EL GORRIÓN-CAMELLO
El avestruz en una edición alemana de la Historia natural de Buffon, 1770
Esa extraña combinación, gorrión-camello, es la literalidad de la
denominación binomial con que Linneo bautizó al avestruz, Struthio camelus. Su color apagado, especialmente el pardal de la
hembra, recuerda a los sencillos gorriones; su porte altivo, sus largas patas,
su hábitat estepario y su uso como cabalgadura remiten al camello.
Que los griegos lo llamaran strouthos (στρουθός), la palabra con que llamaban al gorrión, pudo ser una
especie de broma lingüística, como llamar “pequeñín” a ese pájaro gigante. La
palabra aparece en expresiones como “μέγας
στρ.” (“megas str.”, el pájaro grande) y “στρουθὸς κατάγαιος” (“strouthos katagaios”, donde gaios se refiere a la diosa Gaia, la
Tierra, es decir, el pájaro que corre pegado a la tierra). Al parecer, también las
referencias “αἱ μεγάλαι” (“hai megalai”) o “οἱ μεγάλοι” (“hoi megaloi”)
se refieren a los avestruces (literalmente, “los grandes”). La palabra strouthos
tenía otros significados, entre ellos las aves míticas del lago Estínfalo o las
Memnónidas.
En latín se le
llamaba struthio, un derivado del
griego, pero también se le apodaba passer marinus ("gorrión
de mar"), porque llegaba a los espectáculos del circo romano por el
Mediterráneo. También se conocía como ave "libia", por su procedencia. De hecho, en el mundo antiguo se conocían dos
subespecies, el avestruz sahariano o bereber (Struthio camelus camelus), ahora muy
escaso en la región, y el árabe (Struthio
camelus syriacus), extinto a mediados del siglo XX. La decadencia de ambas
se debió a la caza intensiva, especialmente desde que se extendieron las armas
de fuego y los vehículos a motor, que facilitaron la persecución. Struthio es el origen de muchos de sus
nombres modernos en lenguas europeas (por ejemplo, struzzo, en italiano; Straus,
en alemán; el inglés ostrich y el
francés autruche).
Mosaico en el Baptisterio Diakonikon de la Iglesia Memorial de Moisés, que representa una escena de caza y pastoreo con varios animales, Monte Nebo, Jordania, siglo VI d.C. En la parte inferior izquierda un hombre lleva un avestruz con una cuerda
En las aves
admiramos la ligereza y el vuelo (“Los
pájaros, favoritos del Éter”, decía Hölderlin), así que estar sujeto a la
tierra polvorienta parece impropio de cualquier pájaro que se precie. Esta
“traición” a nuestros sueños de elevación le ha dado al avestruz el premio
de la compensación con el don de la carrera. Sus limitaciones aéreas son
parejas a la poca gracia de su aspecto: la evolución le ha dotado de todo lo
necesario para convivir con chacales, hienas y todo tipo de animales que
pastan.
“Pero nadie pudo coger un avestruz, y los jinetes que los perseguían cesaron
rápidamente, porque iban muy atrás en su carrera, y extendían sus alas
desplegadas como velas de navío ...” (Jenofonte, Anábasis)
Joachim Camerarius, emblema “cursu praeter vehor omnes” (“Paso por delante de todos”), Symbolorum et emblematum, edición de 1654
Plinio dice: “Esta ave supera en altura a un hombre
montado a caballo, y puede superarlo en rapidez, ya que se le han dado alas
para ayudarla a correr; en otros aspectos, los avestruces no pueden ser
considerados pájaros y no se levantan de la tierra. Tienen garras hendidas, muy
parecidas a las pezuñas del ciervo y sólo tienen dos dedos; con estos pelean, y
también los emplean en coger piedras para arrojarlas a los que los persiguen.”
Alphonse Toussenel, en su Ornithologie passionnelle (1855), cree que el avestruz ocupa uno de
los grados inferiores en la escala de los pájaros.
