HUMANILENGUADOS (I): JOYAS DE COLECCIÓN

 

“Hay un pájaro llamado bittakos que tiene voz humana, es capaz de hablar y tiene el tamaño de un halcón. Tiene la cara roja y la barba negra y es azul oscuro hasta el cuello, como el cinabrio. Puede charlar como un humano en indio, pero si se le enseña griego, también puede hablar griego.”

(Ctesias, Indica, c. 340 a.C.)

Un loro amazonas de frente azul (Amazona aestiva)

No todos los pájaros cantan: algunos hablan, incluso mucho y a destiempo. Es el caso del loro, del que no se sabe qué es peor, si su parloteo sin sentido o su grito irritante. Hasta hace poco, cuando las ciudades europeas han empezado a verse asaltadas por estas invasoras, no estábamos familiarizados con la desagradable voz que desparraman a costa de negarnos los trinos acogedores de nuestros vecinos de referencia, los gorriones.

El orden de los Psittaciformes, que incluye a las aves que vulgarmente conocemos con distintos nombres -loros, cotorras, papagayos, cacatúas, periquitos, etc.-, por su origen exótico (casi todas del remoto sur tropical), por su colorido, por su fácil adaptación a la vida doméstica y por la gracia de su chapurreo, ha sido uno de los juguetes favoritos de las clases ociosas, bagatelas o joyas emplumadas que recorrieron las rutas comerciales desde las selvas apartadas hasta nuestras pajarerías.

Sus nombres griegos (ψιττακóς, “psitakós”, y sus variantes) pueden ser helenizaciones de su nombre indio (siptacem, según Plinio), región de donde debieron de llegar los primeros ejemplares que se conocieron en Europa. Aún hoy, en la India se conocen unas quince especies, aunque sólo tres de ellas están extendidas por todo el subcontinente: Psittacula Krameri (cotorra de Kramer), Psittacula eupatria (cotorra alejandrina) y Psittacula Cyanocephala (cotorra ciruela), que parecen ser las que conocieron griegos y romanos, lo que explicaría la afirmación de Eliano (De natura animalium) de que en la India sólo había tres especies de loros.

De izquierda a derecha, Cotorra de Kramer, Cotorra alejandrina y Cotorra ciruela

Las primeras referencias al comercio de loros se remontan a las conquistas de Alejandro Magno, cuyos soldados, para complementar sus ingresos, traficaban con loros traídos de la India (como según Plinio, hacían los legionarios romanos del norte de Europa con las plumas de ganso). En Roma debieron de ser muy frecuentes, si juzgamos por su presencia en el arte decorativo.

La pasión de los romanos por los animales de compañía era una cuestión de moda; Catón censuró la degeneración de las costumbres cuando las damas frecuentaban el mercado acariciando perros falderos y los petimetres se pavoneaban con loros posados en su brazo. Estos pájaros se guardaban en jaulas de oro, plata y concha de tortuga y se les enseñaba a gritar el nombre del emperador reinante.


Mosaico de Dionisos, 220-230 d.C., Museo Romano-Germánico, Colonia. Parece representar cotorras alejandrinas


Mosaico de loros con cintas del siglo V d.C., en una casa del suburbio Daphne de Antioquía, Museo de Arte de Baltimore


Mosaico de la habitación del altar, Palacio V, Pérgamo, s. II a.C., Staatliche Museen, Berlin

Después de lo que pareció ser una invasión de psitácidos de la India durante la época del Imperio Romano, las menciones de loros en Europa se volvieron cada vez más raras en los siglos siguientes, con algunas excepciones notables.

Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, mantuvo contacto con al-Kamil Muhammad al-Malik desde 1217, un año antes de que éste se convirtiera en sultán de Egipto. Los dos gobernantes se comunicarían regularmente durante los veinte años siguientes, intercambiando cartas, libros y objetos raros y exóticos. Uno de los resultados de estos regalos mutuos fue una cacatúa galerita o de moño amarillo (Cacatua galerita), de la que se conservan una descripción y cuatro dibujos en un manuscrito de mediados del siglo XIII de la Biblioteca Vaticana, el libro del emperador sobre ornitología y cetrería, De arte venandi cum avibus (“El arte de cazar con aves”), escrito en latín por el propio Federico (también era escritor y poeta) o por un escriba bajo su dirección, entre 1241 y 1244, probablemente basado en una traducción de dos textos árabes sobre cetrería. Al contrario que gran parte de las imágenes medievales, parece que los dibujos de la cacatúa proceden de la observación directa, dada la precisión de los detalles anatómicos. 

