UN MATRIARCADO

 


Biblioteca de la Universidad de Aberdeen, Univ. Lib. MS 24 (Bestiario de Aberdeen) , folio 44v

Conviene a su imagen que los buitres no se intercambien bonitas canciones, que no emitan gorjeos ni trinos, sólo algunos gruñidos y una especie de traqueteo ronco. El tópico se cumple, acorde con su relación con la muerte, la más macabra entre las aves porque no tiene que ver con la ausencia ni con la esperanza de una salvación o el terror ante lo que vendrá después, sino con lo más carnal, el despojo en el que se ha convertido el cadáver, sometido a una expoliación despiadada cuando no media la protección civilizada de la sepultura. 

Esta visión cruel es la que encontramos en el mundo antiguo: la temible Nejbet de Egipto, más bien protectora ante la muerte, poco tiene que ver con su correspondiente griego, que devora el hígado del gigante Ticio quien, por ser inmortal, hubo de ser condenado al Tártaro por Apolo y Artemisa porque había intentado violar a la madre de ambos, Leto. Ticio (τιτυός, quizás derivado de τισις, "tisis", "castigo, venganza") se consideraba el más vil de los criminales y su condena recuerda a la de Prometeo, cuyas entrañas eran devoradas por un águila. El solapamiento de ambos mitos hizo que fuera un águila, en vez de dos buitres, la que se solía representar con Ticio, contando además con que era un ave más familiar como modelo y una sola simplificaba la composición. 

Miguel Ángel, El castigo de Ticio, c. 1533, Biblioteca Real del castillo de Windsor

«Y vi a Ticio, hijo de la gloriosa Gea, tendido en el suelo. Sobre nueve yugadas se extendía, y dos buitres se sentaban, uno a cada lado, y le desgarraban el hígado, hundiendo sus picos en sus entrañas, sin que pudiera apartarlos con sus manos. Porque había ofrecido violencia a Leto, la gloriosa esposa de Zeus…» (Homero, Odisea, XI)

José De Ribera, Ticio, 1632, Museo del Prado

Guillaume de la Perrière, Morosophie. Macé Bonhomme, Lyon, 1553. Emblema 46: Ticio. En este libro de emblemas morales, Ticio es acompañado por un cuarteto que dice:

«Si el terror fuese sacudido del corazón malvado,

pronto habrá uno nuevo, creciendo:

Así el impío buitre hirió el pecho de Ticio.

Y le dan perpetua comida los miembros renacidos».

Al margen del mito de Ticio, los antiguos tuvieron mucho que decir sobre esta ave. Eliano da cuenta de su costumbre de seguir a los ejércitos en guerra porque saben el festín que les espera, pero lo que tendrá más repercusión es su comentario sobre la reproducción. Dice que en su especie sólo hay hembras y éstas se fecundan con el viento (como las legendarias yeguas de Capadocia):

«Vuelan contra el viento del sur; si el viento no sopla del sur, abren el pico al viento del este, y la ráfaga de aire los impregna, y su período de gestación dura tres años. Me han informado que los buitres no ponen huevos, sino que durante el parto producen polluelos, y que estos tienen plumas desde que nacen, según he oído».

El Fisiólogo (la primera enciclopedia moralizante del cristianismo, entre los siglos II y IV) añadió a Eliano un nuevo elemento misterioso, la piedra eutocia (del griego eu-tokos, “buen parto”), una piedra originaria de la India que permite al buitre,  posado sobre ella, parir sin dolor.

«Sin embargo, cuando se queda preñada, el buitre va a la India y consigue la piedra eutocia. Esta piedra tiene un tamaño similar al de una nuez y, si se agita, otra piedra de su interior se mueve y sonará como una campana. Y, cuando al buitre le llega el momento de parir, se sienta sobre esta piedra y da a luz sin dolor».

Parece que la idea de esta piedra procede de Plinio, que la llama aetites (del griego “piedra del águila”):

«Las águilas, se dice, transportan estas piedras a sus nidos, y sin ellas no pueden procrear» (Plinio, Historia natural).

