BOTÁNICA PARA PÁJAROS


En japonés existe la palabra "Ohanami", 

que expresa la idea de apreciar las flores 

en compañía de los amigos.

Así sea



Juan de Arellano, Aves y flores, 1650-70, Museo Cerralbo  

Las aves y las plantas están más hermanadas de lo que podemos suponer: los progresos en el estudio del ADN parecen demostrar que la diversificación evolutiva de las aves, desde su aparición  en el Cretácico (145-66 Ma), ha corrido paralelamente a la de las plantas con flores (Angiospermas). Podría decirse que el mundo es, desde hace mucho, un jardín con pájaros. Supongámonos, entonces, en medio de ese jardín, interpretando los discursos de los seres vivos, aportando nuestra imaginación. El poeta árabe Azz-eddin Elmocaddessi (m. 1280) dice que no hay nada en la naturaleza que no tenga la facultad de hacerse entender, ya sea de modo sensible o intelectual; sólo el hombre tiene la palabra, pero todas las criaturas, animadas o inanimadas, se expresan en un lenguaje figurado, a través de su comportamiento, propiedades y costumbres, un lenguaje mudo: todo es un bosque de símbolos.

"La Natura es un templo de vívidos pilares

que a veces dejan escapar confusas palabras;

por allí hombre camina entre bosques de símbolos

que lo observan con ojos familiares."

(Charles Baudelaire, Correspondencias)

La presencia de un pájaro en un jardín está en resonancia con la lírica cortesana tardomedieval, el motivo del vergel maravilloso repleto del cantar de los pájaros. El jardín es un lugar idílico, un locus amoenus, propicio al encuentro amoroso, con sus virtudes tradicionales: jardín cerrado, una fuente maravillosa, árboles, flores y plantas medicinales: una naturaleza domesticada, una armonía visual y sonora. Para la mística era un anticipo o una muestra de la eternidad, como ver con los ojos de Dios.

Paul Klee, Jardín de pájaros, 1924, Pinakothek der Moderne, Múnich

Las flores contribuyen a escenificar la promesa de un paraíso donde se revelará la belleza de la multitud de los seres, donde la fragilidad será una fuerza y la soledad será abolida. San Efrén de Siria (siglo IV) se pregunta quién habita el Paraíso y se responde "que de una sola flor / miles de fragancias / habitan el Paraíso, miles de perfumes / habitan el cáliz".

Algunas muestras de los frescos de la casa de Livia, c. 30 a.C., Museo Nacional Romano

En su carta a Lorenzo de Médicis, Américo Vespucio, hablando del Nuevo Mundo, se maravilla de los "campos densamente cubiertos de hierba, llenos de flores maravillosas por el delicioso perfume que esparcen" y de "la inmensa multitud de pájaros de diversas especies, cuyo plumaje, colores y cantos desafían toda descripción", por lo que puede concluir como sigue: "En mí mismo creía estar cerca del paraíso terrenal".

En nombre de un puritanismo radical, Tertuliano condena el teatro, el uso de joyas y la ropa de color, desprecio justificado por la idea de que “si Dios hubiera querido que usáramos tales ropas... habría hecho las ovejas rojas y azules". Sin embargo, muchas plantas son colorantes y las flores y los pájaros compiten con colores brillantes: el Maestro del Jardín del Paraíso no parece haber visto nada demoníaco en ello.

Maestro del Jardín del Paraíso, 1410-1420, Museo Stadel, Frankfurt

Los animales son los actores indispensables del jardín: si faltaran, el orden del mundo que allí se recrea sería incompleto. Nos rodeamos, pues, de animales familiares, amansados, figurados en tapices y libros iluminados aunque, como Hugues de Noyers, obispo de Auxerre entre 1183 y 1206, algunos disponen de amplios jardines a los que añaden florestas sin trabajar, cerrándolas con un muro donde tienen bestias salvajes, probablemente ciervos, a los que se ve pastando desde las ventanas de la mansión.

Sin embargo, el animal predilecto en el jardín es el pájaro, inofensivo, y que encanta la vista con sus colores y especialmente el oído con su canto; se le atrae al jardín construyéndole bebederos. Está presente en la mayoría de las representaciones y siempre es mencionado en los textos. Además, su mera presencia accidental no era suficiente: se construían pajareras, incluso decorados con pájaros artificiales pintados y dorados posados ​​en un árbol y arrojando agua (recordemos la Fuente de la lechuza, en los jardines de Tívoli).