“Los corredores ocupan el mismo lugar entre la “Volatilia” que los
rumiantes entre los mamíferos. Dios creó el mismo día, y con la misma idea, los
Corredores y los Rumiantes de los sucesivos medios, estepas, prados, bosques,
rocas, cimas alpinas. El avestruz y el camello son las manifestaciones
simultáneas y espontáneas del mismo pensamiento creador.
El avestruz es un pájaro-cuadrúpedo como el pingüino es un pájaro-pez.
No os preocupéis de saber qué lugar debe ocupar el avestruz en el mundo de los
pájaros, porque es el molde de transición entre la Volatería y la Mamifería.”
Toussenel creó su propia
clasificación de las aves, basada más en su imaginación que en el respeto a
Linneo. Sitúa al avestruz en el Orden de los Dromípedos (pies para correr), en la serie de los Dactylídromos (que corren con los dedos)
y en el grupo de los Rudípteros (de
alas rudimentarias), junto al ñandú, el emú y el casuario.
La clasificación de Toussenel en su libro Ornithologie passionnelle, 1855
El ilustrador del Bestiario Helmingham, que, como es
evidente, nunca vio un avestruz, pero tenía muy asimilada la idea de que era un
gran corredor, le puso patas de caballo: lo más lógico, debió de pensar, en un
animal que galopa.
Avestruz con patas de caballo, Helmingham Herbal and Bestiary, c. 1500,
Centro de Arte Británico de Yale
Hombre montado en un avestruz en la granja de avestruces Cawston, South
Pasadena, California
Una imagen de la granja de avestruces Los Angeles. William H. Hannon Library, Loyola Marymount University.
Sobre el avestruz como
cabalgadura hay algunas referencias antiguas dudosas. Tenemos una descripción
de Pausanias de una estatua, hoy perdida, de la reina de Egipto Arsínoe II
Filadelfo (316 a. C.-270 a. C.), esposa, entre otros, de Ptolomeo II (su
hermano, de ahí el apodo Filadelfo,
“que ama a su hermano”).
"En el Helicón hay también una estatua de Arsínoe, que se casó con su
hermano Ptolomeo. La lleva un avestruz de bronce. A los avestruces les crecen
alas igual que a otras aves, pero sus cuerpos son tan pesados y grandes que las
alas no pueden elevarlos en el aire".
Es posible que Arsínoe fuera representada sobre un ave fantástica, un Fénix o alguna otra ave mítica de gran tamaño; solía representarse con rasgos y símbolos que indicaban su divinidad (se la asoció con Afrodita) y, por tanto, sería creíble que el ave en cuestión fuera el Fénix o una de las Memnónidas, o quizás un ave de Afrodita, como el cisne. De todas formas, si es cierto que la reina ganó tres carreras de carros en los Juegos Olímpicos de 272 a.C., bien merecía verse montando al ave más veloz.
Skyphos ático de figuras negras, 520-510 a.C., Museo de Bellas Artes de
Boston. Muestra a unos actores frente a un hombre que cabalga sobre un avestruz
Si las aves representadas en este
skyphos son, efectivamente, avestruces, se trataría de la primera referencia a
ellas en una fuente clásica y una indicación de que los griegos del siglo VI
a.C. conocían el avestruz. Pero la
interpretación no es sencilla porque es una escena teatral (a la derecha hay un
flautista y un hombrecillo con máscara) y quizás las aves no deben ser
entendidas como avestruces reales siendo montados, sino como disfraces de aves,
parte de una tradición teatral en los que los coristas se disfrazaban de
animales (el otro lado de la vasija representa a jinetes cabalgando delfines).
