HUMANILENGUADOS (III): DESEOS, VICIOS, VIRTUDES

 

Después de beber vino, el loro se vuelve más descarado que nunca.”

(Aristóteles, Historia animalium)

 

“Como dice Aristóteles, le gusta beber vino, y es un pájaro excesivamente lujurioso” (“ut dicit Aristotelesvinum libenter bibit, et est avis 

luxuriosa nimium” ) 

(Tomás de Cantimpré, 1201-1272 )

The love parrots, L.U. Gill,1884


Ya hemos visto que los pájaros han estado especialmente relacionados con la condición femenina, algunos de forma particular, como el gorrión o la paloma, pero el loro ha ocupado una posición de favorito, acompañante privilegiado de su soledad, de sus deseos, de sus placeres y de sus pecados, y no es difícil entender que detrás de esa predilección está la condición paródica del ave, la caricatura del esposo, el remedo burlesco del amante, la ridiculización del hombre como perseguidor de la mujer.

Su relación con el amor le viene de sus orígenes indios, donde es vehículo del dios del amor, Kama, y por eso aún se encuentra en el ajuar nupcial en algunas regiones, como en Kerala (el sari kanjivaram), no solo por el estampado sino por el color verde distintivo del ave, el kili pachai, el “verde -loro”, que parece ser una especie de talismán matrimonial.

Una muestra de seda "kili pachai" y un sari de esa tela


Un ejemplo clásico de su vínculo con el amor sería la elegía que Ovidio dedicó a la muerte del loro de su amante Corinna (Amores 2.6):

“Ha muerto el papagayo, ese pájaro de las Indias Orientales que imita nuestras voces. Pájaros, acudid en tropel a sus exequias, acudid en demostración de piedad, golpeando con las alas vuestros pechos, y clavaos en las cabezas las uñas afiladas. En vez de plañideras que retuerzan sus cabellos, arrancaos las hirsutas plumas y que vuestros cantos resuenen sustituyendo a la fúnebre trompeta…

Guarda sus huesos un túmulo de grandeza proporcionada a tal cuerpo, y sobre una pequeña losa se lee este breve epitafio: 'Comprendo por este sepulcro que supe agradar a mi dueña, y tuve para hablarla más talento del que suelen las aves.' "

Maestro ES, El jardín del amor, 1465

Era fama la condición del loro como animal lujurioso y de ahí su presencia habitual en los entretenimientos amorosos.…Pareciendo a veces alegre, a veces triste, simulando los gestos de los amantes, parece querer copular” (Alexander Neckham, 1157 –1217). En el grabado anterior aparece en el centro de la composición, sobre el árbol central del Jardín del Amor, entre dos amantes que juegan al ajedrez, metáfora del juego amoroso; y en el árbol de la derecha, donde un bufón flirtea con una mujer que lee una carta (seguro que de un amante), indicando la inconsistencia de las palabras del pretendiente. 

Israel van Meckenem, Dos amantes en una fuente, 1465-1500, Museo Británico. El loro aparece en la mano derecha de la mujer. Mientras, el bufón anima el juego y el hombre señala su propia entrepierna, impaciente


Maestro ES, Dos amantes en un banco de flores, 1460-67 


Maestro ES, La lujuria y el tonto, c. 1460


Maestro ES, El Gran Jardín del Amor, c. 1460


En esta última obra hay muchas alegorías: el búho acosado por pájaros ( el pecador sufriente), el buhonero en la puerta (el pecador que llama al arrepentimiento)…pero el loro preside el banquete.

 

Konrad von Megenberg, Psittacus, Das Buch der Natur, 1442-1448. Parece una cotorra alejandrina a la que los amantes acuden ¿en busca de inspiración o consejo?


Tapiz de la Dama y el Unicornio, c. 1500, Musée de Cluny, París 


Como un remedo de la cetrería, la dama ofrece a su loro un confite, mientras el pobre perro faldero mira con envidia. Hay muchos ejemplos de la glotonería de estas aves que, más comúnmente, suelen recibir frutas.


