DONDE TODO EMPIEZA
Quizás, esta entrada debió ser la primera...o la última. Aunque la genética y la actualizada teoría de la evolución hayan reavivado el debate sobre la posición relativa del huevo y la gallina, lo cierto es que el huevo, en parte gracias a la pureza de su figura y a su superficie pulida, nos parece la representación de la sencillez y la perfección, una verdadera joya que la naturaleza ofrece sin el esfuerzo del ingenio humano, cuyo carácter precioso se debe sólo a su forma: no requiere brillo ni color.
Cuando Alicia, en A través del espejo y lo que Alicia encontró
allí (Lewis Carroll, 1871), se encuentra con Humpty Dumpty, ese huevo tan
impertinente, se desarrolla un diálogo enervante y gracioso a la vez, como
todos a los que se enfrenta la protagonista:
--Mi nombre es Alicia, pero...
--¡Vaya nombre más estúpido!
--interrumpió Humpty Dumpty con impaciencía. --¿Qué es lo que quiere decir?
--¿Es que acaso un nombre
tiene que significar necesariamente algo? --preguntó Alicia, nada convencida.
--¡Pues claro que sí!
--replicó Humpty Dumpty soltando una risotada: --El mío significa la forma que
tengo... y una forma bien hermosa que es. Pero con ese nombre que tienes,
¡podrías tener prácticamente cualquier forma!
¿Qué quiere decir que su nombre
significa la forma que tiene? En griego, huevo es “ᾠόν” (pronunciado Oón), una
“O” muy abierta, con la boca muy redonda: eso sí puede tener forma de huevo.
Incluso más en latín, “ovum”, donde la “o” de la primera sílaba se
cierra con la “u” de la segunda, como el huevo, que de la semiesfera se va
estrechando hacia la punta. Esa fonética, muy simple, sí que refleja la
forma que tiene, y no el “egg” inglés, salvo que Carroll pensara en
griego (debe decirse que Carroll era buen conocedor de las lenguas clásicas y
daba mucha importancia a los nombres en sus obras: Alicia viene del griego ἀλήθεια,
"alétheia", que significa “verdad”: Alicia nunca está segura de
lo que es real y de quién es, al menos en lo que se refiere a la verdad a la
que ella está acostumbrada).
Alicia y Humpty
Dumpty en una ilustración de John Tenniel para "Alicia a través del espejo..." (1871)
Esa perfección contribuye a que
el huevo siempre haya sido visto como la analogía de todo principio, el germen
de la vida, oculta, pero preñada de posibilidades. El huevo primordial aparece
en todas las culturas, de Egipto a Escandinavia, del Pacífico al Atlántico: en
un mito egipcio, el huevo es puesto por un gran ganso, "El gran
cacareador"; muchos mitos africanos y árticos hablan de un pájaro
acuático mítico que puso el huevo del mundo del que surgió la creación. El
motivo común es el de un ave que pone su huevo, éste se rompe y de él se forman
las diversas partes del universo (por ejemplo, el sol a partir de la yema, el
firmamento de la cáscara, etc.). De hecho, es un símbolo omnipresente y que se explica por
sí solo. William Harvey, intuitivamente, afirmó aquello de "Omne vivum ex ovo"
(todo lo vivo procede de un huevo), que, además, minaba la creencia en
la generación espontánea.
El huevo como analogía del
vientre es una de las imágenes favoritas desde la Prehistoria. Así, se han
interpretado como diosas-pájaro pequeñas esculturas con un gran vientre
oval y cara de pájaro (aunque, hoy en día, el motivo de las diosas-madre está
muy desprestigiado). Los huevos estilizados adornan innumerables vasijas,
combinados con el agua y las serpientes. Iniciada la cerámica, esas figuras
evolucionan hacia jarrones.
C 4500 a. C.,
decoración cerámica en Ucrania occidental. ¿es un diseño basado en el huevo?
Tres dibujos: a la
izquierda, una figura de mujer-pájaro, del Neolítico balcánico, cultura de Starcevo, c.