Sello cilíndrico asirio y su impresión, c. 1250–1150 a.C., Morgan
Library, sello 606. Muestra un héroe alado cazando un avestruz
En una entrada anterior hemos mencionado la Gran Procesión (Pompé) de
Ptolomeo II Filadelfo (308-246 a. C.), un gran festival celebrado en torno a
279. Este faraón, el esposo de la mencionada Arsínoe, promotor de las artes y las ciencias (amplió la gran
Biblioteca de Alejandría y su Museo, y patrocinó, entre otros muchos, a
Euclides), quiso demostrar su poder y su magnificencia con un desfile
desorbitado, una desmesurada ofrenda a Dionisos. Ateneo de Náucratis (en Deipnosofistas
o El banquete de los eruditos), usando como fuente la descripción de
Calixeno de Rodas, contemporáneo de Ptolomeo, menciona avestruces tirando de
carros, lo que demostraría la domesticación del ave.
“Y detrás de ellos venían
veinticuatro carros tirados por cuatro elefantes cada uno, y sesenta carros
tirados cada uno por un par de cabras, y doce carros por antílopes, y siete por
órix, y quince por búfalos, ocho por pares de avestruces, y siete por ñus, y
cuatro por parejas de cebras, y cuatro carros también tirados cada uno por
cuatro cebras”.
Niños aurigas compitiendo en el circo sobre bigas llevadas por aves.
Las de la zona inferior izquierda pueden ser avestruces (que, increíblemente,
quedan en segundo lugar en la carrera). Mosaico de la villa romana del Casale, Sicilia,
siglos III al IV d. C.
Aunque, para el hombre común eran
una curiosidad de la que algunos viajeros hablaban, al ser propias del norte
de África se hicieron relativamente familiares con la expansión del dominio
romano. Según la Historiae Romanae de
Dion Casio, se llevaron avestruces a Roma para que el emperador Cómmodo
(161-192 d.C.) las matara en combate. Es sabida la afición de Cómmodo por el
circo, ya fueran luchas de gladiadores o venationes
y esta mención del avestruz pretende arrojar dudas sobre la cordura del emperador,
por lo que debe tomarse con cautela:
“Habiendo matado y decapitado un avestruz, llegó hasta donde estábamos
sentados, sosteniendo la cabeza en su mano izquierda y en su mano derecha
levantando en alto su espada ensangrentada; y aunque no dijo una palabra, meneó
la cabeza con una sonrisa, indicando que nos trataría de la misma manera. Y muchos,
ciertamente, habrían perecido a espada en el acto, por reírse de él (porque era
más risa que indignación lo que nos invadía), si yo no hubiera masticado unas
hojas de laurel […]”
Un hombre mata avestruces a garrotazos en una escena del mosaico de Zliten, Libia, c. 200 d.C.
La Historia Augusta de
Flavio Vopisco, menciona a un tal Marcus Firmus, apodado el Cíclope, que
se rebeló contra el emperador Aureliano, lo que le costó la vida en 273 d. C.
La biografía de Firmus está llena de detalles fantásticos:
“Pero en cuanto a Firmus, era de gran tamaño, sus ojos muy saltones, su
cabello rizado, su frente llena de cicatrices, su rostro bastante moreno,
mientras que el resto de su cuerpo era blanco, aunque áspero y cubierto de
pelo, de modo que muchos lo llamaron cíclope. Comía gran cantidad de carne y
hasta, según se dice, se comió un avestruz en un solo día”.
“Nadaba entre los
cocodrilos cuando lo frotaban con grasa de cocodrilos, conducía un elefante y
montaba en un hipopótamo y cabalgaba sentado sobre enormes avestruces, de modo
que parecía volar”.
Dos trabajadores descargando avestruces del barco en el mosaico llamado
“de la gran caza”, Villa Romana del Casale, Sicilia, siglos III al IV d. C.
En la Historia Augusta
hay varias menciones de avestruces en la vida del emperador Antonino
Heliogábalo (c. 203-222 d.C.). Se dice que las regalaba y las comía, incluso
sus sesos:
“En una cena en la que había muchas mesas, trajo cabezas de seiscientos
avestruces para que se pudieran comer los sesos”.
