ADMIRARSE DEL MUNDO (I)
“En efecto, la
ciencia, como ya hemos observado, tiene siempre su origen en la admiración o
asombro que inspira el estado de las cosas; como, por ejemplo, por lo que hace
a las maravillas que de suyo se presentan a nuestros ojos.”
(Aristóteles, Metafísica
I)
La
cigüeña en el tratado de Hugo de Fouilloy,
De avibus. Este manuscrito fue elaborado entre 1101 y 1200, BNF
“Omne tulit punctum, qui
miscuit utile dulci”, escribía Horacio en su Ars poetica, lo que
viene a traducirse como “tiene todo ganado quien mezcla lo útil a lo
agradable”, la perfección horaciana. Siendo la fotografía una herramienta
ornitológica imprescindible, su aparición relegó a la ilustración al trastero
de las cosas buenas sustituidas por otras que se pretendían mejores: no es tanto aquello de
Voltaire (“le mieux est l’ennemi du bien”: “lo mejor es enemigo de lo
bueno”), sino el caso de un realismo que no puede competir con el arte ni, a veces, con la
fantasía. Antes de la fotografía, por tanto, la ilustración era la principal fuente
de conocimiento del mundo natural, pero cuando observamos esas imágenes
prefotográficas compartimos la sensación de aquellos arqueólogos que
contemplaban las momias un segundo antes de que desaparecieran convertidas en
polvo, el momento de la historia en el que la óptica acabará con la ensoñación
colorista de un mundo recreado en el papel. Es verdad que nuestra forma de
disfrutar de esas ilustraciones está teñida de una cierta nostalgia producida
por la misma fotografía porque, como dijo T.S. Eliot, cuando algo aparece no
sólo cambia lo que vendrá después, sino que algo cambia en lo que existió antes
porque nuestra manera de verlo se transforma, así en la sucesión de los estilos
artísticos. Haremos un repaso por aquellas imágenes que, para los que las creaban
y las contemplaban, fueron aquello que Darwin llamaba “un caos de deleite”.
El ilustrador de los manuscritos
medievales ya debía de tener la impresión de que las aves desataban los lazos
con el mundo terrenal y transportaban hacia regiones más elevadas, más puras,
incluso antes de llegar a nutrir un conocimiento útil. Dios sabía bien por qué
había hecho a sus criaturas, el hombre aspiraba a conocer ese sentido.
Dos páginas de De medicina animae, de Hugo de Fouilloy, quizás ilustrado en la abadía de St. Omer (Pas de Calais, Francia). Es un ejemplar que se conserva en el Seminario Mayor de Brujas y procede de la abadía cisterciense de Las Dunas (Ten Duinen), hoy en Bélgica. A la izquierda, trata del cisne; a la derecha, del pavo real. El manuscrito incluye cinco tratados, entre ellos, el famoso “De avibus”
Las ilustraciones, en combinación con los textos, cumplían una
función didáctica destinada a un público muy restringido, con frecuencia los
propios hermanos de la comunidad monástica, como sucede en el de Hugo de
Fouilloy.
Cuatro páginas del
manuscrito de De avibus, de 1184, guardado en el Archivo Nacional Torre do
Tombo, Portugal. De izquierda a derecha y de arriba abajo se representan el
cuervo, el avestruz, la grulla y la golondrina
Los siglos finales de la Edad
Media nos han dado algunos de los manuscritos más brillantes, que ya no pueden
ser vistos como meras expresiones alegóricas: la naturaleza remota seguía lejos
del alcance de los pintores antes de los grandes descubrimientos modernos, pero
su mirada atenta no dejaba escapar los animales más próximos ni su imaginación
renunciaba a los más fantásticos: desde el siglo XII, los artistas ven la realidad
de un modo nuevo porque en la perfección de la naturaleza adivinaban la perfección
del Paraíso: la hermosura como un regalo de Dios, en concordancia con el verso
del Veni Creator: “Accende lumen sensibus” (“Enciende con
tu luz nuestros sentidos”).
La ilustración naturalista de
aves empieza con una obra ajena a la Iglesia, De arte venandi cum avibus (“El arte de cazar con aves”), un
tratado de cetrería publicado por el emperador Federico II de Hohenstaufen
entre 1241 y 1248 y de la que nos hemos ocupado en varias entradas anteriores (aquí y aquí).
Es difícil sobrevalorar una obra semejante, por la calidad de las casi mil
ilustraciones de ochenta especies distintas y, sobre todo, por su temprana
actitud empírica que le llevó a comprobar por sí mismo (“que sunt, sicut sunt”: "las cosas como son") algunas afirmaciones de
autoridad (Aristóteles, Plinio o san Isidoro), sin miedo a descartarlas.