De arte venandi cum avibus, Biblioteca Apostolica Vaticana. La cacatúa está en la parte superior, en el margen del texto

Sobre la cacatúa de la figura el título "cristas" (“crestas”). Este dibujo acompaña a un texto que comienza así: "La mayoría de las aves con plumas no tienen crestas" y describe las excepciones: 

“Otras aves lucen una cresta de plumas, entre ellas la abubilla, la alondra cornuda y algunos loros importados de la India. El Sultán de Babilonia nos envió uno de estos últimos. Tenía plumas y plumillas blancas, que cambiaban a amarillo bajo los costados.” 

La cacatúa ilustra un texto sobre la lengua de las aves. En él, el escritor explica cómo los loros blancos son capaces de imitar el habla humana. La cacatúa de moño amarillo, en sus cuatro subespecies, muy valorada y frecuente como mascota, se distribuye por los bosques tropicales y subtropicales de Australia, Papúa-Nueva Guinea e Indonesia.

Otra ilustración de la cacatúa en el tratado de Federico II

Se ha escrito mucho sobre cómo esa relación entre los dos soberanos traicionó los intereses de sus propios reinos. En el Concilio de Lyon de 1245 se acusó a Federico de ser "amicissimus" ("amiguísimo") de los gobernantes musulmanes. Además, historiadores de uno y otro lado han acusado a al-Malik de colaborar con los cruzados de Federico.  El motivo de tales acusaciones es que en 1229 ambos firmaron el Tratado de Jaffa por el que Jerusalén fue devuelta a los cruzados. En realidad, las razones de la entrega de Jerusalén son complejas y siguen siendo objeto de debate. La lucha de poder con su hermano, que gobernaba en Siria, pudo derivar en que al-Malik viera una ventaja en una Jerusalén bajo el control de Federico para crear un estado-tapón entre Siria y Egipto.  

A su regreso a Italia, tras ser coronado rey de Jerusalén en 1229, a Federico lo acompañaba un verdadero zoo ambulante. En noviembre de 1231 el séquito entró en Rávena acompañado de "elefantes, dromedarios, leones, leopardos, halcones blancos y búhos barbudos", todo ello fruto del intercambio de regalos con el sultán. A pesar del revuelo que causaron las fieras de Federico, durante las visitas diplomáticas que condujeron a su tratado comercial con el sultán de Túnez, en 1231, el emperador prefería recibir un libro raro, un pájaro o un objeto artesano exótico en lugar de una bestia grande o un artículo de lujo.  La erudición seguía siendo importante para él: en el prefacio del citado tratado, Federico reconoció que seguía a Aristóteles, "el príncipe de los filósofos", que había escrito diecinueve libros sobre la vida animal, pero también "de todas las cosas". Todo es una muestra más de que, en el siglo XIII, Europa se hallaba integrada en una compleja red comercial, un sistema afroeuroasiático en la que Asia tenía el papel principal como fuente de bienes de lujo. 


Una cacatúa galerita y otra de las ilustraciones del tratado de caza, con el texto “Psittacus”

El duque Jean de Berry (1340-1416), hijo del rey de Francia, Juan II el Bueno, es especialmente conocido por su labor como mecenas y constructor. Su pasión por las artes se extendió a una especial afición por los animales, sobre todo los exóticos, que enriquecían su casa de fieras. Algunos de sus huéspedes nos son conocidos por los textos: ciervos, osos, cisnes, avestruces e incluso dromedarios, así como un gran número de aves canoras. Entre los alados, el loro sólo se menciona indirectamente, a través de la cita, en los inventarios del duque, de una "caige de un papegal" (“jaula de un papagayo”). Sin embargo, el ave aparece varias veces en los manuscritos encargados por el duque, especialmente en las Grandes Horas (miniadas por Jacquemart de Hesdin y otros entre 1407 y 1409), donde la vemos dos veces en librea amarilla. Esta particularidad no debió de ser una fantasía del iluminador, sino la prueba de que el duque poseía una cotorra de Kramer con la mutación lutina (del latín luteus, amarillo). Esa rareza se unió a un halcón blanco, una piel de oso polar, el cuerno de unicornio (en realidad, de narval) o diversas piedras con características especiales conservadas en su gabinete de curiosidades. La identificación de este pájaro es uno de los primeros registros de la existencia de esa mutación en esa especie. Entre los criadores, la obtención y fijación de este color sigue siendo objeto de muchos esfuerzos. Se dice que el primer espécimen de una cotorra de Kramer amarilla en Europa fue una hembra perteneciente al duodécimo duque de Bedford, Hastings William Sackville Russell, un consumado naturalista y ornitólogo. El registro data de 1918 y no fue hasta 1932 cuando el Duque consiguió fijar la mutación entre las aves de su finca. Le siguió de cerca un compatriota, también criador y coleccionista, Alfred Ezra, que en 1934 vio nacer dos aves lutinas. La identificación del ave del duque de Berry atestiguaría la presencia de la mutación cinco siglos antes de lo que se pensaba.