Detalle de un pavimento de mosaico semicircular de un ábside que representa una caza y donde puede verse un avestruz, c. 200-225 d.C., de Utica (Túnez), Museo Británico
Los griegos, como los
mesopotámicos y los romanos, veían a los avestruces desde otra perspectiva: los
huevos de avestruz eran considerados los más perfectos y hermosos de todos los huevos y se creía que en ellos se condensaba
la fuerza y el poder del más grande de los pájaros, incluso eran considerados
de origen sobrenatural. En todo caso, siempre fueron un objeto maravilloso
digno de contemplarse como una valiosa joya.
El globo “Da Vinci”, 1504, colección privada. Puede verse Sudamérica y las islas Isabel y La Española, que entonces se creían dos islas diferentes (ambas corresponden a la actual República Dominicana)
Como detalle del prestigio del huevo de esta ave como un objeto precioso, este globo (conocido como “Globo da Vinci”: todo lo maravilloso se le atribuye, no comprendemos por qué) es una esfera terrestre tallada en las mitades inferiores, unidas, de dos huevos de avestruz. El propietario afirma que fue fabricado a principios del siglo XVI (1504), lo que parece corroborarse con su comparación con otros mapas de esos años, y, por lo tanto, sería el primer globo terráqueo que representa el Nuevo Mundo. Fue encontrado en 2012 y se especula con el parecido entre la forma de los continentes y la representación del mundo en un manuscrito de Leonardo da Vinci, lo que hace pensar a algunos que el grabador — parece que era zurdo — pudo ser el mismo Leonardo, que era ambidiestro, pese al pequeño detalle de que no se sepa de relieves tallados por el artista ni de que supiera trabajar esa técnica.
Tres avestruces formados con huevos montados en plata dorada. Elías
Geyer, c. 1595, en Grünes Gewölbe (“La bóveda verde”), el tesoro barroco del Staatliche
Kunstsammlungen, Dresde
Son varios las tradiciones legendarias sobre el comportamiento de esta
ave. Claudio Eliano sugirió que ponía más de ochenta huevos fértiles,
dando una parte como alimento a sus polluelos. En el nido, muy somero,
se acumulan los huevos de hasta cinco hembras, así que Eliano no exageró demasiado: el
mayor número registrado es de sesenta huevos.
Al-Jahiz, El Libro de los Animales, 1335, Siria
En algunas partes del antiguo
mundo mediterráneo, los avestruces no siempre han tenido la mejor reputación.
Para algunos, los avestruces eran un símbolo de glotonería; para otros, de estupidez, ya que se creía que pensaba que, escondiendo
su cabeza entre los arbustos o en la arena, se haría invisible para sus
perseguidores.
“…pero su estupidez no es menos notable: porque, aunque el resto de su cuerpo es tan grande, imaginan cuando han metido la cabeza y el cuello en un arbusto, que el todo el cuerpo está oculto”. (Plinio, Historia natural)
Los monjes coptos egipcios veían
al avestruz de una manera radicalmente diferente. La tradición copta, que creía
que el calor del sol empollaba los huevos sin intervención de los padres, veía
en ello un símbolo de la gracia de Dios que hace florecer la virtud en el
corazón de los fieles. Por otra parte, como se decía que avanzaba siempre en
línea recta y sin girarse, representaba también al monje que debe avanzar
siempre hacia la perfección, sin mirar nunca al pasado y a las cosas mundanas
que ha dejado atrás.
En la Wartburgkrieg (una colección alemana de canciones anónimas de entre
1240 y 1260), hablando de las virtudes de los príncipes, se dice que deberían
estar dotados con la voz del león y los ojos del avestruz, que empolla sus
huevos mirándolos, para que pudieran y animar a sus seguidores con la palabra y
la mirada, incitándolos a nobles y caballerescos logros. Reinmar von Zweter,
poeta alemán del siglo XIII, elogia los "ojos de avestruz" del emperador Federico II como inspiradores
y vivificantes; y un poeta anónimo nos dice que los ojos de su amada son incubadores
como los del avestruz porque hacen germinar y brotar suspiros en su corazón
cada vez que ella le dirige una mirada ardiente.