6000-5800 a.C. En el centro, serpientes enroscadas alrededor de un
doble huevo, lago Cucuteni, oeste de Ucrania, mediados cuarto milenio a-C. A la
derecha, plato del IV milenio a.C., decorado con formas ovales, Malta
Jarras de
terracota halladas en Phylakopi, Melos, del Cicládico Medio III, ca 1700-1600
a.C., Atenas, Museo Arqueológico Nacional
En el vientre de estos jarrones aparece un pájaro con el ala extendida y, en su interior, lo que se ha interpretado como un huevo. Este estilo de decoración se desarrolló durante el periodo del Cícládico Medio, especialmente en Phylakopi, donde salieron a la luz numerosos jarrones con motivos vegetales, peces y pájaros. En algunas obras, de las que éstas son un buen ejemplo, se utiliza la policromía para conseguir un efecto adicional.
Huevo cicládico,
3200-2100 a.C., mármol, 4,5 cm, George Ortiz Collection. No se conoce su
propósito, pero una pequeña perforación puede indicar que se usó como remate o
pomo.
Es probable que
este carácter simbólico esté detrás de los grandes huevos, especialmente de
avestruz, suntuosamente montados como recipientes, que desde el tercer milenio
a.C. encontramos en las lujosas tumbas de Mesopotamia, Creta y Micenas. A
veces, se trataba de un recipiente que imitaba el huevo.
Vasija en forma de
huevo de avestruz, laminada de oro, con lapislázuli, caliza roja, concha y betún,
del Cementerio Real de Ur, c. 2550 a.C. Su tamaño (13 cm.) corresponde casi al
tamaño medio de un huevo de avestruz
El huevo encarna el nacimiento,
el germen, pero Mircea Eliade, teórico del eterno retorno como fundamento de
toda religión, lo ve más como renacimiento, un retorno y una repetición de la
vida. La primera visión sería más racionalista; la segunda, más cosmogónica.
Así, en la antigua Grecia, los órficos (Ὀρφικοί
- Orphikoí), creyentes en la reencarnación y la pervivencia del alma
liberada de la prisión corporal, purificada en sucesivos renacimientos, dieron
al huevo un valor mágico. De un huevo cósmico nació la deidad hermafrodita
primigenia, Phanes o Protogonus (Πρωτογό, el Primogénito), que
daría origen a todos los dioses.
El libro de los Himnos Órficos
está dedicado a varios dioses, cada uno encabezado por el perfume que se le
debe quemar en cada caso. Legendariamente, esos himnos se atribuían al mismo
Orfeo. A Protógonos se le aplica la mirra.
Invoco a Protógonos de ambos sexos, alto, que vaga en el
Éter, emergido del Huevo, con alas de oro, teniendo el bramido del toro, fuente
de los Bienaventurados y de los hombres mortales, memorable, de muchas orgías,
indecible, escondido, sonoro, que ahuyentó de todos los ojos la negra nube
primitiva, que vuela por el Cosmos con alas propicias, que trae la luz
brillante, y que por eso llamo Fanes. ¡Bendito, sapientísimo, con semillas
diversas, desciende, gozoso, hacia los sacrificios de los Orgiófanes!
Página de Jacob
Bryant, "Ophis et ovum mundanum Tyriorum" (serpiente y huevo cósmico
de los habitantes de Tiro), en una ilustración de “A new system, or, An
analysis of ancient mythology. vol II”, 1774. A la derecha, detalle del huevo y
la serpiente.
El huevo era, junto con Dionisos,
el elemento central de sus creencias; Dionisos es el purificador, cuyo culto se
expresaba a través del banquete ritual que recordaba su muerte y resurrección
(en el que no podían comerse huevos, entre otras proscripciones):
Y la pureza es necesaria (...)
mediante el apartamiento de alimentos y carne de animales muertos, salmonetes,
melanuros, huevos, animales nacidos de huevos, habas y lo demás que prescriben
quienes celebran las teletai (ritos para iniciados) en los sagrados templos.
Alejandro Polihístor (100-40 a.C.)
