BOTÁNICA PARA PÁJAROS
En japonés existe la palabra "Ohanami",
que expresa la idea de apreciar las flores
en compañía de los amigos.
Así sea
Las aves y las plantas están más hermanadas de lo que podemos suponer: los progresos en el estudio del ADN parecen demostrar que la diversificación evolutiva de las aves, desde su aparición en el Cretácico (145-66 Ma), ha corrido paralelamente a la de las plantas con flores (Angiospermas). Podría decirse que el mundo es, desde hace mucho, un jardín con pájaros. Supongámonos, entonces, en medio de ese jardín, interpretando los discursos de los seres vivos, aportando nuestra imaginación. El poeta árabe Azz-eddin Elmocaddessi (m. 1280) dice que no hay nada en la naturaleza que no tenga la facultad de hacerse entender, ya sea de modo sensible o intelectual; sólo el hombre tiene la palabra, pero todas las criaturas, animadas o inanimadas, se expresan en un lenguaje figurado, a través de su comportamiento, propiedades y costumbres, un lenguaje mudo: todo es un bosque de símbolos.
"La Natura es un
templo de vívidos pilares
que a veces dejan
escapar confusas palabras;
por allí hombre
camina entre bosques de símbolos
que lo observan
con ojos familiares."
(Charles Baudelaire, Correspondencias)
La presencia de un pájaro en un
jardín está en resonancia con la lírica cortesana tardomedieval, el motivo del vergel
maravilloso repleto del cantar de los pájaros. El jardín es un lugar idílico,
un locus amoenus, propicio al encuentro amoroso, con sus virtudes tradicionales:
jardín cerrado, una fuente maravillosa, árboles, flores y plantas medicinales:
una naturaleza domesticada, una armonía visual y sonora. Para la mística era un anticipo o una
muestra de la eternidad, como ver con los ojos de Dios.
Las flores contribuyen a
escenificar la promesa de un paraíso donde se revelará la belleza de la
multitud de los seres, donde la fragilidad será una fuerza y la soledad será
abolida. San Efrén de Siria
(siglo IV) se pregunta quién habita el Paraíso y se responde "que de
una sola flor / miles de fragancias / habitan el Paraíso, miles de perfumes /
habitan el cáliz".
En su carta a Lorenzo de Médicis,
Américo Vespucio, hablando del Nuevo Mundo, se maravilla de los "campos
densamente cubiertos de hierba, llenos de flores maravillosas por el delicioso
perfume que esparcen" y de "la inmensa multitud de pájaros de
diversas especies, cuyo plumaje, colores y cantos desafían toda descripción",
por lo que puede concluir como sigue: "En mí mismo creía estar cerca
del paraíso terrenal".
En nombre de un puritanismo
radical, Tertuliano condena el teatro, el uso de joyas y la ropa de color,
desprecio justificado por la idea de que “si Dios hubiera querido que
usáramos tales ropas... habría hecho las ovejas rojas y azules". Sin embargo, muchas plantas son colorantes y las flores y los pájaros compiten con colores
brillantes: el Maestro
del Jardín del Paraíso no parece haber visto nada demoníaco en ello.
Maestro del Jardín
del Paraíso, 1410-1420, Museo Stadel, Frankfurt
Los animales son los actores
indispensables del jardín: si faltaran, el orden del mundo que allí se recrea
sería incompleto. Nos rodeamos, pues, de animales familiares, amansados, figurados en tapices y libros iluminados aunque, como Hugues de Noyers, obispo de Auxerre entre 1183 y
1206, algunos disponen de amplios jardines a los que añaden florestas sin
trabajar, cerrándolas con un muro donde tienen bestias salvajes, probablemente
ciervos, a los que se ve pastando desde las ventanas de la mansión.
Sin embargo, el animal predilecto en el jardín es el pájaro, inofensivo, y que encanta la vista con sus colores y especialmente el oído con su canto; se le atrae al jardín construyéndole bebederos. Está presente en la mayoría de las representaciones y siempre es mencionado en los textos. Además, su mera presencia accidental no era suficiente: se construían pajareras, incluso decorados con pájaros artificiales pintados y dorados posados en un árbol y arrojando agua (recordemos la Fuente de la lechuza, en los jardines de Tívoli).
