EL ENGREÍDO
“¿Hay algo en la naturaleza no humana que sea al mismo tiempo tan
engreído y tan necio como el gallo?”
(Theodor Lessing, El gallinero, 1926)
El gallo en el Bestiario de Oxford
El orden de los Galliformes (gallos, pavos, faisanes, etc., que está, evolutivamente, entre los más antiguos) suele presentar un acusado dimorfismo sexual (que da a los machos más motivos para ser admirados y a las hembras más esperanza de vida). Pero entre el gallo y la gallina se ha producido algo más: un corte, una verdadera dicotomía entre la altivez y la humildad, entre la ostentación de la fuerza y el desprecio por la evasión celeste, entre el brillo del porte y la mirada gacha, de manera que se los ha tratado como si fueran dos especies diferentes. Su imagen diverge tanto, son culturalmente tan dispares, les hemos atribuido personalidades tan contrastadas, que se hace difícil meterlos en el mismo corral de la imaginación. Nos rendiremos, pues, a la tradición y los consideraremos por separado.
“Critón, le debemos un gallo
a Asklepios”. (Platón, Fedón)
Esta enigmática frase de Sócrates a un discípulo, cuando ya sentía la
parálisis de la muerte, ha dado tanto que hablar que es imposible sustraerse al
papel del ave en ese momento definitivo: ¿Era la muerte análoga al sueño
curativo en el santuario de Asclepios? ¿Platón se refiere a su propio giro,
desentendiéndose de una vida cívica decepcionante, hacia una vida dedicada a la
filosofía? ¿Era una frase irónica a partir de las características que se
atribuían al ave? Los cuatro rasgos principales del gallo eran bien conocidos: combatividad,
orgullo, apetito sexual y estado de alerta permanente. La primera y la última
de ellas llevaron a asociarlo con divinidades como Atenea, Deméter y Hermes. Ya
dijimos que los cuervos son las aves más habituales en Esopo (en veintidós fábulas);
le siguen el águila (veinte) y el par gallo-gallina, con diecinueve, lo que refleja la
relevancia que adquirió este animal.
El gallo es universalmente un símbolo solar porque su canto anuncia la salida del sol. En Los Versos áureos de Pitágoras se recomienda: «Alimentad al gallo y no lo inmoléis pues está consagrado al sol y a la luna». En la famosa frase de Sócrates podría verse en el ave el papel de psicopompo (conductor de las almas hacia el mundo de los muertos), y esta función explica también que el gallo se atribuya a Hermes (Mercurio), el mensajero que recorre los tres niveles del cosmos, de los Infiernos al Cielo. Al ser también Asclepios un héroe sanador el gallo podía relacionarse con la de cura de enfermedades.
Parece que llegó a Grecia en el siglo VII a.C. desde Persia, por lo que
era comúnmente llamado "el pájaro persa". En Egipto, el gallo
aparece en el arte ya en el siglo XV a.C., pero no se crio de forma generalizada
hasta la época ptolemaica, con la influencia griega. En ambos lugares se
criaban como combatientes (de ahí su nombre en griego, Alektōr, que
significa "el que repele"), mientras que su valor nutricional se
apreció mucho más tarde.
A la izquierda, ánfora
ática de figuras negras con dos gallos enfrentados, c. 560 a.C., MET. A la
derecha, anverso y reverso de un didracma de Himera, Sicilia, c. 483-472 a.C.
Terracota “pínax”, Tarento, de Locri, Perséfone recibiendo homenaje de la doncella que se va a casar, Museo Arqueológico Nacional de Reggio Calabria
Hay una rara serie de placas de terracota o madera (Pínax, pínaces en plural, de donde viene la palabra "pinacoteca") halladas en el santuario de Perséfone de Locri, en el sur de Italia, del siglo V a.C., y que ofrecen información sobre el culto a Perséfone y Afrodita. Ilustran distintos aspectos del culto, desde escenas terrenales de sacrificio y ofrenda a representaciones mitológicas de la violación de Perséfone. El protagonismo del gallo como animal de sacrificio es evidente porque aparece más a menudo que cualquier otro animal y también se lo representa sostenido por la diosa como uno de sus atributos distintivos. Se ha sugerido que sería un símbolo de matrimonio, apropiado en este culto, pero su frecuente representación con Perséfone apunta en cambio a un estatus como criatura liminal, guardián de la transición del día a la noche y, por tanto, de los ritos de paso (la muerte, el paso supremo). Fue sin duda en este papel en el que el gallo fue adoptado en la iconografía cristiana, mientras que no debió de desempeñar ningún otro papel en la religión griega clásica: la famosa petición de Sócrates es una especie de pista falsa, ya que es la única referencia literaria al sacrificio a Asclepios. No fue hasta el periodo helenístico, cuando su cría estaba más extendida, que empezó a aparecer como animal de ofrenda —más bien, la gallina, debido a su de bajo coste—.