Un libro
de John Lyly, The Anatomy of Wilt, (Anatomía del ingenio, 1578),
dice:
" Me pasa, Pselo, como al
avestruz, que no pincha a nadie más que a sí misma, lo que la hace correr
cuando quisiera descansar.”
Alude
aquí a las púas o espuelas que se suponía que el avestruz tenía bajo sus alas,
según Alberto Magno, que dice que los utiliza para golpear a los que le atacan.
La Historia Animalium de Gesner
(1555) lo repite: "En los extremos
de sus alas, según he oído, sobresalen ciertas puntas óseas, con las que, a
modo de espuelas, se impulsa al correr, golpeándolas en sus caderas, donde no
hay plumas, o en otras partes de su cuerpo”.
En el libro de
Job (39), Dios habla a Job, jactándose de su propia obra:
“¿Diste tú hermosas
alas al pavo real,
o alas y plumas al
avestruz?
El cual desampara en
la tierra sus huevos,
y sobre el polvo los
calienta,
y olvida que el pie
los puede pisar,
y que puede quebrarlos
la bestia del campo.
Se endurece para con
sus hijos, como si no fuesen suyos,
no temiendo que su
trabajo haya sido en vano;
porque le privó Dios
de sabiduría,
y no le dio
inteligencia.
Luego que se levanta
en alto,
se burla del caballo y
de su jinete.”
Hugo de Foulloy (De avibus), partiendo de Job, identifica
el avestruz con la hipocresía porque no es capaz de elevarse ni sus alas son
verdaderas alas: la compara con el halcón y el gavilán, que pueden elevarse
sobre lo mundano.
“Además, este mismo plumaje del avestruz es similar en color a los
plumajes del halcón y del gavilán, pero no es similar en valor, pues los suyos
son firmes y más fuertes y pueden mover el aire en vuelo […] Por lo tanto, la
manera del hipócrita, que se entiende a través del avestruz, se muestra que es
tal que él no se preocupa por nadie más, sino que se gloría de sus propias
obras, y se atribuye a sí mismo, en lugar de a los demás, el bien que hace.”
El Bestiaire de l’amour lo considera, lejos de la estupidez, símbolo
de la vida contemplativa porque, aunque abandone sus huevos, no los olvida.
Cuando ve la estrella que le anuncia la época de la puesta (las Pléyades, que
anuncian el verano), ella los cubre con su mirada y su aliento. Es el despertar
de las almas piadosas por la gracia divina y así como el avestruz desatiende sus
huevos, el hombre debería despreocuparse del mundo; y así como el avestruz mira a la
estrella, así el hombre debería concentrarse en el cielo.
Salterio de Isabel de Francia, 1303-1308, Biblioteca estatal de Baviera. El avestruz observando las Pléyades
El Physiologus tiene otra visión: “¿Cómo
podría elevarse sobre las alas de la contemplación aquel en el que peso de un
cuerpo sobrecargado le mantiene atado a la tierra?” El avestruz puede
representar a los hombres incompletos quienes, religiosos y espirituales a
medias, sólo se elevan para volver a caer y sólo tienen arranques de entusiasmo
sin poder realmente llegar a las regiones superiores del espíritu: “El avestruz tiene un ojo pegado a la tierra
y otro dirigido al cielo.”
Emblema de Joachim Camerarius, Symbolorum et emblematum, edición de 1654: el avestruz incubando los huevos con su aliento y su mirada
Para acudir a una de las leyendas más extendidas, debemos tirar del hilo,
siempre hacia atrás, a partir del cabo que nos dejan dos retratos de Frans
Hals.
