HUMANILENGUADOS (y IV): ELOCUENCIA O PSITACISMO
(William Hudson, Aves y hombres, 1901)
Loro elocuente. Viñeta ilustrada de Granville en "Falsilla para el uso de animales que quieren alcanzar honores", escrito por Honore De Balzac en "Escenas de la vida privada y pública de los animales", 1840-1842
El loro (kili) siempre ha jugado
un papel importante en la cultura tamil (sureste de la India y Sri Lanka)
porque representa la verdad y la transmisión de las enseñanzas de los sabios.
Según la literatura antigua, Sage Suka y Sage Arunagirinathar,
dos sabios hindúes, tomaron forma de loros para recitar sus slokas (epopeyas). Los
astrólogos también usaban loros para adivinar el futuro.
Manuscrito Tuti-Nâma, mujer con loro (cotorra
alejandrina), 1580-1585, Chester Beatty
Library, Dublin. Tutinama se traduce como "Cuentos del loro" y es una serie
de cuentos persas del siglo XIV. El narrador principal es un loro, que le
cuenta historias a su dueña, una mujer llamada Khojasta.
Una doncella enjoyada con un periquito, 1670-1700, cultura mogol, India, MET, NY. El pájaro se posa sobre los dedos de la joven, pintados con henna
Probablemente,
los griegos vieron sus primeros loros durante la campaña de Alejandro Magno en
la India, en 327-326 a. C., pero
la primera mención real de los loros es de Ctesias
de Cnido, del siglo V, que vivía en la corte persa, donde recogió relatos de
viajeros. En su (a menudo crédulo) libro de "maravillas indias"
(Indica), parece describir un periquito cabeza de ciruela (Psittacula
cyanocephala):
“Tiene voz humana y habla lenguaje humano. Es del tamaño de un halcón; tiene la cabeza púrpura y la barba negra; su cuerpo es azul oscuro, pero alrededor del cuello el color es el del cinabrio rojo. Habla indio como una persona real, pero si se le enseña griego, también lo habla muy bien. “
La capacidad del habla se debía, según Aristóteles, a su lengua carnosa, similar a la de los humanos. “Todas las aves con garras corvas son propensas a la imitación…parece que imitan sobre todo a las mujeres”, según Antígono de Caristo (siglo III a.C.), en su Colección de historias maravillosas, haciendo así una doble alusión: intencionadamente, al parloteo femenino; de paso, a la limitación de la mujer al espacio doméstico y sus distracciones (ya hemos hablado de la relación hogareña entre aves y mujeres: aquí, aquí, aquí y aquí).
Bibliothèque Municipale de Douai, De Natura
animalium
Claudio Eliano (De natura
animalium), escribiendo sobre los loros en la India, afirma:
“En
estos palacios reales también hay loros, que se agolpan alrededor del rey. Pero
ningún indio se come un loro, a pesar de su gran abundancia. La razón es que
los brahmanes los
consideran aves sagradas y los estiman incluso por encima de todos los demás
pájaros. Dicen que esto está justificado porque el
loro es el único pájaro que imita tan perfectamente el habla humana.”
Aulus
Licinius Archias, uno de los poetas incluidos en la Antología griega (s.
I a.C.), dejó escrito un epitafio (epicedium) a un loro (ya veremos que
no es el único), como si el pajarraco, para colmo, siempre tuviera la última palabra:
“Yo
soy el pajarraco que a menudo antes de gritar de nuevo
a
los pastores, leñadores y pescadores,
a
menudo emitía notas ruidosas y burlonas
de
imitación de mi boca, como un eco.
Ahora
sin lengua y sin voz yazgo caído
en el suelo, renunciando a mi afición a la mímica.”
Isidoro de Sevilla (Etimologías)
le reconoció el don del habla (“verba et voces hominum imitantur”), que
incluía su capacidad de saludar sin que nadie le hubiera enseñado: “Ave”,
dicen, lo que les pone en relación directa con la Inmaculada Concepción. Otra
tradición decía que el loro, en el Paraíso, aprendió a repetir el nombra de
Eva: bastaba con invertirlo para que fuese “Ave”, al igual que María, la mujer sin mancha,
era la inversión de Eva, la pecadora.