Tres páginas de “Las grandes horas del Duque de Berry”, 1407-09, por Jacquemart de Hesdin. En la imagen superior, una cotorra de Kramer verde en uno de los márgenes de una página (fol. 34r). Debajo, la cotorra lutina aparece dos veces (fol. 8r y fol. 45r)

El gran salto en el acopio de estas joyas emplumadas fue el descubrimiento de América, donde vive la mayor variedad de Psitaciformes. Bartolomé de Las Casas, en su Historia de Las Indias se refiere a ellos, aunque los conquistadores debían de tener tal escasez de víveres que su colorido no les sirvió de indulto: “Salieron pues de aquellos ranchos los españoles para ir adelante, y llegaron a un pueblo (que estaba en la ribera del mar del norte y dentro, las casas sobre horcones en el agua), llamado Carahate, la penúltima sílaba luenga, al cual puso el padre Casaharta, porque fue cosa de maravilla la abundancia de comidas que allí estuvieron, se comieron más de diez mil papagayos los más hermosos del mundo que por alguna manera era lástima matarlos (…) en este camino desde la provincia de Camagüey.“ 

Colón, a la vuelta de su primer viaje, trajo unos papagayos que paseó, entre el entusiasmo general, por Sevilla y Barcelona. Fueron muy elogiados “por ser de muy hermosos colores: unos muy verdes, otros muy colorados, otros amarillos, con treinta pintas de diversa color, y pocos de ellos parecían a los que de otras partes se traen”.  También Bartolomé de las Casas los describió y dijo que eran “verdes muy hermosos y colorados”. Debieron de hacerle gracia a la reina Isabel porque sabemos, gracias a Jerónimo Münzer (en su Itinerario de 1494-95), que tenía varios en la cámara real del monasterio de Guadalupe. Uno de estos papagayos contaba con un plumaje de cinco colores. 


Bernard van Orley, retrato de Margarita de Austria, 1510-1520, Museo de Bellas Artes de Bruselas, cuando ya había enviudado de sus dos maridos... y de su loro

Esta afición a los loros se mantuvo en las cortes europeas durante mucho tiempo. Catalina de Austria, reina de Portugal, la hija menor de Juana I de Castilla, envió a Yuste un papagayo para alegrar a su hermano Carlos I. Antes, Margarita de Austria, tía de Carlos y regente en los Países Bajos, tuvo otro del que tanto sintió su muerte (devorado por un perro en mayo de 1505) que mandó grabar en su sepultura un epitafio:

« Sous ce tumbrel, qui est un dur conclave

Git l’amant verd et le très noble esclave,

Dont le noble

coeur, de vraye amour pure yvre,

ne peut souffrir perdre sa dame et vivre »

(“Bajo este túmulo, que es un duro cónclave,

yace el verde amante y el más noble esclavo,

cuyo noble

corazón, de verdadero amor, puro y no adulterado,

su dama no puede sufrir perder y vivir”)

 

Jean Lemaire de Belges (1473-1524) fue un poeta y cronista francés que desde 1504 se vinculó a la casa de Margarita de Austria, de la que su tío era bibliotecario. Escribió en su honor sus libros de lamentos por la muerte del rey de España, Felipe el Hermoso, hermano de Margarita, y sus dos Epístolas del amante verde (en referencia al loro citado), del que dice muy poéticamente, pero sin apego a los hechos, que “en realidad se suicidó a causa de su amor desesperado por su dueña”.

