HUMANILENGUADOS (y IV): ELOCUENCIA O PSITACISMO

 

 "No soy un admirador de los loros domésticos. Para mí, y he descubierto que a otros muchos les pasa lo mismo, es una experienecia deprimente, en una primera visita a la casa de gente agradable, encontrar que hay entre los miembros de la familia un loro. Suele ser el miembro más importante."

(William Hudson, Aves y hombres, 1901) 

Loro elocuente. Viñeta ilustrada  de Granville en "Falsilla para el uso de animales que quieren alcanzar honores", escrito por Honore De Balzac en "Escenas de la vida privada y pública de los animales", 1840-1842

De todas las cualidades que podemos encontrar en esta ave cuando está domesticada (longevidad, colorido, sociabilidad e inteligencia), la menos interesante es su capacidad de imitar el habla humana. Casi cualquier ave común tiene una voz más agradable que el parloteo del más habilidoso de los loros. No es de extrañar que se haya llamado psitacismo (de su nombre latino, Psittacus) a la repetición mecánica de cosas que no se entienden, pero tampoco nos extraña que esa rara capacidad haya seducido a tantas culturas.

El loro (kili) siempre ha jugado un papel importante en la cultura tamil (sureste de la India y Sri Lanka) porque representa la verdad y la transmisión de las enseñanzas de los sabios. Según la literatura antigua, Sage Suka y Sage Arunagirinathar, dos sabios hindúes, tomaron forma de loros para recitar sus slokas (epopeyas). Los astrólogos también usaban loros para adivinar el futuro.

Manuscrito Tuti-Nâma, mujer con loro (cotorra alejandrina), 1580-1585, Chester Beatty Library, Dublin. Tutinama se traduce como "Cuentos del loro" y es una serie de cuentos persas del siglo XIV. El narrador principal es un loro, que le cuenta historias a su dueña, una mujer llamada Khojasta. 


Una doncella enjoyada con un periquito, 1670-1700, cultura mogol, India, MET, NY. El pájaro se posa sobre los dedos de la joven, pintados con henna

Probablemente, los griegos vieron sus primeros loros durante la campaña de Alejandro Magno en la India, en 327-326 a. C., pero la primera mención real de los loros es de Ctesias de Cnido, del siglo V, que vivía en la corte persa, donde recogió relatos de viajeros. En su (a menudo crédulo) libro de "maravillas indias" (Indica), parece describir un periquito cabeza de ciruela (Psittacula cyanocephala): 

 

“Tiene voz humana y habla lenguaje humano. Es del tamaño de un halcón; tiene la cabeza púrpura y la barba negra; su cuerpo es azul oscuro, pero alrededor del cuello el color es el del cinabrio rojo. Habla indio como una persona real, pero si se le enseña griego, también lo habla muy bien. “

La capacidad del habla se debía, según  Aristóteles,  a su lengua carnosa, similar a la de los humanos. “Todas las aves con garras corvas son propensas a la imitación…parece que imitan sobre todo a las mujeres”, según Antígono de Caristo (siglo III a.C.), en su Colección de historias maravillosas, haciendo así una doble alusión: intencionadamente, al parloteo femenino; de paso, a la limitación de la mujer al espacio doméstico y sus distracciones (ya hemos hablado de la relación hogareña entre aves y mujeres: aquí, aquí, aquí y aquí).

Bibliothèque Municipale de Douai, De Natura animalium 

Claudio Eliano (De natura animalium), escribiendo sobre los loros en la India, afirma:

“En estos palacios reales también hay loros, que se agolpan alrededor del rey. Pero ningún indio se come un loro, a pesar de su gran abundancia. La razón es que los brahmanes los consideran aves sagradas y los estiman incluso por encima de todos los demás pájaros. Dicen que esto está justificado porque el loro es el único pájaro que imita tan perfectamente el habla humana.

 

Aulus Licinius Archias, uno de los poetas incluidos en la Antología griega (s. I a.C.), dejó escrito un epitafio (epicedium) a un loro (ya veremos que no es el único), como si el pajarraco, para colmo, siempre tuviera la última palabra:

 

“Yo soy el pajarraco que a menudo antes de gritar de nuevo  

a los pastores, leñadores y pescadores, 

a menudo emitía notas ruidosas y burlonas 

de imitación de mi boca, como un eco. 