Dos bustos de terracota de Dionisos sosteniendo un huevo,
procedentes de Tanagra, Beocia, c. 350 a. C., Museo Británico
Érebo
(Ἔρεβος, oscuridad o negrura)
era un dios primordial que todo lo llenaba antes de la aparición del mundo y
que engendró tanto a dioses funestos, como Tánatos (Θάνατος, muerte), Eris
(Ἔρις, Discordia) o Hipnos (Ὕπνος, Sueño, asociado a la muerte),
como también a otros más benéficos, como a Eros (Ἔρως), dios del
amor y la fertilidad.
“En
el principio sólo existían el Caos y la Noche, el negro Érebo y el profundo
Tártaro; la tierra, el Aire y el Cielo no habían nacido todavía; al fin, la
Noche de negras alas puso en el seno infinito del Érebo un huevo sin germen,
del cual, tras el proceso de largos siglos, nació el apetecido Eros con alas de
oro resplandeciente, y rápido como el torbellino...”
Aristófanes, Las
Aves
El huevo huero aquí citado ha tenido una gran fuerza en el mundo antiguo y, después, en la literatura científica. En la Ilíada se dice que las yeguas de Erictonio fueron preñadas por el Boreas (Βορέας, el violento viento del norte). En el canto XVI de la Ilíada, cuando Homero se refiere a los dos caballos de Aquiles, Janto y Balío, “corceles ligeros que volaban como el viento”, los hace hijos de la Harpía Podarge, fecundada por el suave viento del oeste, Céfiro, “junto al Océano”.
Aristóteles creía esto posible y habló de “huevos de viento”, zephyrias, huevos infértiles, resultado de aparearse con el viento (en gallinas, palomas, gansos o perdices). El poeta griego Alexis (c. 375 - c. 275 a. C) llama a los huevos de viento ἀνεμιαῖα (anemiáia). Como no se veían los nidos de los buitres, en la Edad Media era habitual pensar que los buitres eran sólo hembras preñadas por el viento, con quien mantenían una relación tan estrecha. Buffon hereda el término aristotélico y, en su Histoire naturelle des oiseaux (1770 – 1783), habla de “ova zephiria” para referirse a los huevos hueros que las pavas reales ponen en primavera cuando no pueden ser fecundadas por un macho.
Volviendo al simbolismo vivificante
del huevo, sabemos que los romanos usaban los huevos para purificar, “huevos
lustrales”. Ovidio en su “Ars amandi”, los aconseja para conseguir el
afecto de la mujer deseada:
Et veniat, quae lustret anus lectumque locumque, praeferat et tremula sulpur
et ova manu
(que se haga venir a una mujer
de edad que bendiga el lecho y la habitación y que lleve azufre y huevos en su
mano temblorosa)
San Agustín le da un giro espiritual a todo ese hilo que viene por el tiempo y escribe:
Restat spes quae auantium mihi videtur, ovo
comparatur. Spes enim nondum pervenit ad rem; et ovum est aliquid, sed nondum
est pullus.
(Queda la
esperanza, que en mi opinión puede compararse con el huevo. Porque la esperanza
no ha llegado a su meta; del mismo modo, el huevo es algo, pero aún no es el
pollo...")
La esperanza de la resurrección está muy
relacionada con el huevo. Hay una inscripción que rodea un pequeño huevo de
marfil del siglo XVI que cuelga de un anillo de filigrana de plata, y que dice
“Post tenebras spero lucem” (Después
de la oscuridad, espero la luz).
Dibujo del huevo
del siglo XVI citado, con la inscripción que lo circunda, colección de Fontaine
Este simbolismo explica la presencia en Roma de
huevos de mármol del tamaño de un huevo de gallina en las tumbas de los
mártires, y a menudo, en las catacumbas, la presencia de cáscaras de huevo. Se
han encontrado huevos de gallina en enterramientos cristianos entre los francos
(siglos VI o VII).