Jean Lemaire de Belges dice que los arqueros de Artois y de Hainaut tienen la costumbre de colocar sobre un árbol y sobre una percha un papagayo de madera que hay que alcanzar disparando”; el vencedor era proclamado rey. Por otra parte, sabemos que Margarita pagaba veintidós libras a esa Cofradía de san Sebastián por ser elegida “Reina del papagayo”. Todo esto que cuenta el poeta es un pretexto para sus Epístolas del amante verde. Margarita tuvo sucesivas fatalidades: en 1497 murió de repente su primer marido, el príncipe Juan de Castilla; en septiembre de 1504 perdió a su segundo marido, Filiberto el Hermoso de Saboya, por una pleuresía (se dice que por beber agua muy fría en una jornada de caza, mientras nadaba); y, para remate, el pobre loro. Jean Lemaire des Belges, en la corte de Margarita desde ese mismo año, debió su reputación a su habilidad para componer una lamentación sobre esa prematura muerte. Este será el tema de la Couronne Margaritique (“Corona Margarítica”), una vasta alegoría mezcla de prosa y verso, glorificación de la viuda inconsolable. Las Epístolas del amante verde son la cara burlesca de esa elegía, un divertimento alegre sobre ese loro muerto en el castillo de Pont d'Ain.


Ventanas del Castillo de Pont d’Ain

 Jean Lemaire imagina que el loro está enamorado de su dueña y que, desesperado por su ausencia (cuando Margarita debió acudir a Alemania para arreglar con su padre el asunto de su pensión), se arrojó a las fauces del perro, no sin haber rimado previamente una carta a la dueña de sus pensamientos. En la primera de las Epístolas, el loro ruega a la dama que anime al poeta a dar muestras de su arte; en la segunda, meses después de su muerte, el loro dice estar en el paraíso de los animales, donde ha tenido la suerte de encontrarse con el “Esprit vermeil” (“Espíritu bermejo”), que fue el del loro de María de Borgoña, madre de Margarita, muerto también en trágicas circunstancias.

Margarita de Austria perteneció a la primera generación que conoció las maravillas del Nuevo Mundo. Su Kunstkammer (Cámara de las maravillas), en el Hot van Savoye (el palacio de Malinas), fue una verdadera colección etnográfica (en la que no faltaban las plumas exóticas). En marzo de 1517 tuvo lugar una gran procesión en Bruselas para celebrar el acceso de Carlos al trono hispánico, con soldados disfrazados de “guerreros de Calicut” y animales nativos de América, entre los que no debieron de faltar loros, o al menos sus plumas.

Hans Burkmair, “gente de Calicut”, en el Triunfo de Maxiiliano, c. 1517-18


Tampoco debía de ser raro en Inglaterra, pese a ser, a principios del XVI, una corte menos rica y más "rústica" que las de Francia, Flandes o Castilla. El poeta John Skelton (1460-1529), en su poema "Habla, loro", usa el ave para resaltar los males de la corte de Enrique VIII y criticar al cardenal Wolsey; de paso, hace de él un símbolo del propio autor y de su facultad poética.

"Loro no es una becada, ni una mariposa, 

Loro no es una mirada tartamuda, que los hombres llaman estornino;

Sino que Loro es mi querido corazón y mi amado;

Melpómene, esa hermosa doncella, bruñó su pico:

Te lo ruego, deja que Loro tenga libertad para hablar."

En tiempo de Carlos II de Austria, su esposa, María Luisa de Orléans, tenía varios papagayos y loros que hablaban en francés. También tenía una cotorra que insultaba repetidamente a la duquesa de Terranova, Camarera Mayor de la Reina, cada vez que la veía. Un día, esta señora, cansada de tanta falta de respeto, intentó retorcerle el pescuezo al pajarraco, pero la Reina salió en defensa del loro y le dio un bofetón a la duquesa. De resultas del escándalo, el rey estuvo a punto de ordenar una escabechina entre los pájaros, pero además de ser de poco físico, Carlos II era de poca voluntad y la cosa pasó sin más.

Ya con los Borbones, Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI, tenía en sus alcobas hasta dieciocho jaulas con sus pájaros: menos mal que su antecesora, Isabel de Farnesio, había creado el oficio de pajarero o jaulero de cámara en 1718. No estamos seguros de a cuál de estas reinas pertenecía una cotorra palaciega que decía, “¿Hay pan y chocolate para la cotorrita que se muere de hambre todita?” y también “¿Cotorrita. ¿eres casada? No es, sino monja y encerrada”. Como Buffon decía que a los loros les encantaba el vino español, y sobre todo el moscatel, que “les causa un arrebato de alegría”, no es difícil que tanto gracejo se debiera a que las reinas les daban para merendar sopas de vino (en francés se llama "soupe à perroquet", "sopa de loro", al pan empapado en vino tinto, una comida ya en desuso).

