ENTRAR EN LA JAULA…

 

Un vendedor ambulante mostrando un animal en una jaula a una mujer y su hijo, mm. s. XVII, taller de Rembrandt

Sabemos que jaula y pájaro son dos términos de un mismo universo semántico. La primera alude a lo que está guardado, pero no es completamente inaccesible; el segundo, a la libertad siempre amenazada. Entre ellos hay un juego entre estar dentro y estar fuera, lo guardado a buen recaudo y las maniobras para liberarlo, entre el acto de entrar y el de salir. El amor y sus pasatiempos son el campo privilegiado para estas maniobras.

Enjaular un pájaro, o domesticarlo, suele tener una connotación amorosa (aunque a veces sólo sea el entretenimiento de una mujer hogareña). El pájaro tan querido puede llegar a ser una especie de embajador emplumado del amante, y la jaula, el símbolo de su servidumbre deseada.

Retrato de Jeanne-Agnès Berthelot de Pléneuf, marquesa de Prie (1698 -1727), taller de Jean Baptiste Van Loo

En este retrato, la marquesa tiene en su mano un pájaro al que parece que da lecciones (¿de canto?); al pie del cuadro hay unos versos de J. Verduc:

"En vuestra hermosa mano este cautivo encantado

Del ala despreciando la ayuda y el uso,

contento de jugar, de elevar su canto, no tiene,

para ser feliz, necesidad de libertad".

 Este recurso literario viene de lejos:

"Cautivo en la dulce prisión
Cuyos pilares están hechos de deseo,
Las puertas de hermosos ojos
Y los anillos de buena esperanza."

Thibaut de Champagne (siglo XII), Je suis comme la licorne

 

Esta metáfora fue muy popular en el XVIII francés (que, en el aspecto erótico, es inagotable) y tiene sus orígenes en los Países Bajos. Más tarde volveremos a la pintura galante, de la que ahora buscaremos algunas fuentes. Un libro de emblemas holandés, muy extendido, nos da la pista.

Amissa libertate laetior (Más feliz de haber perdido la libertad), Jacob Cats, Sinne- en minnebeelden (1627)

 El arte de los Países Bajos es un venero imprescindible de casi todo lo que pasa en el mundo de las imágenes en los últimos cinco o seis siglos. La jaula indica muy a menudo, en la pintura holandesa, un lugar o una escena de libertinaje. Además del cisne o el gallo blanco, la jaula de pájaros que cuelga de la puerta identifica un burdel. Desde la época tardomedieval, el motivo del buhonero atacado por un perro es habitual y ambivalente. Por una parte, lleva en su cesta todas las tentaciones del mundo; por otra, puede representar al pecador arrepentido.

El Bosco, el vendedor ambulante, 1490-1500, museo Boijmans van Beuningen, Rotterdam (aquí, en detalle)

Al fondo, como un mundo de tentaciones, está el burdel con la jaula colgada en la puerta.

Detalle del fondo, con el burdel y la jaula junto a la puerta

Estas escenas en las que asociamos jaulas y libertinaje son moneda corriente en el arte holandés.

Escena de burdel con prostitutas peleando, Monogramista de Brünswick, 1537, Gemäldegalerie, Berlín

La alegre compañía, Jan Sanders van Hemessen, 1545-1550, Staatliche Kunsthalle, Karlsruhe (la jaula se encuentra al fondo, a la izquierda, también sobre la puerta)

Esta obra de van Hemessen es una personificación moral de las advertencias a los hombres para que no caigan seducidos por los encantos sensuales del mundo.

La fuente de la que se deriva la iconografía de la jaula en un contexto erótico se encuentra en las pinturas holandesas del siglo XVI. Un grabado de Gillis van Breen nos abre el camino. El grabado muestra a una mujer que se dirige a un hombre sentado; frente a él hay una cesta con un gallo vivo y encima hay un pato muerto. Debajo, dos versos que contienen un diálogo entre el vendedor y su cliente. 