No es de extrañar que los pueblos de la
antigüedad consideraran que el tipo de huevo más bello era el del avestruz, lo
que tiene mucho que ver con lo asombroso de su tamaño. Además, lo que los
naturalistas tenían que decir sobre el método de su incubación era suficiente
para asegurar su lugar como el símbolo más verdadero de la esperada
resurrección. En tiempos del rey Felipe Augusto de Francia (1165-1223),
Guillermo de Normandía, haciéndose eco de las voces del pasado, escribió que el
avestruz pone sus huevos en el mes de junio, en el momento en que la "Estrella
de Virgo" (¿Spica?) aparece en el cielo; sin preocuparse de
nada más que de su estrella, el ave entierra sus huevos en la arena del
desierto y se olvida de ellos, pero el sol los calienta a través de la arena y
los polluelos nacen sin la ayuda de su madre.
Un inventario de la catedral de Bayeux, del siglo
XV, menciona un huevo de avestruz que se colocaba en el altar en ciertos días
santos (Pascua y quizá Navidad). En algunas catedrales se acostumbraba a
colocar un huevo de avestruz con la Eucaristía el Jueves Santo y el día de
Pascua se retiraba solemnemente al cantar en los maitines: "El Señor en
verdad ha resucitado: ¡aleluya!": el huevo se había convertido en la
representación directa del cuerpo de Jesucristo, enterrado y luego resucitado.
Una relación del siglo XV de los tesoros de la
catedral de Angers ofrece este interesante detalle: "Hay dos huevos de
avestruz en un gran relicario colgado de cadenas de plata. El día de Pascua,
los dos huevos deben colocarse en el altar de San René... ". René de
Angers es el santo nacido dos veces (Re-né, re-nacido, en francés; Renato
en otras lenguas), el santo resucitado como Cristo porque se afirmaba que murió
siendo niño y después fue revivido milagrosamente.
En la Edad Media, muchas grandes iglesias tenían huevos de avestruz decorados más o menos ricamente como copas, algunas de las cuales eran relicarios y otras simplemente eran copas ornamentadas, posiblemente relacionadas con la idea de purificación y puede que utilizadas para contener agua bendita. En relación con la alegoría de la Resurrección, el Sábado Santo la Iglesia medieval bendecía los huevos que comerían los fieles al día siguiente, antes de tomar cualquier otro alimento; y ese mismo día, en Roma, los sacerdotes iban a las casas de sus parroquianos para bendecir las habitaciones, el lecho matrimonial y los huevos de Pascua.
El Santo Cristo de
Burgos, con el detalle de los huevos bajo la cruz
En una capilla de la catedral de
Burgos se conserva un Cristo crucificado del siglo XIV que tiene tres huevos de
avestruz a sus pies, aunque algunos estudios recientes dicen que uno de ellos
puede ser de Tiranosaurus rex (esto está pidiendo una nueva entrega de Jurassic
Park...). Parece que algunos comerciantes burgaleses los donaron tras
haberlos adquirido en algunos de sus periplos comerciales. Su presencia bajo el
crucificado parece insistir en el motivo de la esperanza de la resurrección.
La alquimia tuvo su época
culminante entre los siglos XIV y XVI, cuando se fundieron dos elementos: la
difusión de las traducciones al latín de los tratados árabes de química y el
misticismo cristiano. Los alquimistas fueron incorporando mitos clásicos y un
buen número de figuras alegóricas y símbolos procedentes del ámbito religioso,
lo que exigía una ardua labor de iniciación. Fue una edad de oro para el
simbolismo del huevo.
El objetivo del alquimista era
replicar el proceso de la creación. Como en una gestación, encierra diversas
materias en el “huevo filosófico”, también llamado “cósmico” o “de
Hermes” (el uso del sello de Hermes da lugar al término “hermético” para
referirse al sellado del recipiente). Ese huevo es el matraz o el vaso esférico
u ovoide (los alquimistas lo llaman “la casa del pollo”), de vidrio
transparente, donde se produce la transformación que deberá dar lugar a la
piedra filosofal. De ese “horno alquímico” nacería el “hijo de la filosofía”,
es decir, el oro, que también era una alegoría de la sabiduría. La Turba
Philosophorum, un antiguo tratado de alquimia, dice: “Nuestra materia es
un huevo; el cascarón es la nave”.