Dos Pínaces: a la izquierda, Pínax de Perséfone
y Hades en el trono, del santuario sagrado de Perséfone en Locri,
Marc Chagall, El gallo rojo, litografía, 1957
Si damos un rápido salto de siglos, vemos a Marc Chagall, siguiendo la estela Hades y Perséfone, que hace del gallo un símbolo matrimonial. Son numerosas sus obras en las que un gallo, habitualmente rojo o colorido, se asocia a una pareja o la novia. Hay mucho en la obra de Chagall que remite a los recuerdos y fantasías de la infancia, y el gallo ocupa un lugar especialmente importante en ellos.
Así pues, la imaginación cultural griega nunca se interesó por los
aspectos del gallo que hoy nos parecen primordiales: ni el sabor de su carne ni
su capacidad para evocar imágenes de la vida rural. Los griegos se interesaban sobre
todo por el gallo de pelea y no por la gallina ponedora.
Crátera de cáliz
ática de figuras rojas, c. 420 a. C., Paul Getty Museum, Malibú
Estos gallos de pelea de la crátera son actores: la presencia
del flautista indica que estamos ante una escena teatral. El jarrón fue pintado
no mucho después del estreno de Las Nubes, de Aristófanes, en el 423
a.C. El debate de esa obra enfrenta a la Vieja Educación con la Nueva, o el Argumento
Superior contra el Argumento Inferior, como se les llama en la obra.
El erudito helenista Aristófanes de Bizancio (c. 257 a. C. - c. 180 a. C) cuenta
que, en Las Nubes, los dos Argumentos iban disfrazados de gallos
de pelea. Está claro que la antigua Grecia era una sociedad agonística (de Agón,
ἀγών, “combate o contienda”), no sólo en sentido físico, sino verbal: la
asamblea ciudadana o la tragedia son un buen ejemplo de ello.
Detalle del mes de Poseidón (con el calco, arriba),
Friso del calendario, Pequeña iglesia metropolitana, Atenas
El conocido como Friso del calendario, un relieve helenístico, representa
el mes de Poseidón (solsticio de invierno) con una escena de las Dionisias
rurales, una fiesta simbolizada por una pelea de gallos que se desarrolla sobre
una rama de palma, frente a la mesa de los tres jueces que tienen cinco coronas
preparadas para entregar. Entre Poseidón y la mesa, está el signo zodiacal de
Capricornio.
Reconstrucción por
Sven Risom del lateral del trono del sacerdote de Dionisos, en el Teatro de
Dionisos, Atenas. Puede verse la figura alada azuzando a los gallos
Otra obra escultórica, probablemente del Clasicismo tardío, es un
relieve el trono del sacerdote de Dionisos en el Teatro de Dionisos. Originalmente,
cada lado mostraba una figura alada azuzando a su gallo en una pelea.
Jean-Léon Gérôme, Pelea de gallos, 1846, Museo de Orsay
Es interesante cómo en esta obra de Gérôme, tan heredera del Neoclasicismo,
podemos rastrear el paralelismo entre la pelea de gallos y seducción erótica,
aunque con un recato desconocido en la Antigüedad. Como la esfinge, el gallo era
una criatura liminal. Su cacareo al amanecer lo convirtió en símbolo de la
transición de la noche al día, de la oscuridad a la luz. Como marcador del
tiempo y las transiciones, se asocia con el nacimiento, la muerte y el renacer,
por lo que suele ser atributo de deidades también liminales, como Leto, Hermes,
Deméter, Perséfone y Asclepios. Y de la adolescencia también, otra etapa de
transición.