Gillis van Breen, Vendedor de aves, 1588-1602, Rijksmuseum, Ámsterdam

- ¿Cuánto cuesta este pájaro, pajarero? ¿Se ha vendido?

-A una dueña de casa, claramente, a la que pajareo todo el año.

 

El sentido de esta conversación queda claro en el idioma original. En neerlandés, vogel significa “pájaro”, un “pajarero” es un vogelaar y vogelen significa “atrapar pájaros” o alguna actividad relacionada con ellos. Pero en el habla popular, vogelen significa hacer el amor, copular; vogel significa pene (una relación que es casi universal); y vogelaar puede significar un casamentero, un amante o un proxeneta. Por lo tanto, cuando el vogelaar o pajarero dice "ich vogel", está utilizando un doble sentido, ya que puede decir tanto "reparto pájaros" como "hago el amor". Otro ejemplo de pinturas holandesas de hombres que desean "dar pájaros" a las mujeres puede verse en la obra de Pieter de Hooch, en el que un hombre muestra a una mujer un pájaro lascivo, el loro: una invitación.

Pieter de Hooch, pareja con loro, 1668, Wallraf–Richartz Museum, Colonia

Una pareja juguetona, Jan Steen, 1660, Museo Lakenhal, Leiden

Aquí, la jaula suspendida del árbol en medio del campo no tiene otra justificación narrativa que la de señalar un momento libidinoso, el de la granjera que, camino del mercado, es asaltada, entre risas, por un pretendiente demasiado impulsivo. Estas obras contienen una advertencia moral sobre los peligros de las relaciones entre hombres y mujeres…para las mujeres.

La pintura galante del XVIII francés ofrece todo tipo de muestras del uso de la jaula como indicador del juego amoroso. A través de este tema se dibuja la cuestión de la duración del amor y su relación con la institución matrimonial: ¿puede encerrarse el amor? Por otra parte, era un momento en el que buena parte de la literatura se pensaba para el público femenino y el arte tampoco debía aburrir a las mujeres.

El pájaro amado, 1758, grabado de Daullé según dibujo de Boucher

Esta joven que besuquea a su pájaro parece olerlo como a una flor porque, en los siglos XVII y XVIII, el pájaro era una especie de flor viva ofrecida como tributo galante:

"Señora, os ofrezco un pájaro como regalo,

Si os acontece alguna preocupación, enfermedad o dolor

Os devolverá enseguida la alegría y la salud”

Isaac De Benserade (1613-1691)

 

Menos inocente es la asociación de la jaula como la trampa que las mujeres tienden a los hombres. La posición relevante de las mujeres entre la aristocracia de la época justifica la frecuencia de este tema.

Retrato de la actriz Margaret Woffington, Van Loo, 1738, Colección privada

“Meg” Woffington era una célebre actriz, y muy conocida también por sus frecuentes amantes, que aquí se muestra entre dos admiradores: uno, ya en la jaula; el otro, a punto de entrar.


A la izquierda, La jaula del pájaro, Fragonard, 1770-75, Villa-Musée Jean-Honore Fragonard, Grasse. A la derecha, Pájaro cantor (calendario de pin-ups de Brown y Bigelow), 1973, Fritz Willis. 

En estos temas, es imposible no encontrarse con Fragonard. Aquí, la joven hace volar a su pájaro, pero lo retiene con una cinta: puede besuquearla, pero no escapar. La Pin-up es una actualización de la imagen de Fragonard, una prueba de que las imágenes cumplen la primera ley de la termodinámica: sólo se transforman. Pero esta mujer debe de sentirse tan segura de su atractivo que no necesita cinta para retenerlo.

Mujer elegante mirando un retrato en miniatura, también titulado “Una mujer recibe el retrato de su marido, lo presenta en el lugar que tiene destinado para él”, Michel Garnier, c. 1799, colección particular 

Tenemos aquí una variante: la mujer acaba de recibir una miniatura de un retrato de su marido junto con una nota de amor. El retrato hará compañía al canario en la jaula, según reza la explicación de la obra (“lo presenta en el lugar al que lo destina”). Por las plumas del sombrero, intuimos los muchos trofeos que la mujer ha obtenido entre “los pájaros”.