El centro de la simbología vegetal medieval es el árbol. El pájaro en el árbol es un motivo literario muy popular. Lo encontramos en las novelas de Chrétiens de Troyes, donde constituye uno de los términos de un tríptico recurrente: el agua o la fuente, el árbol o el huerto y los pájaros cantores. También está presente en los relatos hagiográficos, como la de San Brandán, la Navigatio Sanctie Brendani, donde un grupo de monjes liderados por el santo llega a la “Isla de pájaros”, en cuyo centro hay un árbol poblado por una multitud de pájaros que cantan.  

En primer plano, el amelanchier en el claustro de la abadía cisterciense de Hauterive, Suiza, una abadía cisterciense fundada en 1138

El dúo pájaro-árbol se convirtió así en un lugar común en la representación del Paraíso. Por lo tanto, es natural que plantemos árboles que cumplen la función de atraer a las aves. En las abadías, el claustro es el espacio donde se busca poblar las meditaciones errantes de los monjes con un atisbo de la visión beatífica. Estos árboles especiales, cubiertos de frutos, y visitados por pájaros cantores, son la imagen misma de la relación con Dios, como un camino a seguir, para cantar y alabar al Señor por todos sus dones y entregarse a través de la caridad hacia los pobres: ser unas veces el pájaro que se alimenta y, otras, el árbol que ofrece. El amelanchier (del latín melis, “miel”, por el dulzor de su fruto), un género de árboles de las rosáceas, conocido como el “árbol de los pájaros”, es el primero de ellos y era habitual en muchos monasterios. 

Un fragmento del jardín del Paraíso de Frankfurt, tomando los frutos del amelanchier, sobre el que hay una oropéndola. A la derecha, los frutos del Amelanchier ovalis

  Estos árboles producen un fruto agradable para los pájaros, pero hay más especies que llevan la huella de esta atracción en sus nombres vernáculos: el “serbal de los cazadores”, Sorbus aucuparia, (de aucupare, “atrapar pájaros”), el “cerezo de pájaro” o “cerezo aliso” (Prunus padus), el “peral de pájaro” o “majuelo” o “espino albar” (diferentes especies de espinos del género Crataegus). 


Arriba: a la izquierda, serbal de los cazadores (Sorbus aucuparia): a la derecha, el cerezo aliso (Prunus padus). Debajo, espino albar o majuelo, Crataegus monogyma 

Los jardines cerrados no sólo eran una imagen religiosa sino que también florecieron entre la nobleza. El hortus conclusus es jardín del amor, hortus deliciarum, un espacio de expresión amorosa y cortés. La producción literaria muestra un giro significativo en los valores caballerescos: Dios es desplazado por la mujer, objeto de deseo, pretexto de superación e incluso ideal de salvación. Aquí, el dúo pájaro-árbol está investido de un simbolismo que vuelve a conectar con la antigua tradición pagana del árbol de la vida, símbolo de fertilidad y abundancia, donde las aves disfrutan libremente de sus frutos como Adán y Eva en el Edén, y que alaban la bondad divina con sus polifonías.     

 

Detalle del tapiz de “Cristo nacido como redentor del hombre”, episodio de la Historia de la Redención del hombre, 1500–1520. Procede de Flandes. Metropolitan Museum, Nueva York, The Cloisters Collection

La urraca en el árbol sin hojas que se extiende sobre los patriarcas y la zarza que crece a los pies encadenados del hombre pueden interpretarse como expresiones simbólicas de la caída en el pecado, que aún puede ser redimida, que es el tema general de la serie de diez tapices a la que pertenece esta obra. La urraca y la zarza se muestran en el contexto de la fragilidad humana y la redención por el sacrificio de Cristo. La naturaleza dual de la urraca, manifiesta en su bicromía en blanco y negro, también se asocia con la fragilidad y la inconstancia; sus graznidos, con el alma del purgatorio que reclama ser liberada, y con el pájaro fatal de la horca. Esta imagen se complementa con el arbusto espinoso a los pies del hombre, que podría parecer una rosa silvestre (Rosa canina) u otro miembro de la familia de las rosas; la zarzamora (Rubus fruticosus), con sus frutos inmaduros, aún rojos, que se vuelven negros a medida que la fruta madura, representación del mundo cuando la tierra fue maldecida después de la caída de Adán y Eva. Las plantas espinosas a menudo se asocian con el error, el pecado y la caída de la humanidad y, por tanto, con la muerte.

En un contexto muy diferente, en China, las pinturas de pájaros y flores, Huaniaohua, nacieron durante la dinastía Tang (618-907) y llegaron a su máximo desarrollo en la dinastía Song (960-1279). En la cultura china, los pájaros y las flores tenían sus propios significados simbólicos: auspicios, virtudes y también principios de sabiduría. A partir del siglo XIV se extendió hacia el este, a Corea y Japón (al que dedicaremos su propia entrada). 