Frans Hals, dos retratos de la familia Olycan. A la izquierda, el de
Jacob Pietersz Olycan, 1625, Maurithuis, La Haya. A la derecha, retrato de Pieter Jacobsz Olycan, padre del
anterior, c. 1639, Museo de Arte John y Mable Ringling, Sarasota, Florida
En ambas obras vemos el escudo familiar de los Olycan, una próspera dinastía de Haarlem, enriquecida con
el comercio de la cerveza.
Escudo de la
familia Olycan en un muro de la catedral de san Bavón, Haarlem, como una de las
más prestigiosas de la ciudad
El escudo de la familia Olycan muestra un recipiente de aceite, en
referencia al apellido, quizás tomado del negocio del abuelo en Ámsterdam (Olycan
era el nombre del almacén familiar de importación de aceite y grano), y un avestruz con una herradura en el pico; su cervecería se
llamaba Vogel Struys, (“El avestruz”) y, de resultas de la boda del patriarca con
Maritge Voogt Claesdr., se amplió el negocio con otra cervecería, Het
Hoeffysser (“La herradura”).
Plinio afirma que el avestruz “tiene la propiedad maravillosa de poder
digerir todas las sustancias sin distinción…”. A partir de la creencia en
ese gusto tan obtuso, la iconografía lo representa con una herradura, a veces
clavos, en el pico.
Junto a un pavo real y un pato, un avestruz como un clavo, The Tudor
Pattern Book, Bodleian Library, MS. Ashmole 1504
Entre los numerosos emblemas del Diálogo de Paolo Giovio, hay uno en
particular que ha gozado de notoriedad, el dedicado a Girolamo Mattei Romano, “Capitán de los caballos de la guardia del
Papa Clemente (VII)”. Giovio cuenta que "con mucha paciencia, perseverancia y disimulo, esperó el momento de
matar (como lo hizo) a Gieronimo, sobrino del cardenal della Valle, con el
objetivo de vengar la muerte de su hermano Paluccio, asesinado por el citado
Jerónimo por causa de un litigio civil” y que el capitán le había pedido
que creara un emblema para significar que
“un corazón valiente tiene la fuerza para deshacerse de cada daño grave con el
tiempo”.
Paolo Giovio, Dialogo dell’imprese militari et amorose, 1559: Spiritus
durissima coquit
Y así, el lema “Spiritus durissima coquit” se convirtió en todo un mensaje de virtud
(sin necesidad) en la literatura emblemática posterior. Camerarius, para su
emblema de 1596, lo recogió esa tradición de siglos para convertirla en un
poema, emblema del hombre cuya fuerza de espíritu le permitía afrontar los
peligros sin miedo.
“Spiritus durissima coquit
Magno animo fortis perferre pericula suevit
Ullo nec facile frangitur ille metu.”
("El espíritu digiere las cosas más duras
Con gran coraje acostumbra a soportar valientemente los peligros
No se deja doblegar fácilmente por el miedo.”)
Joachim Camerarius, Symbolorum et emblematum, edición de 1654
El lema de Giovio se convertirá
en el de la editorial italiana Einaudi,
recordando sus difíciles comienzos en medio de la dictadura fascista, en 1933.
El logo, que también parte del libro de Giovio, ha sufrido diversas
transformaciones.
Partiendo del grabado en la obra de Giovio (primero por la izquierda),
Giacomo Manzú hizo un emblema en 1961 para una colección de sus propios
grabados editada por Einaudi (segundo por la izquierda). En 1951, Picasso
regaló al editor un dibujo para la editorial (tercero por la izquierda). Gulio Paolini,
en 2000, presentó un nuevo logo con motivo de la feria del libro de Frankfurt
(a la derecha)
Cuidador árabe con avestruz, Pontificalis de Guillaume Durand, c. 1357.
