ENTRAR EN LA JAULA…
Un vendedor ambulante mostrando un animal en una jaula a una mujer y su hijo, mm. s. XVII, taller de Rembrandt
Sabemos que jaula y pájaro son dos términos de un mismo universo semántico. La primera alude a lo que está guardado, pero no es completamente inaccesible; el segundo, a la libertad siempre amenazada. Entre ellos hay un juego entre estar dentro y estar fuera, lo guardado a buen recaudo y las maniobras para liberarlo, entre el acto de entrar y el de salir. El amor y sus pasatiempos son el campo privilegiado para estas maniobras.
Enjaular un pájaro, o
domesticarlo, suele tener una connotación amorosa (aunque a veces sólo sea el entretenimiento de una mujer hogareña). El pájaro tan querido puede llegar a ser una
especie de embajador emplumado del amante, y la jaula, el símbolo de su
servidumbre deseada.
Retrato de Jeanne-Agnès Berthelot de Pléneuf, marquesa de Prie (1698 -1727), taller de Jean Baptiste Van Loo
En este retrato, la marquesa
tiene en su mano un pájaro al que parece que da lecciones (¿de canto?); al pie
del cuadro hay unos versos de J. Verduc:
"En vuestra
hermosa mano este cautivo encantado
Del ala
despreciando la ayuda y el uso,
contento de jugar,
de elevar su canto, no tiene,
para ser feliz,
necesidad de libertad".
Este recurso literario viene de lejos:
"Cautivo en la
dulce prisión
Cuyos pilares están hechos de deseo,
Las puertas de hermosos ojos
Y los anillos de buena esperanza."
Thibaut de Champagne (siglo XII), Je suis comme la
licorne
Esta metáfora fue muy popular en el XVIII francés (que, en el aspecto erótico, es inagotable) y tiene sus orígenes en los Países Bajos. Más tarde volveremos a la pintura galante, de la que ahora buscaremos algunas fuentes. Un libro de emblemas holandés, muy extendido, nos da la pista.
Amissa libertate laetior (Más feliz de haber perdido la libertad), Jacob Cats, Sinne- en minnebeelden (1627)
El arte de los Países
Bajos es un venero imprescindible de casi todo lo que pasa en el mundo de las
imágenes en los últimos cinco o seis siglos. La jaula indica muy a menudo, en
la pintura holandesa, un lugar o una escena de libertinaje. Además del cisne o
el gallo blanco, la jaula de pájaros que cuelga de la puerta identifica un
burdel. Desde la época tardomedieval, el motivo del buhonero atacado por un
perro es habitual y ambivalente. Por una parte, lleva en su cesta todas las
tentaciones del mundo; por otra, puede representar al pecador arrepentido.
El Bosco, el
vendedor ambulante, 1490-1500, museo Boijmans van Beuningen, Rotterdam (aquí,
en detalle)
Al fondo, como un mundo de
tentaciones, está el burdel con la jaula colgada en la puerta.
Detalle del fondo,
con el burdel y la jaula junto a la puerta
Estas escenas en las que
asociamos jaulas y libertinaje son moneda corriente en el arte holandés.
Escena de burdel
con prostitutas peleando, Monogramista de Brünswick, 1537, Gemäldegalerie,
Berlín
La alegre
compañía, Jan Sanders van Hemessen, 1545-1550, Staatliche Kunsthalle, Karlsruhe
(la jaula se encuentra al fondo, a la izquierda, también sobre la puerta)
Esta obra de van Hemessen es una
personificación moral de las advertencias a los hombres para que no caigan
seducidos por los encantos sensuales del mundo.
La fuente de la que se deriva la
iconografía de la jaula en un contexto erótico se encuentra en las pinturas
holandesas del siglo XVI. Un grabado de Gillis van Breen nos abre el camino.
El grabado muestra a una mujer que se dirige a un hombre sentado; frente a él
hay una cesta con un gallo vivo y encima hay un pato muerto. Debajo, dos versos
que contienen un diálogo entre el vendedor y su cliente.
- ¿Cuánto cuesta este pájaro, pajarero? ¿Se ha vendido?