Algunas ilustraciones
de "De arte venandi cum avibus", Biblioteca Apostólica Vaticana. Pueden
reconocerse gansos, patos, cigüeñas, fochas, lechuzas, perdices, garzas, agachadizas, milanos, etc
Cisnes, gansos y una
garza en "De arte venandi cum avibus", Biblioteca Apostólica Vaticana
En los manuscritos religiosos, el
contenido gráfico, como las partes más relevantes de las iglesias, estaba muy limitado,
constreñido por la corrección teológica, pero los marginalia, los márgenes de las páginas, igual que en los rincones
menos visibles de los templos, ofrecían una libertad de contenidos y un campo
para desplegar un gusto muy vivo por los aspectos más sensibles de la realidad,
especialmente por el color y los detalles de la vida natural.
De esta manera, el mundo natural
era la contraparte viviente de la Biblia: era una especie de “Libro de la
Naturaleza”, un texto vivo abierto a la interpretación. Esta idea se expresó
más plenamente en la Teología naturalis,
del monje Raimundo de Sabunde (1385-1436), escrita a mediados de la década de
1430. En sus propias palabras, “cada
criatura no es más que una letra trazada por la mano de Dios”.
El apogeo del manuscrito ilustrado se produjo a finales de la Edad Media, cuando casi puede decirse que la gran pintura estaba en los libros (hasta que el perfeccionamiento del grabado produjo su declive). Uno de los ejemplos más tempranos de naturalismo pictórico fue el del llamado "Maestro de las iniciales de Bruselas", probablemente un pintor italiano (¿Zebo da Firenze?) que estuvo activo en Italia y Francia entre 1390 y 1420 y que demostró una curiosidad y una brillantez extraordinarias en las marginalia de todos los manuscritos que se le atribuyen, en los que suele repetir las mismas formas de pájaros, algunos muy detallados, con una especial preferencia por el jilguero. Es también interesante su repertorio de insectos, muy precisos, en muchos de sus trabajos.
Con casi trescientas cincuenta páginas, casi todas
decoradas, el Misal Sherborne
contiene miles de imágenes y son especialmente célebres sus cuarenta y ocho
representaciones de pájaros, brillantes y naturalistas, en los márgenes. Estas
aves son únicas entre los manuscritos medievales por su precisión ornitológica
y por la variedad de especies que se muestran. El Misal Sherborne fue encargado por Robert Brunyng, que fue abad de
la Abadía benedictina de Santa María en Sherborne, en Dorset, entre 1385 y
1415. El libro se elaboró entre 1399 y 1407 y el escriba principal fue un monje
de la propia abadía, John Whas, y varias manos trabajaron en la iluminación,
pero el artista principal fue el fraile dominico John Siferwas.
Una
página del Misal Sherborne, correspondiente a la misa del domingo de Pascua (en
la imagen más grande, arriba a la izquierda, puede verse la Resurrección). En
los marginalia, los márgenes de las partes superior y derecha, pueden verse, y
reconocerse, varias aves: arriba, de izquierda a derecha, camachuelo, jilguero,
pardillo y cotorra alejandrina; en el margen derecho, de arriba abajo, hay una
grulla junto a un ave no identificada, una garceta rojiza, un pito real y una rapaz,
probablemente un gavilán. A la izquierda de la página, bajo el Pantócrator,
puede verse una pareja formada por el abad Brunyng, de azul, y el arzobispo de
Salisbury, Richard Mitford, de rosa (rojo, originalmente), flanqueados por san
Pedro y san Pablo; y debajo, de negro, los monjes responsables de la obra,
identificados por sus nombres: a la izquierda, el escriba, Whas, y a la
derecha, el pintor, Siferwas. El misal Sherborne se guarda en la Biblioteca Británica
Aunque no es posible estar siempre seguro de la identificación de
todas las especies representadas, es admirable la capacidad de observación que
demuestran las ilustraciones, la admiración por el mundo natural más cercano,
sin necesidad de imaginar criaturas extrañas porque el mundo ante los ojos del
pintor ya era suficientemente maravilloso.
Martín pescador, petirrojo, alondra, hembra de gorrión común o triguero, estornino pinto y pito real
Alcaudón y chochín
Herrerillo
Abubilla, especie desconocida y rabilargo
Hembra de ánade real, macho de la misma especie y agachadiza
La aparición de la imprenta abrió
la era de la publicación de obras grabadas en madera. En 1475, en Augsburgo, se
publica Buch der Natur (“El libro de la naturaleza”), atribuido a
Konrad von Megenberg (1309-1374), y que, en realidad, sería una traducción
corregida de De rerum natura, de
Tomás de Cantimpré, un monje dominico del siglo XIII. Es la primera obra
impresa en la que aparecen aves. La reimpresión de 1478 ya está coloreada.