Ahora sin lengua y sin voz yazgo caído 

en el suelo, renunciando a mi afición a la mímica.” 

 

Isidoro de Sevilla (Etimologías) le reconoció el don del habla (“verba et voces hominum imitantur”), que incluía su capacidad de saludar sin que nadie le hubiera enseñado: “Ave”, dicen, lo que les pone en relación directa con la Inmaculada Concepción. Otra tradición decía que el loro, en el Paraíso, aprendió a repetir el nombra de Eva: bastaba con invertirlo para que fuese “Ave”, al igual que María, la mujer sin mancha, era la inversión de Eva, la pecadora.

Bestiario de Ann Walsh, Kongelige Bibliotek, Copenhague

Tomás de Cantimpré, en "Sobre la naturaleza de las cosas” (1240), se hace eco de la afirmación de Plinio de que estas aves saludan a los emperadores, y cuenta que “cuando Carlomagno cruzaba las áridas extensiones del centro de Grecia, se encontró con algunos loros que lo saludaron, como debe ser en lengua griega, diciéndole: “¡Salve, emperador!”. Los acontecimientos futuros probarían la validez de estos saludos de los pájaros, ya que Carlomagno, que en ese momento era solo rey de Francia, se convertiría en emperador del Sacro Imperio Católico”.

 

No sólo saludaban a emperadores, también a papas: Un caballero tenía un loro, que envió como regalo al Papa León. Cada vez que el loro se encontraba con un transeúnte durante su recorrido, le gritaba: “Voy al papa, voy al papa”. Y tan pronto como llegó a su destino y fue llevado ante la presencia del papa, el pájaro gritó: "Hola, papa León". (Tomás de Cantimpré, "Sobre la naturaleza de las cosas"). 

 

Museo Getty, MS. 100, El Bestiario de Northumberland


 Su fama de inteligentes derivaba de su elocuencia. Alexander Neckam (1157 -1217), erudito inglés, escribe lo siguiente:

 

En Inglaterra vivía un rey muy generoso, que era dueño de un loro y lo amaba mucho. El rey, habiendo emprendido un viaje por las montañas de Gilboa, se encontró con un loro que le recordó al que tenía en casa. Le dijo: 'Nuestro loro cautivo, que se parece a ti, te envía sus saludos'. Al oír estas palabras, el pájaro cayó al suelo como muerto. Decepcionado por el engaño del pájaro, el rey continuó su viaje. De regreso a casa, le contó la anécdota a su loro, quien escuchó atento. Luego se dejó caer de su percha, como si también estuviera muerto. El rey ordenó que llevaran su pájaro afuera, para que pudiera volver en sí respirando aire fresco. Pero tan pronto como estuvo afuera, el pájaro se alejó volando traviesamente, para no volver a aparecer nunca más. Su amo estaba furioso y todo su séquito se quejó durante mucho tiempo de haber sido engañado por el loro."

 

Manuscrito de Le chevalier de papegau, Biblioteca Municipal de Valenciennes


Le Chevalier du Papegau (“El caballero del loro”) es una novela artúrica tardía (entre fines del XIV y principios del XV), anónima, que pertenece al género de relatos llamados del “Bel inconnu” (“El hermoso desconocido”), en el que un joven al que nadie conoce –ni él mismo sabe su nombre- llega a la corte del rey Arturo para buscar un campeón con el que combatir por su dama. El joven no es otro que el mismo rey Arturo quien, tras ganar el duelo, recibe, en premio a su valor, un loro, y en seguida se ofrecen el uno al otro: “Señor, ¿por qué no me tomáis? Soy vuestro por razón”, dice el pájaro, a lo que el joven Arturo responde tomando el apelativo de “Caballero del loro”. En otras novelas, la recompensa suele ser un azor u otra ave de cetrería, más propia de un caballero, seguramente porque no sabían lo que se perdían con el loro. Éste resulta todo un señor, con un criado enano y un palafrén, un pájaro galante que no sólo repite palabras, sino que razona, cuenta historias, canta un repertorio variadísimo, tiene maneras corteses y es cultivado, aunque también es autoritario y colérico con su criado y sus arranques de rabia explican que viva en una jaula, aunque de oro y rubíes, de una riqueza inaudita. En Inglaterra, el loro también era conocido por el apodo de popinjay (“fantoche”), una palabra que se aplicaba a un dandi elegante.