-A una dueña de casa, claramente, a la que pajareo todo
el año.
El sentido de esta conversación
queda claro en el idioma original. En neerlandés, vogel significa
“pájaro”, un “pajarero” es un vogelaar y vogelen significa
“atrapar pájaros” o alguna actividad relacionada con ellos. Pero en el habla
popular, vogelen significa hacer el amor, copular; vogel
significa pene (una relación que es casi universal); y vogelaar puede
significar un casamentero, un amante o un proxeneta. Por lo tanto, cuando el vogelaar
o pajarero dice "ich vogel", está utilizando un doble sentido,
ya que puede decir tanto "reparto pájaros" como "hago
el amor". Otro ejemplo de pinturas holandesas de hombres que desean
"dar pájaros" a las mujeres puede verse en la obra de Pieter de
Hooch, en el que un hombre muestra a una mujer un pájaro lascivo, el loro: una invitación.
Pieter de Hooch,
pareja con loro, 1668, Wallraf–Richartz Museum, Colonia
Una pareja juguetona,
Jan Steen, 1660, Museo Lakenhal, Leiden
Aquí, la jaula suspendida del
árbol en medio del campo no tiene otra justificación narrativa que la de
señalar un momento libidinoso, el de la granjera que, camino del mercado, es
asaltada, entre risas, por un pretendiente demasiado impulsivo. Estas obras
contienen una advertencia moral sobre los peligros de las relaciones entre
hombres y mujeres…para las mujeres.
La pintura galante del XVIII
francés ofrece todo tipo de muestras del uso de la jaula como indicador del
juego amoroso. A través de este tema se dibuja la cuestión de la duración del
amor y su relación con la institución matrimonial: ¿puede encerrarse el amor?
Por otra parte, era un momento en el que buena parte de la literatura se
pensaba para el público femenino y el arte tampoco debía aburrir a las mujeres.
El pájaro amado,
1758, grabado de Daullé según dibujo de Boucher
Esta joven que besuquea a su pájaro parece olerlo
como a una flor porque, en los siglos XVII y XVIII, el pájaro era una especie
de flor viva ofrecida como tributo galante:
"Señora, os
ofrezco un pájaro como regalo,
Si os acontece
alguna preocupación, enfermedad o dolor
Os devolverá
enseguida la alegría y la salud”
Isaac De Benserade
(1613-1691)
Menos inocente es la asociación de la jaula como
la trampa que las mujeres tienden a los hombres. La posición relevante de las
mujeres entre la aristocracia de la época justifica la frecuencia de este tema.
Retrato de la
actriz Margaret Woffington, Van Loo, 1738, Colección privada
“Meg” Woffington era una célebre actriz, y muy
conocida también por sus frecuentes amantes, que aquí se muestra entre dos
admiradores: uno, ya en la jaula; el otro, a punto de entrar.
A la izquierda, La
jaula del pájaro, Fragonard, 1770-75, Villa-Musée Jean-Honore Fragonard, Grasse.
A la derecha, Pájaro cantor (calendario de pin-ups de Brown y Bigelow), 1973, Fritz
Willis.
En estos temas, es imposible no encontrarse con Fragonard. Aquí,
la joven hace volar a su pájaro, pero lo retiene con una cinta: puede
besuquearla, pero no escapar. La Pin-up es una actualización de la imagen de
Fragonard, una prueba de que las imágenes cumplen la primera ley de la
termodinámica: sólo se transforman. Pero esta mujer debe de sentirse tan segura
de su atractivo que no necesita cinta para retenerlo.
Mujer elegante mirando un retrato en miniatura, también titulado “Una mujer recibe el retrato de su marido, lo presenta en el lugar que tiene destinado para él”, Michel Garnier, c. 1799, colección particular
Tenemos aquí una variante: la mujer acaba de
recibir una miniatura de un retrato de su marido junto con una nota de amor. El
retrato hará compañía al canario en la jaula, según reza la explicación de la
obra (“lo presenta en el lugar al que lo destina”). Por las plumas del
sombrero, intuimos los muchos trofeos que la mujer ha obtenido entre “los
pájaros”.
