PARA LA IMAGINACIÓN (II): SIRENA PULCHERRIMA
“Estas sirenas,
gozosa tortura de los marineros
que les debían una
muerte seductora y delicias crueles”
(Marcial, Epigramas)
"Primero llegarás a las Sirenas, las que hechizan a todos los hombres
que se acercan a ellas. Quien acerca su nave sin saberlo y escucha la voz de
las Sirenas ya nunca se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos, llenos de
alegría porque ha vuelto a casa; antes bien, lo hechizan éstas con su sonoro
canto sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos
putrefactos, cubiertos de piel seca. Haz pasar de largo a la nave y,
derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus compañeros para
que ninguno de ellos las escuche. En cambio, tú, si quieres oírlas, haz que te
amarren de pies y manos, firme junto al mástil -que sujeten a éste las
amarras-, para que escuches complacido, la voz de las dos Sirenas; y si
suplicas a tus compañeros o los ordenas que te desaten, que ellos te sujeten
todavía con más cuerdas.” (Homero, La
Odisea, canto XII)
Es en este episodio de La Odisea donde se menciona a las Sirenas por primera vez, cuando
Circe advierte a Ulises y las describe como seres cuyo canto es sublime, aunque
fatal. Homero no se refiere a su aspecto externo y sólo destaca que son dos
(utiliza el dual); que su canto ofrece el conocimiento de todo lo que sucede
(parecen omniscientes, pues reconocen a Ulises) y que es letal para
quien lo escucha. Esta imprecisión, unida al aspecto sugestivo del episodio, suscitó tantas preguntas que mitógrafos y escritores
no dudaron en complementar a Homero en varios puntos y en dar larga vida al
mito.
Crátera de figuras rojas de Lucania (340-320 a. C.). Berlín, Antikensammlung. Odiseo está atado al mástil y dos sirenas tocan instrumentos a su alrededor
También aparecen mencionadas en
otra famosa epopeya griega, La leyenda de los argonautas. En ésta, el barco
Argo recorre la isla de las Sirenas tras detenerse en casa de Circe y antes de
llegar a los pasos de Planctes y de Caribdis y Escila. El centauro Quirón había
aconsejado a Jasón que se llevara a Orfeo con él para poder resistir los
hechizos de las Sirenas, que terminan derrotadas gracias a la superioridad del
canto de Orfeo y a su habilidad para tocar la lira. Decepcionadas por su
fracaso, las Sirenas se suicidan. No sabemos qué relato, si el de Homero o
éste, es anterior, pero coinciden en lo esencial.
Oinochoe ático de figuras negras, c. 525-475, Colección Callimanopulos,
Nueva York
En el arte y la literatura, la
naturaleza híbrida de un ser se relaciona con el horror: las Gorgonas, las
Sirenas, las Harpías y la Esfinge están fuera de los límites de la
civilización, no se encuentran en la polis, pero si se cruzan en tu camino es
casi seguro que el encuentro será mortal...Son, por tanto, figuras marginales,
de otro mundo, que existen entre el deseo y el terror, el agua y la tierra, la
vida y la muerte.
Las Gorgonas y las Sirenas
comparten una ascendencia oceánica común y permanecen estrechamente ligadas al
mar durante toda su vida. Son grupos de hermanas que residen en islas remotas; no son criaturas con las que uno se tope por casualidad, sino
figuras con las que sólo se encuentran héroes y viajeros. Ambas se relacionan
con los sentidos (la mirada de la Gorgona, el canto de la Sirena) y están
ligadas a la muerte y al inframundo.
Sirenas tocando instrumentos en un kylix beocio de figuras negras, pp. Siglo V, MET
Una de las primeras preocupaciones de
las generaciones posteriores a Homero fue situar a las sirenas dentro de una
genealogía mítica. Se las hizo hijas de diversos padres y una tradición tardía
dice que son hijas del río Aqueloo y una Musa (Melpómene o Terpsícore). Junto
al parentesco, algunos autores precisaron sus nombres. Una primera serie de
tres, y no dos, como podría haber sugerido el texto homérico, se remonta a
Hesíodo. El trío de nombres más extendido tenía connotaciones musicales:
Parténope (“voz de doncella”), Ligeia
(“tono claro o armonioso”) y Leucosia
(“blanca” ¿voz?), como era de esperar
en las hijas de una musa.