Bestiario de Ann
Walsh, Kongelige Bibliotek, Copenhague
Tomás
de Cantimpré,
en "Sobre la naturaleza de las cosas” (1240), se hace eco de la
afirmación de Plinio de que estas aves saludan a los emperadores, y cuenta que “cuando
Carlomagno cruzaba las áridas extensiones del centro de Grecia, se encontró con
algunos loros que lo saludaron, como debe ser en lengua griega, diciéndole:
“¡Salve, emperador!”. Los acontecimientos futuros probarían la validez de estos
saludos de los pájaros, ya que Carlomagno, que en ese momento era solo rey de
Francia, se convertiría en emperador del Sacro Imperio Católico”.
No
sólo saludaban a emperadores, también a papas: “Un caballero tenía un loro, que envió como regalo al Papa
León. Cada vez que el loro se encontraba con un transeúnte durante su
recorrido, le gritaba: “Voy al papa, voy al papa”. Y tan pronto como llegó a su
destino y fue llevado ante la presencia del papa, el pájaro gritó: "Hola, papa León". (Tomás de Cantimpré, "Sobre la naturaleza de las cosas").
“En Inglaterra vivía un rey muy generoso,
que era dueño de un loro y lo amaba mucho. El rey, habiendo emprendido un viaje
por las montañas de Gilboa, se encontró con un loro que le recordó al que tenía en
casa. Le dijo: 'Nuestro loro cautivo, que se parece a ti, te envía sus
saludos'. Al oír estas palabras, el pájaro cayó al suelo como muerto.
Decepcionado por el engaño del pájaro, el rey continuó su viaje. De regreso a
casa, le contó la anécdota a su loro, quien escuchó atento. Luego se dejó caer
de su percha, como si también estuviera muerto. El rey ordenó que llevaran su
pájaro afuera, para que pudiera volver en sí respirando aire fresco. Pero tan
pronto como estuvo afuera, el pájaro se alejó volando traviesamente, para no
volver a aparecer nunca más. Su amo estaba furioso y todo su séquito se quejó
durante mucho tiempo de haber sido engañado por el loro."
Le Chevalier du Papegau (“El caballero del loro”) es una novela
artúrica tardía (entre fines del XIV y principios del XV), anónima, que
pertenece al género de relatos llamados del “Bel inconnu” (“El
hermoso desconocido”), en el que un joven al que nadie conoce –ni él mismo
sabe su nombre- llega a la corte del rey Arturo para buscar un campeón con el
que combatir por su dama. El joven no es otro que el mismo rey Arturo quien,
tras ganar el duelo, recibe, en premio a su valor, un loro, y en seguida se
ofrecen el uno al otro: “Señor, ¿por qué no me tomáis? Soy vuestro por razón”,
dice el pájaro, a lo que el joven Arturo responde tomando el apelativo de “Caballero
del loro”. En otras novelas, la recompensa suele ser un azor u otra ave de
cetrería, más propia de un caballero, seguramente porque no sabían lo que se perdían con el
loro. Éste resulta todo un señor, con un criado enano y un palafrén, un
pájaro galante que no sólo repite palabras, sino que razona, cuenta historias,
canta un repertorio variadísimo, tiene maneras corteses y es cultivado,
aunque también es autoritario y colérico con su criado y sus arranques de rabia
explican que viva en una jaula, aunque de oro y rubíes, de una riqueza
inaudita.
Guillaume de Guéroult, en su poema De la
propriété, et nature d'aucuns oyseaux (1554) describe al loro como inverso al hombre, pues
mientras aquel es encerrado en una jaula para que aprenda a hablar, este es
encerrado para que aprenda a callarse. También hace de él una metáfora del
seductor.
Benoist Rigaud,
Description philosophale de la nature et condition des oyseaux, Lyon, 1561
Fue
siempre un símbolo de la elocuencia, como se puede ver en muchos casos, pese a
que su hablar es repetitivo y monótono. Haciendo honor al psitacismo, Calímaco lo veía más como el símbolo de
la persona trivial y parlanchina. Sin embargo, gracias a un loro parlanchín que había pertencido a la recién extinta tribu de los Atures, en la cuenca del Orinoco, Humboldt pudo reconstruir una pequeña parte del vocabulario de su lengua ya perdida: era el último hablante atur, una grabadora vivente.