El Bosco evoca con frecuencia el
crisol alquímico, donde se produce la “coniunctio”, la unión del azufre
y el mercurio que debe engendrar el oro; la esfera es una especie de cámara
nupcial. También Empédocles vincula el origen del mundo con la esfera:
Y respecto a cuál es la forma
del mundo cuando está siendo ordenado por Eros, dice así: “no brotan de sus
espaldas un par de ramas, ni tiene pies ni rodillas ligeras, ni genitales
fecundantes, sino que era una esfera y es igual a sí misma”.
Esas “bolsas amnióticas” de la
obra de El Bosco pueden aludir a las retortas en las que los alquimistas
parecían alterar las leyes de la Creación, una ofensa a la obra de Dios, pues
la transmutación química se opone a la fecundación natural.
En el estanque
central, los hombres se esconden, como Adán y Eva tras el pecado, en un huevo
El concierto en el
huevo, anónimo sobre un dibujo previo de El Bosco (Museo de Bellas Artes de
Lille). Debe de ser posterior a 1549, cuando se publica la partitura que interpretan
los personajes. La obra puede ser tanto
un símbolo alquímico, una sátira contra la alquimia o una condena del ocio
desordenado.
Emblema 8 del
Atalanta Fugiens, de Michael Meier, 1617. Ilustración de Matthäus Merian
El Atalanta Fugiens es un tratado de emblemas alquímicos en el
que cada imagen se acompaña de un epigrama. En el caso que nos ocupa, el título
es así:
Accipe óvulo e ígneo percute gladio.
(Toma un huevo y golpéalo
con una espada de fuego).
El epigrama que lo acompaña dice:
Hay un pájaro en el mundo, superior a todos,
Cuyo huevo buscarás, cuida de hacerte con
uno.
La arcilla blanca esconde una yema blanda.
Si (como es costumbre) con espada abrasadora
golpeas con cuidado,
Marte sumará su esfuerzo a Vulcano: el pollo
Salido de él triunfará sobre el hierro y el
fuego
La explicación del
emblema alude al proceso alquímico:
Los Filósofos, en efecto, golpean sus Huevos con fuego, pero no con la
intención de mortificarlos, sino para que puedan vivir y crecer. Porque, viendo
que de allí se produce un pollo vivo y animado, no puede decirse que sea
corrupción, sino generación...
Hay quien ha interpretado de
forma alquímica, y con gran aparato simbólico (Tomeu l'Amo: el nacimiento
intrauterino del divino Dalí, 2013), un cuadro de Salvador Dalí encontrado
en 1988, “el nacimiento intrauterino”, una obra muy temprana, de cuando
tenía 17 años (en 1921). La luz dorada del centro ovoide del cuadro, el volcán escupiendo fuego y el propio título han sugerido al autor del libro tales interpretaciones. Es
dudoso que un pintor quien, a decir de su amigo Pepín Bello, “no sabía leer
el reloj ni que un duro eran cinco pesetas”, estuviera muy puesto en
alquimia a una edad tan temprana. Pero no deja de ser gracioso que Dalí
relatara en alguna ocasión haber tenido sueños prenatales...con huevos fritos.
El nacimiento
intrauterino, Salvador Dalí, 1921
La sencillez y pureza de la forma
oval, por su –habitualmente- color blanco tan puro, por sus
posibilidades simbólicas, ha dado juego al arte contemporáneo cuando se ha
dirigido hacia las formas simples. Hay un cuadro de Paul Klee, de 1917, Ab
ovo, posterior a la revelación del color en su viaje a Túnez. En esta obra,
muy vital, las formas emergen de la albúmina de la creación, una especie de
embrión colorido nacido de una abstracción inanimada.