El centro de la simbología vegetal medieval es el árbol. El pájaro en el árbol es un motivo literario muy popular. Lo encontramos en las novelas de Chrétiens de Troyes, donde constituye uno de los términos de un tríptico recurrente: el agua o la fuente, el árbol o el huerto y los pájaros cantores. También está presente en los relatos hagiográficos, como la de San Brandán, la Navigatio Sanctie Brendani, donde un grupo de monjes liderados por el santo llega a la “Isla de pájaros”, en cuyo centro hay un árbol poblado por una multitud de pájaros que cantan.
En primer plano, el amelanchier en el claustro de la abadía cisterciense de Hauterive, Suiza, una abadía cisterciense fundada en 1138
El dúo pájaro-árbol se convirtió
así en un lugar común en la representación del Paraíso. Por lo
tanto, es natural que plantemos árboles que cumplen la función de atraer a las aves.
En las abadías, el claustro es el espacio donde se busca poblar las
meditaciones errantes de los monjes con un atisbo de la visión beatífica. Estos
árboles especiales, cubiertos de frutos, y visitados por pájaros cantores, son
la imagen misma de la relación con Dios, como un camino a seguir, para cantar y
alabar al Señor por todos sus dones y entregarse a través de la caridad hacia
los pobres: ser unas veces el pájaro que se alimenta y, otras, el árbol que
ofrece. El amelanchier (del latín melis, “miel”, por el dulzor de su
fruto), un género de árboles de las rosáceas, conocido como el “árbol de los
pájaros”, es el primero de ellos y era habitual en muchos monasterios.
Un fragmento del
jardín del Paraíso de Frankfurt, tomando los frutos del amelanchier, sobre el
que hay una oropéndola. A la derecha, los frutos del Amelanchier ovalis
Estos árboles producen un fruto agradable para los pájaros, pero hay más
especies que llevan la huella de esta atracción en sus nombres vernáculos: el
“serbal de los cazadores”, Sorbus aucuparia, (de aucupare,
“atrapar pájaros”), el “cerezo de pájaro” o “cerezo aliso” (Prunus padus),
el “peral de pájaro” o “majuelo” o “espino albar” (diferentes especies de
espinos del género Crataegus).
Arriba: a la izquierda, serbal de los cazadores (Sorbus aucuparia): a la derecha, el cerezo aliso (Prunus padus). Debajo, espino albar o majuelo, Crataegus monogyma
Los jardines cerrados no sólo
eran una imagen religiosa sino que también florecieron entre la nobleza. El hortus
conclusus es jardín del amor, hortus deliciarum, un espacio de
expresión amorosa y cortés. La producción literaria muestra un giro
significativo en los valores caballerescos: Dios es desplazado por la mujer,
objeto de deseo, pretexto de superación e incluso ideal de salvación. Aquí, el
dúo pájaro-árbol está investido de un simbolismo que vuelve a conectar con la
antigua tradición pagana del árbol de la vida, símbolo de fertilidad y
abundancia, donde las aves disfrutan libremente de sus frutos como Adán y Eva
en el Edén, y que alaban la bondad divina con sus polifonías.
Detalle del tapiz
de “Cristo nacido como redentor del hombre”, episodio de la Historia de la
Redención del hombre, 1500–1520. Procede de Flandes. Metropolitan Museum, Nueva
York, The Cloisters Collection
La urraca en el árbol sin hojas
que se extiende sobre los patriarcas y la zarza que crece a los pies
encadenados del hombre pueden interpretarse como expresiones simbólicas de la
caída en el pecado, que aún puede ser redimida, que es el tema general de la
serie de diez tapices a la que pertenece esta obra. La urraca y la zarza se
muestran en el contexto de la fragilidad humana y la redención por el
sacrificio de Cristo. La naturaleza dual de la urraca, manifiesta en su bicromía
en blanco y negro, también se asocia con la fragilidad y la inconstancia; sus
graznidos, con el alma del purgatorio que reclama ser liberada, y con el pájaro
fatal de la horca. Esta imagen se complementa con el arbusto espinoso a los pies
del hombre, que podría parecer una rosa silvestre (Rosa canina) u otro
miembro de la familia de las rosas; la zarzamora (Rubus fruticosus), con
sus frutos inmaduros, aún rojos, que se vuelven negros a medida que la fruta
madura, representación del mundo cuando la tierra fue maldecida después de la
caída de Adán y Eva. Las plantas espinosas a menudo se asocian con el error, el
pecado y la caída de la humanidad y, por tanto, con la muerte.