Zhao Mengfu, Abubilla en bambú, 1254-1322, Museo de Shanghái


Li Anzhong, Alcaudón y bambú, siglo XII, Museo del Palacio Nacional, Taipei

Con frecuencia, los pájaros no son realistas, sino estilizaciones a partir de especies más o menos familiares. Muchas de esas pinturas son referencias a poemas, especialmente entre los artistas de la corte Song, como Huang Quan, Huang Jucai y Cui Bai. Si el género de flores y pájaros floreció tanto en le dinastía Song fue porque había un lenguaje poético, una asociación metafórica, de manera que esas pinturas podían leerse como poemas. Es el momento de los pintores "literatos", menos interesados en el formalismo y en la precisión que en la expresión, con un tratamiento subjetivo de la realidad.

Dos pinturas de Huang Quan: aves sobre árboles floridos

Huang Jucai, loro en un almendro

Cui Bai, Gorriones en invierno

El emperador Huizong (1082-1135) fue también un destacado pintor:


Huizong, Periquito de cinco colores sobre un albaricoquero en flor, Museo de Bellas Artes de Boston



Dos pinturas chinas realizadas entre los siglos XVI y XVII. Están realizadas en acuarela sobre papel de bambú. A la izquierda, pájaros sobre un rosal silvestre; a la derecha, sobre una azucena tigrina. BNF



Li Youen Kien, pintura de gouache sobre seda: dos pájaros sobre un árbol en flor. Siglo XVI. BNF

Durante las dinastías posteriores, el género no dejó de prosperar. Puede que el caso más extraordinario, el de un genio excéntrico, fuera el del monje budista Zhu Da (1626-1705, llamado Bada Shanren tras entrar en un monasterio), que trabajó durante la dinastía Qing. Su temperamento, oscilante entre la melancolía y la embriaguez de la exaltación, se refleja en el carácter nervioso de su trazo, más propio de un calígrafo que de un pintor, si es que en China puede darse esa distinción. Con representaciones abocetadas y monocromas, puede que su mayor genialidad resida, paradójicamente, en el valor que da a los espacios vacíos, resaltados por la diferente saturación de la tinta, con efectos de manchas corridas, a lo que ayudaba la calidad del papel de arroz. 


Zhu Da, Pájaros miná, ramas viejas de árbol y rocas, The Nelson-Atkins Museum of Art, Kansas City, Missouri. 206 x 54 cm

Zhu Da, Pájaros en un estanque de lotos, c. 1690, MET. Mide 27.3 x 205.1 cm

Zhu Da, Pájaros en un estanque de lotos (detalle)
 

En Japón, la asociación de aves con los pinos y los abetos es muy habitual porque son árboles muy ligados a la espiritualidad, pero el árbol más venerado es el Sugi. Suele traducirse como “cedro japonés”, pero en realidad no es un cedro sino una especie familiar del ciprés (Cryptomeria japonica). Es el árbol nacional de Japón y suele encontrarse alrededor de templos budistas y santuarios sintoístas. Un antiguo cuento, "Orosu", habla del árbol sagrado sugi que susurra al viento y, cuando el aire está en calma, pide a los pájaros que le transmitan sus mensajes. Es el rey del bosque, y cuando resulta herido todos los demás árboles se reúnen por la noche para curar sus heridas.

Biombo con aves, pinos y flores de las Cuatro Estaciones, finales del siglo XVI, MET, Nueva York


Suzuki Kiitsu, Grulla y sugi con sol naciente, pp. XIX, MET.  La asociación de la grulla con la longevidad refuerza esta imagen, que es una representación simplificada del Monte Horai, la mítica isla de los inmortales

La grulla, el ave de Japón por excelencia, ha sido relacionada con plantas longevas (pino y bambú) y con árboles de floración ardiente (cerezo y ciruelo).

Izquierda, Isoda Koryusai , Grulla, Bambú e Iris, c. 1775, Art institute,  Chicago. Derecha, Togaku, Grullas y flores de cerezo, de la serie de ilustraciones de “Plantas, flores, árboles y pájaros", 1875-1900, Museo van Gogh, Ámsterdam 

 

Dos obras de Utagawa Hiroshige, Grulla y pino, 1854; y Grulla, pino y sol naciente, 1852, Museo de arte de Honolulu