El amor y la jaula no pueden concebirse separados. En un tiempo en el que se acababan de descubrir las pinturas de Pompeya y Herculano, el asunto contó con más combustible. Hay un fresco, precisamente de Herculano, donde una vendedora de cupidos los presenta a una mujer sentada relajadamente sobre una mesita, mientras otra, a su espalda, quizá su esclava, parece aconsejarle algo. La vendedora saca uno de ellos de la jaula y lo coge por las alas, como haría una vendedora de gallinas vivas. 

La vendedora de cupidos, fresco de Herculano, siglo I

El tema fue cogido al vuelo por los pintores del momento, que hicieron diferentes versiones.

La vendedora de amorcillos, Joseph-Marie Vien, 1763, château de Fontainebleau

A Diderot, en su comentario al Salón de 1763, no le pasó desapercibido el gesto obsceno del amorcillo sacado de su cesta:

“El gesto indecente de este Amorcillo que la esclava sujeta por las alas; tiene la mano derecha apoyada en el pliegue de su brazo izquierdo que, levantándose, indica de una manera significativa la medida del placer que promete”.

La vendedora de amores, Jacques Gamelin, c 1765, Musée Baroin, Clermont Ferrand

La versión de Gamelin es más fiel al modelo de Herculano (la jaula, la cortina) pero insiste menos que Vien en las alusiones eróticas.

La feria del amor, Félicien Rops, 1885, Musée Rops, Namur. A su derecha, Francisco de Goya, "Bellos consejos", capricho nº 15, 1799

Félicien Rops, mucho más tarde, retoma el asunto de una forma curiosa: la vendedora ha sido sustituida por una vieja alcahueta que llama a los clientes potenciales de esa joven que juega con los amorcillos enjaulados. El contraste entre la decrepitud de la alcahueta y la lozanía de la joven nos recuerda a los Caprichos de Goya (éste, sin jaula). A los pies, la tortuga con alas de mariposa -todo un oxímoron- tiene un precedente erudito en un emblema barroco, “el amor da alas”, incluso a los más torpes y lentos.

Amor addidit (alas), (El amor da alas), Salomon Neugebauer, Selectorum symbolorvm heroicorvm centuria gemina (1619)

El reclamo o el pájaro cogido en las redes, François Boucher, Louvre, Paris

Atrapar hombres como se atrapan pájaros es un tópico con orígenes remotos. En la obra inferior, del siglo XV, no necesitan metáforas: directamente, atrapan corazones alados, lo que resulta más cortés y con menos connotaciones maliciosas.

Pequeño Libro del Amor, Pierre Sala, 1500-1505, Biblioteca Británica, R.U.

Una belleza pompeyana, Raffaelle Giannetti, 1870, colección privada

El eclecticismo decimonónico reunió todos los elementos, reales o imaginarios, de la Antigüedad. Aquí, la mujer, patricia o cortesana, juega con el pájaro mientras espera a su visitante (hay dos copas sobre la mesa). La escena reúne todos los placeres de los sentidos: el oído (el pájaro), la vista (las flores) y el olfato (el sahumerio).

No pensemos que la época contemporánea ha abandonado las viejas asociaciones. Joseph Christian Leyendecker, quizás el más grande ilustrador de la prensa estadounidense, no es ajeno al juego erótico del amor y la jaula, aunque en él se haya perdido la ambigüedad de la pintura galante.

J. C. Leyendecker (1874-1951), besando a Cupido (Pascua), 1923. Portada del Saturday Evening Post, marzo 1923. The Kelly Collection of American Illustration.

La chambre, Louis Icart, c. 1930

El glamuroso Louis Icart, rey de la ilustración del Art Déco en Francia, retoma el tema de la jaula y la mujer como nido de amor: los dos pájaros en la jaula. Son casi las ocho (¿de la mañana?), ha saltado de la cama, quizás espera a alguien o puede que lo esté despidiendo.