En un contexto muy diferente, en China, las pinturas de pájaros y flores, Huaniaohua, nacieron durante la dinastía Tang (618-907) y llegaron a su máximo desarrollo en la dinastía Song (960-1279). En
la cultura china, los pájaros y las flores tenían sus propios significados simbólicos:
auspicios, virtudes y también principios de sabiduría. A partir del siglo XIV se extendió hacia el este, a Corea y Japón (al que dedicaremos su propia entrada).
Zhao Mengfu, Abubilla en bambú, 1254-1322, Museo de Shanghái
En Japón, la asociación de aves con los pinos
y los abetos es muy habitual porque son árboles muy ligados a la
espiritualidad, pero el árbol más venerado es el Sugi. Suele
traducirse como “cedro japonés”, pero en realidad no es un cedro sino una
especie familiar del ciprés (Cryptomeria japonica). Es el árbol nacional
de Japón y suele encontrarse alrededor de templos budistas y santuarios
sintoístas. Un antiguo cuento, "Orosu", habla del árbol
sagrado sugi que susurra al viento y, cuando el aire está en
calma, pide a los pájaros que le transmitan sus mensajes. Es el rey del bosque,
y cuando resulta herido todos los demás árboles se reúnen por la noche para
curar sus heridas.
Biombo con aves, pinos y flores de las Cuatro
Estaciones, finales del siglo XVI, MET, Nueva York
La grulla, el ave de Japón por excelencia,
ha sido relacionada con plantas longevas (pino y bambú) y con árboles de
floración ardiente (cerezo y ciruelo).
Izquierda, Isoda Koryusai , Grulla, Bambú e Iris, c. 1775, Art institute, Chicago. Derecha, Togaku, Grullas y flores de cerezo, de la serie de ilustraciones de “Plantas, flores, árboles y pájaros", 1875-1900, Museo van Gogh, Ámsterdam
Dos obras de Utagawa Hiroshige, Grulla y pino, 1854; y Grulla, pino y sol naciente, 1852, Museo de arte de Honolulu
Desde China, el género también pasó más
al oeste. Las pinturas persas de rosas y ruiseñores (Gul-u-bulbul) son un
subtema del género de aves y flores (Gul-u-morg), a veces incluyendo
mariposas. Este motivo pasó de ser un elemento
decorativo en la encuadernación de manuscritos y evolucionó como género
pictórico independiente. Gozó de enorme popularidad debido a la gama
de significados que expresaba, tanto terrenales como divinos. La rosa simbolizaba la perfección, la belleza
y la elegancia, y el pájaro, especialmente el ruiseñor, representaba el espíritu
humano en el misticismo persa. Juntos eran una metáfora de la persona amada y
del que ama y ese amor podía ser tanto terrenal como divino, el anhelo del alma
por unirse a Dios. A partir del siglo XVI, el motivo de la rosa y el ruiseñor
empezó a salir de las ilustraciones de los manuscritos y apareció en todo tipo
de artes decorativas y los retratos cortesanos. Un pájaro cazando insectos,
como las mariposas, podía representar el constante conflicto entre la vida y la
luz, por un lado, y la aniquilación y la oscuridad, por otro.
Tocador persa
decorado con un motivo de rosa y ruiseñor, por Muhammad Baqir, 1789, MET, Nueva
York
Caja de espejo de
laca con motivos de pájaros y flores, por Fathallah Shirazi, 1878, MET, Nueva York.
En las pinturas y escrituras
inspiradas por el misticismo sufí, la flor es el símbolo de la belleza de la
amada y el pájaro es el símbolo del amante, un enamorado al que siempre
molestaban las espinas de la flor. Se consideraba que, cuanto más bellas fueran
las pinturas, más agradables serían los conceptos para el corazón y la vista. Por su parte, el poeta evoca el Jardín del Edén utilizando el tema
de las flores y los pájaros. El ave también transmite el concepto de vuelo
hacia otro mundo y la flor puede representar una vida fugaz que fue preciosa
para el ser humano.