El amor y la jaula no pueden concebirse
separados. En un tiempo en el que se acababan de descubrir las pinturas de
Pompeya y Herculano, el asunto contó con más combustible. Hay un fresco,
precisamente de Herculano, donde una vendedora de cupidos los presenta a una
mujer sentada relajadamente sobre una mesita, mientras otra, a su espalda,
quizá su esclava, parece aconsejarle algo. La vendedora saca uno de ellos de la
jaula y lo coge por las alas, como haría una vendedora de gallinas vivas.
La vendedora de
cupidos, fresco de Herculano, siglo I
El tema fue cogido al vuelo por los pintores del
momento, que hicieron diferentes versiones.
La vendedora de amorcillos, Joseph-Marie Vien, 1763, château de
Fontainebleau
A Diderot,
en su comentario al Salón de 1763, no le pasó desapercibido el gesto obsceno
del amorcillo sacado de su cesta:
“El gesto indecente de este Amorcillo que la esclava sujeta por las alas; tiene la mano derecha apoyada en el pliegue de su brazo izquierdo que, levantándose, indica de una manera significativa la medida del placer que promete”.
La vendedora de amores, Jacques Gamelin, c 1765, Musée Baroin, Clermont
Ferrand
La versión
de Gamelin es más fiel al modelo de Herculano (la jaula, la cortina) pero
insiste menos que Vien en las alusiones eróticas.
La feria del amor, Félicien
Rops, 1885, Musée Rops, Namur. A su derecha, Francisco de Goya, "Bellos consejos", capricho nº 15, 1799
Félicien Rops, mucho más tarde, retoma el asunto
de una forma curiosa: la vendedora ha sido sustituida por una vieja alcahueta
que llama a los clientes potenciales de esa joven que juega con los amorcillos
enjaulados. El contraste entre la decrepitud de la alcahueta y la lozanía de la
joven nos recuerda a los Caprichos de Goya (éste, sin jaula). A los pies, la tortuga con alas de
mariposa -todo un oxímoron- tiene un precedente erudito en un emblema barroco,
“el amor da alas”, incluso a los más torpes y lentos.
Amor addidit (alas),
(El amor da alas), Salomon Neugebauer, Selectorum symbolorvm heroicorvm centuria
gemina (1619)
El reclamo o el
pájaro cogido en las redes, François Boucher, Louvre, Paris
Atrapar hombres como se atrapan pájaros es un
tópico con orígenes remotos. En la obra inferior, del siglo XV, no necesitan
metáforas: directamente, atrapan corazones alados, lo que resulta más cortés y
con menos connotaciones maliciosas.
Pequeño Libro del
Amor, Pierre Sala, 1500-1505, Biblioteca Británica, R.U.
Una belleza
pompeyana, Raffaelle Giannetti, 1870, colección privada
El eclecticismo decimonónico reunió todos los
elementos, reales o imaginarios, de la Antigüedad. Aquí, la mujer, patricia o
cortesana, juega con el pájaro mientras espera a su visitante (hay dos copas
sobre la mesa). La escena reúne todos los placeres de los sentidos: el oído (el
pájaro), la vista (las flores) y el olfato (el sahumerio).
No pensemos que la época contemporánea ha
abandonado las viejas asociaciones. Joseph Christian Leyendecker, quizás el más
grande ilustrador de la prensa estadounidense, no es ajeno al juego erótico del
amor y la jaula, aunque en él se haya perdido la ambigüedad de la pintura
galante.
J. C. Leyendecker
(1874-1951), besando a Cupido (Pascua), 1923. Portada del Saturday Evening
Post, marzo 1923. The Kelly
Collection of American Illustration.
La chambre, Louis Icart, c. 1930
El glamuroso Louis Icart, rey de la ilustración
del Art Déco en Francia, retoma el tema de la jaula y la mujer como nido de
amor: los dos pájaros en la jaula. Son casi las ocho (¿de la mañana?), ha
saltado de la cama, quizás espera a alguien o puede que lo esté despidiendo.