Constantin Brancusi ha sido el
artista que más se ha acercado a la pureza de la forma oval, más evidente en su
caso por su carácter tridimensional. Según el artista, el óvalo asimétrico de
su escultura “El comienzo del mundo” representa la belleza perfecta. La
forma reducida y compacta se refiere no sólo al comienzo del mundo, sino
también a los orígenes y misterio de la vida humana. Una parte importante de la
obra de Brancusi se caracteriza por la abstracción y la sencillez. Pero para
él, la simplicidad no es un objetivo en sí mismo, y tampoco lo es la
abstracción. En su obra busca penetrar hasta el significado real y profundo de
las cosas: así se llega a la simplicidad máxima. Él rechazaba la etiqueta de
abstracto. “La gente que llama a mi obra 'abstracta' son imbéciles; lo que
ellos llaman “abstracto” es de hecho el más puro realismo, cuya realidad no
está representada por una forma externa sino por la idea detrás de ella, la
esencia de la obra.”
El comienzo del
mundo, 1924, Bronce, Museo Kröller-Müller, Otterlo, Países Bajos
Esa forma simple fue retomada muchas veces por Brancusi, en busca de una pureza primordial, cuyas fuentes
estarían en el arte primitivo. El huevo y sus derivados son especialmente
frecuentes. Es interesante la interpretación poética de Mircea Eliade, que
atribuye a su obra una especie de anamnesis, la reminiscencia platónica,
el recuerdo de un conocimiento primitivo encarnado por la forma ovoide.
Musa dormida,
bronce, Centro Pompidou. La primera versión es de 1910. Hay muchas versiones
posteriores, en mármol o bronce
La Señorita Pogany es un retrato de 1913.
Brancusi hizo cinco versiones en dos décadas, hasta 1933. Como éste, hay
diversos ejemplos de su predilección por la forma oval.
La señorita
Pogany, 1913, primera versión en yeso, Centro Pompidou
Danaide, 1913,
Centro Pompidou
Los mitos relativos a nacimientos
prodigiosos a partir de un huevo darían para un capítulo aparte. El caso más
conocido es el de Leda, a quien Zeus se unió tomando la forma de un cisne. La Cipria,
o Cantos Ciprios, una de las epopeyas del ciclo troyano, tiene otra
variante: Helena era hija de Zeus y de la diosa Némesis. Némesis, no deseando
aparearse con Zeus, se transformó en varios animales para intentar huir de su
acoso, convirtiéndose finalmente en un ganso. Zeus también se transformó en
otro y así logró unirse a Némesis, que puso un huevo que le fue entregado a
Leda y del que nacería Helena (la ekkolapsis, ἐϰϰόλαψις, la salida del
huevo). En la comedia Némesis, de Cratino, del siglo V, se le dijo a
Leda que se sentara sobre el huevo para incubarlo. Asclepíades y
Pseudo-Etratóstenes relataron una historia similar, salvo que Zeus y Némesis se
convirtieron en cisnes en lugar de gansos, y puede que de esta versión proceda
la tradición de que Zeus viniera a Leda en forma de cisne.
Safo también recurre a la versión
más temprana del mito, por la que Leda sólo encontró el huevo puesto por
Némesis tras su violación por Zeus. De su poema sólo se conservan unos pocos
versos:
Dicen que Leda
encontró cierta vez un huevo
oculto entre los
tallos del jacinto. . .
más brillante que
cualquier otro.
...
Mucho más blanco
que un huevo
Mucho más brillante que un huevo
La versión más clásica, difundida
sobre todo por Ovidio en su Metamorfosis, hace nacer, de la unión de
Zeus, convertido en cisne, y Leda, dos huevos que dan lugar, por un lado, a
Helena y Pólux (de la semilla de Zeus), y por otro, a Clitemnestra y Cástor (de
la semilla de Tindáreo, esposo de Leda). Una paternidad múltiple que no parecía presentar problemas, ni siquiera a Tindáreo.
J.B. Handelsman, Caricatura para The New Yorker ,
publicada el 23 de enero de 1989
En la cerámica griega de Apulia hallamos
imágenes diversas en las que Helena nace de un huevo, lo que es relevante
porque Helena es el epónimo de los griegos, su simiente. En otros casos, es
Eros quien aparece naciendo del huevo.
