ADMIRARSE DEL MUNDO (II)
“Los petirrojos son mis muñecos. Me alegra que te gusten tanto las
flores. Espero que tú ames a los pájaros también. Es económico. Ahorra ir al
cielo.”
(Emily Dickinson, carta
a su amiga Eugenia Hall, 1885)
La golondrina en "Lettres à Julie sur l'ornithologie", par E. Mulsant, 1868, BNF
Sería muy interesante comparar la pintura de aves de China y Japón con la occidental. Los artistas chinos o japoneses ven a los pájaros con afecto, como criaturas no inferiores al ser humano ni ligadas a sus preocupaciones, sino más bien como habitantes de un mundo que abarca todas las cosas naturales, flores y árboles, montañas y nubes, vida y muerte. Ese mundo no parece depender de la existencia humana, coexiste con ella. El vocabulario del pintor suele ser elíptico y sugestivo, sus pinceladas son sutiles, finas y rápidas, y sus pájaros son vívidos, situados con naturalidad en su ambiente, no son meros símbolos ni seres humanos en miniatura, sino criaturas libres e independientes. En contraste, los pintores de la Baja Edad Media o del Renacimiento utilizaban a las aves en términos antropocéntricos: pájaros con valores humanos o como accesorios alegóricos u ornamentales. Para descubrir en Occidente el arte de las aves valoradas por sí mismas, habrá que esperar al desarrollo de la ornitología, que ya apuntó en Belon y en Gessner.
El primer tratado ornitológico
moderno, muy ambicioso porque quería describir todas las aves entonces
conocidas en el mundo, fue obra de Francis Willughby (1635-1672), Ornithologiae Libri Tres (“Los tres libros de ornitología”),
editado tras su muerte por su tutor y amigo John Ray, en 1676, y más tarde en
inglés, como The Ornithology of Francis
Willughby of Middleton, en 1678. Su gran novedad fue clasificar a las aves sólo por sus características anatómicas, dejando de lado las cuestiones morales o
literarias. Entre 1663 y 1665 viajó por Europa investigando el medio natural, con
tiempo, incluso, para hacer estudios comparativos sobre diecisiete lenguas
diferentes (incluyendo, entre ellas, el vascuence y el armenio). La obra tuvo una gran influencia sobre los naturalistas posteriores, como Linneo o
Cuvier, y contenía ochenta grabados, muchos de ellos coloreados más tarde
por Samuel Pepys.
Lámina XLIIII de la copia coloreada a mano por Samuel Pepys, de la
edición en inglés de la "Ornitología" de Francis Willughby, de 1678,
que muestra (de izquierda a derecha y de arriba abajo) un picogordo, un
cardenal norteño, un verderón, un camachuelo, un piquituerto y un gorrión
En 1622, Giovanni Pietro Olina
publica su tratado Uccelliera o vero
discorso della natura e proprietá di diversi uccelli (“Aviario o verdadero
tratado de la naturaleza y propiedades de las diversas aves”). Aunque no figura
como coautor, gran parte del contenido se debe a Cassiano del Pozzo, mecenas y
erudito, y los dibujos deben de ser obra de Vincenzo Leonardi. No es una mera
descripción aviaria, sino de todos los usos (culinarios, cinegéticos, de
cuidados y cría) que pueden darse a las aves. Parece que fue el primer libro
que describe e ilustra con precisión al canario, entonces una novedad en
Europa.
El canario en el tratado de Olina, "Uccelliera o vero discorso della
natura e proprietá di diversi uccelli", 1622
En 1657, un erudito polaco de
origen escocés, John Jonston, publica, entre muchas obras naturalistas, Historia naturalis de avibus, con
grabados de Matthäus Merian. Será el gran tratado ornitológico anterior a
Linneo.
Dos páginas de Historia
naturalis de avibus, de John Jonston. Biblioteca de ciencia, ingeniería y
tecnología Linda Hall, Kansas City, Missouri
Nicolas Robert (1614-1685) tenía veintisiete años cuando entró al servicio del Príncipe Gaston d’Orléans, que es recordado sobre
todo por las numerosas conspiraciones que urdió contra Luis XIII, Mazarino y
Richelieu, pero también por ser un hombre culto e ilustrado. En 1635, una vez
perdonado, se instaló en Blois, donde encargó a Mansart la ampliación del castillo de
los Valois y añadir una casa de fieras, una pajarería y un jardín botánico,
para el que hizo traer las especies más raras. También creó un valioso gabinete
de curiosidades, que comprendía la mayor colección europea de medallas y
antigüedades de la época, así como una excelente biblioteca, a la que añadió la
excepcional colección de pinturas sobre vitela que hizo crear a Nicolas Robert.