 

Guillaume de Guéroult, en su poema De la propriété, et nature d'aucuns oyseaux (1554) describe al loro como inverso al hombre, pues mientras aquel es encerrado en una jaula para que aprenda a hablar, este es encerrado para que aprenda a callarse. También hace de él una metáfora del seductor.


Benoist Rigaud, Description philosophale de la nature et condition des oyseaux, Lyon, 1561 

 

 

Fue siempre un símbolo de la elocuencia, como se puede ver en muchos casos, pese a que su hablar es repetitivo y monótono. Haciendo honor al psitacismo, Calímaco lo veía más como el símbolo de la persona trivial y parlanchina. Sin embargo, gracias a un loro parlanchín que había pertencido a la recién extinta tribu de los Atures, en la cuenca del Orinoco, Humboldt pudo reconstruir una pequeña parte del vocabulario de su lengua ya perdida: era el último hablante atur, una grabadora vivente.


Capítulo sobre el loro en los jeroglíficos de Jean-Pierre Valerian, 1615, ejemplificando la elocuencia

 


Marteen Van Heemskerck, Apolo y las musas, 1555-1560, Museo de Nueva Orleans, donde aparece sobre el órgano, tomando lecciones de canto


Puede que sus cualidades vocales estén mejor representadas en Las joyas de la Castafiore (1962-63), donde el pobre capitán Haddok, inmovilizado por un esguince, debe soportar al guacamayo que le lleva la soprano.



La cualidad exasperante del grito de estas aves fue utilizada muy astutamente por Orson Welles: si hemos de creerle, cuando se le preguntaba, tras tantas especulaciones, qué simbolizaba el primer plano de la cacatúa chillona al comienzo de la secuencia en que Kane es abandonado por su mujer, dado que es una irrupción muy abrupta y sin aparente relación con el contenido de la historia, Welles afirmó que la introdujo con el fin de despertar a los espectadores que, a esa altura de la película, estuvieran dormidos, no fueran a perderse esa escena culminante. Y no sólo es su grito: el aspecto de la cacatúa sirve para adjetivar lo ridículo o poco procedente de algún personaje. Robert Shelton, en su biografía de Bob Dylan (No direction home, 2003), describe el aspecto del músico tras su cambio de imagen en 1965: “Pelo que podría poner de punta las púas de un peine. Una camisa chillona que apaga las luces de neón de la plaza Leicester. Parece una cacatúa desnutrida”.


El plano de la cacatúa en Ciudadano Kane, de apenas un segundo de duración. El ojo del pájaro aparece así porque es una transparencia sobre la escena del fondo. Puede verse aquí la interrupción brusca de la secuencia justo cuando el mayordomo hace referencia al momento en que Kane es abandonado por su esposa. La cacatúa enlaza esa referencia con el momento que sigue, el del arranque de ira de Kane tras ver marcharse7 a su mujer


Era habitual que, cuando una familia de buen tono se compraba un loro, lo tuviera a prueba una pequeña temporada para asegurarse de que era capaz de hablar y, sobre todo, de que su vocabulario adquirido era aceptable, no sea que fuera deslenguado y de mala crianza y asustara a las visitas. El hablar chocarrero y desbocado, de palabrotas y juramentos, resultaba gracioso en ambientes taberneros, pero poco aceptable en casas de bien. Sabemos, por diversos anuncios antiguos en la prensa española, que los vendedores de loros prometían pájaros de buen y mucho hablar, incluso cantar (alguno se anunciaba como cantor de seguidillas) y que incluso proporcionaban una lista de su vocabulario, a veces en varias lenguas. Si era así, es que eran loros mundanos con mucho pasado a cuestas.