Vittore Carpaccio, dos damas venecianas, c. 1490-1495, Museo Correr, Venecia

Anteriormente se consideraba que esta pintura mostraba a dos cortesanas, pero hoy se piensa  que sean miembros de la familia patricia Torella, dando una interpretación coherente con un contexto nupcial:  las tórtolas representan el vínculo matrimonial, reforzado por el lirio blanco, asociado a la pureza de la Virgen; el loro, habitualmente asociado a María por su anuncio "ave", referido a la Anunciación, simboliza aquí el destino de la mujer como esposa; la pava real es símbolo de fertilidad; los dos perros, con su significado de lealtad, sujetos por la mujer mayor, implican que ella es la responsable de vigilar a la joven novia y asegurar su respetabilidad.. Ahora se sabe que otra tabla, en el Museo Getty, es parte de la misma obra, su parte superior amputada, y representa varios barcos en la laguna, y explicaría el significado de la escena como dos mujeres que esperan el regreso de sus maridos después de una expedición de caza, o de pesca con cormoranes.


Reconstrucción de lo que debió de ser la obra completa (uniendo virtualmente la tabla de Venecia -la mitad inferior- con la del museo Getty -la mitad superior-), que pretendía ser un trampantojo en el que la visión del espectador se proyectaría hacia la laguna a través de la veranda

Pieter de Hooch, pareja con loro, 1668, Wallraf-Richartz-Museum, Colonia


En este cuadro holandés, el ofrecimiento del loro a la mujer es una advertencia ante las invitaciones amorosas: ella prueba, animada por el hombre y algo reticente, a mojar una golosina en su copa para ofrecerla al pájaro, lo que supone más de un pecado a la vez. En la obra inferior, dar de comer al loro es una advertencia moral cuya consecuencia se muestra en el hombre que bebe y una llamada a la moderación que las familias deben enseñar a sus hijos. El desorden se ejemplifica en el cuadro sobre la chimenea: Dánae y la lluvia de oro, la lujuria que no atiende a barreras.



Pieter de Hooch, Interior con un hombre bebiendo y un niño alimentando a un loro, 1668-1672, colección privada

El loro es también un borracho, pero un borracho de lujo. Plinio dice de él que "el vino sobre todo lo pone en alegría”. Aristóteles, que "es un gran hablador cuando se le hace beber vino”. Se explica esa afición porque, según el Fisiólogo, no parece gustarle el agua: “Vive en las costas orientales o indias. Vive en la montaña Gilboa, debido a la sequía, ya que muere si llueve mucho sobre su plumaje “. En realidad, se pensaba que el agua desteñía sus brillantes colores.


Sobriedad y gula, 1295, Somme le Roi, Bibl. Mazarine, MS 870. A la derecha, detalle del manuscrito donde se contrasta la Sobriedad, a la izquierda, con la glotonería, a la derecha

Por el contrario, también es modelo de virtudes: la Sobriedad lleva triunfante a su loro y pisotea al oso glotón, que mira tristemente en dirección al banquete donde el hombre se atraganta, mientras que el pájaro sólo tiene ojos para su ama. La fuente de la imagen es, con toda seguridad, los Amores de Ovidio, texto del que había numerosos manuscritos medievales. El poeta elogia la frugalidad del loro muerto de Corina:

 

“Te llenaba muy poco, y no podías, por amor a la plática,  

tu pico entregar a los muchos alimentos.  

Comías una nuez y adormidera, razón de tu sueño,  

y expulsaba tu sed un sorbo de agua pura.” 

 

Y no sólo era modelo de moderación en el comer, también lo era de fidelidad, y así puede verse como ejemplo de animal faldero en imágenes de corte.