La ilustración es una escena de un poema místico, Mantiq al-tair (Lenguaje de los pájaros), escrito por un iraní del siglo XII, Farid al-Din 'Attar. Los pájaros, que simbolizan las almas individuales en busca del Simurgh (un pájaro místico que representa la máxima unidad espiritual), se reúnen en un paisaje idílico para comenzar su peregrinaje bajo el liderazgo de una abubilla (posada en una roca en el centro a la derecha). MET, Nueva York
Más que una asociación general
entre flores y aves, veremos ahora relaciones más concretas entre los dos mundos.
Algunas son muy evidentes, como es el caso de la paloma y el olivo, que nos
viene desde Noé, cuando el pájaro regresó al atardecer con una rama verdecida.
Biblioteca Koninklijke : Jacob van Maerlant, Spiegel historiael, ca. 1350, Biblioteca Real de los Países Bajos. La paloma regresa al Arca de Noé con una rama de olivo
Desde entonces, será, como
ya vimos, un elemento iconográfico constante entre los cristianos y un
icono de la paz.
Roma, Catacumbas
de Domitila, lápida con paloma y rama de olivo
Catacumbas de San Calixto, Roma, representa a la paloma de la paz llevándole una rama de olivo a una niña difunta llamada Irene, c. 500
En toda Europa, el enebro era muy venerado y muchas
leyendas y cuentos populares lo describen como una puerta a otras
dimensiones, por ejemplo, la morada de hadas, gigantes o enanos. Un cuento alemán, muy crudo, recogido por los hermanos Grimm y titulado "El enebro",
relata cómo el alma de un niño muerto se eleva del enebro en forma de pájaro:
"Mi madre me mató,
mi padre me comió,
y mí buena hermanita
mis huesecitos guardó.
Los guardó en un pañito
de seda, ¡muy bonito!,
y al pie del enebro los
enterró.
Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo!"
En De avibus, de Hugo de Foulloy, hay un breve capítulo sobre la tórtola y el gorrión que sirve de prefacio a los árboles bíblicos, la palmera y el cedro, el hogar de las dos especies de aves. Se dice que la palmera crece lentamente porque el camino hacia la salvación es lento, pero en su plenitud la palmera representa a la Iglesia, los justos en lo alto ante Dios. Plantada en los atrios del Señor, la palmera florece en la vida eterna; sus frutos son las buenas obras y sus recompensas son el cielo. Es difícil trepar por su tronco, pero supone subir la escalera de la Cruz hacia la victoria con Cristo. La voz de la tórtola representa el grito de un penitente cuando la tranquilidad de espíritu le permite reconocer sus pecados. La tórtola construye su nido en este árbol porque simboliza la Cruz.
Representación de la palmera en el manuscrito de De avibus conocido como “Latin 2495”, siglo XII, BNF
Los manuscritos de la obra suelen representar al
cedro rodeado de gorriones. El texto de Hugo de Foulloy dice:
“El cedro y el Líbano se citan a veces por su excelencia, como afirma Salomón en el Cantar de los Cantares: [la esposa describe al esposo: 'Su aspecto es como del Líbano, excelso como los cedros' (Cant. 5:15).] Los gorriones anidan en estos cedros, porque los maestros de almas sitúan monasterios en las tierras de los ricos. Allí los gorriones lloran continuamente para poder buscar alimento en Dios.”
Representación del cedro con los gorriones en el manuscrito de De avibus conocido como “Latin 2495”, siglo XII, BNF
El nombre del ave mítica Fénix, que
renace de sus cenizas, se emparenta con la palabra griega para palmera datilera, phoinikos
(φοίνῑκος, relativo a Phoenix). Este “pájaro-sol” se inspiró en una deidad del antiguo
Egipto, Bennu, parecida a un pájaro y vinculada a la creación y al
ciclo interminable del sol. Las palmeras datileras crecen haciendo brotar
nuevas hojas en un tronco que se extiende derecho, sin distracciones, hacia el
sol. Las hojas viejas mueren mientras brotan otras nuevas, lo que puede haber
inspirado la leyenda del Fénix.
Achardus de Sancto Victore y Gebuinus Trecensis, autores, c. 1100-1174, palmera datilera en el manuscrito de Hugo de Foulloy del Seminario mayor de Brujas
En la Edad Media, la pradera y su hierba son también el campo de batalla, empapada por la sangre de los muertos, el tapiz que sirve de fondo a la extensión de la muerte y a la amplitud del
escenario donde reinan los cuervos cuando el fragor de las armas se ha apagado.