 

Sobre esta cuestión hay un clásico de la poesía burlesca francesa, Vert-Vert (“Verde-verde”), subtitulado “poema espiritual y travieso”, publicado en 1734 por Jean-Baptiste Gresset (1709-1777) y que tuvo un gran éxito desde su publicación hasta mediados del siglo XIX (se dice que a Napoleón le gustaba leer Vert-Vert durante su estancia en Santa Elena). Este poema narra la odisea de un talentoso papagayo, "no menos brillante que Eneas", criado con cariño por las monjas Visitandinas de Nevers y admirado por su sofisticado vocabulario y su devoción, pues sabía de menoria muchas oraciones. Muy oferentes, esas monjas lo enviaron como regalo a sus hermanas, las Visitandinas de Nantes, en un viaje, río abajo, por el Loira, para lo que fue entregado al cuidado de un barquero. Durante el viaje, el pájaro asimiló el lenguaje grosero de los marineros y de ciertos pasajeros (un monje vividor y unas prostitutas), y se apresuró a demostrarlo ante las monjas de Nantes; éstas, horrorizadas, lo envían de regreso al convento de Nevers, donde, después de haberlo juzgado, las hermanas lo ponen en penitencia en el calabozo, condenándolo al ayuno, la soledad y el silencio. 


"Vert vert
ese loro de tal humor benigno,
de corazón tan puro, de espíritu tan ferviente;
¿Te lo digo? No es más que un bandolero,
un apóstata cobarde, un blasfemo señalado"


Finalmente, recuperados los buenos modales, el pecador arrepentido es perdonado, pero tan generosamente recompensado que muere por indigestión de golosinas.

 

“Relleno de azúcar y quemado de licores,

Ver-Vert, cayendo sobre un montón de almendras garrapiñadas

En negro ciprés vio cambiar sus rosas.”


Dos de las muchas ilustraciones que se hicieron de la historia de Vert-vert. A la izquierda, Fleury François Richard, 1804, Museo de Bellas Artes de Lyon. A la derecha, Jean-Baptiste Mallet (atr.), 1810-20, colección privada

 


Grabado de van Jacquand, que representa el regreso de Vert-Vert y el horror de las monjas (salvo, naturalmente, la que está sorda, a la izquierda), c. 1847 


Una copia de la historia de Vert-Vert estaba en la biblioteca de Gustave Flaubert, el autor de Un corazón sencillo, un relato en el que un loro tiene un papel espiritual y  para el que no debió de ser difícil encontrar inspiración para un tema donde religión y loro se encontraran.

 

Los que sí tenían mundo y debían de estar de vuelta de todo eran los loros de los piratas. Cómo no recordar esa maravilla que es La isla de tesoro (1883), de R.L. Stevenson, con el malvado, pero ambivalente, Long John Silver y su loro, capitán Flint. Juntos constituirán la base iconográfica de todos los piratas que vendrán después.


Tarjeta publicitaria de La isla del Tesoro, dirigida por Victor Fleming en 1934


“-Ven por aquí, Hawkins -me decía-; ven a echar una parrafada con John. A nadie veo aquí con más gusto que a ti, hijo. Siéntate y oye las novedades. Aquí está el Capitán Flint -llamo a mi loro Capitán Flint, como el famoso bucanero-; aquí está el Capitán Flint prediciendo buen fin para nuestro viaje; ¿no es verdad, capitán? 

Y el loro empezaba a decir muy de prisa: «¡Piezas de a ocho! ¡Piezas de a ocho! ¡Piezas de a ocho!», hasta que temía uno que se atosigase o hasta que John le echaba un pañuelo por encima de la jaula. 

-Pues ese pájaro -decía- tiene, puede ser, doscientos años, Hawkins...; esos viven por siempre, mayormente, y si alguien ha visto más crímenes y horrores, será el demonio en persona. Ha navegado con England, el gran capitán England, el pirata. Ha estado en Madagascar y en Malabar y Surinam, y Providencia, y Portobello. Estuvo cuando sacaron a flote los galeones de la plata. Allí es donde aprendió a decir «¡Piezas de a ocho!», y no es de extrañar; ¡trescientas cincuenta mil había, Hawkins! Estuvo en la toma al abordaje del Virrey de las Indias, en la costa de Goa; allí estuvo; y si uno le mira parece que es un nene. Pero tú has olido la pólvora, ¿no es verdad, capitán? 

- «¡Atención y a sus puestos!», gritaba el loro. 

- ¡Ah, es, en verdad, una alhaja! -decía el cocinero, dándole terrones de azúcar que llevaba en el bolsillo; y entonces el loro se agarraba con el pico a las barras y empezaba a lanzar juramentos sin tino, haciendo pasar su inocencia por maldad-. Ahí se ve -añadía John- que no se puede tocar la pez sin untarse. Aquí está este pobre pájaro mío, inocente, blasfemando como un desalmado y sin saber lo que hace; tenlo por seguro. Lo mismo juraría, pongo por caso, delante de un capellán.”