Las Pin-ups de la prensa y los calendarios
modernos no han dejado del todo la relación ambigua de la mujer y el pájaro.
Estas nuevas Venus no dejan de recordar el amor a través de las aves,
especialmente de los periquitos y otros similares, muy asociados al amor porque
se consideraba que sólo eran felices en la jaula si estaban acompañados de su
pareja.
Los dos periquitos,
Alberto Vargas, 1942
El flirteo y la insinuación a
través de los pájaros enjaulados eran ya un campo muy abonado cuando Hitchcock
lo utilizó en Los pájaros (1963) para que el personaje de Tippi Hedren
lleve dos Agapornis (love birds, sugerentemente) como regalo a la casa
de Rod Taylor. Previamente, la secuencia en la pajarería se desarrolla, claro,
entre jaulas.
Fotograma de "Los
pájaros", 1963, dirigida por Alfred Hitchcock
Hitchcock nos lleva a las
imágenes donde la jaula se presenta como una forma de relación entre el hombre
y la mujer. Presentada a la mujer, la jaula es un ofrecimiento erótico, más
directo que el de la mujer sola acompañada del pájaro en su jaula.
La jaula del pájaro
(los amores del bosquecillo), Nicolas Lancret, 1735, Alte Pinakothek,
Munich
El pastor complaciente, Boucher, 1739, Hotel de Soubise, Paris
El nido del
pájaro, Nicolas Lancret, pp XVIII, Musée des Beaux-Arts, Valenciennes
En este último, parece que él le pide su jaula para acoger a los polluelos
del nido. Este traspaso del nido a la jaula es casi una ilustración de una
canción tradicional de la Vendée:
Es un pajarito,
Isabel,
es un pajarito, Isabel
el pájaro es demasiado voluble,
podría volar,
préstame tu jaula,
podría volar.
El pájaro entró,
buena gente
que comience a extenderse
a moverse,
buena gente,
a moverse
Mientras tanto, la
bella
se regocija, buena
gente
se regocija…
(El pájaro volador, folclore de Vendée, citado por Marc Robine:
“Antología de la canción francesa”, 1994)
La jaula robada,
Noël Hallé, 1753, colección particular
De nuevo observamos la relación erótica entre la jaula y la virginidad de la mujer. Una pastora descansa sobre un fardo de heno y un joven pastor se acerca para tomar la jaula que la joven esconde debajo de su delantal.
La jaula, Fragonard,
c. 1760, The Norton Simon Foundation, Pasadena
Fragonard hace que la pastora
muestre la jaula como si fuera un reclamo, más para el pastor que para la
paloma. Con la otra mano sostiene discretamente la cuerda que activa la trampa
para pájaros que se encuentra debajo: una forma de señalar que, si la paloma no
es fiel, será fácil encontrar sustitutos.
Los buscadores de
pájaros, Boucher, 1748, cartón para un tapiz de Beauvais, Getty Museum, Los Ángeles
Esta reunión de pajareros parece más una orgía
bucólica con múltiples detalles que permiten varias combinaciones de
significados galantes.
En el extremo izquierdo, la cuerda sostenida por
un niño alude a la trampa que vimos en Fragonard. En el extremo derecho,
simétricamente, un querubín deja revolotear un pájaro, fuera de campo,
sostenido por una cuerda, o quizás activa otra trampa.
Leídos de izquierda a derecha, los cuatro pájaros
obedecen a un orden en el proceso de seducción.
primero se les besa... luego se les anima...
luego se divierten haciendo que extiendan sus alas...y finalmente se meten en la
jaula.
A veces, dos jaulas pueden competir por el mismo
pájaro:
Las dos jaulas o
la más hermosa, Niklas Lafrensen, grabado por De Bréa, 1789, Museo del Louvre,
departamento de artes gráficas
Según el catálogo de venta del 31
de mayo de 1790 (por experto Le Brun), el grabado muestra:
"Una mujer joven sentada
en un montículo al pie de un árbol, un gran sombrero de plumas en la cabeza,
las dos piernas entreabiertas, la enagua ligeramente levantada. Entre sus
piernas y colocada en el suelo, una jaula cuya puerta está entreabierta. Un
pequeño pájaro en libertad está cerca de esta puerta y mira dentro de la jaula.