Capítulo sobre
el loro en los jeroglíficos de Jean-Pierre Valerian, 1615, ejemplificando la elocuencia
Marteen Van Heemskerck, Apolo y las musas, 1555-1560, Museo de Nueva Orleans, donde aparece sobre el órgano, tomando
lecciones de canto
Puede que sus cualidades vocales estén mejor
representadas en Las joyas de la Castafiore (1962-63), donde el pobre
capitán Haddok, inmovilizado por un esguince, debe soportar al guacamayo que le
lleva la soprano.
La cualidad exasperante del grito de estas aves fue utilizada
muy astutamente por Orson Welles: si hemos de creerle, cuando se le preguntaba,
tras tantas especulaciones, qué simbolizaba el primer plano de la cacatúa
chillona al comienzo de la secuencia en que Kane es abandonado por su mujer,
dado que es una irrupción muy abrupta y sin aparente relación con el contenido
de la historia, Welles afirmó que la introdujo con el fin de despertar a los
espectadores que, a esa altura de la película, estuvieran dormidos, no fueran a
perderse esa escena culminante. Y no sólo es su grito: el aspecto de la cacatúa
sirve para adjetivar lo ridículo o poco procedente de algún personaje.
Robert Shelton, en su biografía de Bob Dylan (No direction home, 2003), describe
el aspecto del músico tras su cambio de imagen en 1965: “Pelo que podría
poner de punta las púas de un peine. Una camisa chillona que apaga las luces de
neón de la plaza Leicester. Parece una cacatúa desnutrida”.
El plano de la cacatúa en Ciudadano Kane, de apenas un segundo de duración. El ojo del pájaro aparece así porque es una transparencia sobre la escena del fondo. Puede verse aquí la interrupción brusca de la secuencia justo cuando el mayordomo hace referencia al momento en que Kane es abandonado por su esposa. La cacatúa enlaza esa referencia con el momento que sigue, el del arranque de ira de Kane tras ver marcharse7 a su mujer
Era
habitual que, cuando una familia de buen tono se compraba un loro, lo tuviera a
prueba una pequeña temporada para asegurarse de que era capaz de hablar y,
sobre todo, de que su vocabulario adquirido era aceptable, no sea que fuera
deslenguado y de mala crianza y asustara a las visitas. El hablar chocarrero y
desbocado, de palabrotas y juramentos, resultaba gracioso en ambientes
taberneros, pero poco aceptable en casas de bien. Sabemos, por diversos
anuncios antiguos en la prensa española, que los vendedores de loros prometían pájaros de buen y
mucho hablar, incluso cantar (alguno se anunciaba como cantor de seguidillas) y
que incluso proporcionaban una lista de su vocabulario, a veces en varias
lenguas. Si era así, es que eran loros mundanos con mucho pasado a cuestas.
Sobre esta cuestión hay un clásico de la poesía burlesca francesa, Vert-Vert (“Verde-verde”), subtitulado “poema espiritual y travieso”, publicado en 1734 por Jean-Baptiste Gresset (1709-1777) y que tuvo un gran éxito desde su publicación hasta mediados del siglo XIX (se dice que a Napoleón le gustaba leer Vert-Vert durante su estancia en Santa Elena). Este poema narra la odisea de un talentoso papagayo, "no menos brillante que Eneas", criado con cariño por las monjas Visitandinas de Nevers y admirado por su sofisticado vocabulario y su devoción, pues sabía de menoria muchas oraciones. Muy oferentes, esas monjas lo enviaron como regalo a sus hermanas, las Visitandinas de Nantes, en un viaje, río abajo, por el Loira, para lo que fue entregado al cuidado de un barquero. Durante el viaje, el pájaro asimiló el lenguaje grosero de los marineros y de ciertos pasajeros (un monje vividor y unas prostitutas), y se apresuró a demostrarlo ante las monjas de Nantes; éstas, horrorizadas, lo envían de regreso al convento de Nevers, donde, después de haberlo juzgado, las hermanas lo ponen en penitencia en el calabozo, condenándolo al ayuno, la soledad y el silencio.