Wallace Beery y Jackie Cooper, con el capitán Flint, en La isla del Tesoro


No es difícil pensar que la historia de Vert-Vert esté en la base de otro famoso loro literario: Laverdure (de evidente traducción, pero dejando claro que, aquí, “verdura” no es la que se come sino el color verde, el “verdor”, como “la verdura de las eras” de Jorge Manrique), uno de los personajes de la novela Zazie dans le métro, de R. Queneau (1959), llevada al cine ese mismo año por Louis Malle. El loro Laverdure es tratado en la narración como un personaje de pleno derecho, dotado de palabra (incluso se atreve con el latín: “no comprendemos el hic de este nunc ni el quid de este quod”), interviene como los demás en el diálogo y sus palabras son comentadas por los interlocutores. Participa en la acción, asume los mismos riesgos que los demás y está dotado de sentimientos. Su amo, Turandot, siente una gran pasión por él (su “gallinita verde”, lo llama) y al final se identifican tanto que el narrador muestra el mismo final para ambos (“se fueron volando”). Laverdure tiene una frase recurrente y significativa ("Hablas, hablas, eso es todo lo que sabes hacer"), pero es un reflejo de la incertidumbre de los hechos novelados, de la verborrea de unos personajes a los que se les va la fuerza por la boca.


Las cubiertas de una edición de bolsillo de 1963 de Zazie dans le métro, de Raymond Queneau 


El monumento a Baruch Spinoza en el Zwanenburgwal, Ámsterdam, por Nicolas Dings, 2008

 

¿Qué hacen los loros en la túnica más absurda que podemos encontrar? En Ámsterdam hay una estatua de bronce dedicada al filósofo Baruch Spinoza, obra de Nicolas Dings y erigida en 2008 cerca del lugar donde nació. El pedestal dice: "El fin del estado es la libertad", como una etiqueta de su filosofía política. La estatua se acompaña de un icosaedro (símbolo del universo como construcción de la mente humana), pero lo más alocado es la presencia de varios loros, que pretenden representar a las cotorras alejandrinas que, como en tantas partes, se han asentado en la ciudad. Según parece, simbolizan a los inmigrantes que han hecho de la ciudad lo que es, mientras los otros pájaros representados son gorriones, encarnación de los habitantes autóctonos. Las rosas, pese a no tener espinas, hacen referencia a su nombre, Spinoza (la familia del filósofo, judía sefardí y expulsada, por tanto de la península Ibérica en 1492, procedía, según algunos, vía Portugal, de Espinosa de los Monteros, de donde habrían tomado el apellido). La reunión de todos estos recados, propios de un póster infantil para un trabajo de clase, es una presentación poco adecuada al pensamiento de este hombre que, desde luego, nada tiene que ver con el psitacismo, al contrario del que concibió el monumento: demasiadas cosas para ocultar la obra real de uno de los pilares del pensamiento moderno.

Detalles del monumento

La tradición literaria tiene un hito en Robinson Crusoe, 1719, de Daniel Defoe:

“Salté la valla y me tumbé a la sombra para descansar mis miembros, pues estaba muy cansado, y me quedé dormido; pero juzgad vosotros, si podéis, que leéis mi historia, qué sorpresa me debo llevar cuando me despertó de mi sueño una voz que me llamaba por mi nombre varias veces: "¡Robin, Robin, Robin Crusoe: pobre Robin Crusoe! ¿Dónde estás, Robin Crusoe? ¿Dónde estás? ¿Dónde has estado?"

Yo estaba tan muerto de sueño al principio, fatigado con el remo, o parte del día, y con la caminata la última parte, que no me desperté del todo; pero adormilado creí soñar que alguien me hablaba; pero como la voz continuaba repitiendo: "Robin Crusoe, Robin Crusoe", por fin empecé a despertarme más perfectamente, y al principio me asusté terriblemente, y me puse en pie con la mayor consternación; Pero apenas abrí los ojos, vi a mi Poll sentado en lo alto del seto, y en seguida supe que era él quien me hablaba, porque precisamente en ese lenguaje quejumbroso yo le había hablado y enseñado, y lo había aprendido tan perfectamente que se sentaba en mi dedo, y acercaba su pico a mi cara y gritaba: "¡Pobre Robin Crusoe! ¿Dónde estás? ¿Dónde has estado? ¿Cómo has llegado hasta aquí?" y cosas por el estilo que yo le había enseñado.”