Desde China, el género también pasó más al oeste. Las pinturas persas de rosas y ruiseñores (Gul-u-bulbul) son un subtema del género de aves y flores (Gul-u-morg), a veces incluyendo mariposas. Este motivo pasó de ser un elemento decorativo en la encuadernación de manuscritos y evolucionó como género pictórico independiente. Gozó de enorme popularidad debido a la gama de significados que expresaba, tanto terrenales como divinos.  La rosa simbolizaba la perfección, la belleza y la elegancia, y el pájaro, especialmente el ruiseñor, representaba el espíritu humano en el misticismo persa. Juntos eran una metáfora de la persona amada y del que ama y ese amor podía ser tanto terrenal como divino, el anhelo del alma por unirse a Dios. A partir del siglo XVI, el motivo de la rosa y el ruiseñor empezó a salir de las ilustraciones de los manuscritos y apareció en todo tipo de artes decorativas y los retratos cortesanos. Un pájaro cazando insectos, como las mariposas, podía representar el constante conflicto entre la vida y la luz, por un lado, y la aniquilación y la oscuridad, por otro.

Tocador persa decorado con un motivo de rosa y ruiseñor, por Muhammad Baqir, 1789, MET, Nueva York


Caja de espejo de laca con motivos de pájaros y flores, por  Fathallah Shirazi, 1878, MET, Nueva York.

En las pinturas y escrituras inspiradas por el misticismo sufí, la flor es el símbolo de la belleza de la amada y el pájaro es el símbolo del amante, un enamorado al que siempre molestaban las espinas de la flor. Se consideraba que, cuanto más bellas fueran las pinturas, más agradables serían los conceptos para el corazón y la vista.  Por su parte, el poeta evoca el Jardín del Edén utilizando el tema de las flores y los pájaros. El ave también transmite el concepto de vuelo hacia otro mundo y la flor puede representar una vida fugaz que fue preciosa para el ser humano.

La ilustración es una escena de un poema místico, Mantiq al-tair (Lenguaje de los pájaros), escrito por un iraní del siglo XII, Farid al-Din 'Attar. Los pájaros, que simbolizan las almas individuales en busca del Simurgh (un pájaro místico que representa la máxima unidad espiritual), se reúnen en un paisaje idílico para comenzar su peregrinaje bajo el liderazgo de una abubilla (posada en una roca en el centro a la derecha). MET, Nueva York

Más que una asociación general entre flores y aves, veremos ahora relaciones más concretas entre los dos mundos. Algunas son muy evidentes, como es el caso de la paloma y el olivo, que nos viene desde Noé, cuando el pájaro regresó al atardecer con una rama verdecida.


Biblioteca Koninklijke : Jacob van Maerlant, Spiegel historiael, ca. 1350, Biblioteca Real de los Países Bajos. La paloma regresa al Arca de Noé con una rama de olivo

Desde entonces, será, como ya vimos, un elemento iconográfico constante entre los cristianos y un icono de la paz.

Roma, Catacumbas de Domitila, lápida con paloma y rama de olivo


Catacumbas de San Calixto, Roma, representa a la paloma de la paz llevándole una rama de olivo a una niña difunta llamada Irene, c. 500

 En toda Europa, el enebro era muy venerado y muchas leyendas y cuentos populares lo describen como una puerta a otras dimensiones, por ejemplo, la morada de hadas, gigantes o enanos. Un cuento alemán, muy crudo, recogido por los hermanos Grimm y titulado "El enebro", relata cómo el alma de un niño muerto se eleva del enebro en forma de pájaro:

"Mi madre me mató,

mi padre me comió,

y mí buena hermanita

mis huesecitos guardó.

Los guardó en un pañito

de seda, ¡muy bonito!,

y al pie del enebro los enterró.

Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo!" 

 
Ilustración de "Historias domésticas de la colección de los hermanos Grimm", por Walter Crane,1882

En De avibus, de Hugo de Foulloy, hay un breve capítulo sobre la tórtola y el gorrión que sirve de prefacio a los árboles bíblicos, la palmera y el cedro, el hogar de las dos especies de aves. Se dice que la palmera crece lentamente porque el camino hacia la salvación es lento, pero en su plenitud la palmera representa a la Iglesia, los justos en lo alto ante Dios. Plantada en los atrios del Señor, la palmera florece en la vida eterna; sus frutos son las buenas obras y sus recompensas son el cielo. Es difícil trepar por su tronco, pero supone subir la escalera de la Cruz hacia la victoria con Cristo. La voz de la tórtola representa el grito de un penitente cuando la tranquilidad de espíritu le permite reconocer sus pecados. La tórtola construye su nido en este árbol porque simboliza la Cruz.