Éste ya era un pintor y dibujante consumado, como lo demuestran sus primeras
obras, Fiori diversi y La Guirlande de Julie, destinadas
principalmente a proporcionar modelos de ornamentación floral a bordadores y
artesanos de objetos de lujo, que estaban en su apogeo. Las obras que realizó
para Gaston d'Orléans, sobre vitelas de primera calidad, son las de un gran artista:
la precisión del dibujo, su fidelidad al modelo, la minuciosidad del detalle,
la suntuosidad de los colores, que conservan aún su brillo, y la perfección del
acabado. Ya se trate de un pájaro en su hábitat natural, de un ramo de anémonas
o, más generalmente, de un pájaro o una flor en toda su simplicidad, cada hoja
es un verdadero cuadro envuelto en una fina línea de oro. Emprendió también la
colección Recueil des vélins, con plantas y animales sobre vitela para
la biblioteca del Rey Sol.
Nicolas Robert, pato cuchara, Museo Nacional de Historia Natural (París)
Nicolas Robert, Pingüino de Magallanes, Museo Nacional de Historia Natural (París)
Nicolas Robert, Cotingas de Brasil, Museo Nacional de Historia Natural (París)
En 1669, Pieter Boel formó parte del grupo de artistas flamencos reunidos por Charles Le Brun en el Hôtel Royal des Gobelins. Como primer pintor del rey, Le Brun estaba a cargo de la Manufactura de los Gobelinos, creada en 1663, y de la decoración de los nuevos edificios construidos para el rey. Para estos gigantescos proyectos, Le Brun se rodeó de un enorme grupo de artistas, sobre todo flamencos. Entre 1669 y 1671, Pieter Boel hizo ochenta y un estudios de animales y pájaros para los tapices de los Gobelinos, y para ello se inspiró en la colección de animales del Palacio de Versalles.
Pieter Boel, Flamenco, Oiseaux de la Ménagerie du
Roi, Recueil des velins, 1668-1671
Pieter Boel, estudio de tres papagayos, Louvre
Hasta bien entrado el siglo XVII, la mayoría de las imágenes de aves las encontramos en alegorías, bodegones y escenas de caza, temas al gusto de la aristocracia. Los flamencos son los verdaderos maestros de estos géneros, desplegando unas calidades táctiles que no se conocieron hasta ellos. Uno de los factores que favorecieron el despliegue artístico —y científico— fue la extensa red de conexiones del comercio holandés, que puso a su disposición grandes cantidades de objetos venidos de todo el mundo.
“Los holandeses son hormigas
humanas que se expanden por todos los rincones de la Tierra, recogen todo lo
que encuentran de raro, de útil, de precioso, y lo llevan a sus almacenes. Es a
Holanda donde el resto de Europa va a buscar lo que le falta. Holanda es la
Bolsa común de Europa.”
(Denis Diderot, Viaje por Holanda, 1772)
Mechior de d’Hondecoeter,
La urraca contemplativa, c. 1688
Francis Barlow publicó, en 1658, Birds and Fowls of various species, con sus propias ilustraciones.
Francis
Barlow, Lechuza burlada por otros pájaros, c.1690
Jakob Bogdani, especializado en bodegones, fue patrocinado por los
grandes de la corte británica y por la reina Ana. Solía introducir aves
exóticas, más o menos mezcladas con las europeas, y dar un toque rojo a sus
pinturas, con algún ave de ese color o algún detalle.
Jakob
Bogdani, variedad de patos
Mark Catesby empezó a interesarse por la flora, pero,
al apreciar su estrecha relación con las aves, cambió su trabajo hacia éstas,
normalmente ilustrándolas en asociación con árboles concretos. Su trabajo más
relevante fue Natural History of
Carolina, Florida and the Bahama Islands, de 1731-43.
MarK
Catesby, Picogordo azul y magnolio meridional
George Edwards publicó en 1743 su primer volumen de History of uncommon Birds, que se
completó en 1751.
El problema para Edwards es que recibía ejemplares desde las
colonias sin que les acompañasen explicaciones, los dibujaba en una rama o
sobre agua sin ningún conocimiento de cuál era su hábitat natural, lo que daba
lugar a ambientaciones absurdas, como la del dodo (de la isla Mauricio) y el
conejo de indias (de América del Sur).