Oinochoe de figuras negras (c. 520 a. C.). Nueva York, colección G.
Callimanopulos. Sobre un promontorio, las sirenas interpretan su música
También se intentó localizar la isla. Apolonio de Rodas y
Hesíodo llaman a la isla “Anthemóessa”
(“la florida”, por la pradera) y
convierten ese adjetivo en nombre propio y así la isla termina llamándose así, Anthemoessa
(¿corresponde a Ischia o a Capri?). Recuerda a la pradera de asfódelos adonde llegan
los muertos (los asfódelos eran flores de los difuntos y a veces se plantaban junto a las tumbas). También sabemos que esta isla se encuentra cerca de Escila y
Caribdis, que Odiseo encontrará justo después de sobrevivir al canto mortal. En la isla hay cadáveres que se pudren, lo que evoca un cementerio. Además, en el período
helenístico y romano se destacó a menudo el carácter escarpado y alto de la
"roca" de las Sirenas (“sirenum
scopuli”), lo que se explica cuando sabemos que eran imaginadas como
mujeres-pájaro.
La forma híbrida de las Sirenas intrigó tanto a los antiguos que intentaron explicarla de forma más o menos racionalista, a través de la metamorfosis. Así, Apolonio de Rodas (en sus Argonáuticas, siglo III a.C.) afirmó que las Sirenas tenían forma humana antes del secuestro de Perséfone, su antigua compañera de juegos. Higinio y Ovidio se inspiraron en esta tradición, pero dieron dos versiones diferentes: el primero presentaba la metamorfosis como un castigo por no auxiliar a Perséfone cuando fue secuestrada; el poeta latino, por su parte, la hacía consecuencia de una elección deliberada, ya que ellas mismas pidieron alas para poder buscar a Perséfone sobrevolando el mar. La transformación de las Sirenas como una venganza de Deméter justificaría su carácter agresivo, pasando de víctimas a verdugos, perpetuando su propia maldición según la ley inmutable del destino mítico, con lo que la versión de Ovidio encaja menos en el mito.
Aunque el suicidio de las
Sirenas, después de que Ulises rompiera su poder, fue poco descrito antes del
fin de la Antigüedad, sus consecuencias, en cambio, lo fueron más: su entierro
en la costa italiana y el culto que se les rindió en Campania se mencionan con
frecuencia y se reservaba un papel importante a la evocación de Parthénope, una
de las Sirenas, epónimo de la ciudad que más tarde pasaría a llamarse Nápoles.
Su tumba era honrada y se le dedicaban juegos rituales.
Estela funeraria, c. 400 a.C., Altes Museum, Berlin. La despedida de la difunta está presidida por dos sirenas que tocan la lira y la flauta
El mar es un poderoso símbolo de
transición entre la vida y la muerte, y los griegos solían asociar los mares
con la inmortalidad y la transición y, por supuesto, tenían muy presente su
capacidad de matar. Las sirenas representan ese riesgo, e incluso la tentación
de dar el salto a lo desconocido. No es sólo su conexión con Perséfone, sino el
poder de su música lo que les permite convertirse en musas del inframundo. Del
mismo modo que su canto hace que los hombres olviden el presente, también puede
crear en ellos un amor apasionado por lo celestial y divino y el olvido de su
condición mortal. Su dulce canto, además, consuela a los muertos mientras se
mueven entre este mundo y el otro.
Grupo escultórico de terracota con Orfeo sentado y dos sirenas, 350–300
a.C. Tiene restos de policromía. Paul Getty Museum
Este grupo escultórico es único
por su representación de dos sirenas en el acto de cantar, o que se han
detenido repentinamente en mitad de la melodía, en respuesta a la figura
sentada de Orfeo. Originalmente pintadas con colores brillantes, las sirenas
están de pie sobre rocas, con sus patas de pájaro agarradas a las piedras, y
con sus grandes colas de ave extendidas por debajo de sus ropas. Estas
esculturas probablemente formaban parte de un grupo funerario, por lo que
podemos concebirlas como narrativas (del episodio de los argonautas) y a la vez
como protectoras.
Guillaume
Apollinaire, El bestiario o la procesión de Orfeo, grabado de Raoul Dufy, 1911
“La hembra del
alción,
el Amor, las
volantes sirenas,
conocen cantos
mortales
peligrosos e inhumanos.