Huevo de Helena depositado en un altar. Los dos principales personajes expectantes probablemente son Leda y Tindáreo. Siglo V a. C, Museo de Nápoles.
Imagen de Zeus
asistiendo al hallazgo del huevo con Helena. Crátera de campana, c. 425 a.C.,
Bonn, Kunstmuseum
Helena
saliendo del huevo, crátera de campana de figura roja de Apulia, s. IV a.C,
Museo Arqueológico Provincial de Bari
Helena saliendo
del huevo, piedra caliza, s. V a.C., Museo Archeologico Nazionale di Metaponto
Los mismos griegos dieron
explicaciones alternativas a ese nacimiento mítico. Como se llamaban ὦον
(huevo) las cámaras superiores de las casas (que ahora se llaman ὑπερῶον),
Clearco de Solos dice que a Helena, por haber nacido y crecido en una cámara de
este tipo, se le atribuyó haber nacido de un huevo. Y fue Neocles de Crotona
quien fue más lejos: el huevo el que nació Helena cayó de la luna, porque las
mujeres bajo la influencia de la luna dan a luz huevos, y los que nacen de
tales huevos son quince veces más grandes que nosotros, como también lo afirma
Heródoto de Heraclea. Y el poeta Íbico dice esto de los Moliónidas (gemelos
nacidos de un huevo puesto por Molíone tras aparearse con Poseidón convertido
en pájaro):
Y mataron a los
dos jóvenes Moliones, jóvenes de igual rostro,
Llevados en
caballos blancos; de la misma edad; y
Y también iguales en todos sus miembros, ya
que ambos nacieron
En un día, de un
solo huevo de plata.
Dalí, en su Leda
Atómica, mezcla el mito clásico con la Virgen, en ese caso de la
Anunciación: el cisne, susurrando a la oreja de la mujer, sería el aliento del
Espíritu Santo entrando por el oído de la Virgen, como a veces se decía. Si
Gala era Leda y a la vez Helena, él era Pólux, como buenas almas gemelas. De
Clitemnestra y Cástor no sabemos mucho salvo especulaciones más o menos
fantasiosas (¿los hermanos de Dalí?).
El comentario ya citado de
Neocles de Crotona es interesante porque la historia de la obstetricia ha dado
casos muy divertidos de nacimientos prodigiosos. Los viejos anales de la
medicina contienen relatos de mujeres dando a luz todo tipo de seres asombrosos
(elefantes, perros, gatos, serpientes...). Ulisse Aldrovandi (1522-1605), en su
Monstrorum Historia, da cuenta de muchos de ellos. Algunos hacen
referencia a mujeres que pusieron huevos y, en concreto, se hace eco de una
información de Conradus Lycosthenes (1518-1561), según el cual la luna estaría
poblada por gigantes ovíparos, como muestra la ilustración del bestiario de
Lycosthenes, “Prodigiorum Ac Ostentorum Chronicon”.
“Las mujeres Selenetidae,
contrariamente a la naturaleza de otras mujeres, dan a luz huevos, de donde
nacen hombres de cinco años, diez veces más grandes que nosotros.” “Prodigiorum
Ac Ostentorum Chronicon”, 1557, Conradus Lycosthenes
Amboise Paré (1510-1590), uno de
los padres de la medicina moderna, declaró no haber hallado tales casos, pero
sí dijo haber visto un huevo peculiar, que parecía contener una cabeza humana.
Parece que fue descubierto en 1569 y luego pasó a la colección de maravillas
del rey Carlos IX de Francia. Fue también muy célebre un huevo del que se decía
que había sido puesto por una mujer noruega y que se conservaba en el "Gabinete
de curiosidades" de Olaus Wormius (1588-1654), que hace este relato:
El huevo me fue entregado,
exactamente como un huevo de gallina ordinario, intacto, con esta narración,
confirmada por la fe de tres hombres dignos, en mano y sellado [ …] En el año
1638, el cuatro de marzo, [la mujer] cayó en una enfermedad que duró un año
completo, hasta 1639. El diecisiete de abril, aquejada de fuertes dolores de
estómago, llamó a las vecinas y, por la noche, dio a luz un huevo […] El
dieciocho de abril, de nuevo le vienen dolores de parto, y hacia mediodía, presentes
las mismas mujeres, parió otro […]. Este nacimiento no pudo haber sido natural,
por lo que pensamos que esos dolores fueron despertados por trucos diabólicos,
así como los huevos.