Las Pin-ups de la prensa y los calendarios modernos no han dejado del todo la relación ambigua de la mujer y el pájaro. Estas nuevas Venus no dejan de recordar el amor a través de las aves, especialmente de los periquitos y otros similares, muy asociados al amor porque se consideraba que sólo eran felices en la jaula si estaban acompañados de su pareja.

Los dos periquitos, Alberto Vargas, 1942

El flirteo y la insinuación a través de los pájaros enjaulados eran ya un campo muy abonado cuando Hitchcock lo utilizó en Los pájaros (1963) para que el personaje de Tippi Hedren lleve dos Agapornis (love birds, sugerentemente) como regalo a la casa de Rod Taylor. Previamente, la secuencia en la pajarería se desarrolla, claro, entre jaulas.

Fotograma de "Los pájaros", 1963, dirigida por Alfred Hitchcock

Hitchcock nos lleva a las imágenes donde la jaula se presenta como una forma de relación entre el hombre y la mujer. Presentada a la mujer, la jaula es un ofrecimiento erótico, más directo que el de la mujer sola acompañada del pájaro en su jaula.

La jaula del pájaro (los amores del bosquecillo), Nicolas Lancret, 1735, Alte Pinakothek, Munich

El pastor complaciente, Boucher, 1739, Hotel de Soubise, Paris

El nido del pájaro, Nicolas Lancret, pp XVIII, Musée des Beaux-Arts, Valenciennes

En este último, parece que él le pide su jaula para acoger a los polluelos del nido. Este traspaso del nido a la jaula es casi una ilustración de una canción tradicional de la Vendée:

Es un pajarito, Isabel,
es un pajarito, Isabel
el pájaro es demasiado voluble,
podría volar,
préstame tu jaula,
podría volar.

El pájaro entró, buena gente
que comience a extenderse
a moverse,
buena gente,
a moverse

Mientras tanto, la bella

se regocija, buena gente
se regocija…


(El pájaro volador, folclore de Vendée, citado por Marc Robine: “Antología de la canción francesa”, 1994)

La jaula robada, Noël Hallé, 1753, colección particular

De nuevo observamos la relación erótica entre la jaula y la virginidad de la mujer. Una pastora descansa sobre un fardo de heno y un joven pastor se acerca para tomar la jaula que la joven esconde debajo de su delantal.

La jaula, Fragonard, c. 1760, The Norton Simon Foundation, Pasadena

Fragonard hace que la pastora muestre la jaula como si fuera un reclamo, más para el pastor que para la paloma. Con la otra mano sostiene discretamente la cuerda que activa la trampa para pájaros que se encuentra debajo: una forma de señalar que, si la paloma no es fiel, será fácil encontrar sustitutos.

Los buscadores de pájaros, Boucher, 1748, cartón para un tapiz de Beauvais, Getty Museum, Los Ángeles

Esta reunión de pajareros parece más una orgía bucólica con múltiples detalles que permiten varias combinaciones de significados galantes.


En el extremo izquierdo, la cuerda sostenida por un niño alude a la trampa que vimos en Fragonard. En el extremo derecho, simétricamente, un querubín deja revolotear un pájaro, fuera de campo, sostenido por una cuerda, o quizás activa otra trampa.

Leídos de izquierda a derecha, los cuatro pájaros obedecen a un orden en el proceso de seducción.  


primero se les besa...       luego se les anima...


luego se divierten  haciendo que extiendan sus alas...y finalmente se meten en la jaula.

A veces, dos jaulas pueden competir por el mismo pájaro:

Las dos jaulas o la más hermosa, Niklas Lafrensen, grabado por De Bréa, 1789, Museo del Louvre, departamento de artes gráficas

Según el catálogo de venta del 31 de mayo de 1790 (por experto Le Brun), el grabado muestra:

"Una mujer joven sentada en un montículo al pie de un árbol, un gran sombrero de plumas en la cabeza, las dos piernas entreabiertas, la enagua ligeramente levantada. Entre sus piernas y colocada en el suelo, una jaula cuya puerta está entreabierta. Un pequeño pájaro en libertad está cerca de esta puerta y mira dentro de la jaula. Una segunda mujer, apoyada en el montículo, llora, frotándose los ojos con una mano. En el otro sostiene una jaula entreabierta de la que se ha escapado el pájaro.”