Círculo de Frans Pourbus el Joven, Princesa desconocida con un loro, 1620, Colección privada  



Jacopo Guarana, Alegoría de la fidelidadmm. del siglo XVIII, colección particular 


Martin de Vos,"Scorpius irata tactus dat vulnera cauda" Alegoría de los sentidos: Tacto, Colección Colección de figuras de la Biblia de Jean Mès, hacia 1590-1591, BNF


También aparece a veces como alegoría del tacto amable frente a los peligros de ese sentido, en este caso encarnados por el escorpión que, como dice el emblema latino, “enojado al tacto, hiere con la cola”.


Según Cayo Julio Solino (De mirabilibus mundi, mm. siglo IV), había dos tipos de loros, uno bueno, manso, gentil y puro, con seis dedos; y otro villano y mezquino, de tres dedos.


Un loro mal encarado, de tres dedos, en el Bestiario de Ann Walsh, 1400-1425, Kongelige Bibliotek, Copenhague


La inclusión de loros en bodegones los conecta con el mundo de los sentidos, la riqueza y el comercio. Como criatura exótica de tierras no europeas los loros fueron muy apreciados durante el período colonial. Y no solo se valoraban las aves vivas, también se valoraban las plumas. Hay una ingente cantidad de naturalezas muertas con loros, sobre todo desde que los holandeses hicieron más frecuentes sus viajes a las Indias Orientales y la llegada de estas aves se hizo habitual. Su aspecto colorido encajaba muy bien con el despliegue de las mesas flamencas, tan suntuosas.



Georg Flegel, Gran cena espectáculo con loro, c.1620,  Alte Pinakothek, Múnich




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Georg Flegel, Naturaleza muerta con loro, 1600-1610, Alte Pinakothek, Múnich


Pieter de Ring, Bodegón con loro, colección Wallace, Londres


Jan Davidsz. de Heem, Rica mesa dispuesta con loro, c. 1650, Academia de Bellas Artes de Viena



Robert Delaunay, Bodegón con un loro, 1907, Colección Carmen Thyssen

Como cómplice de lujurias o ensoñaciones solitarias, el loro casi no tuvo rival porque llegó a superar a las aves locales, que habían sido las compañeras tradicionales de las mujeres.


 

Rosalba Carriera, Mujer con loro, c. 1730, Instituto de Arte de Chicago


Giovanni Battista Tiépolo, Mujer con un loro, 1760-61, Ashmolean Museum, Oxford


Nicolas de Largillierre, Retrato de mujer, 1696, MET, Nueva York 


Eugène Delacroix, Mujer acariciando un loro, 1827, Museo de BBAA de Lyon


Gustave Courbet, Mujer con un loro, 1866, MET, NY  


En esta controvertida obra de Courbet, una mujer, sobre un sofá de terciopelo, extiende un brazo para que un loro se pose en su mano (parece un loro amazonas frentiazul, Amazona aestiva). La imagen fue vista en su momento como desagradable y provocativa. Parece que, inicialmente, el brazo se extendía hacia un hombre, pero Courbet cambió al amante, demasiado explícito, por el loro.

 

Antes de pintar Mujer con loro, Courbet hizo una pintura aún más escandalosa, El Sueño o Venus y Psique, presentada al Salón en 1864 -y rechazada-. Representaba, según se describió en su época, “una mujer morena de aspecto masculino [inclinada] con una expresión equívoca (¿odio? ¿lujuria?) sobre una suntuosa rubia dormida”. La mujer dormida, Psique, está en una posición casi idéntica a la de Mujer con loro; la diferencia entre los dos cuadros es la segunda mujer. El Salón podía aceptar un desnudo así, pero ¿¡dos!?, de ninguna manera. Además, rompía con el relato porque esa escena debía incluir a un hombre, Eros, y no a otra mujer. Un corredor de bolsa compró el cuadro, pero insistió en que Courbet añadiera una cacatúa blanca, que se vería como un símbolo de la sexualidad masculina. 