Museum Wormianum
Fragmeto del
Museum Wormianum, catálogo de curiosidades de Olaus Wormius, editado en 1655.
En esta página se muestra el presunto huevo fantástico de la mujer noruega
De todos los ejemplares de huevo, el más sugerente, sin
duda, es el que cuelga sobre la cabeza de la Virgen en la Sacra Conversación
de Piero della Francesca.
Sacra
Conversación, Piero della Francesca, c. 1472, pinacoteca Brera (en
detalle)
La obra muestra a la Virgen con
el niño rodeada de santos y ángeles, que redoblan con su disposición el efecto
del ábside del fondo. Como es habitual en Piero, los objetos visibles del mundo
alcanzan la perfección por su forma geométrica y su estatismo. La luz destaca
la blancura del huevo, que señala el eje de simetría, y aumenta la fuerza
plástica de la composición. (En la Madonna
de Port Lligat, Dalí retoma el mismo tema de la venera y el huevo sobre la
cabeza de la Virgen).
No está claro el significado del
huevo en la obra de Piero, ocupando un lugar tan relevante. Como la joya natural que es, el huevo es digno de adornar la presencia de la Virgen. Junto con la
concha, símbolo de la fertilidad, seguramente alude a la milagrosa
maternidad, tanto de María como de la esposa de Federico de Montefeltro,
Battista Sforza, cuyo hijo, Guidobaldo (1472-1508), recibió su nombre de san
Ubaldo, que había intercedido por la llegada del ansiado hijo varón, ¡tras seis
hijas! Seis meses después del nacimiento, y como consecuencia de los problemas
del parto, la madre murió, de ahí que no aparezca en el retablo junto al duque.
Algún estudioso, basándose en el tamaño comparativo de las figuras, le ha
calculado al huevo un tamaño de entre 15 y 16,5 centímetros, compatible con un
huevo de avestruz. El huevo del avestruz es, además, emblema de Federico, Spiritu
Durissima (al avestruz se le atribuía la capacidad de comer y digerir
cualquier cosa, por muy correosa que fuese). Colgar huevos de estos era común
en las iglesias italianas, ya hemos visto que con un sentido relativo a la
resurrección. Esto cuadra con el collar de coral que lleva el niño, una segura
alusión a la Pasión (es frecuente la dualidad muerte-resurrección en los detalles
simbólicos del Cristo niño).
Esta obra puede relacionarse con
el relato que hace Pausanias en su Descripción de Grecia (III,16), cuando
quiso conocer un santuario en la acrópolis de Esparta y ver por sí mismo la
reliquia que contenía:
Cerca está un santuario de Hilaeira y de Phoebe. El autor del poema Cipria las llama hijas de Apolo. Sus sacerdotisas son jóvenes doncellas, llamadas, al igual que las diosas, Leucípides (Hijas de Leucipo) […] Aquí ha sido colgado del techo un huevo atado con cintas, y dicen que es el famoso huevo que la leyenda dice que trajo Leda.
La Virgen de Piero puede
presentarse como renovación y superación de la antiquísima Leda: un nacimiento,
esta vez de verdad, prodigioso.
La simbología de la forma esférica da mucho de sí. La propia estructura del útero materno se asemeja al huevo, si no tanto en la disposición de su envoltura, si en el concepto de receptáculo de acogimiento de la semilla de la vida.
ResponderEliminarInteresante tema con mucho contenido y mucho sobre lo que reflexionar. Los símbolos que son recurrentes en la historia del arte y que aparecen repetidamente tratados, por tan diferentes artistas a lo largo del tiempo, tienen que tener por fuerza un significado profundo que puede sustentar muchas y diferentes teorías explicativas.