"Vert vert
ese loro de tal humor benigno,
de corazón tan puro, de espíritu tan ferviente;
¿Te lo digo? No es más que un bandolero,
un apóstata cobarde, un blasfemo señalado"
Finalmente, recuperados los buenos modales, el pecador arrepentido es perdonado, pero tan
generosamente recompensado que muere por indigestión de golosinas.
“Relleno de azúcar y quemado de licores,
Ver-Vert, cayendo sobre un montón de almendras
garrapiñadas
En negro ciprés
vio cambiar sus rosas.”
Dos de las
muchas ilustraciones que se hicieron de la historia de Vert-vert. A la
izquierda, Fleury François Richard, 1804, Museo de Bellas Artes de Lyon. A la derecha,
Jean-Baptiste Mallet (atr.), 1810-20, colección privada
Grabado de van Jacquand, que
representa el regreso de Vert-Vert y el horror de las monjas (salvo, naturalmente, la que está
sorda, a la izquierda), c. 1847
Una copia de la historia de Vert-Vert estaba en la biblioteca de Gustave Flaubert, el autor de Un corazón sencillo, un relato en el que un loro tiene un papel espiritual y para el que no debió de ser difícil encontrar inspiración para un tema donde religión y loro se encontraran.
Los que sí tenían mundo y debían de estar de
vuelta de todo eran los loros de los piratas. Cómo no recordar esa maravilla
que es La isla de tesoro (1883), de R.L. Stevenson, con el malvado, pero
ambivalente, Long John Silver y su loro, capitán Flint. Juntos
constituirán la base iconográfica de todos los piratas que vendrán después.
Tarjeta
publicitaria de La isla del Tesoro, dirigida por Victor
Fleming en 1934
“-Ven
por aquí, Hawkins -me decía-; ven a echar una parrafada con John. A nadie veo
aquí con más gusto que a ti, hijo. Siéntate y oye las novedades. Aquí está el
Capitán Flint -llamo a mi loro Capitán Flint, como el famoso bucanero-; aquí está
el Capitán Flint prediciendo buen fin para nuestro viaje; ¿no es verdad,
capitán?
Y
el loro empezaba a decir muy de prisa: «¡Piezas de a ocho! ¡Piezas de a ocho!
¡Piezas de a ocho!», hasta que temía uno que se atosigase o hasta que John le
echaba un pañuelo por encima de la jaula.
-Pues
ese pájaro -decía- tiene, puede ser, doscientos años, Hawkins...; esos viven
por siempre, mayormente, y si alguien ha visto más crímenes y horrores, será el
demonio en persona. Ha navegado con England,
el gran capitán England,
el pirata. Ha estado en Madagascar y en Malabar
y Surinam,
y Providencia, y Portobello. Estuvo cuando sacaron a flote los galeones de la
plata. Allí es donde aprendió a decir «¡Piezas de a ocho!», y no es de
extrañar; ¡trescientas cincuenta mil había, Hawkins! Estuvo en la toma al
abordaje del Virrey de las Indias, en la costa de Goa; allí estuvo; y si uno le
mira parece que es un nene. Pero tú has olido la pólvora, ¿no es verdad,
capitán?
- «¡Atención
y a sus puestos!», gritaba el loro.
- ¡Ah,
es, en verdad, una alhaja! -decía el cocinero, dándole terrones de azúcar que
llevaba en el bolsillo; y entonces el loro se agarraba con el pico a las barras
y empezaba a lanzar juramentos sin tino, haciendo pasar su inocencia por
maldad-. Ahí se ve -añadía John- que no se puede tocar la pez
sin untarse. Aquí está este pobre pájaro mío, inocente, blasfemando como un
desalmado y sin saber lo que hace; tenlo por seguro. Lo mismo juraría, pongo
por caso, delante de un capellán.”