El Oriente cristiano, en sus primeros siglos, a veces veía en el buitre una imagen alegórica del castigo del mundo y del vencedor de la serpiente infernal, como lo hacía en  la cigüeña. Sin embargo, el simbolismo occidental solo le atribuía al ave el portento de la piedra ilusoria mencionada por Plinio. 

Bartholomaeus Anglicus (c. 1240) se refiere a la piedra como «Quandros» (puede que mal copiado de quadros), pero mencionó un origen extraño:

«Quandros es una piedra de vil color, pero de gran virtud y se encuentra en la cabeza de un buitre: y ayuda contra todos los males y llena las tetas de leche».

Alrededor de 1490, Joannes de Cuba escribió que la piedra cuadrada (quadratus, quadros o quarridos) “a veces se encuentra en la cabeza del buitre” y es un talismán de raras virtudes.

Johannes de Cuba, Hortus Sanitatis. Augsburgo, 1500. Representa la extracción de “la piedra del buitre”

El Lapidario de Alfonso X contiene una entrada para la piedra llamada «Abietityz, que quiere decir “buitreña”». Se encuentra en la literatura médica hasta el siglo XVIII con el nombre de Calculus Vulturis.

Esa piedra, aetites o eutocia, se consideraba un remedio mágico para el buen parto y contra el aborto y se relacionaba, por tanto, con la maternidad y la salvación. Como es una geoda que está hueca y tiene dentro otra pequeña piedra suelta, parece que recordaba al feto dentro del vientre materno. Siempre fue un amuleto entre las mujeres embarazadas (se llevaba atada al brazo izquierdo durante la gestación y al muslo durante el parto).

Cuatro geodas de aetites, llamadas aquí “Aquilina gravida” (águila preñada), en “De Ferranta Imperato, Dell'historica naturale”, Nápoles, 1599

Ajenos a las connotaciones clasicistas, los textos alegóricos medievales dieron al buitre un giro sorprendente, aplicando la piedra a la idea de que era una especie en la que sólo había hembras. Dice el Fisiólogo que la piedra eutocia es Cristo «que llegó a ser la piedra angular». Y el hombre, lo mismo que el buitre, ha de colocarse sobre ella si quiere generar un espíritu de salvación. Equipara la piedra con la concepción de Cristo «sin semen de hombres». Aquí emerge la alusión a la virginidad. Y compara el sonido que hace el nódulo interno de la eutocia con la resonancia de la divinidad en el cuerpo de Cristo.

Epistula Vulturis («La carta del buitre») es un tratado de magia y medicina de la época de Carlomagno (c. 800). Registra una amplia gama de aplicaciones medicinales en diversas partes de la anatomía del buitre, basadas en la magia simpática. Se le atribuían todo tipo de usos mágicos y médicos. El olor de sus plumas quemadas espanta a las serpientes o, atadas al pie de una mujer, facilitan el parto; su corazón, atado a una piel de león o de lobo, ahuyenta a los demonios; sus patas, atadas a las piernas, alivian el dolor de pies; su lengua atada alrededor del cuello de un hombre le permite obtener lo que desea; sus huesos quemados curan a las bestias; su sangre cura la lepra. Por supuesto, la piedra del buitre está entre esos remedios.

Buitres enfrentados en capiteles pareados del claustro de Santo Domingo de Silos, Siglo XI

Entre los Padres de la Iglesia persistió el recuerdo del buitre en su doble vertiente de madre y de virgo. San Basilio de Cesarea (siglo IV) relaciona su partenogénesis, es decir, su procreación ajena al acoplamiento, con la concepción virginal de María. Y el propio San Isidoro resalta que estas aves, «se reproducen sin apareamiento y conciben y engendran sin copular».