Toda esta picaresca no le fue ajena a Mozart cuando creó su Papageno – y su Papagena-, un pajarero en busca de mujeres, aunque en este caso se trataba más bien de construir, con un material reconocible, un personaje de antihéroe con un simbolismo masónico muy hermético.

Soy el pajarero, sí señor,

siempre alegre, ¡aúpa, va!

Como pajarero me conocen

viejos y jóvenes del lugar.

¡Si tuviera una red para mozas

para mí las cazaría por docenas!

Las enjaularía junto a mí

y todas ellas serían mías.

Diseño de vestuario para Papageno para la producción en la Staatsoper de Berlín, 1816

El temperamento del arte inglés (con el carácter satírico de Hogarth), limó la frivolidad del neoclasicismo francés. Un buen ejemplo es la Laetitia de George Morland de 1786. Un episodio en seis partes acompañado de un título, un subtítulo y un verso corto que contaba la "caída" de Laetitia o el "progreso de la ramera" (estas series de ilustraciones tituladas “the progress of…” las encontramos en la Inglaterra del XVIII: La carrera de la prostituta y  el progreso del libertino). En la primera escena, (Domestic Happiness), subtitulada "Laetitia con sus padres", la protagonista aparece en los días previos a su caída. En este contexto doméstico, la jaula se asemeja a la cabaña en el bosque, la manera en que los románticos idealizarán la vida rústica, donde la virtud y la moralidad se encuentran.

Felicidad doméstica, antes de 1815, Francesco Bartolozzi, grabado sobre la obra de George Morland (1763-1804)

A los victorianos les gustaba el eufemismo y uno de ellos era el pájaro en la jaula. Para los espectadores de ese momento, se reconocía como un símbolo ligado a  la sexualidad, que les resultaba familiar por su exposición a las pinturas de género holandesas del siglo XVII y francesas del siglo XVIII, en las que hemos visto que tales significados eran evidentes. En los cuadros holandeses hay un comercio del sexo; en los cuadros victorianos, el comercio es el del amor. La imagen de la mujer victoriana como un ser “doméstico” por excelencia recorre todo el arte de la época, desde la advertencia moral al elogio de las virtudes del amor respetable, llegando a la melancolía de la mujer burguesa que vive la vida hogareña como una jaula conyugal. El pájaro confinado en su prisión hace soñar con una libertad inalcanzable, muy lejos de los modelos de las mujeres de la pintura holandesa y de las damas de la pintura galante francesa, cuya desenvoltura tiene poco que ver con el recogimiento de este momento.

La obra de Sir John Everett Millais, Waking, también conocida como Just Waking (recién despierta), de 1865, es un ejemplo del uso moral del símbolo. Una niña es despertada, aparentemente, por el canto matutino del pájaro, al que mira con asombro, casi interrogándose. Cada objeto que rodea a la niña habla de su juventud e inocencia: una muñeca, un alfabeto en el suelo frente a su cama, un ramo de flores. Sin embargo, esta impresión se ve sacudida por la jaula, que se impone al espectador, en la esquina superior derecha. La expresión de la muchacha, sin alegría y con ansiedad, es una pista de que la jaula tiene algo más que un significado inocente. Más que un compañero amistoso de la niña, el pájaro parece una advertencia o un recordatorio solemne: parece insinuar los cambios inminentes en la condición sexual de la niña.