Sabemos, por el inventario de la subasta de los bienes del difunto Franz Joseph Haydn, en 1809, que el músico tenía un loro que le sobrevivió y que, tras la muerte del músico, estaba incluido en el catálogo de la almoneda. No sabemos qué fue de él tras la venta (dieron 1415 florines por él), pero sí se nos dice que podía silbar una octava completa, cantar la apertura del himno del emperador Francisco, “Dios guarde al Emperador Francisco” (hoy, la música del himno alemán) y gritar "¡Ven, papá Haydn!”. Basándose en esta anécdota, Helena Winkelman, una violinista holandesa, compuso una paráfrasis del cuarteto opus 33 nº 3 de Haydn, El pájaro; la obra contemporánea, un cuarteto para cuerda titulado Papa Haydn's parrot le fue encargada por la Fundación Esterházy (cuyo antepasado, por cierto, fue el mecenas de Haydn) y se estrenó en 2018.

Durante los años de la Ilustración, la gran cantidad de anuncios de la Gaceta de Madrid referidos al extravío de loros es síntoma de lo extendida que estaba la costumbre de criar estas aves en las mansiones de la nobleza.


Anton Raphael Mengs, Retrato de la marquesa de Llano, conocido como “La maja de Mengs”, doña Isabel de Parreño y Arce, c. 1773, Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid

 Esta marquesa de Llano, retratada aquí con su guacamayo y su traje de manchega (de manchega refinada, claro), o de “mancheguita”, como le gustaba decirse, se lució y bailó con emperadores y príncipes y brilló en varias cortes europeas, especialmente en Viena. Este retrato se hizo en Parma, adonde su marido viajó como embajador. Algunas de las damas de la alta sociedad vienesa trataron de imitar su indumentaria, que llamaban “alla cosa rara”. La marquesa recibió el homenaje de su protegido, el músico Vicente Martín y Soler, entonces asentado en Viena, que le dedicó una ópera cómica, “Una cosa rara, ossia bellezza ed onestà”, estrenada en la capital austriaca en 1786.

La condición del loro como acompañante de lujo ha llegado casi hasta nuestros días: uno de los extravagantemente ricos maharajás de Nawanagar, K.S. Ranjitsinhji, gran figura histórica del críquet, tuvo un loro del que se decía que tenía ciento quince años, paseaba en Rolls Royce y tenía su propio pasaporte. 


El Maharajá de Nawaanagar, K.S.Ranjitsinhji, en 1932, un año antes de su fallecimiento, con su loro Joey, durante su último viaje de vuelta a la India

 Charlotte, el loro del rey Jorge V del Reino Unido,  inspeccionaba, como un buen secretario, los secretos y los documentos oficiales sobre el hombro de su dueño, que no debía de temer la indiscreción del pajarraco. ¿Le asesoraba al oido? Aunque se dice que era un loro gris africano, nos parece más una cacatúa de pecho rosado (o Cacatía Galah, Eolophus roseicapilla). Debió de comprarla en Egipto y era odiada por toda la familia, quizás porque era el único ser al que el rey mostraba afecto en público o por su comportamiento desordenado en las comidas (los loros tienden a ser perturbadores si se aburren y no se les motiva lo suficiente). Por supuesto, le enseñaron a decir "¡Dios salve al Rey!" y se cuenta que, cuando el Jorge V murió, el animal repetía "¿Dónde está el capitán?".


A la izquierda, el rey Jorge V durante un viaje; al fondo, puede verse la jaula con el loro Charlotte. A la derecha, la futura reina Isabel II, en 1930, jugando con el loro de su abuelo ante la reina María


 (Habrá más humanilenguados)








  





 












Comentarios

  1. Resulta curioso el aprendizaje de los loros y como son capaces de asimilar los sonidos humanos. Acaban pareciéndose a sus amos. No es raro si como animales de compañia pasan muchas horas con ellos, como es el caso del loro de Haydn con el aprendizaje de su música. Pero me pregunto como será su aparato vocal, que configuración tiene para ser capaces de articular sonidos, tan parecidos a los humanos, que no tienen otras aves.

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  2. Si la urraca daba sorpresas, el loro muchas más: desde Margarita de Austria al maharajá, pasando por Hadyn. Me ha encantado. Seguro que el siguiente artículo también, a la espera quedamos. Ana.

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