No escuchéis a
estos pájaros malditos,
sino a los ángeles
del cielo.”
Aunque se encuentran en diversos
tipos de vasos, las Sirenas son más frecuentes en objetos personales más íntimos,
como los aríbalos (contenían aceite
perfumado) y los lécitos (de uso funerario,
para ungir al difunto). En la antigua Grecia era habitual incluir figuras de
animales protectores en la escultura funeraria, como leones y esfinges y las
Sirenas puede considerarse una manifestación más de esta práctica; así
aparecen a menudo en estelas desde finales del siglo V hasta mediados del siglo
IV, velando por los difuntos. Esa llamada "sirena de luto" se
popularizó a mediados del siglo IV a.C.
Lekythos con figuras negras sobre fondo amarillo (finales del siglo VI
a.C.). Atenas. Museo Nacional de Arqueología
Una placa funeraria del Museo de Boston, de los años
625-610 a.C., representa a una sirena bajo un lecho en la que dos mujeres, en
gesto de duelo, preparan un cuerpo para el entierro.
Placa
funeraria (pinax) con escena de duelo, pájaros y sirena, c. 625–610 a. C. Museo
de Boston
Esta placa muestra la primera
parte del funeral, la colocación del cadáver en un lecho funerario,
(prothesis), rodeado por la familia. Dos mujeres vestidas de negro se llevan
las manos a la cabeza en un gesto de duelo. La mujer fallecida está envuelta en
una tela negra y sobre ella tres pájaros (gansos o cisnes) vuelan hacia la
derecha, señal de buen augurio. La sirena bajo el lecho presta su voz de otro
mundo al lamento por los muertos.
Oinochoe
corintio con friso de animales, con una sirena entre leones y esfinges, por el llamado "pintor
del Vaticano", c. 640-630, Museo de Boston
Ninguna otra
figura híbrida ha tenido el poder de permanencia ni se ha reinterpretado tanto
como las Sirenas. Se despojaron de sus cualidades aviares y tomaron dos
direcciones distintas. Por un lado, se las puede considerar antepasadas de los
ángeles cristianos, con sus alas, arpas y bellos cantos que conducen a las
almas al cielo; por otro, han conectado con sus orígenes oceánicos y se han
convertido en mujeres con cola de pez, seduciendo a los marineros con su voz.
Apolonio de Rodas fue el
primero en describirlas como seres híbridos, "eran en parte como pájaros y en parte como doncellas". Con el
tiempo sufrieron una evolución que les hizo pasar de mujeres aladas a
criaturas marinas, cambiando sus plumas por escamas (¿se cruzó con el
conocimiento del dugongo, mamífero marino incluido en el orden de los Sirénidos?). Como las Harpías, nacieron como un compuesto de
pájaro y mujer, pero a diferencia de aquellas, sucias e infecciosas, tenían
voces encantadoras y atractivas.
Ovidio (Las Metamorfosis): “¿Pero por
qué vosotras, sirenas, diestras en el canto, hijas de Aqueleo, tenéis plumas y
garras de pájaros, teniendo todavía rostros humanos?”
Plinio el Viejo (Historia Natural): “Tampoco las sirenas deben obtener crédito, aunque Dinon, el padre de la
célebre autoridad Clitarco, declara que existen en la India y que encantan a la
gente con su canto y luego cuando estén sumidos en un sueño pesado, los despedazan.”
Sirena, c. 370 a.C., Museo Arqueológico de Atenas
Cuando vemos las distintas
escenas donde aparecen Ulises y las Sirenas, llama la atención su progresiva
humanización. En el período arcaico predominó el elemento animal: los artistas las
dibujaron como pájaros con cabeza humana. A partir del siglo VI, solían tener instrumentos
musicales, generalmente la doble flauta y la lira.
Aríbalo corintio (575-550 a. C.), Museo de Boston. Parece la más
antigua representación del mito
Calco de la vasija anterior. Vemos a Ulises atado al mástil. Los pájaros acompañan a las Sirenas que, además, tienen cuerpo de ave
A partir de sus formidables
poderes mágicos, las Sirenas pasaron a ser invocadas en ocasiones como deidades
benévolas en el marco del culto a los muertos. El híbrido humano-pájaro que,
al igual que la esfinge, fue importado de Oriente, era adecuado para representar
seres demoníacos y recordaba también a la babilónica Lilith, la diosa de la
Muerte, una mujer desnuda con
alas y pies de pájaro. Las Sirenas se asociaron a un culto funerario de
tipo popular, opuesto a la religión olímpica. Sabemos de pequeñas estatuillas
de terracota con forma de pájaros con cabeza humana que llevaban un capullo de
loto o un kalathos (tocado en forma
de recipiente) en la cabeza y que se depositaban en las tumbas y los templos de
Perséfone.