Tras la batalla, la pradera es "la fiesta de los cuervos”.
"Abril es el
mes más cruel, criando
lilas de la
tierra muerta, mezclando
memoria y
deseo, removiendo
turbias
raíces con lluvia de primavera."
(T.S. Eliot, La tierra baldía, 1922)
“Concidit infelix prostratus
uulnere tristiet carpit uirides moribundus dentibus herbas” ("El infortunado
retrocedió y cayó de espaldas bajo la grave herida; moribundo, mordió la hierba
verde"). Así relata el fin de un héroe la Ilias Latina (60-70 d.
C.), una versión latina de la Ilíada de Homero, muy estudiada en las escuelas
medievales y atribuida a Publius Baebius Italicus.
Bestiaire d'amour rimé, Manuscrito fr.1951, Biblioteca Nacional de Francia
“Amigo, escuchas el vuelo negro de los cuervos en nuestras llanuras”, (El “Canto de los partisanos” o “de la liberación”, himno de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial).
Y algo más luminoso: el mes de mayo. Se han utilizado tantas plantas
en la celebración de este mes, especialmente dedicado a la Virgen, que algunos
escritores han afirmado que todas las flores están dedicadas a ella,
especialmente todas las que florecen durante ese mes.
Fragmento del Breviario
de la reina Isabel de Castilla, ilustrado por diversos maestros flamencos,
c.1497, Biblioteca Británica. Muestra el nacimiento de la Virgen y pueden verse
algunas de las flores asociadas comúnmente a ella: fresas, margaritas, violetas
y violetas tricolores (conocidas como pensamientos o trinatarias, símbolo de la Trinidad)
La fresa (Fragaria vesca) era alimento de los afortunados hombres de la Edad Dorada, según Ovidio, pero su simbolismo ha sido muy diverso: alimento vano para los cristianos, pero también representación de la Trinidad (por su hoja trifoliada), planta mariana y emblema de la sangre de Cristo porque su fruto es “sangrante”. Una vieja tradición centroeuropea dice que la Virgen acompaña a los niños cuando van a recoger fresas el día de San Juan. En ese día, ninguna madre que haya perdido un hijo comerá una fresa, para que a su pequeño no le falten en el Paraíso.
Maestro del Jardín
del Paraíso de Frankfurt, La virgen de las fresas, c.1420, Kunstmuseum
Solothurn, Suiza
En esta obra, sobre las rosas y la estructura
del enrejado se colocan ocho pájaros: una oropéndola, dos herrerillos, dos
jilgueros y tres ruiseñores. Casi todos ellos son símbolos crísticos, como ya vimos.
Todo el mundo antiguo consideraba
a la golondrina un ave de luz. Plinio dice que, para curar los ojos de sus
polluelos, se sirve de una planta de savia dorada, llamada en su honor
celidonia: el nombre del género proviene del griego “khelidón” (χελιδών,
“golondrina”), aunque Dioscórides, en cambio, pensaba que el nombre
vendría del viento llamado Chelidonium que sopla en primavera, cuando
regresan las golondrinas. Los romanos llamaron a esta planta Hirundinaria (de
hirundo, “golondrina”). El cristianismo medieval prefirió otra
etimología: Coeli donum (“don del cielo”), porque se la
consideraba dotada de poderes sobrenaturales. El nombre de la especie más
común, “majus” debe de provenir del latín maius (“mayo”), debido
al período donde se concentra la floración. Estirando la relación entre ave y
flor, Plinio recomienda el uso de la sangre de golondrina como ingrediente en
lociones oculares para uso humano, y Aulio Cornelio Celso, junto a todo el
cuerpo de la opinión médica griega y romana, estaba de acuerdo. La tradición
popular también se hacía eco de estas creencias: cualquiera que matara
golondrinas se quedaría ciego de viejo, si es que llegaba. Además, se creía que
en el cuerpo de cada golondrina había una piedra maravillosa que no sólo
mejoraba o devolvía la vista, sino que poseía muchas otras virtudes. Podía ser
roja, negra o blanca. El arzobispo de Rennes, Marbode, que escribió durante el
reinado de rey Felipe Augusto de Francia (siglo XII), afirmaba que la piedra quelidonia
roja curaba la locura, la manía y el deterioro de la salud, y ayudaba a
desarrollar la elocuencia; la piedra negra favorecía el éxito de los proyectos
y el agua en la que se mojaba fortalecía la visión.