Inicialmente, el gallo era un compañero humano de Ares llamado Alectryon,
(que es simplemente la palabra griega para "gallo"), un adolescente, compañero
del dios. Se le encomendó vigilar mientras Ares se veía con Afrodita, para
evitar que el sol naciente los viera e informara del asunto a Hefaistos, el
marido de ella. Pero Alectryon se quedó dormido y, como resultado, Hefesto se
enteró del asunto y tendió la trampa a los amantes. Como castigo, Ares
convirtió a Alectryon en un gallo, añadiendo, como penitencia, el impulso
ineludible de cantar al acercarse el sol, en eterna compensación por no haber
dado la voz de alarma aquella madrugada.
“¡Maldito gallo! ¿Por qué me
has arrebatado mi preciado sueño?
La dulce imagen de Pyrrha ha
volado de mi cama y se ha ido.
¿Es esta tu recompensa por
todos mis cuidados, ave de mal agüero,
al hacerte rey de la bandada
de ponedoras de huevos de mi palacio?
Juro por el altar y el cetro
de Sarapis,
que no volverás a cacarear de
noche,
sino que ensangrentarás el
altar por el que juré.”
(Argentarius, Antología griega)
Se decía que los rasgos del ave demostraban su afinidad con el dios de la guerra: la cresta del ave se asemejaba al casco de un hoplita; la misma palabra, lophos, denotaba la cresta del gallo y la cresta del casco; las barbas del gallo son como las carrilleras de los cascos corintios; sus espuelas eran sus armas de bronce (se dice que en las antiguas peleas de gallos se fijaban puntas de bronce en los espolones para hacerlos más letales).
Ánfora ática de
figuras negras del pintor Exekias, c. 540 a.C., Múnich. En el friso bajo el
cuello puede verse una pelea de gallos
Por tanto, los gallos sirvieron como símbolos del agón supremo,
la guerra.
“No inspires discordia a los habitantes de mi ciudad, y no sean como
gallos que entre sí se destrozan. No emprendan sino guerras extranjeras y no
muy lejanas, por las que se despierta el grande amor de la gloria, que las
peleas de aves domésticas me dan horror.” (Esquilo, Las Euménides)
Por esta razón, los gallos son un motivo en los blasones de los
escudos. Fidias esculpió una estatua de Atenea con un gallo en el yelmo,
porque, según Pausanias, "los gallos están más preparados para la
batalla". En las ánforas que servían de premio en las competiciones Panatenaicas,
la diosa Atenea aparece habitualmente en actitud guerrera entre dos columnas
coronadas por gallos, símbolos del espíritu de lucha. En los santuarios de Ares
se guardaban gallos y los espartanos los sacrificaban como ofrenda de
agradecimiento por la victoria en la batalla. En Las Aves, de
Aristófanes, el gallo es incluso elegido en lugar de Atenea para ser la deidad
tutelar de Nefelococigia, la ciudad de las aves.
“Euélpides. -Será una ciudad
hermosísima. Pero ¿cuál será su divinidad protectora? ¿Para quién tejeremos el
peplo?
Pistetero. - ¿Por qué no
escogemos a Atenea Polias?
(…)
Corifeo. - ¿Quién guardará
el muro pelárgico de la ciudad?
Pistetero. -Un ave.
Corifeo. - ¿Uno de
nosotros? ¿De qué raza?
Pistetero. -De la raza
pérsica, que es el más valiente polluelo de Ares
Euélpides. - ¡Oh gallo y
señor! ¡Es un dios a propósito para vivir entre las rocas!”