Estatuilla de terracota, c. 500 a. C.). Múnich, Staatliche
Antikensammlungen
A un contexto similar pertenecen
relieves y pinturas de vasijas donde aparecen llevando en sus brazos un
alma en forma de una pequeña figura humana, acompañando a Deméter, Hera o
Dionisos, o en escenas de próthesis. En
Helena, de Eurípides, se las presenta
como deidades benévolas.
“Helena. – ¿qué lamento me esforzaré en pronunciar? ¿A qué musa acudiré
con lágrimas, lamentos y dolores?
Sirenas aladas, hijas de la Tierra /ojalá acompañarais mis lamentos al
son de la flauta /o de la siringa o de la lira/respondiendo con lágrimas a mis
lágrimas /con sufrimientos a mis sufrimientos /con cantos a mis cantos. /Que
Perséfone me envíe vuestra fúnebre música /uniéndose a mis lamentos /y así
recibirá en sus moradas tenebrosas/ el canto de dolor bañado en lágrimas /que
dedico a los muertos subterráneos.” (Eurípides, Helena)
Terracota (Italia. Siglo III-II a.C.). Berlín, Antikensammlung. La sirena lleva en brazos un alma
Esta evolución de su significado tiene
precedentes y deriva del miedo supersticioso, de modo que, así como las Erinias (“las vengadoras”) eran llamadas
Euménides (“benévolas”) por
antífrasis, con el objetivo de hacerlas favorables, las Sirenas se asociaban al
culto de los muertos para conciliar. De demonios malvados se transformaron en
demonios serviciales y su imagen, representada en la tumba o en un lekytos
funerario, se convirtió en un poderoso apotropaion
(protección contra el mal).
Hastial de una tumba de Xanthos, en Licia, c. 500-480 a. C. Museo
Británico.
Estatua funeraria del
Serapeion de Menfis, 340-330 a. C. Atenas, Museo Nacional de Arqueología
Siendo objeto de veneración o temor, en virtud del sentimiento ambivalente que siempre provoca lo sagrado, eran temidas y adoradas y su aspecto nocturno sobrevivió en la creencia en las sirenas-íncubos, demonios que tenían relaciones sexuales con durmientes.
Después de haber sido conductoras
de almas en los prados de Perséfone y en el oscuro Hades, el pitagorismo
místico convirtió a las Sirenas en divinidades psicopompas (que conducen las
almas al más allá) y celestiales porque el lugar donde se suponía que debían ir las almas después de la muerte era asimilado al
Océano, así como el Sol y la Luna eran considerados las “verdaderas Islas de
los Bienaventurados”. El pitagorismo hizo coexistir sirenas “buenas” y “malas”:
las primeras –a veces identificadas con las Musas– salvaban a las almas atrayéndolas
hacia las estrellas; las segundas, las perdían inclinándolas hacia el círculo
inagotable de la generación.
Un fragmento del comentario
pitagórico a la Odisea, citado por
Plutarco, atestigua la tendencia mística de la interpretación:
“...cuando después de la muerte ellas (las almas) se vuelven errantes, las Sirenas les inspiran el amor a lo celestial y divino, al mismo tiempo que se olvidan de las miserias mortales. Las mantienen, las encantan, las consuelan; y estas almas, por gratitud, las siguen y se adhieren a ellas. Aquí abajo nos llega un eco debilitado de esta música..."
Urna cineraria etrusca (c. 150 a. C.) que representa la historia de Ulises. Volterra, Museo etrusco Guarnacci. Las sirenas aparecen aquí como mujeres que tocan instrumentos
En la interpretación alegórica posterior,
de origen estoico, representan una de las tentaciones que el hombre debe soportar
en su peregrinar por la tierra, interpretación que luego llevará a su extremo el
cristianismo, para el que simbolizan la lujuria. Cualquiera que fuera la interpretación
de las Sirenas, su carácter inquietante se debe esencialmente a su relación
simbólica con la sexualidad y la muerte. A veces, estos dos dominios se
disocian en algunas interpretaciones alegóricas y encarnan seducciones
distintas a las de la carne u otros vicios, tanto físicas como intelectuales,
pero siguen determinadas por la noción ambigua de su encanto.