Wallace
Beery y Jackie Cooper, con el capitán Flint, en La isla del Tesoro
No es difícil pensar que la historia de Vert-Vert esté en la base de otro famoso loro literario: Laverdure (de evidente traducción, pero dejando claro que, aquí, “verdura” no es la que se come sino el color verde, el “verdor”, como “la verdura de las eras” de Jorge Manrique), uno de los personajes de la novela Zazie dans le métro, de R. Queneau (1959), llevada al cine ese mismo año por Louis Malle. El loro Laverdure es tratado en la narración como un personaje de pleno derecho, dotado de palabra (incluso se atreve con el latín: “no comprendemos el hic de este nunc ni el quid de este quod”), interviene como los demás en el diálogo y sus palabras son comentadas por los interlocutores. Participa en la acción, asume los mismos riesgos que los demás y está dotado de sentimientos. Su amo, Turandot, siente una gran pasión por él (su “gallinita verde”, lo llama) y al final se identifican tanto que el narrador muestra el mismo final para ambos (“se fueron volando”). Laverdure tiene una frase recurrente y significativa ("Hablas, hablas, eso es todo lo que sabes hacer"), pero es un reflejo de la incertidumbre de los hechos novelados, de la verborrea de unos personajes a los que se les va la fuerza por la boca.
Las cubiertas de
una edición de bolsillo de 1963 de Zazie dans le métro, de Raymond Queneau
El
monumento a Baruch Spinoza en el Zwanenburgwal, Ámsterdam, por Nicolas Dings,
2008
¿Qué
hacen los loros en la túnica más absurda que podemos encontrar? En Ámsterdam
hay una estatua de bronce dedicada al filósofo Baruch Spinoza, obra de Nicolas
Dings y erigida en 2008 cerca del lugar donde nació. El pedestal dice: "El
fin del estado es la libertad", como una etiqueta de su
filosofía política. La estatua se acompaña de un icosaedro (símbolo del universo como
construcción de la mente humana), pero lo más alocado es la presencia de varios loros,
que pretenden representar a las cotorras alejandrinas que, como en tantas
partes, se han asentado en la ciudad. Según parece, simbolizan a los inmigrantes
que han hecho de la ciudad lo que es, mientras los otros pájaros representados
son gorriones, encarnación de los habitantes autóctonos. Las rosas, pese a no
tener espinas, hacen referencia a su nombre, Spinoza (la familia del filósofo,
judía sefardí y expulsada, por tanto de la península Ibérica en 1492, procedía,
según algunos, vía Portugal, de Espinosa de los Monteros, de donde habrían
tomado el apellido). La reunión de todos estos recados, propios de un póster
infantil para un trabajo de clase, es una presentación poco adecuada al
pensamiento de este hombre que, desde luego, nada tiene que ver con el
psitacismo, al contrario del que concibió el monumento: demasiadas cosas para
ocultar la obra real de uno de los pilares del pensamiento moderno.
Detalles
del monumento
La
tradición literaria tiene un hito en Robinson Crusoe, 1719, de Daniel
Defoe:
“Salté
la valla y me tumbé a la sombra para descansar mis miembros, pues estaba muy
cansado, y me quedé dormido; pero juzgad vosotros, si podéis, que leéis mi
historia, qué sorpresa me debo llevar cuando me despertó de mi sueño una voz
que me llamaba por mi nombre varias veces: "¡Robin, Robin, Robin Crusoe:
pobre Robin Crusoe! ¿Dónde estás, Robin Crusoe? ¿Dónde estás? ¿Dónde has
estado?"
Yo
estaba tan muerto de sueño al principio, fatigado con el remo, o parte del día,
y con la caminata la última parte, que no me desperté del todo; pero adormilado
creí soñar que alguien me hablaba; pero como la voz continuaba repitiendo:
"Robin Crusoe, Robin Crusoe", por fin empecé a despertarme más
perfectamente, y al principio me asusté terriblemente, y me puse en pie con la
mayor consternación; Pero apenas abrí los ojos, vi a mi Poll sentado en lo alto
del seto, y en seguida supe que era él quien me hablaba, porque precisamente en
ese lenguaje quejumbroso yo le había hablado y enseñado, y lo había aprendido
tan perfectamente que se sentaba en mi dedo, y acercaba su pico a mi cara y
gritaba: "¡Pobre Robin Crusoe! ¿Dónde estás? ¿Dónde has estado? ¿Cómo has
llegado hasta aquí?" y cosas por el estilo que yo le había enseñado.”