¿A qué debía entonces su gloriosa reputación? Se decía que los gallos nunca
se rendían ante sus oponentes, sino que luchaban hasta la muerte. Durante las
guerras persas, Temístocles y Milcíades despertaron el ardor de las tropas con el
espectáculo de una pelea de gallos y más tarde instituyeron una pelea anual de
gallos como lección de valor militar. Crisipo destacó la utilidad de los gallos
"para incitar a los soldados a la guerra e inculcarles el apetito
por el valor". En un diálogo de Luciano, el legislador ateniense Solón
pregunta al sabio escita Anacarsis:
“¿Qué dirías si vieras
nuestras peleas de codornices y gallos y el nada despreciable celo que les
dedicamos? Es probable que te rieras, y especialmente si supieras que lo
hacemos por ley y que todos los hombres en edad militar son instruidos para
asistir y ver a los pájaros agitarse hasta su caída final. Pero no es ridículo,
porque el apetito por el peligro se apodera gradualmente de sus espíritus para
que no parezcan menos nobles y atrevidos que los gallos y se rindan mientras
aún tienen vida bajo la angustia de las heridas y el agotamiento o alguna otra
dificultad.”
Ánfora panatenaica de figuras negras, por Euphiletos, c. 530 a. C, MET
El gallo no sólo pertenece al reino de Ares, sino que también está próximo
a Afrodita. Aristóteles señala que son los únicos animales, además de los
humanos, cuyos hábitos de apareamiento no son estacionales o limitados. Mucha
humedad del cuerpo, afirma, se descompone en la producción de plumas y pelo. Pero
los gallos, las codornices y otras, que Aristóteles clasifica como "aves
pesadas", en contraposición a las aves "con garras" o
"plumosas", son especialmente salaces. Esto se debe a que el
llamado "residuo sobrante” de la producción de carne y órganos, que en
otras aves se dirige a la creación de plumas y garras, en las aves "pesadas"
se desvía a la producción de esperma y fluidos menstruales responsables de la
fertilidad. Las aves más estrechamente
relacionadas con Afrodita y Eros pertenecen a la clase de las aves pesadas: en
el arte se ve a menudo a Afrodita y Eros, o a sus análogos humanos, montando o
jugando con cisnes, patos, gansos y gallos. En el arte, la lascivia aviar está
abundantemente representada por los motivos de falos alados y falos-pájaros.
Copa ática con banda de figuras negras decorada con una pelea de gallos, por el pintor Tleson, de Vulci, c.550-525 a.C.
Guerrero ideal, amante asiduo, el gallo emanaba virilidad. Tanto es así que magos, médicos y eruditos valoraban sus testículos como afrodisíaco, remedio contra la impotencia y talismán para tener hijos varones; su grasa, untada generosamente por todo el cuerpo, bastaba para ahuyentar a las fieras. Es coherente con esto que Dionisos fuese representado, en su templo de Delos (el Stoibadeion), por un gallo cuellierguido, de aire cacareante, pero con la cabeza reemplazada por un falo.
Monumento a
Dionisos en el Stoibadeion de Delos. En el pedestal, el ave fálica
Kylix ático de figuras rojas, c. 470 a.C. Representa a un hombre ofreciendo un gallo a un muchacho
En el firmamento social griego, el guerrero ocupa el peldaño más alto de
la hombría ideal. El más bajo era ocupado por el kínaidos (hombre "disoluto"). Luciano dice:
“Nunca verás un gallo que sea un kínaidos". Éste era un
término despectivo utilizado para designar a un varón que prefería el papel
pasivo en las relaciones sexuales entre hombres. Dada
la asociación del gallo con el sexo y la masculinidad, no es sorprendente que
fuera el regalo de amor de los hombres maduros a los jóvenes (para los que el
papel pasivo no era humillante): el gallo expresaba la energía viril.
La sexualidad griega aceptaba la relación entre un hombre maduro (el erastés) y otro adolescente (el erómenos). La escena de la entrega de regalos al erómenos es, en realidad, una escena de cortejo. Los obsequios comunes solían ser un ramito de flores, un conejo o un gallo.
Alabastro ático de
figuras rojas, Pintor de Berlín, c. 500
a.C., Múnich. Un hombre con un gallo examina a un adolescente
Aristófanes, en Las aves,
presenta al corifeo explicando cómo las aves pueden actuar como agentes de
Eros, asistiendo en seducciones difíciles:
“Somos vástagos de Eros; hay
mil pruebas que lo demuestran. Tenemos alas y prestamos ayuda a los amantes.