Una segunda mujer, apoyada en el montículo, llora, frotándose los ojos con una
mano. En el otro sostiene una jaula entreabierta de la que se ha escapado el
pájaro.”
Toda esta picaresca no le fue
ajena a Mozart cuando creó su Papageno – y su Papagena-,
un pajarero en busca de mujeres, aunque en este caso se trataba más bien de
construir, con un material reconocible, un personaje de antihéroe con un
simbolismo masónico muy hermético.
Soy el pajarero,
sí señor,
siempre alegre,
¡aúpa, va!
Como pajarero me
conocen
viejos y jóvenes
del lugar.
¡Si tuviera una
red para mozas
para mí las
cazaría por docenas!
Las enjaularía
junto a mí
y todas ellas
serían mías.
Diseño de
vestuario para Papageno para la producción en la Staatsoper de Berlín, 1816
El temperamento del arte inglés
(con el carácter satírico de Hogarth), limó la frivolidad del neoclasicismo
francés. Un buen ejemplo es la Laetitia de George Morland de 1786. Un
episodio en seis partes acompañado de un título, un subtítulo y un verso corto que
contaba la "caída" de Laetitia o el "progreso de la ramera"
(estas series de ilustraciones tituladas “the progress of…” las
encontramos en la Inglaterra del XVIII: La carrera de la prostituta y el progreso del libertino). En la primera escena, (Domestic Happiness),
subtitulada "Laetitia con sus padres", la protagonista aparece
en los días previos a su caída. En este contexto doméstico, la jaula se asemeja
a la cabaña en el bosque, la manera en que los románticos idealizarán la vida
rústica, donde la virtud y la moralidad se encuentran.
Felicidad
doméstica, antes de 1815, Francesco Bartolozzi, grabado sobre la obra de George
Morland (1763-1804)
A los victorianos les gustaba el eufemismo y uno de ellos era el pájaro en la jaula. Para los espectadores de ese momento, se reconocía como un símbolo ligado a la sexualidad, que les resultaba familiar por su exposición a las pinturas de género holandesas del siglo XVII y francesas del siglo XVIII, en las que hemos visto que tales significados eran evidentes. En los cuadros holandeses hay un comercio del sexo; en los cuadros victorianos, el comercio es el del amor. La imagen de la mujer victoriana como un ser “doméstico” por excelencia recorre todo el arte de la época, desde la advertencia moral al elogio de las virtudes del amor respetable, llegando a la melancolía de la mujer burguesa que vive la vida hogareña como una jaula conyugal. El pájaro confinado en su prisión hace soñar con una libertad inalcanzable, muy lejos de los modelos de las mujeres de la pintura holandesa y de las damas de la pintura galante francesa, cuya desenvoltura tiene poco que ver con el recogimiento de este momento.
La obra de Sir John Everett Millais, Waking, también conocida como Just Waking (recién despierta), de 1865, es un ejemplo del uso moral del símbolo. Una niña es despertada, aparentemente, por el canto matutino del pájaro, al que mira con asombro, casi interrogándose. Cada objeto que rodea a la niña habla de su juventud e inocencia: una muñeca, un alfabeto en el suelo frente a su cama, un ramo de flores. Sin embargo, esta impresión se ve sacudida por la jaula, que se impone al espectador, en la esquina superior derecha. La expresión de la muchacha, sin alegría y con ansiedad, es una pista de que la jaula tiene algo más que un significado inocente. Más que un compañero amistoso de la niña, el pájaro parece una advertencia o un recordatorio solemne: parece insinuar los cambios inminentes en la condición sexual de la niña.