Chelidonium majus y la planta en una página de “De materia medica”, procedente de Constantinopla, en el siglo X, The Morgan Library & Museum, NY
En Francia, la flor de la golondrina tenía la connotación de "la espera de una alegría que pronto llegará...". Esta flor, muy común en Europa, fue un motivo popular entre los escultores de las grandes catedrales góticas durante los siglos XIII y XIV, la edad dorada de la decoración vegetal en los capiteles. Así, encontramos la celidonia, "la flor de golondrina", en la decoración de las catedrales de París, Reims, Amiens, Beauvais, Chartres y Bourges, sin contar muchas iglesias menores.
Capitel de
Notre-Dame de París, crochets con hojas de Arum y, debajo, sobre el collarino,
hojas de Celidonia. Decoración románica con celidonia (origen indeterminado),
según Émile Lambin (La flore des grandes cathédrales de France, 1897)
Sobre la estrecha relación entre
la rosa y la Virgen hay poco nuevo que se pueda decir. Hay una gran carga de
espiritualidad, todo un corpus de imaginación que la ha cubierto y la ha
convertido en la flor del amor por excelencia, divino y humano. Por lo tanto,
su encuentro con el ruiseñor era inevitable.
La rosa (Rosa gallica) es tantas cosas: la primavera, la muerte, el amor
(carnal y divino), el Paraíso (que, en origen, era una rosa sin espinas),
Cristo (los cinco pétalos son los cinco estigmas) …
Martin Schongauer, Virgen del rosal, 1473, iglesia de los dominicos, Colmar. En detalle
En esta obra de Schongauer, el
simbolismo ligado al color rojo está muy presente: es el color de la sangre de
Cristo y eso se refleja en algunos de los pájaros que acompañan al rosal: hay
tres jilgueros (uno de ellos es un ejemplar inmaduro), un pinzón y un
petirrojo, cerca de los cuales se encuentra la única rosa blanca de toda la
composición. Mientras que las rosas rojas se refieren a la muerte y al
sufrimiento, esta rosa única e inmaculada se refiere a la elección de María
para la Encarnación.
Detalle de la rosa
blanca con el pinzón y el petirrojo
Detalle del Niño
Jesús, que mira a los tres jilgueros (el de abajo a la izquierda es un inmaduro)
Otros pájaros son parte de la
decoración del hortus conclusus, imagen misma de la Virgen: el
carbonero, que es el símbolo de la elevación hacia Cristo; el mosquitero, que
representa al cristiano pronto a combatir el pecado, como el pájaro captura
ágilmente insectos en el aire; y el gorrión, el que sólo se ocupa de servir a
Dios sin ninguna otra pretensión: la humildad misma.
Detalle del pinzón
y del gorrión
Detalle del carbonero y, sobre él, el mosquitero
Además de las rosas, a los pies
de la tabla hay otras plantas que tienen su protagonismo: alhelíes rojos,
rúcula y fresa. De ésta ya hemos hablado; las dos anteriores son crucíferas, y
sus cuatro pétalos (aunque son especies muy polimorfas) son una referencia a la
cruz. La rúcula, además, aunque no tenía buena fama entre los escritores
cristianos por ser, aparentemente, afrodisiaca, era picante y rubefaciente (que
producía enrojecimiento), por lo que era asociable a la sangre y a la pasión de
Cristo. Además, era de uso medicinal por ser diurética (de ahí viene su
nombre, vesicaria, “de la vejiga”).
Detalle de los
alhelíes de flor roja (género Erysimum) y de las flores blancas de la rúcula
(Eruca vesicaria subsp. Sativa)
Detalle de la planta de la fresa (Fragaria vesca)
Ya hemos hablado del ruiseñor como imagen del amor sublime, cuya representación se la dimos a Oscar Wilde (El ruiseñor y la rosa). Su correspondencia con el amor es antiquísima y, siendo un pájaro de color apagado, es su sangre la que adquiere una connotación pasional, hasta el punto de extenderla sobre la propia flor, cuando ésta necesita encenderse para facilitar el amor.