Otros buitres enfrentados en el claustro de Santo Domingo de Silos, Siglo XI

La Concordantia Caritatis, de Ulrico de Lilenfeld (1308-1358), es una yuxtaposición de acontecimientos del Antiguo y del Nuevo Testamento entendidos en sentido análogo y por tanto mutuamente explicativos. En una de sus páginas se dan ejemplos que anticipan la Anunciación: la promesa de Isaac (Génesis 17:19) y la promesa de Sansón (Jueces 13), además de dos ilustraciones de historia natural legendaria: el esturión que vive del aire y el buitre que concibe sin semilla.

Ulrico de Lilenfeld (1308-1358), Concordantia Caritatis, manuscrito de c. 1460, The Morgan Library Museum. La viñeta inferior a la derecha ilustra al buitre y su capacidad para criar sin macho

El Defensorium inviolatae virginitatis beatae Mariae (c. 1400) es una obra tipológica que, con imágenes de acontecimientos extraordinarios de la historia, la leyenda y la naturaleza y con versos explicativos en latín (más tarde también en alemán), pretende demostrar que María concibió y dio a luz a Cristo sin perder su virginidad. El propósito de la obra está caracterizado por el verso: «Aspice naturam praeter cursum generantem. Credere sic debes Mariae virginitatem». ("Observa el nacimiento que es engendrado contrariamente a lo corriente. Así debes creer en la  virginidad de María")

Defensorium inviolatae virginitatis beatae Mariae, ilustrado en el altar del monasterio cisterciense de Stams, en Tirol, obra de 1426. Alrededor de la imagen central del nacimiento de Jesús hay una serie de 26 paneles que muestran personajes del Antiguo y Nuevo Testamento y de la patrística que escribieron sobre María, con símbolos marianos bíblicos (por ejemplo, el vellón de Gedeón, la zarza ardiente), figuras de la mitología (Dánae) o signos de la naturaleza. En el panel derecho está el buitre sobre una de las yeguas de Capadocia (fecundadas también por el viento)

El autor fue el dominico austriaco Franz von Retz (1343-1427), que ya había tratado cuestiones mariológicas en varias obras. La aparición de la secta adanita en Austria, que rechazaba el dogma de la virginidad incorrupta de María, pudo haberlo impulsado a escribir esta obra, similar a la Concordantia caritatis, y ,como ella, inicialmente destinada al uso del clero. El pensamiento que se repite constantemente en este tipo de obras es que, si un milagro así es posible en la naturaleza o en la historia, como en el caso de la virgen vestal Tuccia, que sacó agua con un colador, o del buitre, que produce sus crías sin aparearse, ¿por qué debería ser imposible para Dios crear milagrosamente a su Hijo de una virgen?

El Defensorium Fidei (o Defensorium Unitatis Christianae), de Alonso de Cartagena, escrito en 1449-1450, también relaciona al buitre con la virginidad de María: si un buitre puede criar sin aparearse, «¿por qué la Virgen no pudo dar a luz con el aliento místico?» («Cur mistico spiramin virgo non generaret?»)

El buitre. Defensorium Fidei, Biblioteca Apostólica Vaticana, Pal. Lat. 1334, fol. 14r. La ilustración del manuscrito no refleja la tradición de los bestiarios de que, a la hora del parto, el buitre se tiende sobre la piedra eutocia, sino que lo sitúa en un nido que recuerda la corona de espinas

El Hortus Deliciarum (o Jardín de las Delicias) se escribió en el siglo XII en el convento alsaciano de Mont-Sainte-Odile (antes llamado Hohenbourg). La abadesa, Herrade de Landsberg (1125-1195), decidió componer un manual de instrucciones para las jóvenes nobles que vivían en el convento, usando como fuentes la Biblia, especialmente el Cantar de los Cantares, que dio título a la obra. La obra fue destruida en un bombardeo prusiano en la guerra de 1870, pero se han conservado varias copias. En una de sus páginas figura el «currus avaritiae» (el carro de la avaricia), tirado por un zorro y un león; ambos están conectados por la pancarta «Avaritia dicit: lingo fraude dolo (quasi vulpis) vel vi sectans lucra rodo (ut leo crudelis)» (La avaricia dice: muerdo la lengua del engaño, como un zorro, o por la fuerza, persiguiendo la ganancia, como el león cruel). Hay otros vicios representados también por animales: Philargiria (avaricia, buitre), Sordiditas (mezquindad, cerdo), Tenacitas (tacañería, perro ladrador), Violentia (violencia, oso), Rapacitas (codicia, lobo) y Fames (gula, buey).