Cuántos jóvenes apuestos, que habían jurado permanecer insensibles, han abierto
sus muslos gracias a nuestro poder y se han entregado a sus amantes cuando
estaban casi al final de su juventud, dejándose llevar por el regalo de una
codorniz, un ave acuática, un ganso o un gallo.”
(Aristófanes, Las Aves)
Lo erótico y lo competitivo se fundían porque la conquista era también una victoria amorosa. El imaginario cultural griego veía en las peleas de gallos una muestra del poder sexual.
Copa ática de
figuras negras, c. 530 a.C., Museo de bellas Artes de Boston. La inscripción
parece un intercambio y dice: “¡Soy un hombre, he aquí un hombre!”, mientras el mayor ofrece un gallo al joven
Kantharos beocio de figuras negras, c. 500 a. C., Museo de Würzburgo. Este kantharos beocio conmemora la victoria del gallo de un muchacho llamado Kriton: representa el momento decisivo en que el gallo agarra la cresta de su rival; la inscripción sobre el gallo reza NIKA, ("él gana").
Luciano de Samósata, en su diálogo El gallo o El sueño,
hace una exaltación de la vida sencilla. En la obra, Micilo es despertado por
el canto de su gallo y se lamenta de haber sido arrancado bruscamente de un
sueño feliz en el que era heredero de una fortuna. El ave — que dice ser una reencarnación
del héroe troyano Euforbo y del filósofo Pitágoras—, posee el don del habla y, repasando
de sus vidas pasadas (los pitagóricos creían en la reencarnación), le muestra a
Micilo las dificultades de la riqueza y el poder. Así, se descubren la desgracia y la
insensatez de los bienes mundanos, en una conclusión que está cerca de las
ideas de los filósofos cínicos.
Ilustración del
gallo y la joya en el “Blason des Oyseaux” de Guillaume Guéroult, edición Hermanos
Du Gort, 1553
Muy cerca de esa moraleja está la fábula esópica del gallo y la joya, muchas veces contada. En 1567 se publicó el libro de fábulas de Edewaerd de Dene (1505-1578), Las fábulas veraces de los animales, una recopilación que dio impulso para un nuevo género de pintura de fábulas que fue iniciado por Rubens y desarrollado por su discípulo Frans Snyders. El pintor especialista en animales Joannes Fyt (1611-1661) es autor de algunas obras en las que el gallo sirve de ejemplo moral.
Joannes Fyt, El
gallo y la joya (“El gallinero”), 1660, Museo del Prado
Vemos un gallo que se pasea señorialmente entre las gallinas, pero una
mirada más cercana a la pintura revela un detalle importante: el anillo
enjoyado debajo de la pata adelantada del gallo, una alusión a la fábula esópica
ya mencionada. Al encontrar una joya mientras picotea en la paja para comer, el
gallo dice que, aunque sería de gran valor para algunas personas, a él no le sirve
porque preferiría comer granos. En la tradición de los libros de fábulas, esta
narración a menudo se interpretaba como una condena de la ignorancia o el
materialismo, vicios encarnadas por el gallo, que elige el sustento corporal
transitorio sobre la joya, un objeto de valor duradero. Sin embargo, a
diferencia del grano, una joya no puede sustentar la vida. En consecuencia,
existían lecturas alternativas de la fábula en las que, en vez de censurar el
pragmatismo del gallo, se elogia su preferencia por lo útil frente a lo vistoso.
Detalle con la joya bajo la pata del gallo
Esta caracterización más positiva del animal era bien conocida,
apareciendo tanto en obras emblemáticas y enciclopédicas como en fábulas. En la traducción holandesa de 1644 del influyente libro de emblemas de
Cesare Ripa, Iconologia (1593), el gallo aparece en el emblema de
"Diligencia". El texto caracteriza al animal como “cuidadoso”,
señalando que “en su escarbar muestra gran diligencia, aun cuando no
encuentra nada que le agrade, distinguiendo también los granos inútiles de los
útiles, que representan valor y alimento para él”. Fue un tema popular y
frecuentado entre los artistas holandeses, especialmente entre aquellos
especializados en animales.