G. Courbet, El sueño o Venus y Psique, 1864. Pertenecía a un coleccionista alemán, pero fue destruido en un bombardeo sobre Berlín, en 1945


Édouard Manet, Señorita con loro, 1866, MET, NY


La modelo de Manet, Victorine Meurent, había posado para ocho de sus cuadros, algunos de los cuales fueron desnudos polémicos (Olympia y Le déjeumer sur l'herbe). Ahora se presenta con una apariencia recatada, haciendo destacar su bata de seda. Los críticos vieron la pintura como una réplica a Mujer con un loro de Courbet (son del mismo año) y como un indicativo del defecto de Manet de "no valorar una cabeza más que una zapatilla". Estudios recientes interpretan la obra como una alegoría de los cinco sentidos: el ramillete de flores (olfato), la naranja (gusto), el loro (oído) y el monóculo entre los dedos (vista y tacto). Huysmans, un antinaturalista irredento, dijo de esta obra: Manet robó el loro de su amigo Courbet y lo puso en una percha, próximo a una joven con un salto de cama rosa. ¡Estos realistas son capaces de hacer cualquier cosa! (Le moniteur universal).


Pierre-Auguste Renoir, Mujer con un periquito, 1871, Museo Guggenheim, Nueva York 


Dos versiones de Adolfo Belimbau, Les oiseaux d’amour, fines XIX, Colección privada

En estos cuadros hay una dualidad de parejas: la de las aves y la de las muchachas, que quizás imaginan que su vida se aproxima al momento del amor. Los periquitos y los agapornis se pusieron de moda en el siglo XIX y se popularizó su apodo como “pájaros del amor” (recordemos su papel en “Los pájaros”, de Hitchcock), quizás por su propensión a mostrase cariñosos en pareja (los agapornis se apodan también “inseparables”). Frente a los pájaros más “populares”, como los canarios, los jilgueros y otros pájaros silvestres, eran más exóticos, más costosos y vestían mejor los salones de las familias acomodadas.


Wilhelm Heinrich Schlesinger, joven con “pájaros del amor" , 1876, Mercer Art Gallery, Harrogate, Reino Unido

 


Valentine Cameron Prinsep, La leyenda del loro, 1875, Colección particular

 

Prinsep, pintor orientalista que nació en la India, ilustra un cuento persa antiguo: el loro es una hechicera enviada a la mujer para contarle historias y distraerla de las tentaciones mientras su marido está de viaje de negocios: una versión alternativa a Las Mil y una noches.


Max Beckmann, Quappi con loro, 1936, Museo de Arte de Mülheim an der Ruhr, Alemania 



Frida Kahlo, Mis loros y yo, 1941, Colección privada 


 Las picardías de las revistas ilustradas de principios del siglo XX vieron en el loro un alter ego del amante o del marido, incluso del amigo al que se confiesan las intimidades amorosas.


Georges Léonnec , ilustración para La Vie Parisienne,''Tout le monde soldat' (« ¡Todo el mundo soldado!”), 1916. El loro, en un arranque patriótico (estamos en plena Gran Guerra), dirige la instrucción de la alegre muchacha: “¡Presenten aaarmas!”

 


Edouard Touraine, La Vie Parisienne, ''Le remplacant'' (« El sustituto »), 1916. Estamos en guerra y la mujer -una «garçonne»- le dice a su cacatúa:

« Quelle terrible chose que la Guerre ! Depuis que mon mari est parti, je n’ai plus que cet animal-là à tourmenter » (« ¡Qué cosa tan horrible es la guerra. Desde que mi marido se fue sólo tengo a este animal para atormentar”)

 


Portada de La Vie Parisienne, abril, 1921. La pelea de los dos papagayos ha destrozado el vestido de la mujer, que se divierte con esa competencia de la que ella es la causa: una excusa para el desnudo

 


Walter Howell Deverell, El loro o el loro gris, 1853, National Gallery of Victoria