Hortus deliciarum, por Herrade de Landsberg, Abadesa de Hohenburg. Edición de 1879, Estrasburgo. Instituto de Investigación Getty. Representa el carro de la avaricia con el buitre a la izquierda, sobre el zorro

Isidoro de Sevilla (Etimologías) vuelve a recrearnos con su imaginación etimológica: «Se cree que el nombre del buitre [vultur] se debe a su vuelo lento [volatus tardus], pues, de hecho, no tiene un vuelo veloz debido al tamaño de su cuerpo. Dicen que algunos buitres no se unen en el coito, sino que conciben y se reproducen sin copular, y sus crías viven casi cien años. Los buitres, al igual que las águilas, pueden detectar carroña incluso más allá de los mares; de hecho, cuando vuelan alto, pueden ver muchas cosas desde su altura que, de otro modo, quedarían ocultas por las montañas».

Bestiario de Pierre de Beauvais, Bibliothèque de l'Arsenal, BNF, Ms-3516. «El buitre sigue al ejército para alimentarse de carroñas de hombres y caballos. Y por lo tanto (como dice un adivino), cuando muchos buitres se juntan y vuelan, presagia una batalla. Y saben que tal batalla ocurrirá, por algún ingenio secreto» (Bartolomeo Anglicus, Liber de proprietatibus rerum)

Le Bestiaire de l'amour (de Richard de Fournival, c. 1245) aplica la costumbre del buitre de seguir a los ejércitos en guerra al caso del amor, en el que esta ave «representa a los que siguen a las damas y a las doncellas para aprovecharse de ellas [...] No puede ver a una mujer sin hablarle de amor; no hablan de amor más que para solicitar y no solicitan más que para engañar

En Atalanta fugiens ("La fuga de Atalanta"), un libro de emblemas alquímicos de Michael Maier (1568-1622) y publicado en 1617, encontramos cincuenta textos con ilustraciones de Matthäus Merian, cada uno de los cuales está acompañado de un epigrama y una fuga musical a tres voces. Se considera uno de los primeros ejemplos de obras multimedia. El emblema 43 (cuyo título es «Prestad oído a las palabras del Buitre, que no son en absoluto falsas») ejemplifica a esta ave como expresión de la mezcla alquímica: «Soy negro, blanco, citrino y rojo». El texto del epigrama se canta con las voces de Atalanta (vox fugiens, la voz que huye), Hipómenes (vox sequens, la voz que persigue) y la manzana de oro (vox morans, la voz que retrasa). Ella es el volátil mercurio; él, el fuerte azufre; la manzana de oro, el azufre rojo que es el primer fruto de la Gran Obra (el proceso de la obtención de la Piedra Filosofal). 

 Atalanta Fugiens, fuga 43, por Emily Van Evera, Rufus Müller y Richard Wistreich, grabado en 1986. En esta página puede seguirse la música con el texto y seleccionar cada voz por separado

 

Emblema 43 de Atalanta Fugens, dibujo de Matthäus Merian. La filacteria en el pico del buitre proclama la mezcla alquímica:"Soy negro, blanco, citrino y rojo"

El último ejemplo del uso significativo del buitre lo encontramos en Kafka, que escribió un cuento, El buitre (1917-23), en el que el ave devora los pies de un hombre y luego ataca su garganta, hasta que ambos se ahogan en la sangre que fluye de su boca. Kafka había sido diagnosticado de tuberculosis en 1917: ¿se veía a sí mismo como un nuevo Ticio, condenado a un mal sin término?

Dos obras del pintor israelí Yosl Bergner que ilustran El buitre de Franz Kafka, en "Pinturas para Franz Kafka", 1989

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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