John Everett
Millais, Despertar, 1865, Museo de Perth
William Holman
Hunt, La plegaria de la mañana, 1866, colección privada
La jaula de pájaros reaparece
aquí, esta vez en la misma posición que en el cuadro de Millais, en el extremo
derecho del cuadro y también cortada. La niña de Millais ha sido sustituida por
una joven piadosa medio arrodillada al lado de su cama, en oración, y cuya actitud
casta pretende sugerir su pureza. En esta imagen, Hunt parece querer “devolver
el pájaro a la jaula”: una especie de Magdalena arrepentida, rodeada de un aura
de convencionalismo.
Walter Howell
Deverell, aguafuerte de 1850 que ilustra un poema de John L. Tupper, “Viola y
Olivia”, para la revista prerrafaelita “Germ”, Museo Británico
El poema de Tupper ilustrado por
Deverell es un comentario a la obra de Shakespeare “Noche de Reyes”. El
grabado de Deverell, no muy bueno, usó como modelo de Viola, vestida de hombre,
a Elizabeth Eleanor Siddal, a quien había visto en la sombrerería donde
trabajaba y que después fue la esposa de Dante Gabriel Rosetti. Viola levanta
el velo de Olivia; el pájaro en la jaula de la pared insiste en el carácter
oculto de los personajes (la clásica confusión de identidades) y en la
domesticidad deseada.
En una sociedad tan “moralizada”
no deja de verse a la mujer como un ser amenazado de ser destruido por el amor,
en cualquiera de sus formas, porque la pasión era considerada una desviación
peligrosa. El siglo XIX vive un auge de personajes femeninos que viven una
tensión entre su vida real y el poder de su imaginación y sus
deseos, de manera que ven su situación a imagen de un pájaro enjaulado. Con
frecuencia, tienen la desgracia de saltar de la jaula del marido a la jaula del
amante (Ana Ozores en La Regenta, Luísa en El Primo Basilio…) y
su destino es trágico. También los ejemplos literarios son recurrentes. De
todos ellos (además de los citados, tenemos a Ana Karenina, Madame Bovary,
Effie Briest…), Kate Chopin, y su novela “El Despertar”, es donde
encontramos más referencias concretas a la vida de la mujer enjaulada. Describe
la confusión que sufre Edna, la esposa de un rico hombre de negocios, y la
asfixia de la conciencia de sí misma. Como imagen clave de la novela, el pájaro
aparece repetidamente en el texto y refleja incisivamente el despertar de Edna,
el proceso que va de la sensación de ahogamiento al anhelo de libertad: "El
pájaro que se eleva por encima de la llanura de la tradición y los prejuicios
debe tener alas fuertes”. Los pájaros son las principales imágenes
simbólicas desde el comienzo de la novela: un loro que cuelga en una
jaula, repite una y otra vez: “Allez vous-en! Allez vous-en!” (¡Vete,
vete!). El palomar representa su incapacidad para alejarse de su vida
anterior. Está enjaulada como esposa y madre; nunca se espera de ella que sea
capaz de pensar y tomar decisiones por sí misma.
Se ilustra así el enclaustramiento de las mujeres burguesas en general, limitadas por las
reglas de la sociedad en la que viven. Sin embargo, nunca antes se había tomado
conciencia de su situación como en la sociedad decimonónica. En la vivienda
burguesa, en los nuevos bloques de pisos, “la jaula” era el mirador, ese
pequeño espacio que, para unas mujeres que no pueden expandirse en el patio del palacio
aristocrático, ni trajinan en la calle como las obreras, les permite estar a la
vez dentro y fuera, observar sin mostrase. Hay una melancolía nueva en la
relación visual entre estas mujeres y sus pájaros enjaulados. ¿Imaginan un
campo de libertad a través de ellos? ¿Envidian la alegría del canario a pesar
de vivir entre barrotes?
A la izquieda, T.