Sarcófago romano, 230-240 d. C. Museo Nazionale Romano. Las sirenas, a la izquierda, tienen patas de aves
En este sarcófago vemos a Ulises
y las sirenas a la izquierda, y a la derecha una escena de debate filosófico
con el busto del difunto resaltando sobre un velo sostenido por amorcillos. Este
relieve tendría esencialmente un significado moral, recordándonos que, gracias
a la filosofía práctica, el difunto resistió a los placeres engañosos,
simbolizados por las sirenas y mereció, por su conducta, la inmortalidad.
Según Suetonio, el emperador
Tiberio pidió a los sabios que le dijeran “cuáles
eran los cantos de las sirenas”, lo que expresa el interés por su mito no
dejó de manifestarse de muchas formas en la Antigüedad Tardía. Aparecen en todo
tipo de representaciones: mosaicos, lámparas, gemas, frescos, estatuas,
relieves…
Fresco
pompeyano (siglo I d.C.), Museo Británico. Representa la roca de las Sirenas,
con la orilla llena de huesos putrefactos, como describe Circe. Las Sirenas
tiene patas, cola y alas de ave
El judaísmo alejandrino relacionó a la sirena griega con la demoníaca figura femenina de Lilith: la confusión y la contaminación entre los dos términos hizo que las connotaciones eróticas y nocturnas de la sirena griega facilitaran su adopción por la tradición cristiana.
Mosaico romano de Dougga, siglo III d. C. Túnez, Museo del Bardo
Hemos recurrido muchas veces al Physiologus (literalmente, “el estudioso de la naturaleza”), una colección de relatos de animales que incluyen tanto la descripción de un animal real o fabuloso como la interpretación simbólica de su naturaleza. Aunque sus fuentes son principalmente paganas (Aristóteles, Plinio, Plutarco…) se redactó en Alejandría a finales del siglo II o principios del III d.C., en un entorno cristiano. Esta obra era tanto un manual de zoología como una obra religiosa, lo que explica el origen bíblico de la mayoría de las referencias.
Clasificadas entre los animales del desierto y los espíritus de la lamentación, a veces confundidas con Lilith, estas “nuevas sirenas” estaban dotadas de características comunes a otros demonios judíos. Así, las Sirenas penetran en el pensamiento cristiano, mezclando traducciones bíblicas con fuentes clásicas. Su
“cristianización”, por otra parte, les llevó a perder su ambivalencia original,
despojándolas de cualquier connotación positiva.
Physiologus, pp. XIV, Bayerische Staatsbibliothek, Clm 3206. Un grupo
de marineros en un barco son dormidos por una sirena mientras un onocentauro
los señala
Las sirenas fueron valoradas negativamente a partir del siglo IV, bajo la influencia de los escritos de los Padres de la Iglesia. Cuando no aparecen como espíritus de lamento, se las menciona regularmente como símbolos de perversión y herejía.
El alegorismo de los filósofos
cristianos servía a tres propósitos: rehabilitar las antiguas fábulas
consideradas inmorales, utilizar el mito como reflexión y reclamar la autoridad
de los antiguos poetas. Esta última función se basaba en la idea de que los
autores antiguos —y en particular Homero— eran portadores de una especie de
revelación primitiva que habían expresado enigmáticamente en sus versos, de
modo que había una clara analogía entre las verdades cristianas y los mitos
griegos.
“Pasa tu nave más allá de este canto, artesano de la muerte; basta que
lo queráis y saldréis victoriosos de la perdición; atados al madero, seréis
librados de toda corrupción, el Logos de Dios será vuestro piloto, y el
Espíritu Santo os conducirá a los puertos celestiales". (Clemente de
Alejandría).
Después de Clemente se retomó la
imagen del mástil del barco como el tronco de la cruz, la antena
crucis a la que el cristiano debe aferrarse durante el viaje por la vida.