Representación de la palmera en el manuscrito de De avibus conocido como “Latin 2495”, siglo XII, BNF 

Los manuscritos de la obra suelen representar al cedro rodeado de gorriones. El texto de Hugo de Foulloy dice:

“El cedro y el Líbano se citan a veces por su excelencia, como afirma Salomón en el Cantar de los Cantares: [la esposa describe al esposo: 'Su aspecto es como del Líbano, excelso como los cedros' (Cant. 5:15).] Los gorriones anidan en estos cedros, porque los maestros de almas sitúan monasterios en las tierras de los ricos. Allí los gorriones lloran continuamente para poder buscar alimento en Dios.”

Representación del cedro con los gorriones en el manuscrito de De avibus conocido como “Latin 2495”, siglo XII, BNF 

El nombre del ave mítica Fénix, que renace de sus cenizas, se emparenta con la palabra griega para palmera datilera, phoinikos (φοίνῑκος, relativo a Phoenix). Este “pájaro-sol” se inspiró en una deidad del antiguo Egipto, Bennu, parecida a un pájaro y vinculada a la creación y al ciclo interminable del sol. Las palmeras datileras crecen haciendo brotar nuevas hojas en un tronco que se extiende derecho, sin distracciones, hacia el sol. Las hojas viejas mueren mientras brotan otras nuevas, lo que puede haber inspirado la leyenda del Fénix.

Achardus de Sancto Victore y Gebuinus Trecensis, autores, c. 1100-1174, palmera datilera en el manuscrito de Hugo de Foulloy del Seminario mayor de Brujas

En la Edad Media, la pradera y su hierba son también el campo de batalla, empapada por la sangre de los muertos, el tapiz que sirve de fondo a la extensión de la muerte y a la amplitud del escenario donde reinan los cuervos cuando el fragor de las armas se ha apagado. Tras la batalla, la pradera es "la fiesta de los cuervos”.

Un cuervo en la pradera, Libre des proprietés des choses, BNF 

Cuervos revoloteando sobre la tierra muerta, manuscrito Douce 308, Bodleian Library

"Abril es el mes más cruel, criando

lilas de la tierra muerta, mezclando

memoria y deseo, removiendo

turbias raíces con lluvia de primavera."

(T.S. Eliot, La tierra baldía, 1922)

“Concidit infelix prostratus uulnere tristiet carpit uirides moribundus dentibus herbas” ("El infortunado retrocedió y cayó de espaldas bajo la grave herida; moribundo, mordió la hierba verde"). Así relata el fin de un héroe la Ilias Latina (60-70 d. C.), una versión latina de la Ilíada de Homero, muy estudiada en las escuelas medievales y atribuida a Publius Baebius Italicus.

Bestiaire d'amour rimé, Manuscrito fr.1951, Biblioteca Nacional de Francia

Amigo, escuchas el vuelo negro de los cuervos en nuestras llanuras”, (El “Canto de los partisanos” o “de la liberación”, himno de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial).

Y algo más luminoso: el mes de mayo. Se han utilizado tantas plantas en la celebración de este mes, especialmente dedicado a la Virgen, que algunos escritores han afirmado que todas las flores están dedicadas a ella, especialmente todas las que florecen durante ese mes.

Fragmento del Breviario de la reina Isabel de Castilla, ilustrado por diversos maestros flamencos, c.1497, Biblioteca Británica. Muestra el nacimiento de la Virgen y pueden verse algunas de las flores asociadas comúnmente a ella: fresas, margaritas, violetas y violetas tricolores (conocidas como pensamientos o trinatarias, símbolo de la Trinidad)

La fresa (Fragaria vesca) era alimento de los afortunados hombres de la Edad Dorada, según Ovidio, pero su simbolismo ha sido muy diverso: alimento vano para los cristianos, pero también representación de la Trinidad (por su hoja trifoliada), planta mariana y emblema de la sangre de Cristo porque su fruto es “sangrante”. Una vieja tradición centroeuropea dice que la Virgen acompaña a los niños cuando van a recoger fresas el día de San Juan. En ese día, ninguna madre que haya perdido un hijo comerá una fresa, para que a su pequeño no le falten en el Paraíso.

Maestro del Jardín del Paraíso de Frankfurt, La virgen de las fresas, c.1420, Kunstmuseum Solothurn, Suiza

En esta obra, sobre las rosas y la estructura del enrejado se colocan ocho pájaros: una oropéndola, dos herrerillos, dos jilgueros y tres ruiseñores. Casi todos ellos son símbolos crísticos, como ya vimos.