Tarde o temprano, algún ave nos llevará a los Prerrafaelitas. Esta obra llama la atención tanto sobre el loro (un gris africano, Psittacus erithacus) como sobre la persona representada.  El loro gris ofrece varios niveles de significado. Desde un punto de vista convencional, la pintura parece no ser más que una variación del tema omnipresente de la mujer pensativa, esta vez con el motivo añadido de un pájaro. Estamos ante una pausa reflexiva, una evocación de una ausencia, un recuerdo, una pérdida. El motivo es propio de una época que llamaba a las mujeres educadas a cultivar el amor por las cosas amables, teniendo pájaros como mascotas, la compañía favorita de las mujeres solteras confinadas en el hogar. Deverell no eligió un loro cualquiera, sino un gris africano, el pájaro parlante más brillantemente dotado, un ave delicada que necesita mucha atención, pero que sufre de aburrimiento y soledad si está confinado en una jaula. Eso explica el contraste del ave que está fuera de su jaula mientras la mujer está dentro de la suya. La intimidad entre las dos criaturas se confirma aún más con el libro de poesía en su regazo, como si hubiera estado leyendo para el pájaro, revelando asuntos del corazón a una criatura capaz de comprenderlos, incluso de responder a ellos.

 

Y ya que estamos con la poesía, volveremos a Ted Hughes, el poeta de la fuerza natural mítica y salvaje. Hughes describe a un papagayo enjaulado como un “aristócrata fugitivo de alguna atronadora jerarquía mitológica” en su poema "Macaw and Little Miss" (“El guacamayo y la pequeña señorita”), donde el ave se rebela contra su cautiverio. El animal encarna cierto poder sexual latente que la reprimida señorita piensa erróneamente que puede acariciar y engatusar. Hay un contraste entre la represión puritana encarnada por la mujer y la furia de los ojos violentos del ave, poseídos por una fuerza diabólica. El temperamento del pájaro enjaulado estalla y está claro que su naturaleza salvaje no puede ser aprisionada por unos barrotes.

 

 

El guacamayo y la pequeña señorita

 

En una jaula de costillas de alambre

grande como una cabeza humana, el guacamayo 

se eriza mirando como

en llamas, sufriendo los íncubos ardientes 

de sus propios ojos.

 

 

En el saloncito de la vieja dama, donde una aspidistra sucumbe

ante el almizcle del terciopelo descolorido, cuelga como llama viva,

   como el instrumento de hierro de un torturador preparándose

   con densos y lentos estremecimientos de verdes, amarillos, azules,

       carmesí en las púas:

 

   O como la cabeza putrescente que cuelga de la cocina 

metálica del brujo, amenazando, 

como volcán, vomitar mundos de negra ceniza,

y algún día lo hará; o como aristócrata fugitivo

de alguna atronadora jerarquía mitológica, atrapado

   por un niño pequeño con una corteza de pan y un alfiler torcido,

   o con un lazo de crin de caballo para atrapar un tordo,

      enjaulado luego para cantar.

 

   La anciana que lo alimenta, 

tiene una nieta. La niña se burla, lo llama "Pobre Polly", 

"Fregona alegre". Pero yace bajo cada luna llena,

el vidrio hilado de su cuerpo desnudo y tan reluciente,

sus ojos rebosantes no tiemblan ni derraman

   el sueño del guerrero que llega, relámpago y hierro,

   aplastando y quemando y desgarrando hacia su ingle:

      hundida en la almohada suplica en silencio.

 

   Todo el día mira fijamente su hoguera

con los ojos enrojecidos, pero cuando ella llega, los cierra.

"Polly. Precioso Polly", ella lo engatusa y lo mece suavemente.

Acaricia, susurra besos. Los párpados azules permanecen cerrados.

Ella golpea la jaula, iracunda, y se da la vuelta:

   instantáneamente pico, alas, garras se encrespan,

 

golpean los barrotes en conflagración y frenesí,

       y su chillido atruena la casa.


                                               (CONTINUARÁ)

 





 



 


















 




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