París, Bibliothèque Sainte-Geneviève. Se dispone a dar de comer al animal
Thomas Browne (Pseudodoxia epidemica o Investigaciones sobre los errores populares en materias geográficas, naturales, históricas o filosóficas) tiene una opinión escéptica sobre los legendarios poderes digestivos del avestruz, aunque admite que puede ingerir hierro como medicina, no como alimento.
A la izquierda, avestruz
en un fresco de la girola de la catedral de Tarazona. A la derecha, ilustración
de Sebastián Munster en su “Cosmographia universalis”, 1544
Distintas variantes del avestruz en el Palacio Ducal de Urbino, emblema de la amilia Montefeltro: arriba, mausoleo de Antonio de Montefeltro, en el que puede verse, sobre Cristo, el avestruz con la cartela; el tema aparece en relieves, en la marquetería del Studiolo del duque Federico, en los artesonados y en varios códices (el representado es la Biblia sacra latine, Urb. lat. 2, Biblioteca Apostólica Vaticana)
Para Les Épaves (“naufragios, pecios o ruinas”), una edición seleccionada de algunos poemas de Las flores del mal de Charles Baudelaire, el artista belga Félicien Rops recibió el encargo de diseñar un frontispicio basado en Adán y Eva con el árbol del conocimiento presentado como muerte. Rops explicó al fotógrafo Nadar, en 1859, su idea del “esqueleto arbóreo”: "Aquí un esqueleto que forma un árbol con las piernas y las costillas como tronco, los brazos extendidos de los que brotan hojas de plantas venenosas en hileras de pequeñas macetas dispuesto como en un invernadero."
En una carta, Baudelaire se había quejado de una versión anterior elaborada por Félix Bracquemond: "Le dejé carta blanca dentro de estos límites: un esqueleto arborescente, el árbol de la ciencia del Bien y del Mal, a la sombra del que florecen los siete pecados capitales en forma de plantas alegóricas.”
Frontispicio de Félicien Rops para la primera edición de “Les Épaves”, de Baudelaire, Ámsterdam, 1866
Debajo del grabado había una explicación:
“Bajo el Manzano Fatal, cuyo tronco esquelético recuerda la decadencia
de la raza humana, florecen los Siete Pecados Capitales, representados por
plantas de formas y actitudes simbólicas. La Serpiente, enroscada en la pelvis
del esqueleto, se arrastra hacia estas Flores del Mal, entre las que se
revuelca el macabro Pegaso, que sólo debe despertar, con sus jinetes, en el
Valle de Josafat. Al mismo tiempo, una
Quimera negra arrebata del aire el medallón del poeta, en torno al cual Ángeles
y Querubines entonan el Gloria in excelsis. El Avestruz en camafeo, que se
traga una herradura, en el primer plano de la composición, es el emblema de la
Virtud, que se empeña en deshacerse de los alimentos más repugnantes: VIRTUS
DURISSIMA COQUIT.”
Como se exponían los pecados
capitales, su contraparte debía ser la Virtud, no el Espíritu, y así se cambió
el lema. Sobre ese cimiento de moralidad, Marianne Moore (1887-1972),
muy aficionada a los poemas zoológicos, e inspirada en un título de un tratado
medieval, escribió su poema “He digesteth
harde yron” (“Él digiere el duro
hierro”), en el que exalta la supervivencia del avestruz entre todas las
aves gigantes ya extintas: la diligencia del ave hace que su permanencia sea
una expresión de justicia (al menos, poética).
“Aunque el aepyornis
o el ave roc que vivieron en Magadascar, y
el moa, están extinguidos,
el gorrión-camello, relacionado
con ellos por el tamaño -el gran gorrión que
Jenofonte vio caminando cerca de un arroyo- fue y es
el símbolo de la justicia.
….
La negligencia se ha tragado
a todos los pájaros gigantes excepto a un gargantuesco y vigilante
de alas pequeñas y
magníficamente veloz.
El único rebelde que queda
es el gorrión-camello.”
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