Todo el mundo antiguo consideraba a la golondrina un ave de luz. Plinio dice que, para curar los ojos de sus polluelos, se sirve de una planta de savia dorada, llamada en su honor celidonia: el nombre del género proviene del griego “khelidón” (χελιδών, “golondrina”), aunque Dioscórides, en cambio, pensaba que el nombre vendría del viento llamado Chelidonium que sopla en primavera, cuando regresan las golondrinas. Los romanos llamaron a esta planta Hirundinaria (de hirundo, “golondrina”). El cristianismo medieval prefirió otra etimología: Coeli donum (“don del cielo”), porque se la consideraba dotada de poderes sobrenaturales. El nombre de la especie más común, “majus” debe de provenir del latín maius (“mayo”), debido al período donde se concentra la floración. Estirando la relación entre ave y flor, Plinio recomienda el uso de la sangre de golondrina como ingrediente en lociones oculares para uso humano, y Aulio Cornelio Celso, junto a todo el cuerpo de la opinión médica griega y romana, estaba de acuerdo. La tradición popular también se hacía eco de estas creencias: cualquiera que matara golondrinas se quedaría ciego de viejo, si es que llegaba. Además, se creía que en el cuerpo de cada golondrina había una piedra maravillosa que no sólo mejoraba o devolvía la vista, sino que poseía muchas otras virtudes. Podía ser roja, negra o blanca. El arzobispo de Rennes, Marbode, que escribió durante el reinado de rey Felipe Augusto de Francia (siglo XII), afirmaba que la piedra quelidonia roja curaba la locura, la manía y el deterioro de la salud, y ayudaba a desarrollar la elocuencia; la piedra negra favorecía el éxito de los proyectos y el agua en la que se mojaba fortalecía la visión.

Chelidonium majus y  la planta en una página de “De materia medica”, procedente de Constantinopla, en el siglo X, The Morgan Library & Museum, NY

En Francia, la flor de la golondrina tenía la connotación de "la espera de una alegría que pronto llegará...". Esta flor, muy común en Europa, fue un motivo popular entre los escultores de las grandes catedrales góticas durante los siglos XIII y XIV, la edad dorada de la decoración vegetal en los capiteles. Así, encontramos la celidonia, "la flor de golondrina", en la decoración de las catedrales de París, Reims, Amiens, Beauvais, Chartres y Bourges, sin contar muchas iglesias menores.

Capitel de Notre-Dame de París, crochets con hojas de Arum y, debajo, sobre el collarino, hojas de Celidonia. Decoración románica con celidonia (origen indeterminado), según Émile Lambin (La flore des grandes cathédrales de France, 1897)

Sobre la estrecha relación entre la rosa y la Virgen hay poco nuevo que se pueda decir. Hay una gran carga de espiritualidad, todo un corpus de imaginación que la ha cubierto y la ha convertido en la flor del amor por excelencia, divino y humano. Por lo tanto, su encuentro con el ruiseñor era inevitable. La rosa (Rosa gallica) es tantas cosas: la primavera, la muerte, el amor (carnal y divino), el Paraíso (que, en origen, era una rosa sin espinas), Cristo (los cinco pétalos son los cinco estigmas) …

Martin Schongauer, Virgen del rosal, 1473, iglesia de los dominicos, Colmar. En detalle

En esta obra de Schongauer, el simbolismo ligado al color rojo está muy presente: es el color de la sangre de Cristo y eso se refleja en algunos de los pájaros que acompañan al rosal: hay tres jilgueros (uno de ellos es un ejemplar inmaduro), un pinzón y un petirrojo, cerca de los cuales se encuentra la única rosa blanca de toda la composición. Mientras que las rosas rojas se refieren a la muerte y al sufrimiento, esta rosa única e inmaculada se refiere a la elección de María para la Encarnación.

Detalle de la rosa blanca con el pinzón y el petirrojo


Detalle del Niño Jesús, que mira a los tres jilgueros (el de abajo a la izquierda es un inmaduro)

Otros pájaros son parte de la decoración del hortus conclusus, imagen misma de la Virgen: el carbonero, que es el símbolo de la elevación hacia Cristo; el mosquitero, que representa al cristiano pronto a combatir el pecado, como el pájaro captura ágilmente insectos en el aire; y el gorrión, el que sólo se ocupa de servir a Dios sin ninguna otra pretensión: la humildad misma.


Detalle del pinzón y del gorrión


Detalle del carbonero y, sobre él, el mosquitero

Además de las rosas, a los pies de la tabla hay otras plantas que tienen su protagonismo: alhelíes rojos, rúcula y fresa. De ésta ya hemos hablado; las dos anteriores son crucíferas, y sus cuatro pétalos (aunque son especies muy polimorfas) son una referencia a la cruz. La rúcula, además, aunque no tenía buena fama entre los escritores cristianos por ser, aparentemente, afrodisiaca, era picante y rubefaciente (que producía enrojecimiento), por lo que era asociable a la sangre y a la pasión de Cristo. Además, era de uso medicinal por ser diurética (de ahí viene su nombre, vesicaria, “de la vejiga”).