La versión de Frans
Snyders, El gallo y la joya, c. 1616–20, Museo Suermondt-Ludwig, Aquisgrán
Cesare Ripa,
edición de Ámsterdam, 1644. La personificación de la Diligencia lleva una rama
de tomillo y otra de almendro, está rodeada de abejas y tiene un gallo a sus
pies
El Rondeau de las
Virtudes, André de la Vigne, ilustrado por Jean Pichore, 1515, Grand Palais
(musée de la Renaissance, château d'Écouen). La Liberalidad sometiendo a la
Avaricia
En el Castillo de Écouen hay un manuscrito de canciones dedicadas a
Luisa de Saboya, condesa de Angulema y madre de Francisco I de Francia, con
ilustraciones de las siete Virtudes sometiendo a sus Vicios opuestos; entre
ellas está la Liberalidad montada en un gallo que vierte monedas de oro
de un recipiente con una mano y sostiene un gran plato o bandeja en la otra; a
sus pies está la Avaricia cabalgando un mono.
Emblema del
impresor Tomaso Baglioni, Venecia, 1607. Se contrasta la actitud sobria del
gallo de la izquierda con la avidez del de la derecha, que se apresura a comer
los frutos. El lema es una advertencia: “Fruges mendacii non comedetis” ("no
comerás los frutos de la mentira")
Joannes Fyt, El gallo flamenco y el pavo, c. 1638–61, Museo de Bellas Artes de Bruselas
Otra obra de Fyt, El gallo flamenco y el pavo, ilustra una fábula
sobre el significado ético y político de la convivencia. Es una nueva fábula inventada por Dene, muy
popular también, “De Vlaemsche ende Turcksche Haen” (El gallo
flamenco y el pavo/gallo turco), en la que un pavo entra en el territorio
de un gallo engreído, y su comportamiento elegante y cortés provoca la
atracción de las gallinas locales. Enfurecido por la intromisión, el gallo ataca
al pavo, que decide buscarse otro lugar.
La versión de Frans
Snyders, El gallo flamenco y el pavo, c. 1650–57, Museo del Hermitage, San
Petersburgo
Las moralizaciones de los libros de fábulas flamencas dejan claro que el
gallo es el villano de la historia. Su actitud egoísta se interpreta como una denuncia de quienes son intolerantes con los extraños que
vienen a vivir entre ellos.
“Al fin vio el pavo que el
gallo holandés no le dejaría ni descanso ni paz: así que se apartó por completo
de toda clase de contiendas, y optó por buscar en paz su pan de cada día en
otros lugares. Muchos pueblos son tan salvajes y exaltados que el pobre
extranjero no puede habitar con ellos. A pesar de que han ganado una tierra
para sus propias necesidades, incluso envidiarían a otro por vivir en la misma
tierra”. (Joost van den Vondel, Las fábulas belicosas, 1617)
Introducido en los Países Bajos en el siglo XVI desde el Nuevo Mundo, el pavo fue visto como exótico, y la cuestión de su relación de especie con el gallo suscitó mucho debate. Las cuestiones sobre la diferencia entre parientes cercanos tenían una relevancia particular en Flandes, un territorio inestable y disputado, con una población dividida entre el sur católico y el norte calvinista. Esta historia habría tenido resonancias políticas para los lectores del sur de los Países Bajos, muchos de los cuales habían tenido que refugiarse en el norte como consecuencia de las guerras y la intolerancia religiosa.
Su porte
elevado, ayudado por su brillante cabeza y su pose señorial, lo ha encumbrado, como
símbolo protector, a veletas y tejados. En la Edad media, se justificó como
imagen del sacerdote que se encara con el demonio, como el gallo con el viento.
Gallo rematando el orbe: resto de la torre de la Nieuwe Kerk, Delft
Es bastante extraño que el gallo, que se menciona con tanta frecuencia
en la Antigüedad, fuera pasado por alto por el Physiologus y en muchos bestiarios medievales. En los antiguos sarcófagos cristianos, a menudo
se esculpen dos gallos de pelea, uno de los cuales ya ha sucumbido a las
embestidas de su adversario y probablemente pretendían representar la batalla contra
el pecado, la eterna lucha del cristiano.