La noción de la vida cristiana simbolizada por un peligroso viaje por mar hacia
el portus salutis, el puerto de la
salvación, navegando en la nave de la Iglesia, debe de haber estado en el origen
de la evocación metafórica del arrecife de las Sirenas. La imagen del naufragio
en el vicio, frecuentemente utilizada por los Padres de la Iglesia, tuvo la
consecuencia de favorecer la opinión de que las víctimas de las sirenas morían
ahogadas. Antes que ellos, se los imaginaba muriendo de inanición y secándose, paralizados
por el placer de la música.
Un descanso: Debussy:
Sirènes, Nocturnes 3. Orquesta de Radio Luxemburgo, dir. Louis De Froment
Aunque la imagen de las Sirenas está muy presente en los textos, los primeros filósofos cristianos nunca se habían preguntado mucho sobre su morfología; debemos a Isidoro de Sevilla (Etimologías) haber explicado la pertenencia de las Sirenas a los seres alados por razones de carácter simbólico, en una descripción que calca la iconografía griega que hemos visto en tantos vasos:
“La gente imagina tres sirenas que eran en parte doncellas, en parte pájaros, con alas y garras; una de ellas hacía música con su voz, la segunda con una flauta y la tercera con una lira. Atraían a los marineros, atraídos por la canción, al naufragio. En verdad, sin embargo, eran rameras que, porque seducían a los transeúntes hasta la indigencia, se imaginaban que acarreaban el naufragio. Se decía que tenían alas y garras porque el deseo sexual vuela y hiere. Se dice que vivieron entre las olas porque las olas dieron origen a Venus”.
Será necesario esperar hasta el siglo VII u VIII para encontrar una descripción precisa de las sirenas-pez reconocidas y designadas como tales. Antes hubo un periodo de transición en que se mezclaban rasgos aviarios y pisciformes. Los intentos aislados de representar a las Sirenas como seres pisciformes no constituyen una verdadera tradición y no parecen haber tomado forma plena hasta el siglo VII y afectó tanto a los textos como a las imágenes.
Relieve copto de Herakleiopolis Magna, siglos IV-V d.C. Recklinghausen,
Museo de iconos
Tomás de Cantimpré (c. 1200-1272
d.C., en Liber de natura rerum):
“Las
sirenas son animales ruidosos, como dice el Fisiólogo, que desde la cabeza
hasta el ombligo tienen forma de mujer de gran tamaño, con una rostro espantoso
y pelo muy largo y escamoso en la cabeza […] tienen una parte de su cuerpo como
la del águila y garras en las patas capaces de remar; pero al final del cuerpo
tienen colas escamosas de pez, con las que nadan como remeros en el mar. Tienen
en su voz cierta melodía musical y dulce, con la que los marineros, encantados
y atraídos, se duermen, y los durmientes son despedazados por las garras de las
sirenas. “
Bestiaire de Pierre de Beauvais, folio 202v, Francia s. XIII, Bibliothèque
de l'Arsenal. En esta imagen conviven sirenas-pez con una sirena-pájaro
Alberto Magno (siglo XIII, en De animalibus): “Las sirenas, popularizadas en la fábula poética, son monstruos marinos
cuya parte superior del cuerpo tiene la figura de una mujer de largos pechos
colgantes con los que amamanta a sus crías; el rostro es horrible y tiene una
melena de pelo largo y suelto; debajo tienen garras de águila, arriba alas
aguileñas y detrás una cola escamosa que sirve de timón para guiar su nado.”
Bartholomaeus Anglicus (Liber de proprietatibus rerum, siglo
XIII) se refiere a distintas autoridades y las menciona tanto como criaturas
marinas como serpientes aladas.
Salterio de Isabel de Francia, folio 18r., elaborado en Inglaterra
(York), 1303-1308, Bayerische Staatsbibliothek. Dos sirenas (una barbuda) hacen
dormir a unos marineros. Las sirenas son del tipo humano-pájaro-pez
A diferencia de las aves como el loro o el ruiseñor, el canto de la sirena no necesita un contexto inmoral para tener connotaciones negativas ya que siempre es pecaminoso. Estos tres pájaros musicales se encuentran juntos en el Policráticus de Juan de Salisbury (1159), que denigra la belleza del canto coral:
“El mismo culto religioso queda manchado por el hecho de que, en el
recinto del templo del Señor, se intenta conmover a las almas ligeras y
fácilmente impresionables, desplegando una especie de ostentación apasionada,
con muelles juegos de notas y articulaciones musicales. Cuando uno oye las
acariciantes melodías de las voces que abren el canto, resuenan, se sostienen,
se apagan y se alzan de nuevo dominantes, cree estar oyendo cantos de sirenas y
no de hombres y se admira de la flexibilidad de los tonos con los que no pueden
igualarse ni el ruiseñor, ni el papagayo, ni la más sonora de las aves… Estos evidentes excesos son más proclives a
explicar la pasión carnal que la devoción del alma.”