John Everett Millais, Despertar, 1865, Museo de Perth

William Holman Hunt, La plegaria de la mañana, 1866, colección privada

La jaula de pájaros reaparece aquí, esta vez en la misma posición que en el cuadro de Millais, en el extremo derecho del cuadro y también cortada. La niña de Millais ha sido sustituida por una joven piadosa medio arrodillada al lado de su cama, en oración, y cuya actitud casta pretende sugerir su pureza. En esta imagen, Hunt parece querer “devolver el pájaro a la jaula”: una especie de Magdalena arrepentida, rodeada de un aura de convencionalismo.

Walter Howell Deverell, aguafuerte de 1850 que ilustra un poema de John L. Tupper, “Viola y Olivia”, para la revista prerrafaelita “Germ”, Museo Británico

El poema de Tupper ilustrado por Deverell es un comentario a la obra de Shakespeare “Noche de Reyes”. El grabado de Deverell, no muy bueno, usó como modelo de Viola, vestida de hombre, a Elizabeth Eleanor Siddal, a quien había visto en la sombrerería donde trabajaba y que después fue la esposa de Dante Gabriel Rosetti. Viola levanta el velo de Olivia; el pájaro en la jaula de la pared insiste en el carácter oculto de los personajes (la clásica confusión de identidades) y en la domesticidad deseada.

En una sociedad tan “moralizada” no deja de verse a la mujer como un ser amenazado de ser destruido por el amor, en cualquiera de sus formas, porque la pasión era considerada una desviación peligrosa. El siglo XIX vive un auge de personajes femeninos que viven una tensión entre su vida real y el poder de su imaginación y sus deseos, de manera que ven su situación a imagen de un pájaro enjaulado. Con frecuencia, tienen la desgracia de saltar de la jaula del marido a la jaula del amante (Ana Ozores en La Regenta, Luísa en El Primo Basilio…) y su destino es trágico. También los ejemplos literarios son recurrentes. De todos ellos (además de los citados, tenemos a Ana Karenina, Madame Bovary, Effie Briest…), Kate Chopin, y su novela “El Despertar”, es donde encontramos más referencias concretas a la vida de la mujer enjaulada. Describe la confusión que sufre Edna, la esposa de un rico hombre de negocios, y la asfixia de la conciencia de sí misma. Como imagen clave de la novela, el pájaro aparece repetidamente en el texto y refleja incisivamente el despertar de Edna, el proceso que va de la sensación de ahogamiento al anhelo de libertad: "El pájaro que se eleva por encima de la llanura de la tradición y los prejuicios debe tener alas fuertes”. Los pájaros son las principales imágenes simbólicas desde el comienzo de la novela: un loro que cuelga en una jaula, repite una y otra vez: “Allez vous-en! Allez vous-en!” (¡Vete, vete!). El palomar representa su incapacidad para alejarse de su vida anterior. Está enjaulada como esposa y madre; nunca se espera de ella que sea capaz de pensar y tomar decisiones por sí misma.

Se ilustra así el enclaustramiento de las mujeres burguesas en general, limitadas por las reglas de la sociedad en la que viven. Sin embargo, nunca antes se había tomado conciencia de su situación como en la sociedad decimonónica. En la vivienda burguesa, en los nuevos bloques de pisos, “la jaula” era el mirador, ese pequeño espacio que, para unas mujeres que no pueden expandirse en el patio del palacio aristocrático, ni trajinan en la calle como las obreras, les permite estar a la vez dentro y fuera, observar sin mostrase. Hay una melancolía nueva en la relación visual entre estas mujeres y sus pájaros enjaulados. ¿Imaginan un campo de libertad a través de ellos? ¿Envidian la alegría del canario a pesar de vivir entre barrotes?