Dos gallos
enormes están peleando. El de la izquierda, con un ojo abierto, pone su pata
sobre el de la derecha, que pierde, con un ojo cerrado. El dueño del uno ríe y
baila. El dueño del otro aprieta los puños y maldice. Capitel de S Lázaro de
Autun, primera mitad del siglo XII
Basilisco
derrotado, debajo (el basilisco era un animal demoníaco), y gallo triunfante
arriba. Notre Dame de Fleuriel, Auvernia, siglo XII
Pelea de gallos en
el manuscrito MS Bodley 264, Bodleian Library
El gallo tipificaba tanto la vigilancia como la liberalidad, porque se dice que siempre está alerta y cuando encuentra algo no se lo come, sino que convoca a
las gallinas y lo reparte entre ellas. De la misma manera el predicador debía distribuir entre su rebaño los granos de verdad divina que descubre en las
Sagradas Escrituras.
"El gallo encuentra
grano, reúne a sus esposas
y lo reparte entre sus seres
queridos.
Así los clérigos deberían
aprender los modales de la piedad,
dando a sus súbditos las
flores de las Escrituras
para distribuir así lo suyo a
todos los desamparados.”
(Edélestand du Meril,
Carmina, pp XV)
El gallo, de pie sobre una
calavera y sosteniendo un reloj de sol, con el lema “Vigilate quia nescitis
diem neque horam” (“Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora”) era el
símbolo del editor de Amberes Guislain Janssens, entre 1587 y 1619
Calco de un
fragmento del Sarcófago de santa Inés, ilustración de “A Dictionary of
Christian Antiquities”, 1887
La llamada “tumba
de los gallos” en Beit Jibrin, Israel, s III
Y, por supuesto, es insistente su aparición en el relato de la negación
de Pedro (Mateo 26:33-35), donde suele estar sobre una torre o columna,
quizás copiando el gallo sobre una columnata que se ve en las representaciones
griegas de Atenea.
Codex Egberti, c.
980, Biblioteca de Tréveris. Puede verse a la sirvienta (“Hostiaria”)
interrogando a Pedro mientras el gallo canta sobre la torre
Sarcófago, c. 350—375 d.C., con la predicción de la negación de Pedro, Roma, Museos Vaticanos
Entre los cristianos se sigue la tradición clásica de considerarlo un
guía de luz, un símbolo de renacimiento:
“¿Quién puso en el ibis la
sabiduría o quién dio al gallo la inteligencia?” (Job, 38,36)
Ambrosio introduce al gallo en la liturgia, en el himno “Aeterne
rerum conditor”:
“Cuando el gallo canta vuelve la esperanza,
La salud es devuelta a los
enfermos,
La espada del criminal es
apartada
Y la fe retorna a los caídos.”
Psalterium
Cantuariense (Psalterio de Canterbury), BNF. Ilustra un pasaje de Samuel, 2,
22: “Tú eres mi lámpara, oh Jehová;/mi Dios alumbrará mis tinieblas. /Contigo
desbarataré ejércitos, / y con mi Dios asaltaré muros.”. El gallo parece un
emisario divino, un heraldo de la luz de Dios
Su relación con el sol – símbolo crístico por excelencia- hace que su
canto disperse a los demonios de la noche. Así, en Hamlet, a cuyos
amigos se les aparece el fantasma en Elsinor:
“Horacio.- Es verdad, y al punto se estremeció como el
delincuente apremiado con terrible precepto. Yo he oído decir que el gallo,
trompeta de la mañana, hace despertar al Dios del día con la alta y aguda voz
de su garganta sonora, y que a este anuncio, todo extraño espíritu errante por
la tierra o el mar, el fuego o el aire, huye a su centro; y la fantasma que
hemos visto acaba de confirmar la certeza de esta opinión.
Marcelo.- En efecto, desapareció al cantar el gallo. Algunos dicen que cuando se acerca el tiempo en que se celebra el nacimiento de nuestro Redentor, este pájaro matutino canta toda la noche y que entonces ningún espíritu se atreve a salir de su morada, las noches son saludables, ningún planeta influye siniestramente, ningún maleficio produce efecto, ni las hechiceras tienen poder para sus encantos. ¡Tan sagrados son y tan felices aquellos días!”