Bestiaire d'amour/L'Image du monde, folio 6v. Biblioteca Nacional de
Francia, fr. 12469. Aquí, la sirena alada no se anda con músicas, sino que es más
expeditiva y atiza directamente al marinero con un palo
Algunas ilustraciones incluyen
sirenas masculinas barbudas. La sirena y
el onocentauro (oνoχενταυρos, mitad hombre, mitad asno salvaje) a veces se
ilustran juntos porque ambos son símbolos de la lujuria.
( Physiologus griego ) , folio 10r, s. XIV. Biblioteca Ambrosiana.
Sirena y onocentauro
Bruselas. BR. E. M. 10066-77, manuscrito procedente del Mosa o Champaña
o Laon, segunda mitad del siglo X. Vemos a una sirena tocando un instrumento de
cuerda mientras otras despedazan a un hombre
La morfología de la Sirena cambió antes en las imágenes que en los textos, y la primera mención como mujer-pez aparece en el Liber monstrorum (ff VII-pp. VIII), probablemente escrito en Gran
Bretaña y muy difundido en IX y X.
“Sirenas, jóvenes del mar que engañan a los navegantes con su belleza y
sus cantos muy dulces; desde la cabeza hasta el ombligo, tienen cuerpo de niña,
sin embargo, tienen colas de pez cubiertas de escamas con las que se mantienen
en las aguas.”
El presunto lugar de origen de este texto
sugiere que las Islas Británicas, junto al Egipto copto, desempeñaron un papel importante
en la recreación de la noción del pez-sirena o, al menos, lo difundieron. Las
deidades del agua celtas y germánicas debieron de ser confundidas con las
sirenas, lo que se vio acentuado porque se decía que las sirenas del mito
griego vivían junto al mar y devoraban a los marineros. Con el tiempo, se
olvidó el vínculo con los pájaros y las sirenas se representaron simplemente
como mujeres-pez.
Muchos textos seguían reproduciendo las descripciones clásicas, mientras que las ilustraciones ya muestran peces-sirenas. Esa brecha se explica porque la tradición literaria favorecía la fidelidad al texto antiguo, una influencia a la que el artista no estaba sujeto porque habitualmente no había leído la obra que ilustraba. En los siglos XI y XII la supremacía de la sirena-pez era indiscutible, aunque seguimos encontrando ejemplares alados.
Calco del "Hortus deliciarum" de Herrada de Landsberg, abadesa de
Hohenburg, Alsacia, elaborado entre 1167 y 1185
No es descartable que haya
influido una cuestión meramente formal: una línea abstracta puede determinar
una silueta y adquirir un valor narrativo para el artista, de modo que el
carácter flexible de los arabescos y las volutas puede haber dirigido la mano y
el pensamiento del artista hasta llegar a este tipo de figuras. Los
pájaros-sirena fueron sometidos a deformaciones que se basaban en
el principio de simetría y cuyo efecto es muy decorativo. En este sentido,
parece posible que la confusión entre las sirenas y otras divinidades del agua
haya sido realizada primero por artistas, menos nutridos de cultura clásica que
los hombres de letras.
Estella, capitel del claustro de San Pedro de la Rúa, finales del siglo
XII. Las volutas de inspiración corintia se transforman en las colas de las
sirenas…o a la inversa
La sirena-pájaro sobrevivió, en retroceso, hasta el Renacimiento, cuando la sirena-pez la reemplazó prácticamente por completo, quizás por ser más evocadora y más dada a las connotaciones eróticas, además de tener significados menos horrendos.
Qué interesante, Alfonso... Cuántas conexiones y cuántas transformaciones. Muchas gracias. No dejes de escribir que, aunque a veces vayamos con retraso siguiendo las entradas, muchos te tenemos como referencia. Un abrazo. Ana.
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