Detalle de los alhelíes de flor roja (género Erysimum) y de las flores blancas de la rúcula (Eruca vesicaria subsp. Sativa)


Detalle de la planta de la fresa (Fragaria vesca)  

Ya hemos hablado del ruiseñor como imagen del amor sublime, cuya representación se la dimos a Oscar Wilde (El ruiseñor y la rosa). Su correspondencia con el amor es antiquísima y, siendo un pájaro de color apagado, es su sangre la que adquiere una connotación pasional, hasta el punto de extenderla sobre la propia flor, cuando ésta necesita encenderse para facilitar el amor.

        

Izquierda, George Percy Jacomb-Hood, Ilustración en “El príncipe feliz y otros cuentos”, de Oscar Wilde, Londres, 1888. Derecha, detalle del grabado de 1918 con el que Heinrich Vogeler ilustró la edición alemana de la misma obra 

Hay otro encuentro entre el ruiseñor y la rosa: Una rosa de la tumba de Homero, de Hans Christian Andersen:

“En todos los cantos de Oriente suena el amor del ruiseñor por la rosa; en las noches silenciosas y cuajadas de estrellas, el alado cantor dedica una serenata a la fragante reina de las flores.

-Aquí reposa el más grande de los cantores -dijo la rosa-. Quiero perfumar su tumba, esparcir sobre ella mis hojas cuando la tempestad me deshoje. El cantor de la Ilíada se tornó tierra, en esta tierra de la que yo he brotado. Yo, rosa de la tumba de Homero, soy demasiado sagrada para florecer sólo para un pobre ruiseñor.

Y el ruiseñor siguió cantando hasta morir.”

El jilguero es el ave del cardo, como su nombre indica (Carduelis). Su rostro carmesí y su afición a sus semillas le hicieron el pájaro más íntimamente ligado a la Pasión de Cristo, lo que le valió ser el más representado en las Madonas desde el gótico hasta la época contemporánea.


Jilgueros sobre un cardo (Cynara cardunculus), ilustración de Charles Collins, 1739

El clavel (Dianthus caryophyllus) es una flor cuya atribución a Cristo viene dada por su color rojo y su homonimia con el clavo, uno se los símbolos de la crucifixión. El nombre griego del clavel, dianthos, significa “flor de Dios”, y esa es otra razón que refuerza al clavel en el arte mariano.

En la obra inferior, la espaldera sostiene claveles rojos y blancos (aunque puede que estos sean crucíferas, de las que ya hemos hablado). Inevitables, el jilguero, el petirrojo y el pinzón, manchados todos de rojo.

Madona alemana, siglo XVI, sin atribución 

La Virgen de van Eyck sostiene un ramo de ambas, claveles rojos y crucíferas, ante el loro, símbolo de la Anunciación.

Jan van Eyck, detalle central de la Virgen del canónigo van der Paele, 1434-1436, Museo Groeninge, Brujas 

La llamada “ortiga muerta”, Lamium purpureum, también ha sido una planta de tradición literaria: en el cuento Los cisnes salvajes, de Andersen, una joven devuelve la forma humana a sus hermanos confeccionándoles camisas tejidas con ortiga. El cuento fue tomado también por los hermanos Grimm en Los seis cisnes

Arthur Gaskin, grabado para la ilustración de Los cisnes salvajes, en Historias y cuentos de hadas de Hans Christian Andersen (Imagen escaneada por Simon Cooke)

A la misma familia que la Ortiga muerta, las labiadas (Lamiaceae), pertenece la Salvia (un género con multitud de especies): ambas han sido plantas “salvíficas” (de ahí el nombre de la segunda), a las que se atribuía grandes propiedades curativas y cuya flor, en el rango entre el azul y el púrpura, puede asociarse con el cielo. En el fresco del pájaro azul, del palacio de Cnossos (c. 1400 a.C.), tenemos la más antigua representación de la salvia, asociada a ese pájaro, aparentemente irreal: puede que sea azul sólo para parecerse a la planta. Las flores de ambas tienen un mecanismo de “palanca estaminal”, por el que se produce una curiosa simbiosis con el insecto polinizador: “Cuando un polinizador sondea una flor en busca de néctar (empujando la teca de la antera posterior), la palanca hace que los estambres se muevan y el polen se deposite en el polinizador. Cuando el polinizador se retira de la flor, la palanca devuelve los estambres a su posición original” (de Wikipedia). Ese ofrecimiento de la flor debió de dar juego a la imaginación.

