solitarias, menos gregaria que la grulla, menos doméstica que la cigüeña, su tiempo parece correr de otra forma, hasta el punto que en Japón era el complemento perfecto —que no la antítesis— del cuervo: todo lo que hay de bullicioso, bribón y gárrulo en el pájaro negro, se convierte en ella en silencio y meditación. Lo lunar y lo solar. Desde otra perspectiva, Etienne Mulsant ( Lettres à Julie sur ornithologie , 1868) le atribuye un aire triste y melancólico. Volviendo a Japón, la garza, Sagi , es ave de buen augurio, delicada y recelosa. Un cuento típico de transformación, Sagi Musume (“La joven garza”), adaptado al teatro kabuki desde el siglo XVIII, habla de una gar...

PARA LA IMAGINACIÓN ( y IV): EL AVE SOLAR

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    “Ahora creeré que hay unicornios; que en Arabia hay un árbol, el trono del fénix, un fénix en esta hora reinando allí” (W. Shakespeare, La tempestad )   El Fénix en un manuscrito Biblioteca de la Universidad de Aberdeen, Univ. Lib. MS 24 (Bestiario de Aberdeen), folio 55v De todas las aves fantásticas, el Fénix —merece la mayúscula porque es un nombre propio, sólo había un ave Fénix—es la única ajena al temor y a las sombras: no era un ave tétrica ni siniestra, sino luminosa; no presagiaba muerte, sino vida. Inextinguible, antítesis del pobre dodo, se fabulaba que vivía en la India o Arabia. Tenía una cresta como la de un pavo real, el pecho rojo y el cuerpo azul. Al cumplir quinientos años volaba al monte Líbano y llenaba sus alas de especias aromáticas. Desde allí viajaba a Heliópolis, en Egipto, donde moría quemada en el altar. El sacerdote acudía a retirar las cenizas, y descubría una especie de gusano de olor muy dulce que en tres días se convertía...