La presencia del loro, el imitador por excelencia, es una imagen del proceso de mímesis en el personaje de Crusoe, que hace de su vida en la isla una imitación de los patrones culturales de su origen. Pero ¿de dónde viene ese nombre de “Poll” o “Polly” para los loros de “habla” inglesa, si se nos permite la licencia? Ha sido un recurso muy habitual, hasta el punto de que formó parte de un eslogan de una antigua compañía de galletas americana: “Polly, want a cracker?” (“¿Polly, quieres una galleta?”).

Anuncio de la American Biscuit Co., 1898

En la revista literaria neoyorquina, The Knickerbocker, apareció un anuncio en 1849 ofreciendo un loro, un “Poll parrot”, “barato”, que sabía decir muchas frases (como “Hola, granuja”, “¡fuego!” y “Polly want a cracker?”). Al margen de que no nos extrañe que quisieran venderlo, hay un ejemplo anterior, de 1848, en otra revista satírica llamada The John-Donkey, en el que se muestra a un niño a punto de romper la cabeza a un loro, puede que harto de oírle la frasecita, y haciendo un juego de palabras entre “Crack” (“romper”) y “Cracker” (“galleta”).


Ilustración de The John-Donkey, 1848

Puede haber una conexión entre el uso de galletas en los barcos (un alimento habitual entre los marineros, por su larga conservación) y los loros de a bordo, frecuentes como mascotas. En cualquier caso, la frase podría haber sido de uso común. El nombre Polly para el loro puede retrotraerse a 1606, en una obra de teatro de Ben Jonson, Volpone, en la que dos personajes cómicos, Sir Politic Would-Be ("Sir Pol", para abreviar) y su esposa, dos esnobs que imitan las palabras y el comportamiento del protagonista, mantienen una cháchara interminable y cuya ignorancia hace que Jonson los describa como “loros”. Ese apodo de Poll-Polly debió de generalizarse y así lo encontramos a los dos lados del Atlántico. El presidente de los Estados Unidos entre 1829 y 1837, Andrew Jackson, tuvo un loro gris africano llamado Poll, muy lengüilargo, al que dejaron asistir al funeral de su amo, en 1845, pero que tuvo que ser explulsado del acto por la gran cantidad de palabrotas que decía. Jackson no hizo caso de la advertencia de Apuleyo: "Enséñale a un loro a maldecir y maldecerá continuamente, volviendo espantosos el día y la noche con sus imprecaciones". Peor aún le fue a un tal M. de Vieux Pont, quien, en pleno Terror jacobino, fue delatado por su loro, que no paraba de gritar "Vive le roi!", lo que le llevó a la guillotina por monárquico.

Y para terminar, el caso insólito de un loro que está callado, el sketch más célebre que nos dieron los Monty Python, el del loro muerto, repetido una y otra vez en la televisión y el cine, premiado, parodiado e imitado por muchos otros (incluso por Margaret Thatcher). Lo curioso es que tiene un claro precedente en el Filógelos (literalmente, “el amante de la risa”), una recopilación de chistes griegos, clasificados por temas, atribuida a Hierocles y Filagrio y datada algo después del 248 d.C. Entre ellos incluye uno en el que un hombre se queja de que el esclavo que acaba de comprar está muerto:

"¡El esclavo que me vendiste se ha muerto!", y el vendedor responde: "¡Por los dioses! Cuando estaba conmigo jamás le dio por hacer tal cosa".






 




 





 











 















Comentarios

  1. Nee he preguntado q significaba el psitacismo y creo q me remonta a las enseñanzas de la escuela primaria e incluso secundaria de los 50-60...mi pesadilla por tener q aprender tanto de memoria! tal vez por ello preferi mejor distraer mi cerebro con las matemáticas, ja..ja.
    Sobre la parodia inglesa final q te voy a decir creo hoy siguen siendo culturalmente así de irritantes, lo he podido comprobar recientemente en mis visitas a oficinas gubernamentales en UK, oh my God! aún peor q nuestro vuelva Vd. mañana!
    Tu Alfonso, no dejas de sorprendernos siempre, genial!

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