Su cara benéfica le hacía ser capaz de curar la epilepsia,
especialmente en el caso del gallo negro. Dejando una limosna a santa Tecla y
durmiendo en su capilla, bajo el altar, con un gallo en los brazos, se
procuraba la curación (al menos hasta 1850 se practicó este rito en Gales). La
relación aparente de la epilepsia con las convulsiones de la Corea de
Sydenham y la Corea de Huntington (lo que vulgarmente se llamaba el
baile de san Vito), debe de ser la razón por la que este santo es representado
con un gallo.
San Vito , en la Crónica de Núremberg ,1493
Se decía que podía poner en fuga a los poderes infernales, de ahí que
provoque temor en el león, personificación frecuente del demonio. Sobre
la antipatía del león y el gallo, Plinio dice que el león tiene miedo de la
cresta del gallo y de su canto. Y en De
Invidia et Odio, Plutarco escribe que "el odio que el león tiene al gallo ... procede del miedo".
El león tiene
miedo del gallo, Bodleian Library MS. Bodl. 764
Pelea de gallos en un mosaico del siglo I d.C. de la Casa del laberinto, Pompeya. Su detallismo deriva de lo extremadamente pequeñas que son las teselas. La presencia del caduceo de Mercurio puede sugerir una significación religiosa
Mosaico con dos
gallos enfrentados llenando una jarra con monedas de oro. Termas de Sidi
Mahersi, Túnez, siglo IV d.C.
La Alectomancia era la adivinación mediante el canto del gallo o por las piedras de su hígado. Se creía que en su estómago había una piedra (la piedra alectoriana) que tenía la propiedad de dar fuerza y valor y a ella se atribuyó la fuerza prodigiosa de Milón de Crotona, atleta legendario, invicto en la lucha olímpica durante más de veinte años.
El proceso de adivinación exigía trazar un círculo en la arena con un espacio para cada letra, donde se ponía un grano de trigo; el gallo, situado en el centro, comenzaba a picotear la comida: observando el orden, se construía la palabra resultante que daba la solución del enigma. Una vez, el emperador Valente (364-378) quiso saber quién sería su sucesor y planteó la cuestión a los adivinos (entre los que estaba el célebre pitagórico Yámblico de Calcis): el gallo compuso las letras “Theod”. Valente, entonces, dio muerte a varios de los testigos y a todos los hombres importantes cuyos nombres empezaban por las letras fatales. Pero, a pesar de sus esfuerzos, su cetro pasó a Teodosio (Theodosius) el Grande.
Brancusi, el gallo, 1924, MOMA. Le Coq c'est moi" (“El Gallo soy yo”), afirmaba el escultor, que da a su escultura un impulso ascensional
El gallo también tuvo su lado diabólico. Julio Caro Baroja (Las brujas y su mundo, 1961) dice que, en Basilea, en 1474, se juzgó a un gallo por poner un huevo. Se aseguraba que los huevos de gallo, muy raros y malditos, eran muy apreciados por alquimistas y brujas, que los empollaban para dar nacimiento a seres extraños y malévolos, como serpientes o basiliscos. Fue condenado a la hoguera —con su huevo— bajo la suposición de que era un diablo que había tomado la forma del ave. Sobre sus poderes utilizables en brujería, se acusó a Leonora Galigaï, quemada como bruja en 1617, de usar crestas de gallo para controlar la voluntad de la reina de Francia, Ana de Austria.
Marc Chagall, La
soberbia, de la serie de aguafuertes “Los 7 pecados capitales”, 1926
El engreimiento del gallo, su impulso de elevación sobre el común del gallinero, ¿ha provocado envidia en los humanos? Lo cierto es que ha servido de ejemplo de soberbia, quizá no del todo extraña a la costumbre popular de “correr los gallos”, fiesta en la que se enterraban o colgaban gallos vivos que eran decapitados por los quintos del pueblo. Un escarmiento a su orgullo.
Cuántas cosas se aprenden con tus investigaciones.. es increible. No falta detalles a cada reflexión. Enhorabuena
ResponderEliminarQué entrada tan sugerente, Alfonso. Como siempre, llena de descubrimientos y sugerencias. Tu texto me ha vuelto a llevar a esta canción que comparto. Ana. https://www.youtube.com/watch?v=AX5mVjEG7yU
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