La presencia del loro, el imitador por excelencia, es una imagen del proceso de mímesis en el personaje de Crusoe, que hace de su vida en la isla una imitación de los patrones culturales de su origen. Pero ¿de dónde viene ese nombre de “Poll” o “Polly” para los loros de “habla” inglesa, si se nos permite la licencia? Ha sido un recurso muy habitual, hasta el punto de que formó parte de un eslogan de una antigua compañía de galletas americana: “Polly, want a cracker?” (“¿Polly, quieres una galleta?”).
Anuncio
de la American Biscuit Co., 1898
En
la revista literaria neoyorquina, The Knickerbocker, apareció un anuncio
en 1849 ofreciendo un loro, un “Poll parrot”, “barato”, que sabía
decir muchas frases (como “Hola, granuja”, “¡fuego!” y “Polly
want a cracker?”). Al margen de que no nos extrañe que quisieran venderlo,
hay un ejemplo anterior, de 1848, en otra revista satírica llamada The
John-Donkey, en el que se muestra a un niño a punto de romper la cabeza a
un loro, puede que harto de oírle la frasecita, y haciendo un juego de palabras
entre “Crack” (“romper”) y “Cracker” (“galleta”).
Puede haber una conexión entre el uso de galletas en los barcos (un
alimento habitual entre los marineros, por su larga conservación) y los loros de a
bordo, frecuentes como mascotas. En cualquier caso, la frase podría haber sido
de uso común. El nombre Polly para el loro puede retrotraerse a 1606, en una obra de teatro de Ben Jonson, Volpone, en la que dos personajes
cómicos, Sir Politic Would-Be ("Sir Pol", para
abreviar) y su esposa, dos esnobs que imitan las palabras y el comportamiento del protagonista, mantienen una cháchara interminable y cuya ignorancia hace que Jonson los
describa como “loros”. Ese apodo de Poll-Polly debió de generalizarse y así lo encontramos a
los dos lados del Atlántico. El presidente de los Estados Unidos entre 1829 y 1837, Andrew Jackson, tuvo un loro gris africano llamado Poll, muy lengüilargo, al que dejaron asistir al funeral de su amo, en 1845, pero que tuvo que ser explulsado del acto por la gran cantidad de palabrotas que decía. Jackson no hizo caso de la advertencia de Apuleyo: "
Y para terminar, el caso insólito de un loro que está callado, el sketch más célebre que nos dieron los Monty Python, el del loro muerto, repetido una y otra vez en la televisión y el cine, premiado, parodiado e imitado por muchos otros (incluso por Margaret Thatcher). Lo curioso es que tiene un claro precedente en el Filógelos (literalmente, “el amante de la risa”), una recopilación de chistes griegos, clasificados por temas, atribuida a Hierocles y Filagrio y datada algo después del 248 d.C. Entre ellos incluye uno en el que un hombre se queja de que el esclavo que acaba de comprar está muerto:
"¡El
esclavo que me vendiste se ha muerto!", y el vendedor responde: "¡Por
los dioses! Cuando estaba conmigo jamás le dio por hacer tal cosa".
Nee he preguntado q significaba el psitacismo y creo q me remonta a las enseñanzas de la escuela primaria e incluso secundaria de los 50-60...mi pesadilla por tener q aprender tanto de memoria! tal vez por ello preferi mejor distraer mi cerebro con las matemáticas, ja..ja.
ResponderEliminarSobre la parodia inglesa final q te voy a decir creo hoy siguen siendo culturalmente así de irritantes, lo he podido comprobar recientemente en mis visitas a oficinas gubernamentales en UK, oh my God! aún peor q nuestro vuelva Vd. mañana!
Tu Alfonso, no dejas de sorprendernos siempre, genial!