B. Clovin, La jaula. A la derecha, William P. Frith, El canario. Colecciones
privadas
David Octavius
Hill, La jaula, 1843-1847, fotograbado sobre papel japonés, Clark Art
Institute, Williamstown, Massachussets
Francia ofrece otras variantes
del tema. Adolphe Monticelli, un pintor obsesionado con la emperatriz Eugenia
de Montijo, por la que sentía un inaccesible amor platónico, pintó un díptico
titulado “La emperatriz Eugenia y sus acompañantes”, en el que la muestra
por duplicado, pensativa, abstraída; a la izquierda, unos niños muestran un
perro en primer plano: la fidelidad; a la derecha, los niños invitan a entrar a
un pájaro en la jaula mientras ella les observa. Hay un contraste entre el
perro faldero y el pájaro, animal más impredecible por estar más dirigido por
el instinto, menos domesticable. ¿Un conflicto entre la lealtad y la libertad
perdida? Esa debía de ser la visión para Monticelli: una desgraciada
emperatriz, sufriendo las constantes infidelidades de Napoleón III, a las que
se sumaron varios abortos, languideciendo en su jaula de oro.
L’Impératrice Eugenie et ses suivantes, Adolphe Monticelli, c. 1860,
colección privada
Hay que decir, por ponernos más frívolos, que el
tema de la jaula y la emperatriz adquirió otros tintes más polémicos y cómicos.
Eugenia de Montijo fue la verdadera difusora de la moda de la “cage
crinoline” (la jaula crinolina), el miriñaque, el armazón que inflaba las
faldas de las mujeres, inventado en 1856 y que hizo furor, sobre todo, entre
1860 y 1880. Este fenómeno coincidió con los grandes proyectos de reforma
urbanística de París, impulsados por el emperador e ideados por Hausmann, por
los que la capital debía pasar de ciudad medieval a ciudad moderna, ajustándose
a una trama reticulada de grandes bulevares y que también debía someter a la
nueva disciplina urbana a los barrios y pueblos periféricos. El miriñaque fue
usado como metáfora visual del sometimiento de los suburbios, “enjaulados”
entre los barrotes del diseño geométrico haussmanniano.
La ciudad de París
englobando a la periferia (La ville de Paris voulant englober la banlieue),
caricatura de Charles Vernier, 1858, Le Charivari, 6 novembre 1858. (En los carteles puede leerse “BOULOGNE”, “PASSY”, “NEUILLY”,
“AUTEUIL”)
Distracción, Jules
Saintin, 1875, colección privada
No faltan tampoco obras donde se muestra el
encorsetamiento de la vida conyugal. En la obra de Saintin, la mujer se distrae
de la lectura observando por el espejo la entrada de alguna visita que la
sorprende y la saca de su monotonía. Los dos periquitos en la jaula pueden
mostrar tanto la imagen del enclaustramiento como la promesa ¿de amor? que
llega con el visitante inesperado.
Un pájaro
enjaulado, Margaret Murray Cookesley, 1891, colección privada
El orientalismo se prestaba especialmente a las
ensoñaciones: contemplando al loro, la odalisca sale de su encierro con la
imaginación. Las perlas, el narguile, las naranjas, la piel de leopardo, la
celosía… son parte del cliché del harén: la dulzura de la existencia no parece suficiente para apagar el deseo de libertad.
"Rara avis, Prohibido
tocar", Georges Leonnec, portada de La Vie Parisienne, 18 de agosto de 1917
El culmen es enjaular a la propia
mujer. La frase que aparece al final, "El amor es un pájaro inconstante
que nadie puede domar", tomado de la habanera de Carmen de
Bizet, es, obviamente, una antífrasis: porque el pájaro raro está, efectivamente, enjaulado, alimentado con joyas y ocupado en mimarse a sí mismo.
Cuántas referencias y asociaciones. Tu blog es como una cesta de cerezas: coges una y te llevas varias entrelazadas... Gracias. Ana.
ResponderEliminarResulta curioso observar la repetición de los mismos temas y simbologías en lo artístico a través de los siglos, casi nada parece inventado, aunque la evolución en las mentalidades y gustos va dejando su huella.
ResponderEliminarDe este artículo me han gustado mucho las pinturas, algunas de ellas desconocidas para mí, en especial la de Pieter de Hooch que muestra una escena íntima, levantando un telón como si se tratara de la escena de una obra de teatro, y a la vez con toda la delicadeza, como si el pintor quisiera hacernos partícipes de lo que ocurre, sin enturbiar la intimidad de la pareja.