Izquierda, George Percy Jacomb-Hood, Ilustración en “El príncipe feliz y otros cuentos”, de Oscar Wilde, Londres, 1888. Derecha, detalle del grabado de 1918 con el que Heinrich Vogeler ilustró la edición alemana de la misma obra
Hay otro encuentro entre el
ruiseñor y la rosa: Una rosa de la tumba de Homero, de Hans Christian
Andersen:
“En todos los cantos de Oriente suena el amor del
ruiseñor por la rosa; en las noches silenciosas y cuajadas de estrellas, el
alado cantor dedica una serenata a la fragante reina de las flores.
…
-Aquí reposa el más grande de los cantores -dijo la
rosa-. Quiero perfumar su tumba, esparcir sobre ella mis hojas cuando la
tempestad me deshoje. El cantor de la Ilíada se tornó tierra, en esta tierra de
la que yo he brotado. Yo, rosa de la tumba de Homero, soy demasiado sagrada
para florecer sólo para un pobre ruiseñor.
Y el ruiseñor siguió cantando hasta morir.”
El jilguero es el ave del cardo, como su nombre indica (Carduelis). Su rostro carmesí y su afición a sus semillas le hicieron el pájaro más íntimamente ligado a la Pasión de Cristo, lo que le valió ser el más representado en las Madonas desde el gótico hasta la época contemporánea.
Jilgueros sobre un cardo (Cynara cardunculus), ilustración de Charles Collins, 1739
El clavel (Dianthus
caryophyllus) es una flor cuya atribución a Cristo viene dada por su color
rojo y su homonimia con el clavo, uno se los símbolos de la crucifixión. El
nombre griego del clavel, dianthos, significa “flor de Dios”, y esa
es otra razón que refuerza al clavel en el arte mariano.
En la obra inferior, la espaldera
sostiene claveles rojos y blancos (aunque puede que estos sean crucíferas, de
las que ya hemos hablado). Inevitables, el jilguero, el petirrojo y el pinzón,
manchados todos de rojo.
Madona alemana, siglo XVI, sin atribución
La Virgen de van Eyck sostiene un
ramo de ambas, claveles rojos y crucíferas, ante el loro, símbolo de la
Anunciación.
Jan van Eyck, detalle central de la Virgen del canónigo van der Paele, 1434-1436, Museo Groeninge, Brujas
La llamada “ortiga muerta”, Lamium
purpureum, también ha sido una planta de tradición literaria: en el cuento
Los
cisnes salvajes, de Andersen, una joven devuelve la forma humana a sus
hermanos confeccionándoles camisas tejidas con ortiga. El cuento fue tomado también por los hermanos Grimm en Los seis cisnes.
Arthur Gaskin, grabado para la ilustración de Los cisnes salvajes, en Historias y cuentos de hadas de Hans Christian Andersen (Imagen escaneada por Simon Cooke)
A la misma familia que la Ortiga
muerta, las labiadas (Lamiaceae), pertenece la Salvia (un género con
multitud de especies): ambas han sido plantas “salvíficas” (de ahí el nombre de
la segunda), a las que se atribuía grandes propiedades curativas y cuya flor,
en el rango entre el azul y el púrpura, puede asociarse con el cielo. En el fresco
del pájaro azul, del palacio de Cnossos (c. 1400 a.C.), tenemos la más
antigua representación de la salvia, asociada a ese pájaro, aparentemente
irreal: puede que sea azul sólo para parecerse a la planta. Las flores de ambas
tienen un mecanismo de “palanca estaminal”, por el que se produce una curiosa
simbiosis con el insecto polinizador: “Cuando un polinizador sondea una flor
en busca de néctar (empujando la teca de la antera posterior), la palanca hace
que los estambres se muevan y el polen se deposite en el polinizador. Cuando el
polinizador se retira de la flor, la palanca devuelve los estambres a su
posición original” (de Wikipedia). Ese ofrecimiento de la flor debió
de dar juego a la imaginación.