George Edwards, el dodo y el
conejo de indias
El neerlandés Aert Schouman fue un notable
acuarelista, muy versátil: aunque se especializó en paisajes, se adaptaba a los
gustos de todo tipo de cliente y, así, derivó hacia las aves exóticas, con un
estilo muy ligero.
Aert Schouman, tucán de cuello rojo
Elizabeth Symonds (de casada, Lady Gwillim) hizo un
trabajo completamente relevante gracias a que su matrimonio la llevó a la India (su marido fue
nombrado juez del tribunal supremo de Madrás), donde pasó
los seis últimos años de su vida, de 1801 a 1807. Sus cartas son una fuente de
información fundamental para conocer la sociedad y el medio natural de Madrás
(hoy Chennai), aunque sus observaciones más detalladas las reserva a las aves.
No parece haberse dedicado antes a pintar, pero hizo más de doscientas
ilustraciones, nunca publicadas en vida: fueron olvidadas y, no se sabe cómo,
terminaron en el sótano de un librero hasta que la Universidad de McGill (Montreal) las descubrió en la década de
1920. Se sabe, por sus propias referencias, que conoció la obra de Bewick y la
colección Leveriana (de los que
hablaremos más tarde); no es difícil que hubiera visto también la obra de
Catesby y Edwards. La calidad de su trabajo, especialmente en lo que se refiere
al conocimiento de las plumas, es insólita para 1800. Hasta Audubon, el
ilustrador mítico, nadie alcanzó un nivel tan elevado y el
americano, desde luego, no la supera. Fue la primera en atreverse a pintar aves
a tamaño natural, incluso grandes buitres (lo que debió de causarle no pocos
problemas de orden en su estudio), en formatos que no se vieron hasta Audubon.
Desde luego, se le deben las mejores aves de Asia. El zoólogo canadiense
Casey Wood escribió sobre ella:
“Ha sido la
orgullosa creencia de los estadounidenses, incluido yo mismo, que fue nuestro
Audubon quien produjo por primera vez retratos de cuerpo entero de las aves más
grandes, y su reproducción exacta en el folio del elefante confirman esa
afirmación. Sin embargo, en lo que respecta a los originales, ahora debemos
conceder la palma a Lady Gwillim, quien, hasta donde yo sé, es el primer
artista-ornitólogo en pintar imágenes exactas y de tamaño real de un número
considerable de aves”.
Si Belon consideró trescientas
especies de aves, Mathurin Jacques Brisson, en su Ornithologie de 1760, nombra mil quinientas, de las que representa
unas doscientas veinte, dibujadas por François-Nicolas Martinet y luego
reutilizadas por otros.
Ornithologie, 1760, por Martinet-Brisson, águila pescadora
Puede que el momento más
fascinante de la ilustración ornitológica llegara un poco más tarde, en aquel
momento en el que la fotografía está a punto de aparecer. Lo que hace que
muchas de estas imágenes sean tan atractivas es que constituyen una breve
porción de la historia de la representación visual: después de la llegada de la
fotografía, a mediados del siglo XIX, muchas de estas ilustraciones
artísticas fueron progresivamente suplantadas por imágenes fotográficas. Eran la
intersección entre el arte y la ciencia: no sólo los científicos buscaron a los
mejores artistas para ilustrar sus trabajos, sino que muchos de ellos aprendieron
dibujo y produjeron sus propias obras de arte.
Así, antes de que la fotografía
revolucionara el estudio de las ciencias, las aves, tan esquivas incluso para
las cámaras, fueron fijadas y recreadas gracias al trabajo de ilustradores que,
en algunos casos, eran verdaderos naturalistas que encontraban en el dibujo el
principal y más expresivo medio para su estudio y celebración. Fue el inicio de
una edad de oro de la ilustración científica, especialmente en aquellos campos
que se prestaban a contemplar el esplendor de la naturaleza. Las expediciones
impulsadas por el dominio colonial fueron la materia prima sobre la que
trabajaron tantos dibujantes, muchos de los cuales eran mujeres, que
encontraron en ese género una ventana de expansión de sus intereses iniciales en la botánica o la entomología. Por
supuesto, las aves, aunque más huidizas y difíciles de llevar vivas a Europa,
no fueron una excepción en este género de obras. Muchas de estas artistas se
habían especializado en géneros menores como la pintura de flores, naturalezas
muertas y animales, y desde ahí pudieron dar el salto a la ilustración
científica.