El fresco del Pájaro azul de Cnossos, 1700-1400 a.C., con la salvia creciendo hacia él

Sin alejarnos de estos tonos de color, la violeta (Viola odorata) es la flor del duelo (Proserpina las recoge cuando sale del Hades, en primavera), relacionada con el sufrimiento de Cristo y de su madre. Su color ha tenido asociaciones místicas y la química ha intentado, desde siempre, imitarlo. En el siguiente relicario unimos a la Virgen con su futuro dolor como madre, ya presente desde el nacimiento de Cristo. Es un relicario en forma de paloma que contenía, supuestamente, leche de la Virgen: en realidad contenía galactita, un polvo de tiza blanca de la llamada gruta de la Santa Leche, cerca de Belén. Según la leyenda, al caer allí, una gota de la leche de la Virgen habría blanqueado toda la cueva. En el pecho de la paloma hay una gran amatista, una de las piedras consideradas las más preciosas en la Antigüedad, y que representa el futuro dolor de la madre de Cristo. Es el color, a falta de la flor que lo inspira.

Relicario de leche de la virgen, Taller de oignies, 1243 –1250, Donación de las Hermanas de Notre-Dame de Namur, Fundación Rey Balduino, Bruselas. Plata dorada, oro, amatista y cobre

La hermandad prerrafaelita, tan dada al espiritualismo, recurrió a las aves con gran frecuencia. Dante Gabriel Rosetti, su más conocido pintor, hizo un homenaje póstumo a Elizabeth Siddal, Lizzie, su esposa y la musa del grupo. Esa obra es Beata Beatrix, donde la representa como Beatrice, el amor no correspondido de Dante en Vita Nuova. Existe más de una versión de esta obra. En una, la paloma blanca trae a Beatrice una amapola roja. En otra, el ave es roja y la flor, blanca. La amapola tiene su sentido por el hecho de que Lizzie murió de una sobredosis de un opiáceo, el láudano. La amapola es sueño, muerte, recuerdo.

Dante Gabriel Rossetti, Beata Beatrix, entre 1864 y 1870, Tate Britain


Dante Gabriel Rossetti  y Ford Madox Brown, Beata Beatrix, 1877, Museo de arte de Birmingham  


Dante Gabriel Rosetti, Verónica Veronese, 1872, Museo de Arte de Delaware

Esta otra obra de Rosetti, muy inspirada en la pintura veneciana, tiene un significado espiritual: “el alma artística en el acto de la creación”, según el pintor. El canario, posado fuera de la jaula, representa la unión entre el alma de la creadora y la naturaleza; y la camomila, junto a él, sería la energía y la fuerza en momentos adversos. Se supone que el tema está tomado de las cartas de Girolamo Ridolfi (un grabador renacentista veneciano), que describen cómo una dama, después de escuchar las notas de un pájaro, intenta plasmarlas en un papel y finalmente reproducirlas en su violín. La cita es, presuntamente, de Ridolfi, pero en realidad la escribió el propio Rosetti o quizás su amigo, el poeta Algernon Charles Swinburne; está inscrita, en francés, en el marco, y dice:

“Verónica se levantó de un salto y escribió las primeras notas en la hoja en blanco. Luego tomó el arco del violín para hacer realidad su sueño; pero antes de desenganchar el instrumento suspendido, permaneció inmóvil unos instantes, escuchando al pájaro inspirador, mientras su mano izquierda vagaba por las cuerdas en busca del motivo supremo, aún lejano. Era la unión de las voces de la naturaleza y del alma, el amanecer de una creación mística.”

Algún autor argumenta que la manzanilla es, en realidad, celidonia, que en la tradición era un específico para las enfermedades de los ojos. Siendo los narcisos (abajo, a la derecha) flores de propiedades narcóticas, somníferas, y la celidonia curativa para la vista, reflejarían los dos problemas más serios que sufría Rosetti: insomnio y miedo histérico a la ceguera, que le llevaron a alguna tentativa de suicidio. Así que el pintor rodeó a la mujer de los antídotos de su propio sufrimiento. Quizás el alma no esté representada por el pájaro, sino por la propia mujer, que responde a la voz natural del canario: sería como una Leda entregada espiritualmente al ave.

Y, como fin, una humilde protesta: es difícil imaginar que las diosas Flora y Cloris, encarnaciones de la primavera y los jardines, no estuvieran rodeadas de pájaros, pero todos los artistas los han olvidado. Y no podemos perdonarle a Botticelli que su Primavera sea muda.

 




 











 






 



 



 












 

























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