El fresco del Pájaro azul de Cnossos, 1700-1400 a.C., con la salvia creciendo hacia él
Sin alejarnos de estos tonos de color, la violeta (Viola odorata) es la flor del duelo (Proserpina las recoge cuando sale del Hades, en primavera), relacionada con el sufrimiento de Cristo y de su madre. Su color ha tenido asociaciones místicas y la química ha intentado, desde siempre, imitarlo. En el siguiente relicario unimos a la Virgen con su futuro dolor como madre, ya presente desde el nacimiento de Cristo. Es un relicario en forma de paloma que contenía, supuestamente, leche de la Virgen: en realidad contenía galactita, un polvo de tiza blanca de la llamada gruta de la Santa Leche, cerca de Belén. Según la leyenda, al caer allí, una gota de la leche de la Virgen habría blanqueado toda la cueva. En el pecho de la paloma hay una gran amatista, una de las piedras consideradas las más preciosas en la Antigüedad, y que representa el futuro dolor de la madre de Cristo. Es el color, a falta de la flor que lo inspira.
Relicario de leche
de la virgen, Taller de oignies, 1243 –1250, Donación de las Hermanas de
Notre-Dame de Namur, Fundación Rey Balduino, Bruselas. Plata dorada, oro,
amatista y cobre
La hermandad prerrafaelita, tan
dada al espiritualismo, recurrió a las aves con gran frecuencia. Dante Gabriel
Rosetti, su más conocido pintor, hizo un homenaje póstumo a Elizabeth Siddal, Lizzie,
su esposa y la musa del grupo. Esa obra es Beata Beatrix, donde la
representa como Beatrice, el amor no correspondido de Dante en Vita Nuova.
Existe más de una versión de esta obra. En una, la paloma blanca trae a
Beatrice una amapola roja. En otra, el ave es roja y la flor, blanca. La
amapola tiene su sentido por el hecho de que Lizzie murió de una sobredosis de
un opiáceo, el láudano. La amapola es sueño, muerte, recuerdo.
Dante Gabriel Rossetti, Beata Beatrix, entre 1864
y 1870, Tate Britain
Dante Gabriel Rossetti y Ford Madox Brown, Beata Beatrix, 1877, Museo
de arte de Birmingham
Dante Gabriel Rosetti,
Verónica Veronese, 1872, Museo de Arte de Delaware
Esta otra obra de Rosetti, muy inspirada en la
pintura veneciana, tiene un significado espiritual: “el alma artística en el
acto de la creación”, según el pintor. El canario, posado fuera de la
jaula, representa la unión entre el alma de la creadora y la naturaleza; y la
camomila, junto a él, sería la energía y la fuerza en momentos adversos. Se
supone que el tema está tomado de las cartas de Girolamo Ridolfi (un grabador
renacentista veneciano), que describen cómo una dama, después de escuchar las
notas de un pájaro, intenta plasmarlas en un papel y finalmente reproducirlas
en su violín. La cita es, presuntamente, de Ridolfi, pero en realidad la
escribió el propio Rosetti o quizás su amigo, el poeta Algernon Charles Swinburne; está inscrita, en francés, en el
marco, y dice:
“Verónica se levantó de un salto y escribió las primeras notas en la hoja en blanco. Luego tomó el arco del violín para hacer realidad su sueño; pero antes de desenganchar el instrumento suspendido, permaneció inmóvil unos instantes, escuchando al pájaro inspirador, mientras su mano izquierda vagaba por las cuerdas en busca del motivo supremo, aún lejano. Era la unión de las voces de la naturaleza y del alma, el amanecer de una creación mística.”
Algún autor argumenta que la manzanilla es, en realidad, celidonia, que en la tradición era un específico para las enfermedades de los ojos. Siendo los narcisos (abajo, a la derecha) flores de propiedades narcóticas, somníferas, y la celidonia curativa para la vista, reflejarían los dos problemas más serios que sufría Rosetti: insomnio y miedo histérico a la ceguera, que le llevaron a alguna tentativa de suicidio. Así que el pintor rodeó a la mujer de los antídotos de su propio sufrimiento. Quizás el alma no esté representada por el pájaro, sino por la propia mujer, que responde a la voz natural del canario: sería como una Leda entregada espiritualmente al ave.
Y, como fin, una humilde protesta: es difícil imaginar que las diosas Flora y Cloris, encarnaciones de la primavera y los jardines, no estuvieran rodeadas de pájaros, pero todos los artistas los han olvidado. Y no podemos perdonarle a Botticelli que su Primavera sea muda.
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