Más de cien años antes de que Beatrix Potter (la creadora de The Tale of Peter Rabbit, en 1902) iluminara la micología con sus acuarelas de hongos (que la Linnaean Society de Londres le impidió presentar por ser mujer), otra inglesa extraordinaria superó las limitaciones de su tiempo para convertirse en una de las ilustradoras más estimadas de la historia natural, con sus dibujos de la fauna del Pacífico, África, América y Australia. Sarah Stone (1760-1844) comenzó a pintar gracias a su padre, artista aficionado, y con sólo veintiún años fue invitada a exponer cuatro de sus pinturas (por lo que sabemos, un pavo real, otros dos pájaros y un conjunto de conchas marinas) en la Royal Academy, cerrada a las mujeres en ese momento: Stone no fue admitida como “miembro”, sino como “Expositora Honoraria” (aunque hay algo de deshonroso en la concesión de ese “honor”). Algunas de sus acuarelas registran, nada menos, las colecciones reunidas en los viajes del capitán James Cook, un tesoro entonces inigualable.
Sarah Stone, Loro de vientre azul
Con un dibujo extraordinario,
pintó animales que nunca había visto vivos, nativos de lugares en los que nunca
había estado. Sus representaciones derivaron de sus conocimientos científicos,
de su imaginación, de especímenes llevados a Inglaterra, disecados o
reconstruidos a partir de pieles y, a veces, de las notas de campo de los
expedicionarios.
Sarah Stone, El Rey pescador sagrado
Después de su matrimonio, en
1789, Stone comenzó a firmar como “Mrs. Smith". En la primera mitad de la
década de 1790, hizo acuarelas para la colección de Ashton Lever (coleccionista
que recopiló la mayor parte de los objetos del capitán Cook), que se publicaron
en la monografía Museum Leverianum,
editada por el médico George Shaw, quien etiquetó y describió los especímenes (algunas
obras de Stone en esa obra se atribuyen erróneamente a Shaw, que no era
artista). De su prolífica obra, sólo sobreviven unos novecientos dibujos.
Sarah Stone, acuarela que representa el interior de la Leverian
Collection de Londres, tal y como debía de estar en la década de 1780, c. 1835,
Museo Británico
Pauline Rifer de Courcelles —
también conocida como Pauline Knipp por su matrimonio— ilustró la Historia natural de las tangaras, los
saltarines y los tódidos, de Anselme Gaëtan Desmarest, en 1805, y la Historia natural de las palomas y las
gallináceas, de 1808-1811, de Coenrad Jacob Temmink. Fue nombrada “Primera
Pintora de Historia Natural de la Emperatriz” María Luisa de Austria, esposa de
Napoleón Bonaparte.
Pauline Rifer de Courcelles, ave del paraíso, 1811, Museo Teylers,
Haarlem. Esta obra fue pintada para la emperatriz María Luisa
Pauline Rifer de Courcelles, Paloma Azul de Mauricio o paloma erizada,
de la Historia natural de las palomas y las gallináceas, de 1808-1811, de
Coenrad Jacob Temmink
Pauline
Rifer de Courcelles, Macho de organista de pico grueso, De la obra de Desmarest
sobre las tangaras
François-Nicolas Martinet, al que
hemos visto dibujando para Brisson, se enfrascó durante dieciocho años con un
trabajo gigantesco, la ilustración de la Histoire
naturelle des oiseaux, de Buffon, publicada entre 1770 y 1786, con más de
mil grabados. Después emprendió su propia obra, Histoire des oiseaux, peints dans leur aspects, apparents et sensibles,
entre 1787 y 1790, nunca terminada, en colaboración con sus hijos.
Martinet, macho de oropéndola, la Histoire naturelle des oiseaux, de
Buffon
A principios del siglo XIX llega
el grabado en color. Antes, se grababa en blanco y negro y después se coloreaba
hasta que Jacques-Cristophe Leblon desarrolló una técnica usando entre tres y
cinco planchas, cada una con un color diferente. Por supuesto, las aves
exóticas, tan coloridas, especialmente colibríes y aves del paraíso, eran las
favoritas del público.