A la izquieda, T. B. Clovin, La jaula. A la derecha, William P. Frith, El canario. Colecciones privadas

David Octavius Hill, La jaula, 1843-1847, fotograbado sobre papel japonés, Clark Art Institute, Williamstown, Massachussets

Francia ofrece otras variantes del tema. Adolphe Monticelli, un pintor obsesionado con la emperatriz Eugenia de Montijo, por la que sentía un inaccesible amor platónico, pintó un díptico titulado “La emperatriz Eugenia y sus acompañantes”, en el que la muestra por duplicado, pensativa, abstraída; a la izquierda, unos niños muestran un perro en primer plano: la fidelidad; a la derecha, los niños invitan a entrar a un pájaro en la jaula mientras ella les observa. Hay un contraste entre el perro faldero y el pájaro, animal más impredecible por estar más dirigido por el instinto, menos domesticable. ¿Un conflicto entre la lealtad y la libertad perdida? Esa debía de ser la visión para Monticelli: una desgraciada emperatriz, sufriendo las constantes infidelidades de Napoleón III, a las que se sumaron varios abortos, languideciendo en su jaula de oro.


L’Impératrice Eugenie et ses suivantes, Adolphe Monticelli, c. 1860, colección privada

Hay que decir, por ponernos más frívolos, que el tema de la jaula y la emperatriz adquirió otros tintes más polémicos y cómicos. Eugenia de Montijo fue la verdadera difusora de la moda de la “cage crinoline” (la jaula crinolina), el miriñaque, el armazón que inflaba las faldas de las mujeres, inventado en 1856 y que hizo furor, sobre todo, entre 1860 y 1880. Este fenómeno coincidió con los grandes proyectos de reforma urbanística de París, impulsados por el emperador e ideados por Hausmann, por los que la capital debía pasar de ciudad medieval a ciudad moderna, ajustándose a una trama reticulada de grandes bulevares y que también debía someter a la nueva disciplina urbana a los barrios y pueblos periféricos. El miriñaque fue usado como metáfora visual del sometimiento de los suburbios, “enjaulados” entre los barrotes del diseño geométrico haussmanniano.

La ciudad de París englobando a la periferia (La ville de Paris voulant englober la banlieue), caricatura de Charles Vernier, 1858, Le Charivari, 6 novembre 1858. (En los carteles puede leerse “BOULOGNE”, “PASSY”, “NEUILLY”, “AUTEUIL”)

Distracción, Jules Saintin, 1875, colección privada

No faltan tampoco obras donde se muestra el encorsetamiento de la vida conyugal. En la obra de Saintin, la mujer se distrae de la lectura observando por el espejo la entrada de alguna visita que la sorprende y la saca de su monotonía. Los dos periquitos en la jaula pueden mostrar tanto la imagen del enclaustramiento como la promesa ¿de amor? que llega con el visitante inesperado.

Un pájaro enjaulado, Margaret Murray Cookesley, 1891, colección privada

El orientalismo se prestaba especialmente a las ensoñaciones: contemplando al loro, la odalisca sale de su encierro con la imaginación. Las perlas, el narguile, las naranjas, la piel de leopardo, la celosía… son parte del cliché del harén: la dulzura de la existencia no parece suficiente para apagar el deseo de libertad.

"Rara avis, Prohibido tocar", Georges Leonnec, portada de La Vie Parisienne, 18 de agosto de 1917

El culmen es enjaular a la propia mujer. La frase que aparece al final, "El amor es un pájaro inconstante que nadie puede domar", tomado de la habanera de Carmen de Bizet, es, obviamente, una antífrasis: porque el pájaro raro está, efectivamente, enjaulado, alimentado con joyas y ocupado en mimarse a sí mismo.



















 














































 




























Comentarios

  1. Cuántas referencias y asociaciones. Tu blog es como una cesta de cerezas: coges una y te llevas varias entrelazadas... Gracias. Ana.

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  2. Resulta curioso observar la repetición de los mismos temas y simbologías en lo artístico a través de los siglos, casi nada parece inventado, aunque la evolución en las mentalidades y gustos va dejando su huella.
    De este artículo me han gustado mucho las pinturas, algunas de ellas desconocidas para mí, en especial la de Pieter de Hooch que muestra una escena íntima, levantando un telón como si se tratara de la escena de una obra de teatro, y a la vez con toda la delicadeza, como si el pintor quisiera hacernos partícipes de lo que ocurre, sin enturbiar la intimidad de la pareja.

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