Una página de Buch der Natur, de Megenberg. Son más o menos
reconocibles, de izquierda a derecha y de arriba abajo, águila, ganso,
jilguero, pato, cigüeña entre dos rapaces, cotorra de Kramer, pavo real,
búho, gallo, abubilla y urraca
En 1482 se publica, en la
imprenta de Matthias Husz, en Lyon, Livre
des proprietés des choses (“Libro de
las propiedades de las cosas”), que había sido escrito en latín hacia 1247 (Tractatus de proprietaribus rerum, originalmente), en Magdeburgo, por
Bartholomeus Anglicus, hermano menor franciscano.
Livre des proprietés des choses, Bartholomeus Anglicus, ejemplar de la
BNF. Entre las más de treinta aves pueden reconocerse el pavo real, el búho, la
urraca, el avestruz, la grulla, el gallo, el pato, la golondrina, el pelícano,
el Ave Fénix y varias rapaces
Todas las primeras obras impresas
se centran en aves exóticas, conocidas más de oídas, y en aves comunes
reproducidas de forma estereotipada. Una limitación venía de las condiciones de
aquellos viajes: muchas aves morían en el trayecto, los especímenes muertos se
conservaban en mal estado o se introducían en alcohol, que deterioraba los colores.
Así que la memoria o la lectura de descripciones ajenas tuvo un papel
importante. La proliferación de descubrimientos geográficos (hay constancia de
un número creciente de aviarios con aves llegadas de ultramar) y una mentalidad
más naturalista dieron lugar a los primeros trabajos científicos sobre aves,
como los de Conrad Gessner y Pierre Belon, aunque su contenido dependía de la
autoridad de Aristóteles y las limitaciones de la Iglesia. Esas obras incluían
mucho material que hoy nos resulta extraño: refranes, referencias a la historia
y la literatura, y, por supuesto, emblemas morales. La disposición de las
especies era, a veces, arbitraria, aunque Belon y Gessner, tienen una
ordenación más lógica.
Étienne
de Flacourt (1607-1660), ilustración de “Histoire de la Grande Isle
Madagascar”, 1658, ejemplar de la Biblioteca Nacional de Francia
Con Pierre Belon, pionero de la
ornitología, empieza la preocupación por la fidelidad a la observación directa.
En la Historia de la naturaleza de las
aves, con sus descripciones y retratos ingenuos tomados del natural, de
1555, Pierre Belon describe todas las aves que conoce y las agrupa según su
comportamiento y anatomía, pero su obra tuvo la desgracia de coincidir con la
de Gessner, más apreciada, aunque menos rigurosa. Declara: “De los pájaros cuyo retrato hemos
proporcionado, no hay ninguno que no hayamos manejado y tenido en nuestro
poder.” Dice haber contado con pintores de Italia, Inglaterra y Flandes,
especialmente de Pierre Goudet, parisino, pero de identidad dudosa (¿quizás el
Pierre Gourdelle que retrató a los príncipes de Francia entre 1587 y 1588?).
Pierre Belon. Arriba, cigüeña con serpiente y búho real. Debajo, becada. Historia
de la naturaleza de las aves, 1555
Conrad Gessner fue un "Plinio
ampliado" (lo apodaron Plinius Germanicus), y su Historia animalium,
publicada en Zúrich en 1555, es la obra más exhaustiva desde el sabio
latino. Su Libro III lo dedica a las aves y utiliza un orden más claro
que Belon, alfabético, pero, por seguir la fuente de los bestiarios medievales,
introduce algunas especies fantásticas. Sus ilustraciones se deben, en su mayor
parte, a Lukas Schan y a un tal F.O., seguramente Franz Oberrieter. Dice
Gessner: “Lucas Schan de Argentoratum [Estrasburgo] representó aves de
manera más vívida, y en algunos lugares también agregó una descripción que
capturó el comportamiento del ave.”
Conrad Gesssner, alondras, Historiae Animalium, Liber III
Conrad Gesssner, el Dodo en la edición de 1669 de Historiae Animalium,
Liber III
La lechuza, ilustración de Lukas Schan para el libro de Gessner
Águila moteada en Historia animalium de Gessner, Liber III
A finales del siglo XVI y
principios del XVII, Francis Bacon abogaba por el avance del conocimiento
a través de la observación y la experimentación y la Royal Society inglesa intentó fomentar el método empírico,
incluyendo la recopilación de datos obtenidos en las expediciones, que entonces
ya eran muy habituales y permitían que nuevas especies entraran en los
gabinetes de los aficionados. Desde este momento cambiará la historia de las
representaciones ornitológicas.
(CONTINUARÁ)
He empezado a leer este blog y me parece impresionante. Muy agradecida al autor por las publicaciones.
ResponderEliminarDesde luego demuestras un trabajo excelente, nada de extrañar desde que leo tus artículos. Me encantan los dibujos. Creo que te robare alguno con tu permiso. Enhorabuena, Adela
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