Jean-Baptieste
Audebert, Histoire naturelle et générale des colibris, oiseaux-mouches,
jacamars et promerops, 1802. Inacabada, fue completada por L.-P. Vieillot
François Levaillant emprende diversas obras sobre aves
exóticas y encarga las ilustraciones a diversos artistas: Audebert, que dibuja
su Histoire naturelle d’une partie
d’oiseaux mouches et rares de l’Amérique et des Indes, de 1801 (sólo
apareció el tomo I); y Jacques Barraband, que se encargó de la Histoire naturelle des perroquets
(1801-1805) y de la Histoire naturelle
des oiseaux de paradis, en 1806. Barraband sólo utilizaba como modelos
sujetos disecados, montados sobre ramas, que resultaba en una falta de
naturalidad y una rigidez que se aprecia en casi todos sus dibujos. Sin
embargo, tuvo una buena reputación como pintor de pájaros y trabajó para la
Manufactura de Sèvres y para varios fabricantes de tapices.
Por estos mismos años, un
naturalista de origen escocés, Alexander Wilson (1766-1813), daba inicio a la
tradición ornitológica estadounidense. Resuelto a publicar una colección de
ilustraciones de todas las aves de América del Norte, Wilson viajó, coleccionó
y pintó. Gracias a sus suscriptores pudo financiar su gran obra, los nueve
volúmenes de American Ornithology
(1808-1814), con 268 ilustraciones de aves, algunas descritas por primera vez.
Alexander Wilson,
American Ornithology, 1ª edición, placa 1: 1, arrendajo azul; 2, pinzón triste;
3, oropéndola de Baltimore
Años después, Charles Lucien Bonaparte, sobrino de Napoleón I y
ornitólogo afincado en Estados Unidos, reeditó, ampliándola y corrigiendo sus
errores, la obra de Wilson, en cuyo honor bautizó a un ave del paraíso, el Ave del Paraíso de Wilson, a la que dio un
nombre científico como homenaje a la naciente república italiana, Diphyllodes respublica.
Dos
machos y una hembra del Ave del paraíso de Wilson, Diphyllodes respublica, en
una ilustración del ornitólogo americano Daniel Giraud Elliot, 1873
El grabador Alexander Lawson (1773
– 1846) grabó en planchas de cobre la mayoría de los dibujos de Wilson, que
luego otros artistas imprimieron y colorearon.
Grabado de Alexander Lawson según dibujos de Alexander Wilson: 1, Urogallo
pinnado; 2, Reinita verdiazul; y 3, Reinita de Nashville
Los grandes viajes de exploración
encontraron ahora las condiciones adecuadas para ser impresos y popularizados.
Abrieron el conocimiento a nuevas especies, aunque el problema era que los
modelos estaban, por lo general, disecados.
El conde de La Pérouse
protagonizó varias expediciones a las que no les faltaba su punto de rivalidad
con James Cook y emprendió, con el impulso del rey, una gran empresa que fue,
durante mucho tiempo, una referencia trágica para los franceses. Desapareció
sin dejar rastro en 1788 (en 1964 se hallaron algunos restos del naufragio,
identificados oficialmente en 2005) para desesperación de Luis XVI, que había
puesto grandes ilusiones en ese viaje de circunnavegación: se dice que, al pie
de la guillotina, todavía se acordó de él preguntando si había noticias de La
Pérouse. En 1797 se publicó un atlas, Voyage
de La Pérouse autor du monde, dibujado por Prévost, con apoyo de Duché de
Vancy para los fondos de paisaje.
Lámina de Prévost
en el Atlas de La Pérouse, 1797
Una de las grandes obras sobre
expediciones fue la Description de
L’Egypte ou recueil des observations et des recherches qui ont été faites en
Egypt pendant l’expedition de l’Armée française, publié par les ordres de Sa
majesté l’Empereur Napoléon Le Grand, 1809, es decir, de la célebre
expedición a Egipto de Napoleón, que fue a la vez militar (fracasada) y
científica (más exitosa, véase Champolion y la Piedra Rosetta). Los responsables de los capítulos de historia
natural fueron Jules-César Savigny y Victor Audouin, con ilustraciones de
Barraband.
Ilustraciones de
Barraband para la expedición a Egipto
Es muy interesante esta historia de los tratados sobre ornitología con sus correspondientes ilustradores. Me estaban gustando las ilustraciones de Nicolas Robert y Peter Boel, hasta que llegue a las de Lady Gyllim y Sarah Stone. Especialmente las de esta última, me han parecido maravillosas. Algunas de sus estampas recuerdan a las del arte chino y japonés por su delicadeza. Es de agradecer que se destaque el trabajo de estas mujeres. Que algunos de sus trabajos pervivan, dice mucho de su calidad, teniendo en cuenta lo costoso que era entonces para las mujeres sobrevivir en el campo científico o de las artes.
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